28 diciembre, 2010

Al-Qasr

 Antes de llegar a Mut, el centro más poblado del Oasis de Dakhla, en el Desierto Occidental de Egipto, está la pequeña joya medieval de Al-Qasr. Se extiende entre la vegetación fresca que crece a sus pies, al sur, y la delicada muralla de acantilados blancos y rosados que la protege por el norte, circundando gran parte del oasis. Los muros de adobe han perdido casi todo el revoque de yeso y la policromía que los cubrió, pero los vestigios que todavía aguantan hablan de un pasado rico, con comercio, escuelas, vida. La madera trabajada de los dinteles de las puertas y el recogimiento de los patios, cuentan una historia que trasciende el origen romano militar para alcanzar luego el rango de centro cultural en el periodo otomano (1516-1798). Por supuesto, aquí y allá, restos de piedras con jeroglíficos de antiguos templos, ya ilocalizables. Se producía aceite, se exportaba maíz y dátiles; trabajaban carpinteros y herreros. En los últimos años se ha ido despoblando. Aunque hay algún programa estatal de mantenimiento y grupos dispersos de albañiles apuntalan los muros o simplemente se protegen del sol, al-Qsar a duras penas sobrevivirá a este abandono. Al turismo, con todas sus contradicciones, espera hoy vender su alma para salvar el cuerpo (¿o es al revés?).

Ampliad las fotos para ver los detalles.

25 noviembre, 2010

Abracadabra

La etimología de este ensalmo que abre puertas y revela secretos  indescifrables, al menos en los cuentos fantásticos, es tan incierta como sujeta a numerosas interpretaciones y teorías. Sándor Kégl añadió una hipótesis más que encontramos en su correspondencia y que prueba que, a causa de su excepcional dominio de diversas lenguas orientales, se le consultaba a menudo sobre problemas etimológicos. El 17 de marzo de 1916 respondió a un académico desconocido con esta carta.


Muy respetado colega.
El significado de la palabra ‘abracadabra’ es oscuro. La mayoría de lexicógrafos la consideran una palabra incomprensible y mística. En modo alguno deriva del persa antigio. Más probablemente es de origen egipcio, con el sentido de ‘palabra santa’, un compuesto de ‘abrak’ y ‘dabra’. אַבְרֵ i.e. abork: wirf dich nieder (Gesenius Hebräisches und Chaldäisches Handwörterbuch Leipzig 1883 p. 9). Dabra, en mi humilde opinión no puede ser otra cosa que dabrah, plural dabroth, palabra proveniente de la raíz hebrea דָבָר dabar. (Ibid., p. 12)


La primera parte es un préstamo egipcio, mientras que la segunda parte es semítica. Es, así, una palabra o dicción que nos sorprende. Es difícil decidir si no se trata de un simple derivado del griego Abraxas, compuesto de letras cuyo valor numérico da el número de días del año. Su interpretación, querido colega, de que d'abra es un genitivo plural, en mi modesto punto de vista, no se sostiene, porque ni el antiguo persa, ni el árabe tienen tal genitivo plural. El turco ارباچی arbadshi o ارپه چی arpadshi ‘magía’ es un


préstamo mongol ارباق «hechizo, recitado para curar enfermedades, encantar una serpiente», (cf. Redhouse A Turkish and English Lexicon Constantinopla 1890 59 l). ارپه چی de Zenker, el oráculo que predice el futuro con granos de cebada debe ser una etimología popular de esta palabra (Zenker Türck.-Arabisch-Pers. Handwörterbuch Leipzig 1866 p. 24). No tengo noticia de ninguna palabra iraní ni árabe ‘awarak’. Cualquiera que sea el significado de esta voz, no podrá ser deducido con éxito del árabe o iraní, al menos en mi opinión.

Cordialmente suyo
Dr. Sándor Kégl

Esta curiosa consulta lexicográfica nos ha traído de inmediato a la memoria otra parecida, hecha por el gran lexicógrafo español Samuel Gili Gaya en una carta familiar nuestra que publicamos hace tiempo. Era sobre las palabras 'coruja' y 'sorguina'. Por si habéis llegado ahora a esta mesa revuelta, la podéis leer aquí.

