Nuestro amigo Két Sheng nos ha mostrado en los días pasados el hermoso camino que lleva desde una canción tradicional húngara, El gallo está cantando, hasta la canción sefardí Los bilbilicos cantan, a través de la bendición judía Tzur mi-shelo. Allí recordaba Két Sheng que, aparte del gallo, también el ruiseñor aparece como heraldo del amanecer y símbolo de las expectativas de la llegada del Mesías salvador en la tradición hebraica. «No podemos cerrar con más belleza el círculo de nuestro recorrido que exponiendo esta intrincada red de relaciones entre la canción hasídica húngara, la canción amorosa sefardí y el piadoso poema litúrgico judío», escribía al final de su ensayo.
Pero el círculo no está cerrado del todo. El ruiseñor como símbolo del alma que anhela al Salvador es algo bien conocido en la tradición cristiana medieval. Y su desarrollo tiene una historia tan larga y trabada que hace muy posible que la canción sefardí extrajera de ahí el motivo. Sigue siendo muy útil visitar, al respecto, aquel artículo de Mª Rosa Lida de Malkiel —que, por cierto, era judía— «El ruiseñor de las Geórgicas y su influencia en la lírica española de la Edad de Oro» (en La tradición clásica en España, Barcelona, 1975).
Los bestiarios medievales aún no reflejan este sentido alegórico. Como leemos en la página sobre el «ruiseñor» del magnífico Bestiario Medieval, solo se registran tres rasgos del ave. Plinio les da la información de que los ruiseñores empiezan a cantar en la primavera, cuando reverdecen los árboles (la calandria y el ruiseñor dialogan en el famoso romance castellano del ballestero «cuando los trigos encañan / y están los campos en flor»). Empieza entonces una verdadera competición de canto donde los perdedores pagarán con su vida el esfuerzo. San Isidoro de Sevilla en sus tan geniales como fantasiosas etimologías, hace derivar a la luscinia de lucis (luz), porque es ave que nos trae la luz de la mañana con su canto. Y por fin —aunque el Bestiario Medieval no menciona su fuente— San Ambrosio acuña la difundida parábola que compara al ruiseñor empollando los huevos y manteniéndose despierto con su propio canto, con la pobre viuda que cuida a sus hijos día y noche.
El misticismo franciscano del siglo XIII dio un nuevo giro a la interpretación alegórica del ruiseñor. Aquella nueva religiosidad, que contrastaba con el cristianismo más racionalista anterior, enfatizaba la relación personal con Dios, promoviendo las emociones, la interiorización del sufrimiento de Cristo. Y encontró en el ruiseñor un inesperado aliado. Dulcius in solitis cantat philomela rubetis, en la soledad del bosque canta más dulce el ruiseñor, escribió el rudimentario Maximianus Etruscus, convirtiendo este verso en el lema de la nueva religiosidad introspectiva y al ruiseñor en el símbolo del alma que clama por el Salvador.
El misticismo del ruiseñor, que a lo largo del siglo XIII se iría enriqueciendo con varios motivos y que, a la vez, modularía numerosos versos de la poesía amorosa cortesana (apareciendo, incluso, en los goliardescos Carmina Burana), fue resumido por el arzobispo franciscano de Canterbury John Peckham en su elegante poema latino Philomena. Este poema se atribuyó a San Buenaventura y así se divulgó e influyó en toda Europa (fray Luis de Granada, por ejemplo, hizo una delicada traducción en prosa). En sus versos, el ruiseñor —presentado con las fórmulas típicas de la lírica trovadoresca provenzal— es símbolo del monje que canta sin cesar, igual que el ruiseñor de Ambrosio, y que practica la «meditación por la imagen» que desarrollaron los franciscanos y luego impulsarán los jesuitas: desde el crepúsculo hasta la salida del sol canta sobre Adán y los sufrimientos de la raza humana irredenta; desde el alba, sobre los acontecimientos de la vida de Cristo; desde las tres, sobre las escenas de la pasión y muerte, hasta que él mismo muere de pena y agotamiento a la caída del sol. Justo como el ruiseñor de Plinio.
Manuscrito de hacia 1330 de la Philomena de John Peckham conservado en la Glasgow
Library. En la inicial inferior “P(hilomena)” el ruiseñor y el monje meditan sobre las
escenas de la vida de Cristo representadas en la inicial superior “C(hristus)”:
su nacimiento e infancia, sus enseñanzas, María Magdalena lavando
su pies, sus sufrimientos y muerte en la cruz.
Library. En la inicial inferior “P(hilomena)” el ruiseñor y el monje meditan sobre las
escenas de la vida de Cristo representadas en la inicial superior “C(hristus)”:
su nacimiento e infancia, sus enseñanzas, María Magdalena lavando
su pies, sus sufrimientos y muerte en la cruz.
Este poema de Peckham / Buenaventura fue conocido por San Juan de la Cruz —puede que en la traducción en verso de Juan López de Úbeda—. Y San Juan elige todo el material simbólico del canto del ruiseñor para descargarlo justamente en el clímax final de su Cántico espiritual (luego solo queda la última estrofa donde se cierra el poema en un cierto anticlímax). El canto en que se agotaba el ruiseñor es ahora, por el contrario, en la sintética lira de San Juan, equivalente a una «llama que consume y no da pena». Todo está ahí: el cese de los anhelos, la «soledad sonora» de los primeros versos del poema que se hace aún más dulce en «el soto y su donaire» —un soto que ya no se transita «con presura»—, el musical anuncio de la salvación inminente y definitiva, la llegada a una realidad superior y luminosa, la entrega y el descanso final en una noche que es, a la vez, un nuevo y encendido día.
El aspirar del ayre,
el canto de la dulce filomena,
el soto y su donayre
en la noche serena,
con llama que consume y no da pena.
Pero ¿dónde ha quedado en nuestro recorrido anterior la tercera característica, la del ruiseñor como portador de la luz? La alegoría medieval no se había olvidado tampoco de ella. Plinio hablaba de la canción del ruiseñor entre los árboles que reverdecen. Y en la Edad Media despunta la idea de que el ruiseñor empieza a cantar en la noche de Pascua como un anuncio de la inminente resurrección de Cristo. Así se escribe en el Carmen Paschale, el Poema Pascual, de Sedulius Schottus. Y, de hecho, la canción del ruiseñor aún resuena en la liturgia nocturna del Sábado Santo, en la secuencia del Salve festa dies de Venantius Fortunatus, donde el Resucitado trae la luz al mundo que revive y retoña.el canto de la dulce filomena,
el soto y su donayre
en la noche serena,
con llama que consume y no da pena.
Y aquí llegamos a la fiesta de hoy. Deseamos un muy feliz día de Pascua a todos nuestros lectores.
Canto del ruiseñor (3'15"), extraído de aquí. Otra versión se encuentra aquí (buscar „fülemüle”).