En una vieja arca llena de papeles familiares acabamos de encontrar un pequeño legajo con tres documentos manuscritos firmados en el pueblo de Canales de la Sierra, dos de ellos son escrituras públicas fechadas en 1683 y otro, de carácter eclesiástico, en 1763; y hay también otro documento eclesiástico fechado en Pamplona en 1688 pero con asuntos relativos asimismo a la villa de Canales. Ignoramos completamente cómo llegaron hasta nuestra casa y qué relación guarda aquella lejana zona con nuestros antepasados. Intentaremos averiguarlo.
Pero el legajo, además, guarda un impreso curioso. Se trata de una «Carta de Esclavitud» o declaración de ingreso en la Cofradía de los Esclavos de la Virgen. Aún hoy, en ese hermoso pueblo de Canales, en el que solo quedan unos 80 habitantes censados, se celebran fiestas a su patrona, la Virgen de la Soledad, el último sábado de agosto. El eje de la celebración es la romería a la Ermita de La Soledad, allí donde debió haberse firmado el documento que reproducimos y que por su aspecto parece de inicios del siglo XVIII. Quizá alguno de nuestros ancestros se sintió atraído por la Cofradía y acarició en sus manos este papel cuyos blancos tenía que rellenar con su nombre, el de los santos de su devoción, y luego fecharlo y rubricarlo. No lo hizo. El papel quedó olvidado en un arca que por casualidad hoy hemos abierto. Un pequeño misterio entre tantos. Como decía la buena de Dorotea en el capítulo 30 de la primera parte del Quijote: «Todo es milagro y misterio el discurso de mi vida».
Pero el legajo, además, guarda un impreso curioso. Se trata de una «Carta de Esclavitud» o declaración de ingreso en la Cofradía de los Esclavos de la Virgen. Aún hoy, en ese hermoso pueblo de Canales, en el que solo quedan unos 80 habitantes censados, se celebran fiestas a su patrona, la Virgen de la Soledad, el último sábado de agosto. El eje de la celebración es la romería a la Ermita de La Soledad, allí donde debió haberse firmado el documento que reproducimos y que por su aspecto parece de inicios del siglo XVIII. Quizá alguno de nuestros ancestros se sintió atraído por la Cofradía y acarició en sus manos este papel cuyos blancos tenía que rellenar con su nombre, el de los santos de su devoción, y luego fecharlo y rubricarlo. No lo hizo. El papel quedó olvidado en un arca que por casualidad hoy hemos abierto. Un pequeño misterio entre tantos. Como decía la buena de Dorotea en el capítulo 30 de la primera parte del Quijote: «Todo es milagro y misterio el discurso de mi vida».