Pero ahora principalmente queremos lanzar un sonoro abracadabra para anunciar la inauguración, la semana que viene, el día 1 de diciembre, de la web que presenta el legado de Kégl guardado en la Colección Oriental de la Academia Húngara de Ciencias. El acto se celebrará en la sede de la Academia. Todos nuestros lectores están por supuesto invitados. El póster y la invitación al evento pueden descargarse en pdf. Pasad el ratón sobre la foto para leer el programa en inglés. Después de la presentación, esta web será accesible en kegl.mtak.hu.

23 noviembre, 2010

«How deep is the ocean»

Hemos leído de un tirón las 448 páginas de Leviathan, or The Whale (Londres: Fourth Estate, 2009), escrito por Philip Hoare, un autor cuya trayectoria biográfica no dejaba adivinar que fuera a publicar un libro como este. Pero lo cierto es que Hoare guardaba una obsesión por las ballenas y una lectura tan profunda de Moby Dick que acabó sacando un texto escrito a la vez como confesión, como enciclopedia ballenera particular, como ejercicio de crítica literaria y casi como un intento de definirse a sí mismo. Su afán de comprensión de las ballenas nos recuerda aquella máxima de George Bernard Shaw: «el hombre es civilizado en la medida en que es capaz de comprender a un gato». Cuánto más humano será, pensamos ahora nosotros, si es capaz de comprender a las ballenas. El libro ganó el año pasado el «Samuel Johnson Prize for Non-Fiction» que convoca anualmente la BBC.
El título disyuntivo, Leviatán, o la ballena, parece remitir a los dos aspectos que el hombre ha visto en el animal siempre que se le ha acercado: un monstruo tan temible como desconocido, o un puro objeto comercial.  Pero la mirada de Hoare ofrece siempre un ángulo muy equilibrado, sin aspavientos sentimentales ni cuando ilumina con toda crudeza (no podría ser de otra forma a estas alturas) la triste relación del hombre con la naturaleza, y especialmente con el mar. Hay una curiosa mezcla de ecuanimidad valorativa y apasionamiento obsesivo, íntimo, en el discurso de Hoare, cuya persecución de la ballena le ha llevado a vivir en los viejos puertos balleneros, a recorrer los lugares históricos y, finalmente, a colaborar de manera activa con diversos grupos que documentan y divulgan cuanto se sabe de estos seres y su entorno.
Quizá el capítulo que nos ha dado una información más sugerente es el IV, titulado «Una promulgación asquerosa», que esboza la relación entre la caza de ballenas y el problema del esclavismo en Estados Unidos. No por casualidad, en New Bedford, junto al mayor tesoro de su museo ballenero, una réplica a escala 1:2 de un barco de caza, cuelga en la pared un retrato fotográfico de Frederick Douglass, impulsor de una campaña sin precedentes para abolir la esclavitud en esta ciudad: fue el primer hombre negro de América que se opuso públicamente al esclavismo.
En los siglos XVIII y XIX la caza de ballenas y la esclavitud coexistieron como dos industrias transoceánicas muy lucrativas y, mientras los balleneros se camuflaban como barcos de guerra para ahuyentar a los piratas (y a veces ellos mismos albergaban a esclavos fugitivos), los barcos dedicados a la trata de esclavos que intentaban evadir los bloqueos de la Unión durante la Guerra de Secesión intentaban hacerse pasar por balleneros. No fue una coincidencia que en 1850, cuando Melville empezó a escribir Moby Dick, el debate sobre la esclavitud estuviera llegando al momento decisivo. Las presiones que al final desgarrarían a toda una nación le dieron también al libro de Melville su fuerza simbólica» (Leviatán, o la ballena, p. 130; trad. de Joan Eloi Roca).
Siguiendo esta intuición, podemos concluir que la gran ballena blanca tiene también carácter de monstruo político. No al modo hobbesiano, sino al más divulgado y popular que se desarrolló en los siglos XVI a XVIII y que últimamente se ha estudiado con cierta profusión (poned la palabra «monstruos» en esta caja de búsquedas). Se trata del monstruo generado por el miedo a lo irremediablemente ajeno, el espanto por lo que no nos podemos incorporar ni acabar nunca de entender y que ni matándolo se borrará de nuestras pesadillas.

