14 septiembre, 2009

Terra Sancta


La Biblioteca de la Catedral de Kalocsa guarda un curioso libro... Así planeaba empezar esta entrada pero, pensándolo bien, así podría empezar mil páginas distintas sobre la Biblioteca de Kalocsa. La magia de las viejas bibliotecas eclesiásticas, justamente, es que esconden cantidad de libros raros, documentos personales, legajos nunca estudiados, fondos intactos. No suele ocurrir lo mismo con las bibliotecas estatales, normalmente reubicadas, recatalogadas y reordenadas muchas veces. Cuando uno se sumerge en una de aquellas bibliotecas puede sentir durante días una suerte de feliz emoción por el cercano descubrimiento, similar a la de los humanistas del Renacimiento italiano cuando soplaban el polvo de las estanterías en busca de autores clásicos. Y en muchos casos el hallazgo tiene lugar.


El libro del que hablo es un diario alemán manuscrito en el que un tal Konrad Beck registró los acontecimientos de su peregrinación a Tierra Santa en 1483. El manuscrito de tan solo 36 hojas estuvo perdido en el interior de una encuadernacion enorme, de cuero hermosamente trabajado, sobrepujado, pintado, con hierros y cierres de metal. Estaba allí como un cachorrillo dentro del abrigo de piel que le sobra. Da la impresión como si el autor hubiera elegido esa gran cubierta para llevar consigo durante el viaje e ir añadiéndole hojas a medida que las escribía. Pero no es así. La encuadernación es posterior, del siglo XVII. Fue entonces cuando uno de los últimos descendientes del autor colocó el diario de su antepasado, conservado como preciosa reliquia, dentro de la encuadernación de un libro cuyas páginas se habrían vuelto prescindibles.



Y el elemento más peculiar del libro está en el envés de su cubierta anterior. Aquí, alguien colocó una ventanita adhiriendo dos hojas de papel, como en algunos cuentos infantiles o en las cajas de algunas golosinas.


Al abrir la ventana, en el pequeño nicho tallado en la madera de la tapa, protegido por una placa de cristal de moscovia, se descubre un extraño mechón de pelo negro envuelto en papel. Una inscripción alemana de difícil lectura anuncia que se trata de Cůnrat becken bart von Iherusalem anno 1483º, es decir, «la barba de Konrad Beck, de Jerusalén, 1483». Esta es la razón por la que los bibliotecarios llamaron a este libro el «Bart-Codex», el «Códice barba» ya en el siglo XIX.


Una aclaración sobre esta inusual reliquia de Tierra Santa se lee varias páginas adelante, en una hoja suelta escrita en latín e insertada entre los folios por un descendiente de Konrad Beck a mediados del siglo XVII. El mismo que encuadernó el diario de su muy querido tatarabuelo peregrino en esta cubierta reciclada.


Illustris Generosus et magnificus vir Dominus Joannes Truchses de Waldburg Junior deuota peregrinatione 1483. XII. Julij Hierosolymam venit. Et secum habuit Cunradum Beck de mengen Joannis fil[ium], Petrum coquum de Waldst et Vlricum pictorem familiares et famulos suos. Cunradus Beck totam peregrinationem breuiter descripsit, et barbam suam nescio an voto aut deuotione aut alia de causa abscissam in complicatam chartam condidit et inter alias e terra sancta adnectas res diligenter asseruauit, cum inscriptione proprij chyrographi: Cuenrat Becken part von Jerusalem 1483. – Hieronijmus Beck a Leopoldstorf Marci fil[ius] aui sui Itinerarium sua manu scriptum in librum hunc conligare fecit, illiusque Barbam huc reposuit, et in rei memoriam M. H. scripsit.

El ilustre, generoso y magnífico Lord Johann Truchess von Waldburg, el Joven, llegó en su pío peregrinaje a Jerusalén el 12 de julio de 1483. Iba acompañado de Konrad Beck de Mengen, hijo de Johann, del cocinero Pedro y del pintor Ulrich, todos ellos sus criados y domésticos. Konrad Beck hizo un breve relato de toda la peregrinación, y se cortó la barba —no se sabe si por un voto, por piedad o por cualquier otro motivo— y, envolviéndola en u papel, la mantuvo siempre junto con las otras cosas que trajo de Tierra Santa. Escribió de su puño y letra en el papel: La barba de Cuenrat Beck de Jerusalén, 1483. – Jeremías Beck, hijo de Markus de Leopoldsdorf ordenó que el Itinerario escrito por su antepasado de su propia mano, se encuadernara en esta cubierta, en la cual también guardó su barba, y para memoria de todo esto escribió la presente nota
.

