ciudad amurallada de la antigua Roma, elevada sobre siete colinas, con el Forum Romanum
y el Coliseo en un collado. Entre el muro occidental y el Tíber vemos los edificios
esparcidos de los grandes teatros e hipódromos imperiales.
El casco antiguo de Roma, hoy acomodado en la pronunciada curva del Tíber, fue durante el período imperial una zona de esparcimiento fuera de las murallas de la ciudad. Asentada sobre su siete colinas, Roma mantuvo durante siglos una prudente distancia de aquella ribera baja, pantanosa, enclave de inundaciones y malaria. Como su propio nombre indica, Campo de Marte, servía principalmente para ejercicios militares. Tan sólo al final de la era republicana se lo consideró lugar donde los nuevos dictadores y emperadores podían acrecentar su popularidad erigiendo un magnífico teatro, un hipódromo, unos baños públicos o un templo.
Tras la caída de Roma y el derrumbe de los acueductos, el centro de gravedad de la ciudad se desplazó hacia el río, y el ritmo urbano de columnas monumentales y arcadas se fue tapiando y saturando de pequeñas viviendas, covachuelas y talleres de artesanos retrepados a los muros como nidos de golondrina. El pórtico de Octavia se transformó en la gran pescadería de Roma, el de Filipo en la casa de la familia Fabi, y el teatro Marcelo en el palacio fortificado de los Orsini. Y en el terreno del teatro de Pompeyo, desde la alta Edad Media funcionaba la Calcarara, los hornos de cal donde los mármoles y las estatuas de los antiguos palacios eran transmutados en un material mucho más práctico.
La mayoría de aquellos nidos de golondrina fueron eliminados por el fascismo en su empeño por limpiar los monumentos de la Roma conquistadora de los sedimentos acumulados durante dos mil años. La iniciativa, como muestra la expresión que le dedicaron los locales —sventramento di Roma, destripamiento de Roma—, creó una zona de monumentos antiguos estéril, muerta, en el centro de la ciudad, en el área de Coliseo–Foro. Con todo, los lugares aledaños a este espacio aún atestiguan la simbiosis de los monumentos
Con su enorme y fragmentada cornisa antigua y su epígrafe, los fragmentos de relieves antiguos y un enorme abanico de pátinas y colores sobre sus piedras, este edificio también aparenta haber sido plantado en medio de los restos del templo de Neptuno que estuvo antes aquí. Pero basta con leer la inscripción que corre a todo lo largo de la fachada para ver que se trata de algo completamente distinto:
URBE ROMA IN PRISTINAM FORMA(M R)ENASCENTE LAUR. MANLIUS KARITATE ERGA PATRI(AM) (A)EDIS SUO NOMINE MANLIANAS PRO FORT(UN)AR(UM) MEDIOCRITATE AD FOR(UM) IUDEOR(UM) SIBI POSTERISQ(UE) SUIS A FUND(AMENTIS) P(OSUIT). AB URB(E) CON(DITA) M.M.CCXXI L AN(NO) M(ENSE) III D(IE) II P(OSUIT) XI CAL(ENDAS) AUG(USTAS)
«En el momento en que la ciudad de Roma renació con su antigua forma, Laurentius Manlius, por amor a su patria, construyó desde los cimientos esta casa en el foro de los judios, para sí mismo y para sus descendientes, dentro de los límites permitidos por su mediana riqueza, y lo llamó Manliana, derivado de su nombre, 2.221 años después de la fundación de Roma, a la edad de 50 años, 3 meses y 2 días, a los once días anteriores al inicio de agosto.»
Esta casa, por tanto, fue concebida intencionadamente como una antigua ruina. O más bien, como un antiguo palacio, tal como «Laurentius Manliius» los imaginaba observando el patchwork arquitectónico que se veía por el barrio. Todo ello ofrece una prueba del revivir de la antigua Roma en 1468, en los albores del Renacimiento, cuando Leon Battista Alberti escribe su libro sobre arquitectura inspirado en las ruinas romanas, y el rey Matías construye en Buda el primer palacio renacentista al norte de los Alpes. La inscripción en sí, cincelada en la más elegante tipografía clásica antigua –tan perfecta que incluso en el siglo XIX algún anticuario que no la tradujo la consideró auténtica– es el primer ejemplo de la resurrección de las inscripciones públicas monumentales de la antigüedad. Este edificio, construido en estilo «clásico» por un simple ciudadano romano –el farmacéutico Lorenzo Manei que latinizó su nombre como Manilio en un intento de emparentarse con la antigua Gens Manilia– testifica de manera más elocuente que cualquier gran obra de arte la fuerza y el impacto del Renacimiento emergente.