Elena del Río Parra publicó en 2003 un estudio ya clásico: Una era de monstruos. Representaciones de lo deforme en el Siglo de Oro español (Madrid/Frankfurt: Iberoamericana-Vervuert).  «Desde finales del siglo XVI —dice— el ser monstruoso deja progresivamente de ser sólo sinónimo de presagio para convertirse en un objeto con funciones abiertas ... Durante gran parte del siglo XVI se sanciona una lectura unívoca que ve en los seres monstruosos una fuente de malos augurios como función fija y definida. A medida que avanza el siglo XVII, estas manifestaciones van perdiendo la lectura exclusiva con lo que, para no desaparecer, deben reinsertarse en diferentes ámbitos del conocimiento. La creencia en el ser deforme como mal agüero comienza a debilitarse en algunos espacios, mientras que en otros sigue muy viva, en parte porque interesa seguir alimentándola.  El monstruo es, por tanto, un ejemplo para comprender el proceso de introducción de nuevas formas de pensamiento en España, así como el mecanismo de funcionamiento por el que un hecho real se adapta y convierte en mercancía y en forma artística.» (p. 20) Algo así habría ocurrido con la bestia protagonista de Melville, aunque doscientos años después del fenómeno hispánico. 

Con todo, el monstruo como mala señal o mal agüero —sinónimo del «prodigio» medieval— sigue vivo aún en el ilustrado siglo XVIII, en fecha tan tardía como 1727. Así lo demuestra este bicho de aquí abajo (que Elena del Río Parra no menciona) y cuya historia pudimos leer en la Biblioteca Nacional de Lisboa, hace ya muchos años, cuando su director era el malogrado João Palma-Ferreira. El texto de esta relación adopta la forma de una carta en la que un amigo relata a otro un acontecimiento de 1726: un monstruo de quince palmos de altura salió de los bosques de Anatolia. Aparte de los rasgos que se ven bien en la imagen, se nos dice que tenía un solo hueso horizontal en lugar de dientes y que era asexuado. Las cabezas de ave que emergen de sus hombros son águilas. Y al respirar, su pecho, en el que se observa la figura de una cruz, se iluminaba. Fue capturado y llevado ante el sultán de Constantinopla. No comía y no hablaba. Un ermitaño advirtió que era una señal obvia de que los turcos, por su tibia observancia del Islam, pronto iban a ser derrotados por los cristianos. Los turcos se apresuraron a matar al monstruo y negaron acto seguido su existencia para no dar aliento a los enemigos. Por supuesto, su frente en forma de media luna y su pecho con la cruz luminosa no dejan lugar a dudas acerca de su condición de monstruo político-religioso. Las águilas que se miran una a otra, cercan a los otomanos como el imperio germánico y el ruso, unidos, por una vez, frente al enemigo común.

Este relato, cargado de detalles que intentan dotarlo de verosimilitud, aún en el siglo de las luces quería pasar por hecho verdaderamente acontecido. No son los monstruos quienes provocan miedo, es el miedo quien engendra a los monstruos.

Emblema vivente, ou notícia de hum portentoso monstro, que da Província de Anatólia foy mandado ao Sultão dos Turcos. Com a sua figura, copiada do retrato, que delle mandou
fazer o Biglerbey de Amafia, recebida de Alepo, em huma carta escrita pelo mesmo
autor da que se imprimio o anno passado. Lisboa Occidental, Na Officina de
Pedro Ferreira. Anno de M.DCC.XXVII

20 noviembre, 2010

Yo no lo he dicho

Miniatura de Jaime I tocando el arpa, obra de Domingo Crespí. Llibre de privilegis de Alzira
(conocido erróneamente como Aureum opes), confeccionado a fines del siglo XIV

Según leemos en algunos conocidos repertorios que recogen clichés narrativos populares relacionados con la política imperante, vemos que en la llamada Europa del Este se reavivó un tipo de chiste cuyo mecanismo ingenioso debe ser tan antiguo como la propia habla.

