12 agosto, 2010

Patios de Moscú


Gennady Mikheev ha encontrado una máquina del tiempo.

«Pero nada en este mundo ocurre por azar. No puedo empezar la historia con un “por casualidad me topé con una caja llena de negativos”. Esto, simplemente, no es cierto. Si esta caja ha superado una serie de cambios de piso, dos inundaciones y un incendio, significa que era importante para mí, yo la cuidé, yo la conservé.


En los años ochenta trabajaba en un instituto de investigación, estaba alejado del periodismo. Tenía una afición: la fotografía. Y tenía una cámara «Любитель» con la que la que rondaba por los patios del vecindario. Como si fotografiara con una cámara oculta. El visor réflex de la Любитель —decían que imitaba el de las Rollflex— era perfectamente adecuado para esto.


Si tuviera que usar el lenguaje actual, diría que estaba elaborando un proyecto titulado "Los patios de Moscú". En este mundo están mis raíces, el viejo Moscú donde nací y donde crecí, en la casa de la esquina de la calles Griboedov y Stopani pereulok. A la vista de estas imágenes, el atento lector podrá exclamar: ¡cuanta fealdad recopiló este autor! Pero el viejo Moscú era exactamente así. Todos los sábados por la mañana cruzaba la cancela y paseaba por los patios vecinos. La impresión que hoy siento a la vista de estas imágenes proviene de comprobar cuánto he olvidado de aquel mundo y cómo me he acostumbrado ya a los silenciosos Tajiks que mantienen limpias las calles y patios de Moscú.


Sí, era una extraña ciudad. Un joven del Moscú de hoy pensará que el fotógrafo estaba buscando intencionadamente las trazas de la decadencia. Pero no es así. Este Moscú de detrás de las fachadas da la verdadera imagen del Moscú de mi tiempo. Sí, la ciudad —digámoslo claramente— estaba deshecha. Pero vivía. En el interior del anillo de Sadovoe kolco aún habitaba medio millón de personas. Desde luego que la mentalidad soviética no favorecía ni el orden ni la limpieza; sin embargo, vivir allí tenía algo muy estimulante. El aspecto andrajoso de aquel viejo Moscú se coloreaba y encantaba como si se tratara de una antigua casa solariega. ¿Y sabéis lo que descansa la vista el que apenas haya coches? Hasta esos dos o tres que ahí vemos estaban viejos y raídos.


Pero lo más importante: mientras digitalizaba estas fotos de más de veinte años, tenía la sensación de estar sentado en una máquina del tiempo volando de vuelta a los años ochenta del siglo pasado. Sí, yo también he cambiado. En el viejo Moscú, hace veinte años, vivía un joven muy diferente, un muchacho inclinado a la introspección, obsesionado en fotografiar. De acuerdo: no fotografiaba bien. Pero tenía una ventaja invencible: pasaba desapercibido. El muchacho se mezclaba por completo con su propio mundo, y sus fotos ofrecen al espectador la posibilidad única y la maravilla de apreciar las huellas de aquel mundo sin ningún amaneramiento propio de fotógrafo».


Estos patios, casas y gentes existían igualmente en el Budapest de los ochenta. Y, cambiando algunas cosas —no tantas—, en el Madrid y la Barcelona de los cincuenta y sesenta. Pero apenas existen fotos como estas. Son imágenes que presuponen una mirada atenta y, sobre todo, vaciada de cualquier afectación (como encontramos también en las polaroid de Tarkovsky). Y que un muchacho de veinte años, en el Moscú de los ochenta, tuviera esta forma de mirar explica por qué la fotografía rusa de hoy es tan extraordinaria.












































1 comentario:

Anónimo dijo...

Simplemente maravillosas las fotografías. Felicitaciones desde Chile por este excelente post.