«Estamos en 1920. Salamon Tannenbaum toma asiento en la Posada del Emperador de Austria, cuyo nombre cambió hace dos años pero a la que ningún cliente, tampoco Salamon Tannenbaum, llama Posada de los Tres Ciervos, según mandan las ordenanzas municipales. Es más, cuando Salamon lanza su gorra desde un extremo a otro de la habitación y siempre acierta a colgarla en el perchero, exclama: ¡Moni ha llegado a El Emperador de Austria! Y el coro de borrachines allí presentes responde así: ¡Que el buen Dios le otorgue larga vida!»
Miljenko Jergović: Ruta Tannenbaum
En Sarajevo, que —salvo unos años terribles— ha sido respetado por la historia y donde los estratos del tiempo se han acumulado como la hojarasca quieta de un bosque, desde los pequeños cementerios turcos y las cornisas Art Nouveau hasta los edificios cubistas, se encuentra junto al bazar Baščaršija, en la calle Brodac, donde el fundador de la ciudad, Beg Isa Ishaković en 1460 erigió su primer monasterio de derviches, una pequeña planta baja con tres puertas. No se sabe cuánto lleva cerrada. Tal vez sea una de las que Ozren Kebo describe en su Sarajevo za početnike (Sarajevo para principiantes), que trata del asedio de 1992-1996:
«El primer abril en guerra estuvo marcado por un gran éxodo. Los más avisados escaparon atemorizados. Los menos prudentes no supieron reconocer el miedo. La ciudad estaba paralizándose. En Baščaršija dos tiendas aún vendían el burek, comida tradicional, una čevapčiči, y tan solo quedaban dos pastelerías. Cada mañana aparecía una más con un candado en la puerta. Solo habían pasado dos semanas desde que se oyeron los primeros disparos y nadie imaginaba qué clase de hambruna se nos venía encima.»
Esta tienda, sin embargo, no tiene candado. Su persiana solo está medio bajada, quizá no hubo tiempo para más al salir corriendo. Por ello la inscripción oxidada de la cerradura es visible aún con claridad.
Ya escribimos sobre la la imperial y real fábrica de persianas Paschka, de la isla de Csepel, al sur de Budapest, cuyos productos todavía se encuentran delimitando la frontera de la antigua Monarquía. Después de cien años de destrucción, se ven en Lemberg y Košice, Bačka y Böhmerwald. Y, como podemos comprobar, también en Bosnia, puesta bajo protección austro-húngara en el Congreso de Berlín de 1878. Pasaron guerras y asedios, ustashas y chetniks vinieron y marcharon pero la marca del cerrajero del emperador de Austria, junto a los habitantes de la ciudad, permanece.