Esta es una versión rumana:
Estamos en octubre de 1944 en Bucarest. Un hombre se acerca, muy alterado, hasta la comisaría de policía para hacer una denuncia:
—¡Dos soldados suizos han entrado en mi casa! Han robado todo lo que han podido cargar y han violado a mi mujer y a mi hija.
—¿Pero qué dice, buen hombre? ¿Soldados suizos? No hay ni un solo soldado suizo en Rumanía.
—Le digo que eran soldados suizos, ¡si lo sabré yo!
—A ver, piénselo bien… debían ser soldados rusos.
—¡Usted lo ha dicho, señor, no yo!
(Banc, C. y Alan Dundes, First Prize: Fifteen Years! An Annonatetd Collection of Romanian Political Jokes, Londres - Toronto: Associated University Presses, 1986)
Y esta es una versión checa:
Pepik llega corriendo por la calle hasta un policía y le dice muy alterado:
—¡Un soldado suizo me ha robado mi reloj ruso!
El policía le corrige amablemente:
—Usted seguramente quiere decir que un soldado ruso le ha robado su reloj suizo.
—Bueno, esto lo ha dicho usted, no yo, señor policía.
(Köhler-Zülch, «Der politische Wilz und seine erzählforscherischen Implikationen», en Medien popularer Kultur, Frankfurt - Nueva York: Campus Verlag, 1995)
Entrada del rey a caballo en la ciudad de Valencia, ya rendida. Murales del Castillo de Alcañiz

Ambos chistes repiten un esquema narrativo de transmisión oral («usted lo ha dicho, no yo») estudiado por Theodor Zachariae en 1915: «Ihr sagt es, nicht ich!», Zeitschrift für Volkskunde 25 (402-408). Tanto los chistes, como los cuentos populares que se transmiten oralmente comparten la característica de tener, casi siempre, protagonistas anónimos y evitan las localizaciones temporales y espaciales muy concretas. Pero hay excepciones, y algunas épocas y ciertos personajes generan sus propias series de anécdotas chistosas que van modulándose y desarrollándose de boca en boca. Los personajes históricos extraordinarios también pueden asumir esquemas que en su origen nacieron con personajes anónimos.

El chiste que acabamos de mencionar va aplicado a la ocupación soviética, pero Zachariae encontró una variante con protagonista conocido en Persia: el Sha Abbas I (1557-1629), gran mecenas, modernizador y revitalizador del país tras derrotar a uzbekos, otomanos y portugueses y recordado por todo ello con mucho cariño. Otra, más moderna, se encuentra aplicada a Federico II de Prusia, El Grande (Berlín 1712 - Potsdam 1786), igualmente querido y valorado por sus súbditos hasta convertirse en una figura inmensamente popular. Incluso el admirado rey Matías Corvino de Hungría (1440-1490) gran impulsador del humanismo y la cultura en el país, responsable de un auténtico Renacimiento húngaro y fundador de una imponente biblioteca, ha visto aplicado a su persona el esquema de cuento popular «usted lo ha dicho, no yo».

Probable retrato de Jaime I. Miniatura del Vidal mayor, compilación del Fuero de Aragón
redactada por el obispo de Huesca, Vidal de Canellas entre 1247 y 1252.
La miniatura está en la versión en castellano (c. 1300).

Estos casos que acabamos de enumerar son algo diferentes al chiste rápido que hemos anotado al principio. Para no repetirlo, vamos a contar uno aplicado al rey más querido en Mallorca, Jaime I «el Conquistador» (1208-1276), rey de Aragón, de Mallorca y de Valencia, conde de Barcelona y de Urgell y señor de Montpellier, casado en segundas nupcias con Violante de Hungría, con quien tuvo ocho hijos.

Jaime I presidiendo las cortes celebradas en Tortosa en 1225 (Llibre Verd de Barcelona)

Parece la coronación de la Virgen, pero es Jaime I en una miniatura del Llibre de franqueses i
privilegis del Regne de Mallorca
. El rey recibe el código de manos de un prelado. Abajo
aparece un monje en su scriptorium, seguramente el autor del códice. Archivo
del Reino de Mallorca. Dentro de unas semanas la Universidad de las Islas
Baleares, en coedición con el editor Olañeta, publicarán un volumen
con el texto de este libro junto a una colección de estudios

Jaime I con sus consejeros, entre ellos un obispo. Miniatura del manuscrito de los Usatges
de Barcelona
, del s. XV. Archivo del Concejo de Lérida

