En Oliena, el pistoletazo del domingo de Pascua lo dan, literalmente, los hombres jóvenes del pueblo –y solo recientemente también la mujeres–, nietos y bisnietos de antiguos bandoleros, que desde primeras horas se dedican a disparar sin pausa en lo alto de los tejados. Por allá donde pasamos, plomo, proyectiles y cartuchos caen continuamente sobre nuestras cabezas.
Oliena, El Salvaje Oeste. Grabación de Lloyd Dunn, 27 de marzo de 2016
Una procesión parte de la iglesia de San Francisco con la estatua de la Virgen y recorrerá las calles de la ciudad vieja en busca de su hijo. Mientras, en la iglesia de la Santa Cruz, entre los tradicionales cantos polifónicos sardos, han decorado la estatua de Cristo Resucitado para también partir luego en procesión desde el portal mayor hasta la plaza principal.
Volvemos a la iglesia de la Santa Cruz para tomar una foto de la plazoleta vacía. Una joven en delantal dobla la esquina mirando nerviosa atrás y adelante. «¿Ya ha salido el Cristo?» «Hace cinco minutos». «Oh, Madonna. Cada año llego tarde.»
En la plaza del pueblo, sobre un lecho de ramas de romero van acercándose las dos procesiones. Tiene lugar el encuentro, s’incontru, que da el nombre a la fiesta. El Cristo se inclina ante su madre, los hombres sardos ante las mujeres que la llevan. Luego, todos los participantes y el público, todos vestidos con trajes tradicionales, se retiran en doble fila a la iglesia de San Ignacio para el solemne oficio de Pascua. A lo largo de la calle mayor, los bares ya han dispuesto las sillas y las mesas. La gente –y nosotros con ellos– vamos de local en local probando el pastel de almendra que regalan por cortesía. Los amigos se juntan, se forman y se dispersan los grupos girando como bandadas de pájaros de colores en la pajarera laberíntica de las calles del pueblo.
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