Antes de llegar a Mut, el centro más poblado del Oasis de Dakhla, en el Desierto Occidental de Egipto, está la pequeña joya medieval de Al-Qasr. Se extiende entre la vegetación fresca que crece a sus pies, al sur, y la delicada muralla de acantilados blancos y rosados que la protege por el norte, circundando gran parte del oasis. Los muros de adobe han perdido casi todo el revoque de yeso y la policromía que los cubrió, pero los vestigios que todavía aguantan hablan de un pasado rico, con comercio, escuelas, vida. La madera trabajada de los dinteles de las puertas y el recogimiento de los patios, cuentan una historia que trasciende el origen romano militar para alcanzar luego el rango de centro cultural en el periodo otomano (1516-1798). Por supuesto, aquí y allá, restos de piedras con jeroglíficos de antiguos templos, ya ilocalizables. Se producía aceite, se exportaba maíz y dátiles; trabajaban carpinteros y herreros. En los últimos años se ha ido despoblando. Aunque hay algún programa estatal de mantenimiento y grupos dispersos de albañiles apuntalan los muros o simplemente se protegen del sol, al-Qsar a duras penas sobrevivirá a este abandono. Al turismo, con todas sus contradicciones, espera hoy vender su alma para salvar el cuerpo (¿o es al revés?).
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