Vemos al rey con fray Miquel Fabra. Éste, durante el asedio de Jaime I a Medina Mayurqa,
junto con otro predicador, fray Berenguer de Castellbisbal, futuro obispo de Gerona
(a quien el rey luego haría cortar la lengua presuntamente por haber revelado
un secreto de confesión), arengaban y bendecían a las tropas

Juramento de fidelidad de los vasallos a Jaime I. Miniatura del Llibre verd de Barcelona, s. XIV

El cuento se recoge en las recopilaciones de Joan Amades (1950) y Francesc Gascón (1999), y en el volumen 23 de las Rondalles mallorquines d’en Jordi des Recó (1936-72) que hizo Antoni Mª Alcover, esta es la que vamos a reproducir, aunque –a diferencia de las otras– no menciona explícitamente el nombre de Jaime I. Lleva el título de «Es cavall del rei» (el caballo del rey). La traducimos del original catalán:
Esto era un rey que tenía un caballo al que quería mucho. El caballo cayó enfermo y el rey llamó al veterinario para que le dijera si la dolencia que sufría se podría curar. El veterinario lo examinó bien y luego dijo que no tenía cura. Entonces, el rey se afligió mucho y ordenó a los criados que llevaran al caballo a la orilla del mar y que hicieran cuanto fuera posible para sanarlo. Y les avisó de que a quien le trajera la nueva de que el caballo había muerto, lo haría colgar inmediatamente. Al cabo de dos días, el caballo murió y, mientras los criados deliberaban sobre cómo hacer para darle la noticia al rey, vieron pasar a un tonto que era capaz de cualquier cosa, y le dijeron:
—¿Quieres llevarle una noticia al rey?
Y él respondió:
—¿Y qué me daréis a cambio?
Los criados le prometieron mil libras y le dijeron de qué se trataba. El tonto estuvo de acuerdo, fue a ver al rey y le dijo:
—¿Sabes aquel caballo que enviaste a la orilla del mar por ver si allí lo curaban? Pues no come.
—¿Cómo puede ser eso? —respondió el rey.
—Sí. Y tampoco bebe.
—Qué me dices…
—Ni mea.
—Esto no puede ser…
—Ni caga, ni respira…
—Entonces está muerto —dijo el rey.
—Eres tú quien lo ha dicho —respondió el tonto—, no yo.
Y dio media vuelta y se fue a ver a los criados, que le dieron mil libras.
Y allí quedó el rey, chasqueado.
La sangrienta Batalla de El Puig, durante la conquista de Valencia. Tras el rey, que atraviesa
con la lanza la adarga y el tórax de un enemigo, San Jorge clava
la espada en la cara de otro musulmán

Diferencias entre el armamento y la forma de batallar entre moros y cristianos. Retablo de san Jorge, de Jérica, obra del círculo de Marçal de Sax, c. 1420

Quien quiera más detalles sobre esta «rondalla» mallorquina y sobre muchas otras tradiciones populares relacionadas con la figura del rey Jaime I «el Conquistador» puede leer el volumen coordinado por Carme Oriol y Emili Samper, El rei Jaume I en l’imaginari popular i en la literatura, Tarragona: Universitat Rovira i Virgili - Universitat de les Illes Balears, 2010.

Cimera del casal de Barcelona, dicha de Martín el Humano, que se conserva en la armería del
Palacio Real de Madrid. Se identificó después con Jaime I. Esta en concreto data del siglo
XV y procede de Mallorca, donde, como cuenta Antoni Furió «se utilizaba en la Fiesta
del Estandarte, que conmemora la conquista de la ciudad. En 1831 fue reclamada
por la monarquía española y desde entonces se encuentra en Madrid. A pesar
de las peticiones continuas para que sea devuelta a la isla, hasta ahora
sólo se ha logrado que la Real Armería enviara una copia, de
bastante mala calidad, en 1994, que se expone en dicha
Fiesta del Estandarte —31 de diciembre—» (El rey
conquistador. Jaime I: entre la historia y la
leyenda
, Castellón, Universidad
Jaime I, 2007, p. 124)

13 noviembre, 2010

La piedra del fin del mundo

En todas las ocasiones en que vamos a Galicia nos admira el granito de los edificios, la solidez de la piedra áspera que, cortada a grandes bloques, da una sensación de peso y aposentamiento eterno a las construcciones y los pavimentos. El moho que la recubre, bajo la lluvia incesante, acentúa la idea de que esos muros brotaron de la tierra en el principio de los tiempos, y que ahí permanecerán, bajo la misma lluvia, después del Juicio Final. En Mallorca, en cambio, los bloques de marés de las casas tradicionales, lábiles como la arena, se deshacen al pasarles la mano.

