12 enero, 2011

Almas muertas



Hace unos días descubrimos más o menos por casualidad, un sitio escalofriante. Al menos, a nosotros nos hizo reflexionar un buen rato sobre el mundo de información inmediata en que vivimos y el significado ambiguo de la transparencia informativa. Pero, sobre todo, pensamos en cómo puede influir en la elaboración literaria de la información el acceso directo y masivo a aspectos de la realidad antes ignorados, de difícil acceso y, normalmente, dejados a la imaginación. Se trata de las páginas del Departamento de Justicia Criminal de Texas (cierto: el término «justicia criminal» por sí solo ya da mucho qué pensar). Exponen allí un listado exhaustivo con las últimas palabras de todos los ajusticiados momentos antes de morir. Leyéndolas vemos, por ejemplo, que hace justo un año, el doce de enero pasado, ejecutaban a un tal Gary Johnson. Johnson dijo (traduzco):
Despedíos de mi familia. Yo no puedo verlos. Jenny, cumplirás la promesa que me hiciste, ¿vale? Dell, cuida siempre de Gaylene. Dixie, vigila a todos los chicos. Dadles las gracias por venir. Jenny, habla con ellos, ¿vale? Habla con Jenny, ¿de acuerdo, Dell? Dell, di a los demás que lo que hicieron estaba mal, dejarme caer por lo que hicieron ellos. Yo nunca hice nada a nadie en mi vida.
No estamos seguros de que el acceso a este listado de declaraciones ilumine mejor el mundo en que tratamos de vivir. Quizá lo oscurece, pues coloca en un plano espectacular, ante los focos cegadores de Internet, universales, igualadores, aplanadores, las palabras más tensas —y presumiblemente las más sinceras— que puede pronunciar un hombre en su vida. Imaginamos entonces al funcionario de prisiones haciendo la transcripción, mecánicamente, esperando a que acabe su horario de trabajo para irse a tomar una cerveza (esto lo deducimos de las frecuentes erratas). En este listado, en el trabajo de transcripción y elaboración de la tabla con los nombres y las fechas y su proceso de publicación, en la iluminación de estos rincones vemos la oscuridad. La vemos cuando, paradójicamente, todo está tan violentamente iluminado que llegan a nuestros ojos y oídos, de inmediato, en directo, los gestos y los balbuceos de un ajusticiado enfrentado definitivamente a sí mismo en el pasillo de la muerte de un penal de Texas. Pero puede que aún haya más oscuridad en la mirada del que se pasea distraído por Internet, algún enlace le lleva hasta esta página y se entretiene un rato leyendo las declaraciones mientras piensa que quizá está perdiendo el tiempo y debería dedicar sus ratos ante el ordenador a cosas más útiles.

No podemos evitar traducir otra de estas 464 declaraciones, aunque sea eligiéndola al azar. Rogelio Cannady, hispano, ejecutado la primavera pasada, el 19 de mayo de 2010:
Sí, quiero hablar [hay muchos que optan por no decir nada]. Victor, Gary. Hola, hermanos. Sé que me podéis oír. Yo no puedo oíros. Estaba ahí, ahora mismo, pensando en cómo crecimos... Ya sabéis, cómo crecimos juntos, en la misma casa. Tenemos que querernos como siempre. Deena, Bob, nos criamos en la misma casa. Tenemos que querernos como siempre. Adela, te quiero. Mi hijita, necesito que cuides de tu madre. Tenemos que querernos como siempre. Juana, todo el cariño que me mostraste... Dedicando tanto tiempo...  como hiciste... a mostrarme amistad. Nunca podré devolverlo. Cuídate, ok. Ves que me porto bien. Estoy bien. Gracias por enseñarme que podía ser querido otra vez. Me mostraste un amor que yo a veces no merecía. Te quiero por eso. Tienes que cuidarte. Yo estaré bien. Sé dónde estaré. Te quiero, te quiero, te quiero, te quiero. También te quiero a ti, hermano. Cuidaos todos. Puede que Dios tenga piedad de mi alma. Pensaba que esto sería más duro de lo que es. Estoy preparado para ir. Ahora voy a dormir. Puedo notarlo, ahora me está afectando.
Leed las otras, si queréis. Pensamos que quizá hoy la literatura, la ficción que da sentido a la realidad, la ficción que subvierte y salva y que tanto miedo provoca a los poderosos (la realidad no se censura, se censura la ficción), es más necesaria que nunca. También es más difícil de articular que nunca en un mundo tan hinchado de silencio como de palabras y palabrería. La realidad por sí sola, por muy extrema y cruda que sea —o justo por eso mismo—, se ha convertido en un anestésico.
Un singular desprecio por la palabra, casi una repugnancia por ella, se ha apoderado de la humanidad. La hermosa confianza en la posibilidad para los hombres de convencerse a través de la palabra, del habla y de la palabra, se ha perdido radicalmente. Jamás, por lo menos en la historia de Europa occidental, ha reconocido el mundo con semejante sinceridad y franqueza que la palabra carece de valor, que ni siquiera vale la pena una comprensión mutua. El mutismo cae sobre el mundo como una losa. [...] Entre el hombre y el hombre, entre el grupo humano y el grupo humano, reina el mutismo, y es el mutismo del asesinato. (Hermann Broch)
Es el cadáver de la ficción que se está pudriendo.
Viendo lo cual el cura, pidió al escribano le diese por testimonio como Alonso Quijano el Bueno, llamado comúnmente «don Quijote de la Mancha», había pasado desta presente vida y muerto naturalmente. (Quijote, II.74)

Cornelis Norbertus Gysbrechts Reverso de un cuadro, 1670. Óleo sobre tela, 66,6 x 86,5 cm.
Statens Museum for Kunst, Copenhague.

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