20 septiembre, 2009

Nomen Erasmi

Pero ¿por qué justamente Erasmo?

Erasmo no era Lutero ni Calvino. Era un sacerdote católico que nunca abandonó su vocación, que condenó las enseñanzas de Lutero, escribió espejos espirituales para parejas cristianas, viudas y caballeros, y que en los últimos años de su vida, cuando Basilea, el agitado centro del humanismo alemán, se hizo protestante, emigró de allí hacia la provinciana pero católica Friburgo, pues, según sus palabras, no podía vivir sin la eucaristía. ¿Por qué, entonces, el Índice expurgatorio ordenó eliminar solo su nombre?

El Index librorum prohibitorum romano, la lista de los libros prohibidos, se publicó por primera vez en 1559 a instancias del Papa Pío IV. Su aparición se debía no solo a la insistencia y la exigencia del papa más conservador del siglo, que también quiso suprimir a la Compañía de Jesús por su «excesivo liberalismo», sino también al giro que había experimentado la relación entre política y religión, iglesia y reforma, desde 1550. Por entonces, hacia la muerte de Carlos V, era ya claro que la Reforma amenazaba la unidad y la gobernabilidad del Imperio. La «herejía» se había convertido en un problema político. Empezaba un proceso de cristalización, llamado «confesionalización» por los historiadores modernos, que a fines del siglo partió Europa en confesiones religiosas y estados nítidamente demarcados por su pertenencia a una confesión u otra, sentando las bases del conflicto global —de hecho, la primera guerra mundial— que recorrió todo el siglo siguiente.

Mientras que, al principio, uno podía ser buen católico y simpatizar a la vez con las nuevas enseñanzas, desde 1550 en adelante a todos se les exigió sin sombra de ambigüedad un compromiso con una u otra confesión. Y el poder político consideraba más peligrosos no a quienes estaban claramente en el otro lado, sino a aquellos que —como los «belgas» de los chistes flamenco-valones— intentaban mantener una ficción de unidad, de diálogo y de equilibrio racional de los argumentos. Y este movimiento, llamado «irenismo» (de la palabra griega εἰρήνη, «paz»), tuvo en Erasmo a su progenitor y piedra de toque.

El Index romano. Portada interior de la edición de 1758El Index romano. Portada interior de la edición de 1758.

En 1559 hacía veintitrés años que Erasmo había muerto, pero la popularidad de sus obras iba en aumento y se iba difundiendo en traducciones que llegaban más allá de los círculos humanistas. Pío IV decidió poner fin de golpe a esta situación incluyendo todas las obras de Erasmo en el Index romano: Desiderius Erasmus Roterodamus cum vniuersis Commentarijs, Annotationibus, Scholijs, Dialogis, Epistolis, Censuris, Versionibus, Libris, & scriptis suis, etiam si nil penitus contra Religionem, vel de Religione contineant. – «Todas las obras de Desiderio Erasmo de Rotterdam junto con todos sus comentarios, notas, tratados, diálogos, cartas versiones, libros y escritos, incluso si no contienen nada contra o acerca de la religión». Desde entonces, el único país en que podían leerse sus obras fue España, donde Felipe II, en su deseo de controlar a un papa profundamente anti-hispano, se arrogó el derecho de publicar un Index propio, muchó más moderado que el romano. El humanista aragonés Lorenzo Palmireno (1524-1579) no encontraba bastantes palabras para expresar su gratitud:

Dios conceda una larga vida al Gran Inquisidor pues él ha sido mucho más generoso con los hombres de entendimiento que el Papa. Porque si él aparta de nosotros los Adagia de Erasmo, como el Papa hizo en su catálogo, ciertamente digo que sudaríamos sangre y agua.

La Locura. Dibujo marginal hecho por Hans Holbein en la primera edición del Elogio de la Locura de Erasmo, 1515.La Locura. Dibujo marginal hecho por Hans Holbein en la primera edición del
Elogio de la Locura de Erasmo, 1515.