Sobre estas piedras gallegas queda el registro humano, como en la Pedra da Serpe, en Corme. Al granito que guardaba la memoria de un viejo culto a la serpiente le colocaron esta cruz cristiana. Por lo que sabemos, el relieve con la serpiente ha de ser de época romana o, incluso, medieval, y se encuentran otros similares en la costa atlántica del norte de la Península Ibérica, los más abstractos se remontan a la época megalítica. En la foto de arriba leemos: «Cuenta la leyenda que fue San Adrián, patrón de esta parroquia, quien libró a esta tierra de una plaga de serpientes al patear fuertemente con el pie en el suelo y hacerlas desaparecer a todas, quedando encantadas debajo de esta piedra. Dicen que en la playa próxima a la Ermita aún se ven los tocones de los árboles, entre la arena, de la antigua y rica villa de Valverde, quemada por los romanos para ahuyentar a las serpientes». La cruz es relativamente moderna, pues la antigua se destruyó. La serpiente grabada en esta roca es alada, cosa poco habitual en la iconografía occidental.

Aeropuerto de Lavacolla, Santiago de Compostela

Ayer anduvimos por los tejados de la catedral de Santiago de Compostela. Llovió sin parar y soplaba un fuerte viento mientras ya empezaba a anochecer.


En este pequeño recinto, antiguamente situado en la plaza, los peregrinos quemaban las ropas
con las que habían llegado a Compostela, despojándose así de la vida pasada y
purificándose de los pecados para afrontar una nueva vida. No se sabe
por qué razón este crematorio fue trasladado sobre los tejados de
la catedral, otros quedaron abajo

En efecto, esto es lo que parece. En los mismos tejados de la catedral, una muestra del humor escatológico
que animaba de vez en cuando a los canteros y escultores medievales.
Finis Terrae

El botafumeiro preparado para incensar al acabar la misa. Las proporciones de la iglesia
lo hacen parecer aquí menor de lo que es en realidad. Si alguien
está interesado en encargar su vuelo, debe pagar 300 euros

06 noviembre, 2010

Esclavos del momento

Miguel Casasola en el cuarto oscuro de su estudio en la Ciudad de México, 1925. Obsérvese la pistola al cinto

El mexicano Agustín Víctor Casasola, con la ayuda intermitente de su hermano Miguel, empezó a recoger, al filo de 1900, uno de los archivos fotográficos más relevantes para la historia de un país. Sin embargo, el reconocimiento internacional de esas casi 500.000 fotos no ha corrido parejas con su importancia. Nacido en 1874 y criado en los años del gobierno de Porfirio Díaz, Agustín Casasola fue testigo directísimo de todas las convulsiones que dieron lugar al México moderno, y respiró como nadie el aire de un país y una ciudad que evolucionó durante el primer tercio del siglo XX a un ritmo desbocado.

Durante el gobierno de Porfirio Díaz la ciudad se llena de restaurantes lujosos donde la aristocracia tiene acceso a productos europeos y de los Estados Unidos. En las pulquerías se bebe el espeso pulque destilado del magüey. El Vaseo, un pulquería del centro

Abandonó pronto la inicial profesión de tipógrafo por la de reportero «cazanoticias» y, en cuanto cayó en sus manos una máquina de fotografiar (parece que eso fue en 1902), ya no pararía de perseguir imágenes, de revelar el flujo de la historia y —según sus palabras— convertirse en un «esclavo del momento».

Pulquería en Tacubaya. La represión y métodos violentos de Díaz eran especialmente notables en los pueblos

Porfirio Díaz había llegado al poder con un golpe en 1876, presentándose como el único ser  humano capaz de poner orden en un país violento y caótico desde que se separó de España en 1821. Desde entonces, habían ocupado el palacio presidencial más de cincuenta gobiernos, algunos casi de opereta, como los once de Santa Anna. México era, además, un país humillado por la pérdida de la mitad del territorio nacional a manos de Estados Unidos (1846-1848) y por la delirante imposición francesa del duque Maximiliano en el trono de un supuesto imperio mexicano (siempre recordaremos la extraordinaria novela de Fernando del Paso, Noticias del Imperio, 1987, que recrea esos años).