Es cuanto sabemos de la procedencia de esta barba. Incluso Felix Fabri solo puede especificar que Ulrich no era un pintor sino un comerciante que en uno de sus viajes de negocios fue condenado a galeras por los sarracenos y así acompañó luego al Conde de Waldburg en calidad de experto intérprete. Los detalles extravagantes que adornan la historia de la barba en el poema del popular poeta jesuita del siglo XIX Kálmán Rosty publicado el 22 de noviembre de 1883 en el diario de provincias Kalocsai Néplap son completamente apócrifos. El benévolo lector me excusará —y si conociera el contenido seguro que hasta me lo agradecería— que no traduzca aquí los joviales versos.


El viaje descrito en este diario es uno de los importantes en la historia de las peregrinaciones a Tierra Santa, pues al menos seis de sus participantes mantuvieron un diario, y dos de ellos, los itinerarios del dominico Félix Fabri, de Ulm, y de Bernhard von Breidenbach, de Mainz, se convirtieron en las guías más populares de Tierra Santa, y se leyeron y tradujeron hasta el siglo XIX.



El conde Johann Truchess von Waldburg (†1511) fue cabeza de una de las familias aristocráticas más distinguidas del Imperio Germánico. La familia obtuvo el título de Truchess, es decir, Mayordomo Imperial, en 1170, y sus miembros desempeñaron los oficios más destacados del imperio durante siglos. Johann —apodado «el Joven» para distinguirlo de su tío contemporáneo (†1504)— fue consejero de Segismundo, Archiduque de Austria, mientras que su sobrino, Otto, Cardenal de Augsburgo, consejero del Emperador Carlos V —y protagonista de una popular serie de tv, Los Tudor— fue uno de los más firmes promotores de la Reforma Católica en el siglo XVI. La sede familiar, el castillo de Waldburg, al norte del Lago Boden, era el lugar oficial de conservación de la insignia imperial. Su escudo de armas —como los del abuelo y el padre de Johann, Wilhelm y Georg, que se ven arriba— muestra tres leones negros rampantes (o, según otras descripciones, leopardos). Un escudo similar vemos en la encuadernación del manuscrito de Beck, cosa nada sorprendente si pensamos que los Beck pertenecían a la casa de los Waldberg, aunque estas figuras recuerdan más a galgos que a leopardos.


No sabemos qué impulsó a Johann von Waldburg a su peregrinación, pero pudo influir en ello algún tipo de crisis personal. El año precedente había tomado posesión de la herencia y cargos de su difunto padre, y ya en la primavera de 1483 se mostraba reacio a participar en la Dieta Imperial. Rogó a su señor, el Archiduque Segismundo que le excusara, pero sin éxito. Y poco después solicitó al Archiduque permiso para ausentarse junto con tres de sus consejeros, Johann Werner von Zimmern, Heinrich von Stoffeln y Bär (Ursus) von Hohenrechberg, con el pretexto de peregrinar a Tierra Santa. Fabri, en la lista de peregrinos, comenta que «fue como un padre de todos los antedichos, y todos ellos recibieron de él el impulso que los movió a la peregrinación», y anota tan solo que era «de caracter respetable y elevado, serio y dedicado profundamente a la salvación de su alma».

Joseph Vochezer en su monumental monografía (1900) sobre la familia Waldburg, en las págs., 393-396 del vol. II, da una detallada cronología del viaje. Apunta que el conde Waldburg ante todo buscó un guía adecuado, y le recomendaron llevar consigo al dominico Felix Fabri, del Monasterio de Ulm.