La severidad del Index romano no pudo sostenerse mucho tiempo. Pocos años después de la muerte del Papa, en 1564 el Concilio de Trento promulgó una versión más moderada que liberaba varias obras de Erasmo. A continuación, la Congregación papal del Index, establecida en 1571, introducía la nueva categoría de «libros limpios». Las especificaciones publicadas regularmente por la Congregación definían en detalle las partes de los libros que debían «expurgarse» de modo que su lectura fuera aceptada. Esta especificación fue el Index expurgatorius, al que nuestro gorgojo hizo referencia en las guardas de los Emblemata de Alciato, purificados del nombre de Erasmo en 1618.

Estudios de las manos de Erasmo por Hans Holbein, el Joven, 1523Estudios de las manos de Erasmo por Hans Holbein, el Joven, 1523. Holbein, al igual que Erasmo,
mantuvo una actitud que se pudo interpretar como ambigua en su definición confesional.
Lo hemos comentado en nuestra edición de los Retratos o Tablas de las Historias
del Testamento Viejo
, que se publicaron sin el nombre del artista

Entre las obras de Erasmo solo hubo una tratada en detalle en el Index expurgatorius: los Adagia. Las otras fueron o prohibidas o permitidas en su totalidad por el nuevo Index. Los Adagia, la monumental colección de antiguos proverbios griegos y latinos acompañados de comentarios tremendamente minuciosos, aparecía entonces como un libro que no era recomendable ni prohibir ni permitir. Esta obra, que en las intenciones del autor debía presentar el mundo clásico de una manera fácil y fluida, y con un estilo coloquial, se había convertido por entonces en un libro escolar indispensable.

Aquí se han quemado en casa muchas obras de Erasmo y specialmente dos o tres vezes los Adagios. Agora con la licencia avida del Alexandrino, se duda sí se podrían tornar a comprar los Adagios; y ya que fuesse lícito, si le parece cosa expediente hazerlo, porque estos lettores de casa dessean estos libros. – escribe Salmerón en 1560, desde el convento de los jesuitas en Nápoles, a su General Laínez.

De esta manera, la Comisión del Index del Concilio de Trento, ya en 1562 optó por el compromiso de encargar a Gaspare a Fosso, obispo de Reggio, y al impresor del Papa, Paolo Manuzio —nieto del gran Aldo Manuzio— una versión de los Adagia limpia de cuanto juzgaban contrario a la fe católica. La nueva versión se publicó en 1575, y desde entonces fue la única autorizada por Roma.

Edición «expurgada» de los Adagia. El nombre de Erasmo ha desaparecido del frontispicio, así como del mismo texto.Edición «expurgada» de los Adagia. El nombre de Erasmo ha desaparecido del frontispicio,
así como del mismo texto.

¿Qué era lo que aquellos censores juzgaban contrario a la fe católica?

Lo primero, el nombre de Erasmo. En aquel proceso de confesionalización, el nombre estaba tan marcado por sospechas de herejía y falta de fiabilidad que los editores consideraron mejor no cargar sobre los futuros estudiantes este peso. Para ello, además, tuvieron que transformar todas las sentencias de primera persona del singular en sentencias de primera persona del plural o en tercera persona pasiva del singular: por ejemplo, escribieron invenimus (encontramos), o invenitur (se ha encontrado) en lugar del habitual invenio (encuentro, hallo...) de Erasmo. De este modo, realmente estaban actuando con el mismo espíritu erasmiano, pues Erasmo veía los proverbios antiguos como fórmulas de sabiduría colectiva del pasado.

Omitieron todas las referencias a la Biblia y a los padres de la iglesia, fundamentalmente para separar tajantemente la esfera religiosa y la secular, aunque la mayoría de tales referencias no desprendían el más mínimo aroma a herejía. Por lo mismo, omitieron también todas las citas que comentaban el uso de proverbios en la Biblia: Los padres han comido uvas acerbas, y los hijos tienen dentera, o Tocamos para ti la flauta y no bailaste, cantamos endechas y no gemiste.

Eliminaron la mayoría de referencias que contuvieran agudezas políticas o digresiones de crítica social, y las menciones de autores, libros o personas contemporáneos, que tanto animaban el texto. De este modo, párrafos enteros o una de cada tres o cuatro frases de algunos artículos, como ocurre en Aut regem, aut fatuum nasci oportere (se nace rey o imbécil), y hasta artículos completos desaparecieron del libro.