El porfiriato quería crear una élite científica e intelectual. Un grupo de políticos y astrónomos analizan los rayos solares desde la azotea del Palacio Nacional, 1912

El porfiriato en el que se crio Agustín Casasola supuso una fuerte entrada de capital extranjero y, a la vez, el crecimiento insoportable de las desigualdades sociales. La injusticia se silenciaba por medio de la fuerza, aplacando con brutalidad extrema cualquier protesta (reforzó a Los Rurales, una policía semimilitar que se encargó de perseguir tanto a los bandidos que proliferaban por el país como a quienes protestaban contra el orden establecido), pactando con los caciques, desarrollando enormemente la burocracia, y también por medio del control de los medios de comunicación escrita. No por azar, William Randolph Hearst poseía en México un rancho del tamaño inimaginable de 2.500.000 acres. A la vez que creaba una estructura de comunicaciones moderna, un sistema hidráulico, etc., Porfirio Díaz enajenaba el país: Estados Unidos tenía dos tercios de la red de ferrocarriles. El 1% de la población poseía el 80% de la tierra. Con todo, la ciudad de Mexico vivía en un cierto espejismo de prosperidad fomentado por los periódicos que solo daban las buenas noticias de la clase media urbana y de los habitantes de los barrios ricos. En esos diarios colaboraban inicialmente los hermanos Casasola. Su prestigio como fotógrafos fue creciendo y pronto Agustín creó una de las primeras agencias de fotografía, la Agencia de Información Gráfica, donde llegaron a colaborar hasta 480 fotógrafos. Su lema era: «Tengo o hago la foto que usted necesite».

Entrada triunfal de una tropa maderista en un pueblo, 1911

Alegría general por la caída de Porfirio Díaz, preludio de muchos años de sangre. El empleado ferroviario de la esquina inferior derecha parece preverlo

En efecto, México entero está en ese archivo. El 20 de noviembre de 1910 empieza el tiroteo. El moderado Francisco Madero, algo ingenuo e idealista para la tarea que iba a acometer, expulsa a Porfirio Díaz, pero apenas se mantuvo dos años en el poder, hasta que lo mandó fusilar su amigo Victoriano Huerta. Siguieron diez días de baño de sangre en la capital, la llamada «decena trágica». La Revolución se extiende luego por todo el territorio con aquellas complicaciones infinitas en su interior y entre sus líderes que conducirán a una cifra de más de un millón de muertos para un total de quince millones de habitantes. Frente a las cámaras de los Casasola desfilan Venustiano Carranza, Álvaro Obregón, Pancho Villa, Emiliano Zapata... Al principio estaban más o menos unidos para derrocar a Huerta, se dedicarán luego a pelear entre ellos. Pero también coloca Casasola ante su lente a los ciudadanos anónimos que andan por la calle, en cualquiera de los bandos. La prensa de todo el mundo le pide fotos a él como testigo fiable de los hechos. Pero mientras México empezaba a sosegarse algo, Europa se metía en la carnicería de la I Gran Guerra. México estaba destrozado pero el mundo tenía ahora otras preocupaciones.

El fenómeno, tan peculiar de la Revolución mexicana, de las soldaderas. Su papel
trasciende la imagen de «adelitas» que se ha creado con el tiempo. Algo
publicamos ya sobre el tema alrededor
de la historia del corrido mexicano

Soldaderas

Algunas soldaderas fueron simplemente soldados

A esta mujer la apodaban La Destroyer. Ayudaba a bien morir a los caídos en la batalla, ca. 1915

Soldaderas a pie, al lado de una tropa zapatista, ca. 1914

Soldado del Ejército Constitucionalista, al mando de Venustiano Carranza. Luchaban
contra Huerta desde el norte del país. Emiliano Zapata dirigía
la rebelión del sur. Ca. 1914

Campesinos zapatistas que han entrado en la ciudad de México en diciembre de 1914. Desayunan en el famoso restaurante Sanborns, en el centro. Tuvieron el revolucionario detalle de pagar el desayuno

También Casasola es testigo de la recuperación mexicana y de la conversión de la ciudad de México en una gran metrópoli moderna. Así, la ciudad vuelve a ser el tema preferido. Unas calles que se inundan del tráfico incontrolado de coches (20.000 automóviles por 500.000 habitantes en 1925). Hay paz, y con la paz cierta prosperidad solo amenazada por la inmigración del campo a la ciudad. La cámara de los Casasola explora ahora también la noche, se detiene en las comisarías y los juzgados, en los teatros, cabarets y rings de lucha libre, en los callejones mal iluminados.

