23 diciembre, 2011

La Biblioteca de Aristóteles


Biblioteca Piccolomini, en la Catedral de Siena, con los frescos de
Bernardino di Bietto di Biaggio, Pinturicchio.

E Scepsi fuerunt philosophi Socratici Erastus et Coriscus et Neleus Corisci filius, qui Aristotelem et Theophrastum audivit et sucessor fuit bibliothece Theophrasti in qua inerat aristotelica. Nam Aristoteles et bibliothecam et scholam Theophrasto reliquit, et primus fuit, ut Strabo arbitratur, qui libros congregavit et Egypti reges bibliothece ordinem docuit. Incertum plus boni an maali rebus humanis attulerit quando componendi libros nullus est finis et multorum ingenia depravata sunt que in perversa dogmata inciderunt, ob quam rem consulte agunt qui damnata volumina exurunt neque passim omnibus scribendi facultatem permittunt, ut est illud Persianum: «Scribimus indocti doctique poemata passim». Sed hodie tanta est doctorum turba ut nemo fere indoctus reperiatur ex his qui aliquid scribunt qui non doctoris nomen titulumque receperit. Theophrastus bibliothecam Neleo tradidit. Neleus eam Scepsim detulit ad homines imperitos qui libros inclusos ac negligenter compositos tenebant, cumque Athalicorum regum , sub quibus erant, studium sentirent ad instruendam Pergami bibliothecam, eos infossa quadam sub terra occuluerunt, et demum tineis et humiditate labefactos qui ex eo genere erant Apeliconi Teio tradiderunt, magno emptos argento, Aristotelicos scilicet atque Theophrasticos. Apelicon qui magis librorum esset studiosus quam sapientie, quales multos etate nostra cognovimus, volens corrosiones emendare, eos transcribendos dedit scriptura non recte suppleta, librosque edidit erroribus plenos. Continuo post Apeliconis obitum Sylla, qui Athenas cepit, ablata illius bibliotheca, eam Romam transtulit. Quo in loco Tyrannion grammaticus, cum Aristotelis amantissimus esset conciliato sibi bibliotece profecto, et librarii quidam scriptoribus utentes non bonis nec scripta conferentes, opera minus emendata ediderunt. Quodsi greca exemplaria corrupta fuerunt, quid de his putandum est que in latinum conversa sunt? Illa presertim priora que qui legunt non tam quod dicatur quam quod dici velit nosse laborant. Quippe si revivisceret Aristoteles multa sua esse negaret que nos illi attribuimus. Sed melio cum eo actum est quam cum aliis quorum opera funditus periere, et ipse causa extitit cur multa perirent qui aliorum gloriam ad se traxit. Ruet etiam ipse, quamvis magnus, neque enim verum est quod sibi aliqui persuadent: litterarum munimenta non interire. Omnia occidunt, nec litteris sua mors negata est, quamvis alie aliis plus vivant: etas cuncta aufert, nec hominis opus est quod in tempore non evanescat. (Enea Silvio Piccolomini —Pius II—, Asia, c. 1461)

De Escepsis eran los filósofos socráticos Erasto, Corisco y Neleo, hijo de Corisco, que fue alumno de Aristóteles y Teofrasto y heredero de la biblioteca de Teofrasto, en la que estaba incluida la de Aristóteles. Y es que Aristóteles le dejó a Teofrasto su biblioteca y su escuela, siendo el primero, en opinión de Estrabón, que coleccionó libros y enseñó a los reyes de Egipto a organizar la biblioteca. No está claro si causó más bien que mal al género humano, puesto que el reunir libros no tiene fin y las mentes de muchos se echan a perder cuando paran en torcidos juicios, motivo por el que actúan razonablemente quienes queman libros condenados y no dan permiso para escribir así como así a cualquiera, como dice aquel verso de Persio: «Sabios y necios escribimos poemas a cientos.» Pero hoy en día tan grande es el número de sabios, que casi no se puede hallar a necio alguno entre aquellos que escriben algo que no reciba nombre y título de sabio. Teofrasto entregó la biblioteca a Neleo. Neleo la trasladó a Escepsis, a manos de hombres inexpertos que tenían los libros encerrados y descuidadamente ordenados, y cuando llegó a sus oídos el afán de los reyes atálidas, a quienes obedecían, por levantar la biblioteca de Pérgamo, los escondieron en una fosa bajo tierra, hasta que, dañados por la polilla y la humedad, se los entregaron los de la familia a Apelicón de Teos, comprándolos por una gran suma de dinero. Lógico: eran los libros de Aristóteles y Teofrasto. Apelicón, que era más un bibliófilo que un sabio, como muchos de los que hemos conocido en nuestros días, queriendo arreglar su deterioro los mandó copiar, pero al no completar correctamente lo escrito, dejó unos libros llenos de erratas. Seguidamente, después de la muerte de Apelicón, Sila, que había conquistado Atenas, se llevó la biblioteca de aquel y la trasladó a Roma. En este lugar, el gramático Tiranión, gran admirador de Aristóteles, ganándose la amistad del director de la biblioteca, y unos editores que utilizaron malos copistas y que no colacionaban los escritos, entregaron las obras con menos correcciones todavía. Pero si los ejemplares griegos estaban corrompidos, ¿qué debemos pensar de los que se tradujeron al latín? Especialmente aquellos primeros que quien los lee no se esfuerza tanto por conocer lo que se dice como por lo que se quiere decir. Y es que si Aristóteles volviera a la vida, negaría que son suyas muchas de las cosas que le atribuimos. Pero mejor le ha ido a él que a otros cuyas obras se perdieron en su totalidad, siendo él la causa por la que se han perdido muchas al apropiarse él de la gloria de otros. Incluso él se perderá, aunque sea grande, pues no es verdad eso de lo que quieren convencerse algunos: que los monumentos de la literatura no mueren. Todo muere, y las letras no se libran de la muerte, aunque unas sobrevivan más que otras: el tiempo se lleva todo, y no hay labor humana que no se desvanezca con el paso del tiempo. (Eneas Silvio Piccolomini —Pío II—, Asia, c. 1461)

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