03 agosto, 2010

Rabo de toro


Una capea con picadores es un espectáculo macabro;
pero con un poco de imaginación resulta lírico
(Eugenio Noel, Nervios de la raza, 1915)

El día 28 de julio pasado Cataluña se atrevió a prohibir algo tan tópicamente español como las corridas de toros. El nacionalismo españolista —siempre celosísimo de sus símbolos, aunque le perjudiquen— percibió esta decisión soberana del parlamento catalán casi como una agresión contra el estado, o al menos contra sus más profundos cimientos culturales, aprestándose a promover todo tipo de medidas que preserven para siempre, y en todo el territorio, la denominada «Fiesta nacional».


Es curioso que cuando Canarias tomó idéntica decisión, en 1991, no se armó el más mínimo revuelo y ese mismo españolismo no se sintió en absoluto herido, —«una rareza propia de los canarios», debieron pensar, sin darle mayor importancia. Con los catalanes, sin embargo, siempre llueve sobre mojado y todas las decisiones de su parlamento tienden a observarse con sospecha. Después de la bronca inacabable alrededor del nuevo Estatuto de Autonomía, que tanto ha irritado a los medios de comunicación centralistas, esta nueva polémica viene a ser, para estos medios, una prueba más de la quiebra del estado a la que estamos abocados por la debilidad del gobierno socialista y, sobre todo, una magnífica oportunidad para seguir caldeando los ánimos y vendiendo periódicos.


Por supuesto, una parte del nacionalismo catalán más independentista también ha visto aquí la ocasión de subrayar sus diferencias con España, pero debe quedar claro que han sido muy pocos quienes han seguido esta vía. Las corridas de toros en Cataluña no han sido nunca algo arraigado, por más que exista un grupo de aficionados vehementes y entusiastas. Y esta multiplicación desmedida de símbolos españoles ostentados en lo que, en definitiva, debería ser una mera fiesta popular (bandera, escudo, pasodobles, mantillas, peinetas… todo un completo imaginario ajeno al catalán) contiene para cualquier observador un germen que provoca a dar una respuesta.


En medio de todo este ruido político están los verdaderos promotores de la prohibición, las asociaciones que se oponen al maltrato de los animales. Pero sus razones, que en cualquier otro país del mundo suponemos que serían las principalmente debatidas, quedan aquí ahogadas bajo la confrontación ideológica, revelando, una vez más, qué frágil es la urdimbre de los viejos reinos de la Península Ibérica.


La crueldad de la corrida se ha rebajado mucho desde que, todavía a principios de siglo XX, el toro embestía, en la «suerte de varas», al caballo del picador completamente desprotegido, corneándole el abdomen y vaciándole los intestinos sobre la arena del coso. Había toros que mataban cinco, seis o hasta diez caballos, dejando la arena, y a todos los actores de la «fiesta», llenos de sangre e inmundicias. Nosotros hemos conocido a una venerable y piadosa ancianita que se quejaba amargamente de que le hubieran privado del bravo espectáculo, que tanto le gustaba en su juventud, de ver a los caballos agonizar pisándose las tripas.


Esta diversión sangrienta tiene innegable atractivo estético, ¿cómo no? Igual lo podrían tener muchas otras actividades violentas que se nos ocurren a poco que pongamos en marcha la imaginación. Y bastaría que se repitieran unas cuantas veces para que alguien las considerara tradiciones culturales irrenunciables. La ritualidad de cada momento de la corrida aísla, enfría y hace casi invisible a ojos del aficionado el acto que realmente está viendo: un ser humano entretiene a un público que se regodea en escarnecer y burlarse, hasta la muerte, de un ser inferior. Desde este ángulo, nuestra dignidad humana sale muy mal parada. No necesitamos, hoy en día, esta lección de superioridad sobre un animal, por muy fiero que éste sea. Ya no es catártica ni purificadora esta ceremonia de control y muerte ejercida sobre una fuerza de la naturaleza como es un toro bravo. Su estética, por más lentejuelas que se le añadan al «traje de luces» del torero, está definitivamente apagada, sumergida en la sociedad del siglo XXI, y es algo tan triste como la caza de una ballena por un buque ballenero, pero con el agravante de que aquí hay un público que vitorea la ridiculización del animal sacrificado. Y si la marca diferencial profunda es el riesgo real del torero jugándose la vida, más se multiplica aún el absurdo y la degradación moral del conjunto. Porque, en definitiva, lo que únicamente permanece es el negocio de unos cuantos, más la mirada anacrónica y un punto morbosa del espectador al que se permite —legalmente, reguladamente— el cosquilleo que provoca un espectáculo con sangre en directo.


En Mallorca la tradición torera es escasa. Con todo, el Coliseo Balear ha vivido épocas de bastante actividad. Este sábado dimos una vuelta a la plaza e hicimos estas fotos. No hay pintadas a favor ni en contra de los toros… Bueno, una sola, tímida, en la jamba de una entrada de servicio. No nos dejaron entrar porque estaban montando el escenario de un concierto de «The Cranberries». Mucho más que a los toros, el edificio proyectado por Gaspar Bennázar (a quien en Mallorca se le llegó a conocer como «el Arquitecto», por antonomasia), se dedica a conciertos, eventos deportivos o como plató de televisión para programas alemanes.