La paz trae la proliferación de todo tipo de oficios. Globero (y la sombra del fotógrafo)

Industrias, comercios y pequeños talleres, como esta vidriería, van llenando la ciudad. Ca. 1910

Carnicería. CIudad de México, ca. 1928

Orquesta formada por ciegos. Ciudad de México, ca. 1910

Luchadores aficionados. En México, la afición a la lucha es muy popular desde estos años. Ciudad de México, ca. 1925

Los vendedores de periódicos, llamados «voceadores», recogen la mercancía para venderla por las calles. Véase el titular del diario El Demócrata: «El canto de la ciudad alegre». Ca. 1925

Muchos niños siguen trabajando duro en Ciudad de México. Eran conocidos
como «mecapaleros» por el tipo de faja con dos cuerdas y una cinta para
la frente con la que cargaban los bultos

Diego Rivera, el pintor, encabeza la comitiva fúnebre por el asesinado Antonio Mella, muerto cuando se dirigía a su casa con Tina Modotti, que fue acusada como principal sospechosa, aunque la intervención de Rivera la exculpó y se cargó el crimen al dictador cubano Gerardo Machado. Tina Modotti acabó en España como agitadora estalinista y volvió a México para morir en un taxi en 1942. Los años 20 fueron en México de cierta bohemia y glamour revolucionario. 1929

La vida nocturna mexicana tenía su expresión en los teatros Colón, Principal, Arbeu, María Guerrero y Esperanza Iris. CIudad de México, ca. 1925

Una pareja que ha cambiado sus vestidos amanece en la comisaría de policía y es objeto de las burlas. Ciudad de México, ca. 1935

Delincuente detenido con el arma del crimen y conducido a los calabozos.
Ciudad de México, ca. 1935

Aquí el arma es un cuchillo ensangrentado. Cárcel de Belén (antes convento y hospital), ca. 1935

Jóvenes noctámbulos. Ciudad de México, ca. 1935

Pareja de ladrones en el juzgado. Ciudad de México, ca. 1935

Pareja de jóvenes acusados a la espera de juicio. Ciudad de México, ca. 1935

La prostitución se tolera ambiguamente en ciertos barrios de la ciudad. Ca. 1935

Mujer acusada de prostitución. Ciudad de México, ca. 1935

Estudio fisionómico del delincuente en el Laboratorio de Criminalística e Identificación.
Ciudad de México, ca. 1935

Investigadores en casa de La Cinta Aznar, asesinada por Gallegos. Uno de los crímenes más
sonados de la época. Ciudad de México, ca. 1920

Mujer acusada de brujería. CIudad de México, ca. 1935

El juez Schultz escucha una declaración durante un juicio. Ciudad de México, ca. 1935

Agustín Casasola —que sin duda estaba al tanto de la evolución del arte fotográfico y tuvo que conocer también el uso combativo de la fotografía desde los ejemplos de Eugene Atget en el París de 1895, o de Jacob Riis con su How Other Half Lives (1890) en Nueva York— nunca sostuvo que su trabajo fuera arte ni tuviera algún valor de intervención social. Era la vida en el instante en que cruzaba delante de su cámara... y también un modo de ganarse él la vida. Hay que decir que la  fotografía artística mexicana tiene excelentes autores desde sus orígenes hasta hoy: vimos hace poco una gran exposición restrospectiva de Graciela Itúrbide y pudimos comprobar también su fuerte deuda con el documentalismo propio del fondo Casasola.

La vida en el campo mexicano, marcada por la dureza y el abandono. Tlachiquero extrayendo aguamiel. México D.F., ca. 1910

Mecapalero con su carga en el campo


 
Lila Downs: «El relámpago», del disco La cantina.