El reconocimiento le llegó muy tarde a Vladimir Vorobyov. El ingeniero de Novokuznetsk, empleado de la Combinada Metalúrgica de Siberia Occidental, fallecido en 2011 a la edad de 70 años, recibió en la década de los 70 su primera y única cámara. Las fotografías que tomó durante los quince años siguientes no fueron publicadas en lugar alguno y sólo pudieron verse en un par de exposiciones locales. Fue su amigo y compañero fotógrafo Vladimir Sokolayev quien organizó este mes de noviembre, en Novokuznetsk, una exposición que mostraba todo su trabajo. El acontecimiento llamó de inmediato la atención del mundo fotográfico de Moscú. Y con razón
Lo primero que nos toca en estas fotos es el absurdo radical, la icongruencia perfecta entre escenas, objetos y gentes; unas realidades paralelas que convergen en cada foto. Las agotadas maestras de guardería almorzando en un espacio regido por la alegre imagen de Lenin. Esas otras mujeres de pie, con sus bolsas de la compra, moviéndose torpemente ante los retratos de los trabajadores. La señora con una caja de flores bajo las lianas de una jungla de cables que supera incluso a la del barrio antiguo de Palma.
Sin embargo, estas imágenes son intencional y explícitamente documentales. No encontraremos en ellas subrayados de ingenio visual. Pretenden, como herederas de una larga tradición, reflejar cuidadosamente la realidad; y es así como desvelan precisamente su fondo absurdo. Sin bromas. Un absurdo que es parte orgánica y necesaria del día a día, componente ineludible del escalofrío de la vida.
Por otra parte, también la belleza está siempre dentro de estas imágenes. Belleza, amor y humanidad que, como no podría ser de otra forma, se revuelven dentro del marco del sinsentido, en crudo conflicto con la miseria y la erosión. La belleza no siempre es lo más fuerte. Es más, en muchas fotos parece estar desvanecida. Pero alienta en todas ellas, busca su sitio, se rebela, da esperanza.
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