Calle Fedor 8, Lwów. Los pasos de alguien que baja retumban por la escalera de madera mientras ajusto la cámara. Un hombre se retira detrás de la columna —ahí, ¿veis?— y se queda quieto hasta que disparo. «Kommen, Madonna!», me dice enseguida con entusiasmo. «Hablo ruso», le digo, pero ya me está arrastrando al patio para mostrarme un relieve con cierto aire a Luca della Robbia. «¿Cómo ha llegado hasta aquí?» «Esta casa nuestra es muy vieja. Muy, muy vieja».
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