21 noviembre, 2006

La Real

Durante el último mes hemos estado inmersos en muchas obligaciones inaplazables (cosa que se comprueba bien viendo el descuido en que tenemos esta «mesa revuelta»). Pero pronto habrá novedades que podamos ver y tocar. Ahora solo queremos anunciar el inicio de una nueva colaboración con la «Biblioteca Balear» del Monasterio de Santa María de La Real, de Palma (Mallorca).
Estamos trabajando en un detallado catálogo digital con la descripción y el facsímil completo de los incunables que allí se encuentran, así como la descripción de algunos de sus otros libros más interesantes.

El Monasterio de La Real, dedicado a Santa María como todos los de la orden cisterciense, está a unos tres kilometros de la antigua muralla de la Ciutat de Mallorca, en el que se conoce como «Camí dels reis», que cruza las carreteras de Esporles y Valldemossa. Junto a la Cruz de Can Granada se abre el camino que lleva hasta el mismo portal. Una imagen de Santa María de la Real, también conocida como la «Mare de Déu de la Font de Déu», preside la iglesia y comparte la titularidad de la parroquia con San Bernardo, el gran propagador del Císter.

No se ha llegado a precisar la etimología del topónimo «La Real». Se ha dicho que pudiera proceder del hecho de haberse establecido en este lugar el campamento real de Jaime I durante la conquista de la ciudad en 1229. Otra hipótesis mejor es que hubiera aquí una huerta frondosa: en efecto, «arriat» significa en árabe huerto y la catalanización del término habría dado lugar al nombre actual.

La fertilidad de esta zona se debe a las fuentes d'En Baster y de la Vila que la riegan y suministran agua a la capital. Este fue el lugar estratégico elegido por Jaime I y, más tarde, por su pariente Nunyo Sanç, para acoger definitivamente a los monjes cistercienses venidos de Poblet. La filial mallorquina de este monasterio se inició poco después de la Conquista.

La historia del Monasterio tiene que ver con los primeros años de la conversión y dedicación intelectual y religiosa de Ramón Llull. A Santa María de La Real se dirigió Llull en busca de inspiración cuando sufrió aquel conocidísimo conflicto con el criado moro que le enseñó árabe. Pero un poco más adelante también los monjes le familiarizaron con la mística monástica y pusieron a su alcance el agustinismo y la orientación intelectual que les era propia. Y aún escogió Llull este monasterio como residencia al volver de una profunda etapa de contemplación en la montaña de Randa dispuesto a redactar, en la calma de este recinto, el Art Major (más tarde, Art General). La relación de Llull con La Real fue larga, y al final de su vida ordenó que sus libros, custodiados en un cofre, fueran propiedad del monasterio. Lamentablemente, el tiempo y la incuria acabaron con ellos.

La historia de La Real no ha sido especialmente feliz y ha sufrido abandono, expolio y destrucción. A finales del siglo 19 la feligresía fue encomendada a la recientemente fundada Congregación de los Misioneros de los Sagrados Corazones. Lo que se proyectó como provisional se ha perpetuado hasta nuestros días.

El estado de dispersión a que había llegado el legado bibliográfico luliano impulsó a los nuevos moradores del monasterio a rehacer la memoria de Ramón Llull iniciando una biblioteca que partía de un interesante fondo luliano. Esta iniciativa data de 1930 y ha ido aumentando con los años, a pesar de los escasos medios económicos, hasta alcanzar la cantidad de 60.000 volúmenes. Entre las joyas manuscritas se encuentran el libro del Consolat de Mar y las Constitucions del Monestir de Santa Margalida.

Hoy en día el monasterio y sus alrededores están sometidos a una presión urbanística fuertísima, mezclada con oscuros intereses económicos y políticos que han perturbado más de una vez la tranquilidad y el recogimiento necesarios. Las últimas fiestas de San Bernardo, este verano de 2006, asistieron a una importante manifestación popular a favor de la conservación del entorno y en contra de la construcción de urbanizaciones hasta las mismas puertas de la iglesia. Nosotros, por descontado, nos sumamos firmemente a este movimiento de respeto hacia el lugar.

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