Merece la pena observar los fragmentos antiguos encastrados en los muros. El león que caza un antílope, como símbolo de la muerte, era un motivo frecuente en los viejos sarcófagos. Una pieza similar se puede ver en la parte norte
La inscripción de 1468 está enmarcada por dos fragmentos de tumbas antiguas. Una idea algo siniestra para el hombre moderno: ¿quién de nosotros decoraría la fachada de su casa con lápidas de un viejo cementerio? Pero la lápida superior da una lección aún más escabrosa sobre la antropología de la antigua Roma. Según su texto, fue trabajada por el tallador de marfil Publius Clodius Bromius, esclavo liberado de Aulius y su concubina Curiatia Ammia, para la tumba de Hilarium, su delicia. Uno podría pensar que Hilarium era una pequeña hija o allegada, pero no es así. Como Natalie-Christiane Zidek señala en su Delicati et deliciae. Versuch einer Begriffsbestimmung (2012), los delicati y deliciae que a menudo aparecen en lápidas romanas eran niños y niñas esclavos para el placer de sus amos, bien como meras mascotas humanas, sustitutos de los hijos, o como objetos sexuales. Se trababan fuertes lazos emocionales con ellos, y se lloraba su muerte tan amargamente como Lesbia, la amante de Catulo, llloraba la de su gorrión. Entre los esclavos y libertos eran estos los únicos que recibían una lápida con nombre. La lápida con la familia debajo, con el muchacho sosteniendo un pequeño animal doméstico, actúa como si ilustrara esta relación.
Bajo la cornisa, el Bar Totò fue un centro de la vida social del barrio durante décadas. Veníamos aquí a menudo a mitad de la década de los 90. Aunque no han cambiado el letrero, ahora un restaurante más fino ha tomado su lugar bajo el nombre de «Ristorante Il Portico», apuntando al pórtico de Octavia, en el otro extremo de la calle, como punto de referencia fácil de encontrar –también escribiremos pronto sobre él–. La farmacia de al lado, sin embargo, ha estado cerrada durante muchos años. Las placas de zinc u hojalata llevan largas décadas oxidándose junto a la puerta, y los signos fantasma bajo las caídas letras de madera o cerámica, abren una vía de penetración en las capas de historia del edificio.
La inscripción menciona que la casa fue construida en la esquina del Forum Iudeorum, la plaza judía. Sin embargo, hubo aquí dos plazas judías. Esta era la frontera norte del gueto (la línea de puntos que corre sobre la manzana marcada con la N de ANGE(LI), que luego gira a la izquierda siguiendo el vicolo de' Cenci, marcado con el número 752), y una de las cinco puertas del gueto que se abren entre las dos plazas marcadas con los números 1025 y 1026, «piazza Giudea fuori del Ghetto» y «piazza Giudea dentro del Ghetto».
El gueto se abrió en 1862. Sus residentes se instalaron en las calles adyacentes inaugurando tiendas, negocios, restaurantes. De aquel momento son las primeras fotos de la Casa Manili, que muestran la zona como un barrio completamente judío.
En la última foto, nuestra perspectiva gira ligeramente a la derecha. En el lado izquierdo sólo vemos la esquina de la Casa Manili. Al fondo, unos bloques más allá, el mercado de pescado ocupando el pórtico de Octavia, del que pronto vamos a escribir. Estamos en 1910 y la demolición del antiguo gueto ha comenzado. El bloque de pisos medieval ya ha desaparecido del centro de la foto, pero la escuela pública de secundaria aún no se ha construido: ahora, por primera y última vez, lo vemos tan espacioso como en la Roma imperial, cuando el Circo Flaminio se extendía justo en el perímetro de esta plaza. Y aquí vemos, también por última vez, la fuente renacentista de la piazza Giudea fuori del Ghetto, señalada en el mapa Nolli delante de la Casa Manili. Saber qué fue de esta fuente, quién la erigió aquí y por qué, cómo desapareció, y dónde se la puede ver hoy en día, nos obligaría a reventar esta entrada por todas las costuras. Empezamos a escribir sobre una sola casa, y acabamos teniendo que atravesar los dos mil años de Roma. Volveremos pronto a esta esquina.