Fabri, hijo de un herrero de Zurich, parece haber sido un personaje infatigable y extrovertido a quien encantaba viajar. Desde 1467 organizó viajes a lugares cada vez más lejanos: Aachen, Nuremberg, Roma, Venecia y en 1480 a Palestina. Pero no bien había regresado de allá cuando fue «presa de un ardiente deseo» de volver a visitar de nuevo los santos lugares. Muchos viajeros se identificarán con este autoanálisis notablemente preciso:

Pues yo no quedé en absoluto satisfecho con mi primera peregrinación, por haber sido extremadamente corta y apresurada, y corrimos alrededor de los santos lugares sin poder comprender ni sentir lo que eran. Además de esto, no fuimos autorizados a visitar algunos de los santos lugares, tanto dentro como fuera de Jerusalén, ni se nos concedió pasear por el Monte de los Olivos y sus lugares sagrados más que una vez; y solo visitamos Belén y Betania una vez, y aún esto en la oscuridad. Así que tras volver a Ulm y al empezar a pensar en el Santo Sepulcro de nuestro Señor, y en el pesebre en el que yació, y en la ciudad santa de Jerusalén y las montañas que hay alrededor, la apariencia, forma y disposición de estos y otros santos lugares escapaban de mi mente, y la Tierra Santa y Jerusalén con sus santos lugares se me aparecían envueltos en una oscura niebla, casi como si los vislumbrara en sueños. Y tenía la impresión de saber aún menos de aquellos santos lugares que antes de haberlos visitado. De ahí, solía ser presa de un ardiente deseo de volver y probar la verdad de esto.

Su superior en Ulm, no obstante, estaba feliz de tener de nuevo al activo monje en el monasterio y no tenía ninguna intención de dejarlo marchar de nuevo. Pero Fabri movió los hilos a su favor. Durante el capítulo de la orden en Nuremberg, consiguió secretamente el permiso del superior de Roma, y también arregló con el baile general de Ulm, Konrad Lochner, que si éste oía de algún aristócrata que estuviera en trámites de peregrinar a Tierra Santa, le recomendaría para acompañarle como capellán. Así es como el conde Waldburg supo del monje. Fue a buscarle personalmente al monasterio, pero el superior pidió algún tiempo para considerar el asunto. Waldburg, sin dudarlo, fue al Consejo de la ciudad para que convocaran al superior y doblegaran su voluntad. Ocurrió así y Fabri se puso felizmente a disposición del conde y sus acompañantes. Los guió a través de las maravillas de Tierra Santa y, en el otoño, cuando preparaban el camino de vuelta, optó por continuar solo (una vez obtenida tanto la libertad como el dinero del generoso conde) para visitar el monasterio de su patrona, Santa Catalina de Alejandría, en Egipto. Y luego fue también a ver las pirámides, y vio hipopótamos, cocodrilos y jirafas; y cuando finalmente regresó a Ulm dio una descripción detallada de todo ello.

Las maravillas de Tierra Santa de la edición de Breidenbach, Mainz, 1486: Estos animales
fueron fielmente pintados tal y como los vimos en Tierra Santa.
De arriba a abajo:
Jirafa. Cocodrilo. Cabra india. Unicornio. Camello. Salamandra
El nombre de este no es conocido.


A pesar de que el itinerario de Fabri se hizo muy popular, tuvo que pasar por toda una serie de vicisitudes complicadas, al igual que el propio autor. Su manuscrito autógrafo en latín se custodia en la biblioteca de la ciudad de Ulm, pero el texto latino no se publicaría por primera vez hasta 1843. La sección sobre Tierra Santa fue traducida al inglés en 1896 por Aubrey Stewart (su nombre significa lo mismo que en alemán Truchsess) a cargo de la Sociedad de Textos de Peregrinos a Palestina, y puede encontrarse en Internet en la excelente colección Travelling to Jerusalem de la Universidad de Colorado. Pero la aventura egipcia hasta hoy solo puede leerse en latín. Un cómodo resumen en alemán del texto latino vio la luz en fecha tan temprana como el siglo XV, y fue divulgado por la imprenta en 1557.

Una tempranísima versión manuscrita, probablemente pre-1490, del texto alemán se conserva también en la Biblioteca de la Catedral de Kalocsa. Sin embargo, con sus 132 folios de escritura apretada es mucho más extenso que el resto de manuscritos o impresos alemanes. Al no haber sido nunca cotejado ni con la edición alemana ni con el texto latino, es muy posible que sea de hecho más completo que los otros textos alemanes. Su tamaño y temprana manufactura alimentan secretamente nuestra esperanza de que este manuscrito, comprado probablemente por el Arzobispo Ádám Patachich (†1784) junto con el Códex Beck, sea el original alemán del texto latino de Fabri. Acariciemos este sueño al menos hasta empezar el cotejo.

