28 mayo, 2016

En el techo de Europa


La primavera ha llegado pronto este año. El valle de Svaneti se viste de un verde exuberante. Es la quinta vez que vengo aquí pero nunca lo había visto tan intenso, tan lleno de vida. He subido en marshrutka, en jeep, en yunta de bueyes y a pie, y la próxima vez vendré a caballo. Lo he visto bajo metros de nieve, despertando en la primavera temprana, bajo la lluvia, con barro que se traga los zapatos y al pleno sol del verano. El perro pastor caucásico contra el que tuve que defenderme arrancando la estaca de una cerca, ahora solo mueve ligeramente el hocico, olfateando el aire a mi paso, vuelve a poner la cabeza entre las patas y sigue dormitando. El niño pequeño, que en nuestro primer encuentro quería ser músico de jazz y la segunda vez guía turístico, habla cada vez más perfectamente el inglés –en la escuela de Ushguli le dan mucha importancia a esto, así como al ruso, porque están educando futuros emigrantes que deberán valerse por sí mismos allá abajo, en el mundo–, y cada vez tiene menos claro qué quiere ser. Está creciendo. El viejo bromista con una gorra svan, que el año pasado estaba herrando un buey, ahora me da la mano riendo. Este año, la directora de la escuela y del museo ya nos deja entrar en la escuela, donde veinte maestros educan a cuarenta y ocho estudiantes de los tres pequeños distritos del pueblo, pero todavía no nos deja tomar fotos ni aquí ni en el museo. Ya llegará el momento para eso también. La yegua marrón a cargo del oficial de la guardia fronteriza ahora tiene un potrillo. Están construyendo un nuevo puente junto al viejo. A juzgar por los métodos poco ortodoxos de preparar el cemento, seguirán construyéndolo por un buen tiempo. Bajo el puente el Inguri baja rápido desde su fuente cerca de las nubes.


Ushguli es el punto habitado más alto de Europa si trazas las fronteras de Europa basándote en dónde se coloca la bandera de doce estrellas en las estaciones fronterizas y edificios públicos. Desde esta perspectiva Georgia es Europa y mi Hungría natal no. En el estrecho valle de Svaneti a lo largo del Inguri solo era posible expandirse hacia arriba. Durante tres mil años, cada centímetro de tierra cultivable encontró un dueño. Desde Ushguli ya no queda más arriba, las montañas fronterizas, siempre, son la última muralla. Al otro lado se encuentra Kabardino-Balkaria en Rusia, y el Elbrus. Los tesoros, iconos y códices salvados del enemigo que invadía las llanuras también marchaban valle arriba, y los que no fueron reclamados por sus dueños después de la invasión permanecen aquí. Los tres distritos del pueblo de Ushguli están salpicados de torres fortaleza de los siglos VII y VIII. La más imponente, en el pueblo del medio, alberga un museo tan rico que sería el orgullo de cualquier gran ciudad. A los lados de las torres antenas parabólicas, en las torres monitores en que los chicos svan estudian a dónde podrían ir para ganarse la vida, como lo han hecho sus antepasados durante miles de años. Al pie de las torres el barro se mezcla con estiércol de vaca.


Cuando vienes aquí por primera vez sientes el peso del tiempo, el declive, la gravedad que atrae de manera inexorable a la juventud svan con la promesa de una vida más fácil en las ciudades de las llanuras... Ahora también veo la vitalidad y la fuerte red social que los mantiene enlazados y los trae de vuelta aquí, la promesa y el goce de una vida plena en el valle milenario. Que la primavera haya llegado tan temprano este año y el valle de Svaneti se haya vestido de un verde tan exuberante ayuda mucho a mis ojos, sin duda.



Mze Shina Ensemble: Djin’ Veloi From the CD Ushba (2011)

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