Autorretrato de Erasmo
en los márgenes de sus
comentarios a San Jerónimo
Cualquier trabajo contiene errores. En éste quedaron referencias apuntando al vacío —a artículos eliminados por completo—, o lecturas apresuradas como la de clepsydra pestilentior (más pestilente que la clepsidra) en lugar de clepsidra perstillantior (más veloz que la caída del agua en la clepsidra). Sin duda, ello debía dar mucho qué pensar al lector católico, a quien no se le permitía cotejar las lecturas sospechosas con la edición original.

Es raro que en las investigaciones sobre Erasmo y su proceso de censura —por ejemplo el libro fundamental de Silvana Seidel-Menchi (1992)—, aunque se refieran a esta edición expurgada de los Adagia, nunca se hayan interesado a fondo en los diez mil cambios que hizo obligatoriamente la recepción católica y que la distancian tanto de la protestante. Una compulsa palabra por palabra del «texto católico» con el original y una lista detallada de las diferencias la elaboramos nosotros en Studiolum, en la primera edición digital de los Adagia que es, a la vez, la primera edición completa de esta obra desde la editio optima de Leiden 1703. Además del texto completo de Leiden, el cotejo con la «edición católica» y las notas del famoso impresor y filólogo francés Robert Estienne, publicadas inicialmente en 1563, incluimos también las traducciones contemporáneas de los Adagia. Así, por ejemplo, se encuentra aquí la curiosa traducción inglesa arcaica de Richard Tavernier (1539-1545), o la edición húngara de Johannes Decius Baronius, de 1598, donde los proverbios no van meramente traducidos sino sustituidos por sus equivalentes contemporáneos húngaros.

Erasmus: Adagia. Edición CD por Studiolum
Según los términos del Index expurgatorius, tras la salida de los Adagia expurgados en 1575 no solo la pertenencia de cualquier otra edición quedó prohibida, sino que los cambios debían incorporarse también a las ya existentes. Nuestro ejemplar de Alciato sufrió todos los rigores de este decreto. Ciertamente, los Emblemata no son lo mismo que los Adagia, pero tienen mucho que ver. Erasmo menciona a menudo con respeto a su amigo Alciato en los artículos de los Adagia, y en los emblemas de Alciato aparecen con frecuencia los adagios de Erasmo transformados en «proverbios en imágenes», como destaca Francisco Sánchez, el Brocense, en sus comentarios a lo largo de este libro. El desconocido censor ejecutó en él con toda exactitud aquello que ordenaba Roma para los Adagia: la eliminación del nombre de Erasmo. Es la prueba de un aspecto que la investigación sobre los emblemas ha notado relativamente tarde: que en el siglo XVI el género de los adagios y el de los emblemas se consideraban muy similares.

Esta censura, con todo, y aunque se cumpliera escrupulosamente, no valió el esfuerzo. Los contemporáneos sabían exactamente a quien tenían que agradecer que se hubiera abierto por primera vez una amplia ventana al mundo clásico. Y los países protestantes siguieron publicando los Adagia, e incluso ampliándolos con miles de proverbios nuevos. Los ejemplares de estas ediciones podían encontrarse también en las bibliotecas de muchos conventos y diócesis católicas, y realmente no se sometieron los libros a una expurgación absolutamente metódica. La existencia física de estos ejemplares demuestra lo que anunció John Colet, deán de la Catedral de San Pablo en Londres y amigo de Erasmo, ya a principios de la centuria:

Nomen Erasmi nunquam peribit–
El nombre de Erasmo nunca morirá

1 comentario:

Anonymous dijo...

Que la Iglesia católica haya prohibido la lectura de sus obras es una gloria más de Erasmo, la figura intelectual más extraordinaria del Renacimiento.

Ese texto me hizo recordar una anécdota auténtica ocurrida en mi ciudad en mediados del pasado siglo: Un grupo de jóvenes agnósticos e irreverentes publicaba allí un pequeño periódico muy crítico de la Iglesia. Algunos de los redactores fueron al final excomulgados por el arzobispo local. Uno de los redactores, que por alguna razón no había sido incluido en el paquete, sintiéndose injustamente discriminado y desmoralizado, en el siguiente número del periódico, imploraba contritamente: "Una excomunioncita para mi tambiém, por el amor de Dios".