Nave en construcción en las atarazanas de Venecia. De la edición de Breidenbach, Mainz, 1486.

Entre los participantes en la peregrinación, Fabri recuerda también a Konrad Beck, un vir honestus et providus civis de Merengen qui Dominorum provisor fuit et procurator, un honesto y probo ciudadano de Mengen que se encargó de las provisiones de los señores. Fabri también recuerda una costumbre de los peregrinos que puede arrojar luz sobre los orígenes de la barba conservada como reliquia:

Así, desde hoy [día de la partida] en adelante dejo que me crezca la barba, y adorno mi gorra y mi escapulario con cruces rojas, y acojo todos los demás signos externos de esta santa peregrinación, como es mi derecho. Son cinco las señales exteriores del peregrino, a saber, una cruz roja en una larga túnica gris, con la capucha de monje cosida a la túnica —a menos que el peregrino pertenezca a alguna orden que no le permita llevar túnica gris. La segunda es una gorra gris o negra, marcada también con una cruz roja. La tercera es una barba larga que crece en un rostro serio y pálido a causa de los trabajos y peligros, porque en todo lugar, hasta los paganos, cuando viajan dejan crecer su barba y cabellos hasta que vuelven a casa; y esto, dicen, fue hecho primero por Osiris, un rey muy antiguo de Egipto, que fue adorado como un dios y que viajó por todo el mundo. La cuarta es la alforja al hombro, con las escuetas provisiones, una sola botella, sin lujo, sino sencillamente para las necesidades de la vida. La quinta, que el peregrino incorpora solo en Tierra Santa, es un asno con un guía sarraceno en lugar de su anterior compañía.

Sarracenos en Tierra Santa. Una de las mujeres lleva un burka. De la edición de Breidenbach, Augsburgo, 1488.

El tercer cronista de la peregrinación, también mencionado por Fabri, fue Bernhard von Breidenbach, un canónigo de Mainz, que acompañaba al conde Johannes von Solms, de Hessen. Se sumó a la compañía de Waldburg en Venecia junto a otros peregrinos, incluyendo cuatro húngaros: Johannes archidiaconus, Matheus canonicus, Oschwaldus plebanus y Petrus von Ethews ein Burger. Breidenbach, pues, visitó y describió los mismos lugares que Fabri y Beck, pero ya con una idea de negocio empresarial en la cabeza. En la primavera del año siguiente, 1484, el conde Count Ludwig von Hanau-Lichtenberg visitó los santos lugares con una guía compilada por él. Y dos años después, en 1486 Erhard Reuwich de Mainz publicó el libro en latín y alemán, ilustrado con sus propias xilografías que luego serían reutilizadas para la gran Crónica del Mundo de Schedel. Una copia de la edición de la guía de Breidenbach, de Augsburgo, 1488, también se conserva en la Biblioteca de la Catedral de Kalocsa.

Cuando noventa y nueve años después de la peregrinación, en 1582, la tumba de Breidenbach (†1497) fue abierta, su cuerpo se halló intacto gracias —dicen sus contemporáneos— a que en su viaje oriental tomó la precaución de traer consigo las mejores especias para el embalsamamiento. Y su rostro, aunque en vida limpiamente afeitado, como atestigua su estatua en la Catedral de Mainz, estaba cubierto de una prolixa ac ruffa barba, una barba abundante y rojiza, demostrando así que hasta en la muerte fue un peregrino ilustre.

Iglesia del Santo Sepulcro, en la edición de Breidenbach de Mainz, 1486.

En Studiolum tenemos previsto publicar durante los próximos meses el facsímil del Bart Codex, con la transcripción del texto alemán y resúmenes de su contenido en inglés, español y húngaro. Anotaremos también lo que vieron Fabri y Breidenbach en los mismos lugares, y cotejaremos otras guías, así como las descripciones antiguas y modernas de los santos lugares. Aunque esta peregrinación virtual no nos concederá indulgencia alguna, por lo menos evocaremos algo de aquella región que un tiempo fue, a la vez, el centro del mundo y el maravilloso oriente de la Edad Media. Venid con nosotros.