El aspecto más deplorable de la desaparición completa de la lidia sería la dificultad de encontrar carne de toro. No quisiéramos, por ejemplo, renunciar para siempre a saborear un buen estofado de rabo de toro. Pero que nadie se preocupe: China aparece en nuestro futuro para salvarnos de esta catástrofe. El 23 de octubre de 2004 se celebró en Shanghái la primera corrida de toros de Asia, y parece que allí se interesan cada vez más por las cosas de España. Sospechamos, no obstante, que en China aún no sabrán cómo prepararlo, así que para que se vaya difundiendo dejamos aquí nuestra propia receta de rabo de toro, tal como lo hemos cocinado muchas veces. Estos son los ingredientes:

La receta es de rabo de toro, pero puede hacerse también con uno de buey o vaca. Hay que cortarlo en rodajas correspondientes a las vértebras. Lo dejamos una noche en una cazuela cubierto con el vino (tanto mejor cuanto mejor sea el vino), las cebollas y la zanahoria, unos granos de pimienta negra y una hoja de laurel. Lo salpimentamos, lo enharinamos y freímos (no mucho, se trata de que se dore bien por fuera) en aceite de oliva muy caliente. Lo reservamos. En una cazuela pochamos la zanahoria y la cebolla con el ajo. Añadimos la salsa de tomate (hecha friendo suavemente tomates maduros en aceite de oliva con una pizca de azúcar y sal) y lo rehogamos todo un par de minutos. Echamos el vino tinto del adobo, añadimos un pellizco de canela y dejamos reducir. Añadimos el rabo que hemos frito, acabamos de cubrir, si hace falta, con agua y dejamos cocer lentamente cosa de hora y media. Trituramos la salsa, la colamos o la pasamos por un chino y la dejamos reducir un poco para que quede melosa. Ponemos el rabo en una fuente con la salsa por encima y lo adornamos con unas hojas de salvia o una ramita de romero. Podemos acompañarlo de patatas fritas o puré de patata.

2 comentarios:

Inoa Ferrer Reynés dijo...

Hola, estoy completamente de acuerdo con el escrito menos en una cosa. Hablas del toro como de un ser inferior ((...)"un ser humano entretiene a un público que se regodea en escarnecer y burlarse, hasta la muerte, de un ser inferior(...)). Es cierto que el toro no tiene las capacidades cognitivas de las personas, pero tampoco está en las mismas condiciones que el torero, es decir, éste usa armas y el toro no. En una entrevista decía Joaquín Sabina que una corrida de toros era un acontecimiento poético en tanto que el torero se medía ante el toro, pero no hay que olvidar que no se trata de una lucha cuerpo a cuerpo, sino de una lucha entre una persona armada y el cuerpo natural de un animal, que además no ha elegido por voluntad propia el ser partícipe de ese espectáculo (y ahí sí que está en inferioridad de condiciones).

Una cosa que me llama la atención es el vínculo entre las corridas de toros y la religión. Los toreros suelen ser especialmente devotos y normalmente se exhiben imágenes religiosas en un acto de tortura, humillación y sangre. Me sorprende esta actitud, aunque es verdad que en la "Bíblia" aparecen numerosos ejemplos de animales sacrificados, pero en ningún momento por diversión.

Desde siempre he estado completamente en contra de las corridas y, apoyando a diversas asociaciones que luchan por defender los derechos de los animales, me he manifestado por ello. La prohibición en Cataluña creo que es ejemplo de inteligencia y progreso ante una "fiesta cultural" que ni es fiesta ni es cultura. ¡Ójala en lugar de estos espectáculos pudiéramos ver a otro Bardem ("Jamón,jamón") corriendo tras el toro! Eso sí es arte y cultura y por mí, podría ser "fiesta nacional" :)

Un saludo! (y perdón por el rollo)

Julia dijo...

Jamás estuve de acuerdo con las corridas, pero en el último tiempo también he comprendido posiciones que no eran las que tenía en un principio. De lo que estoy segura es de lo mal que me caen este tipo de prohibiciones: nunca son la mejor solución para una costumbre tradicional que se quiere condenar, porque le termina dando más fuerza. Suena sin duda reivindicatoria, pero supongo que pocos catalanes lo podrán ver así. Algo que resulta muy claro si se tiene en cuenta que no se prohíbe al mismo tiempo "el toro embolado", por ejemplo, costumbre que no tenía el gusto de conocer y me dejó pasmada.
Saben que en nuestro país se come mucha más carne vacuna que en el de ustedes, quiero decir no podemos llevarnos las palmas de la absoluta protección animal, pero las diversiones con animales maltratados sí que están mucho más alejados de nuestra cultura.