25 agosto, 2009

Noratus


Después de ver la destrucción del cementerio armenio de Julfa, iremos a otro cementerio armenio. Pero este ha sobrevivido desde la Edad Media.


Las fotos están tomadas principalmente de Julia y Vitaly Hachatryan (ved más abajo).



Noratus —así es como se transcribe el armenio Նորադուզ pero se suele escribir también Noraduz, quizá porque así se pronuncia en el lugar— es un pueblo de unos mil habitantes, en Armenia, en la orilla occidental del lago Sevan. El cementerio ocupa siete hectáreas en el extremo del pueblo que mira al lago, es el mayor cementerio medieval armenio con algo menos de mil lápidas talladas.




Es un cementerio muy poco conocido, no solo en el exterior, sino también por los propios armenios. Hairenik, autor de un blog (en inglés) de Yerevan, donde escribe con regularidad acerca de sus exploraciones, no tenía noticias de él hasta que acompañó allí a un fotógrafo extranjero.




Con todo, a veces los fotógrafos van a su encuentro. En Internet hay imágenes esparcidas aquí y allá, pero es sorprendente la diferencia que puede haber entre foto y foto, entre ojo y ojo. Y pocos fotógrafos han reproducido toda la fascinación real de este lugar. Dos de ellos, Vitaly Hachatryan y Julia lo han conseguido de una manera soberbia. Estas imágenes son en su mayoría suyas.




Las mil lápidas del cementerio fueron labradas entre los siglos IX y XVII, y abarcan la historia completa de las khachkars, «cruces de piedra», desde las más sencillas tallas rústicas hasta verdaderas obras maestras de complicada e infinita tracería realizadas durante su época de esplendor, en los siglos XIII y XIV. Uno tiene la sensación de pasear por un museo al aire libre. Y desde este punto de vista éste es mucho más completo que el desaparecido cementerio de Julfa. Las casi diez mil lápidas de Julfa fueron erigidas a partir del boom de la ciudad, en el siglo XIV y hasta su despoblación en 1604. En Noratus, en cambio, se colocaron sin interrupción desde los tiempos en que el rey Ashot I, unificador de Armenia tras la invasión árabe, plantó el año 879 la primera khachkar en memoria de su esposa.




Con todo, la historia de las khachkars se remonta a a tiempos muy anteriores. La cruz con hojas ha sido un motivo favorito del cristianismo siríaco desde siglos. Era la «cruz nestoriana» llevada por los avispados mercaderes y misioneros sirios no solo a los armenios, sino también a China y al sur de la India. Es casi sobrecogedor —más tarde escribiremos sobre esto— ver estas cruces de mil seiscientos años de antigüedad en medio de la jungla de Kerala, adonde fueron llevadas desde la frontera armeno-siria por los antepasados de la todavía hoy floreciente comunidad cristiana siríaca. Pero el hecho de que tales cruces con hojas se convirtieran en estelas monumentales al aire libre en Armenia se debió, según la bibliografía consultada, a la existencia de la antigua tradición local de las «piedras vishap», estelas en forma de dragón o pez que se erigían en las riberas de ríos y lagos en honor de Astghik, diosa de la fertilidad. Estas columnas tradicionales, al cristianizarse con el motivo de la cruz, prdujeron el motivo más peculiar del arte medieval armenio. Su desarrollo se vería también influido por la confesión monofisita del cristianismo armenio, que enfatiza la naturaleza divina de Cristo, y así representaban la cruz sin el cuerpo, sobre el disco del sol, disolviendo su materialidad en un infinito tapiz y elevándose a un plano trascendental.




En Noratus, al lado de las khachkars hay también muestras de otro tipo de losas funerales armenias, estelas yacentes que representan elaboradas escenas de la vida de los difuntos: un guerrero volviendo de la batalla con su botín, un caballero tocando el laúd, una ceremonia nupcial, un artesano en su taller.







Las estelas se alinean en la árida llanura, codo a codo como soldados en formación. Esta imagen ya avivó el ingenio de los armenios medievales. Una leyenda local cuenta que cuando el ejército de Timur Lenk invadió Armenia, los habitantes de Noratus colocaron cascos en lo alto de las lápidas y apoyaron en ellas sus espadas. Lograron así amedrentar al enemigo, que se retiró al divisar la imponente armada que les aguardaba sobre la colina




Pero esta leyenda probablemente no expresa más que un pío deseo. El ejército de Timur Lenk visitó Noratus y no se retiró sin ganancia. Destruyeron la fortaleza del siglo IX y la iglesia de Astvatsatsin, de la Virgen con el Niño, en medio del pueblo. Aún pueden verse las ruinas.


La presencia de un cementerio tan rico, así como de una gran iglesia y una fortaleza en la frontera de la Armenia medieval es sorprendente en sí misma. Pero aún choca más que en la frontera sur del pueblo también hubiera un monasterio del siglo IX dedicado al apóstol de los armenios, Gregorio el Iluminador, cuya iglesia ha sobrevivido hasta hoy. Y al norte del pueblo, a orillas del Sevan, aún resiste el monumental monasterio de Hayravank, rodeado de unas cuantas khachkars más.


Plano de Noratus y Hayravank, de armenica.org. La cruz roja indica el emplazamiento del cementerio. La ciudad de Gavar (orignalmente, Nueva Bayazit) fue fundada solo en 1830 por aquellos treinta mil armenios que huyeron de los turcos siguiendo la retirada del ejército ruso desde la ciudad de Bayazit (hoy Doğubayazit) en la frontera turco-persa. Antes de todo esto, Noratus era probablemente el centro de la región.




A la vista de estos monumentos, uno casi siente la necesidad de sustentarlos en una historia que esté a su altura. Pero no es el caso. Como ocurre, por ejemplo, con los mayores monumentos románicos de Hungría, las iglesias de Ják o Lébény que están en pueblos alejados del discurrir de la «gran historia», de igual modo muchos de los más hermosos monumentos de la arquitectura armenia se construyeron aparte de los núcleos principales. Las razones son bastante parecidas. Los siglos IX y X fueron un período en el que Armenia estuvo momentáneamente libre de invasiones bizantinas o árabes, y su desarrollo tanto político como económico pudo iniciarse bajo la dinastía Bagratuni —pero, a la vez, la dinastía no era lo bastante fuerte como para limitar el poder de los señores locales—. Este difícil equilibrio favoreció el establecimiento de un buen número de espléndidos centros, una gran parte de los cuales —o cuando menos sus iglesias— han sobrevivido hasta ahora. La orilla oeste del Sevan era el centro de la rama occidental de los príncipes de Syunik. Este principado, dividido en una compleja red de bifurcaciones —un estudio en ruso se puede leer aquí—, junto con el fuerte Reino de Vaspurakan, permaneció más o menos independiente del Reino Bagratuni, hasta que en el siglo XI Bizancio y más tarde el sultanato Seljuk los ocuparon a todos.


La Armenia medieval, que abraza los «tres mares armenios», los lagos de Van, Sevan y Urumieh, con el autónomo Reino de Vaspurakan al sur y el Principado de Syunik al este. Aquí hay una versión más detallada del mapa de Richard Hovannisian The Armenian people. (La frontera occidental de la Armenia moderna es aproximadamante la línea que une Dvin y Ani.)


Los principados armenios de Syunik y Artsakh (éste conocido más tarde fuera de Armenia como Karabaj) al principio de la recuperación de Armenia en el siglo IX.


El lago Sevan visto desde el Monasterio de Sevan, construido en el siglo IX por Mariam, hija del unificador de Armenia, el rey Ashot I Bagratuni, y esposa de un príncipe Syunik, en la frontera de los dos reinos, en la isla del norte del lago.


Este vídeo (de menos de dos minutos) lo hemos encontrado en un sitio armenio. Un guía, claramente del lugar, presenta el cementerio. Habla armenio, sin subtítulos, pero merece escucharse solo por la música del idioma. Y también porque se parece mucho a aquellos guías locales de otros tiempos —maestros de escuela, sacristanes, gente más o menos letrada— que hasta hace unos veinte años aún ofrecían sus servicios en los monumentos de los pueblos de Transilvania o Bohemia. En general, toda esta región, esta peculiar constelación de desolación, riqueza y destrucción una vez tras otra, nos trae recuerdos de Transilvania.

Entre las tumbas pacen las ovejas, juegan los niños, las ancianas hilan la lana y ofrecen al viajero los calcetines de punto que han tejido allí mismo. Las escenas del pasado y el presente también se enredan en el mismo huso.