11 julio, 2016

Curiosidad


«El demonio, como gran parlero, habla lo que se le antoja», dice Benito Remigio Noydens (Práctica de Exorcistas y Ministros de la Iglesia, Barcelona, 1693 –1ª ed. 1660–, p. 19), así que tenerlo delante y dispuesto a entablar conversación es lógico que despierte en el exorcista una curiosidad irresistible y se vea impelido a preguntarle sobre lo divino y lo humano. Pero eso ha de evitarlo con todo cuidado o incurrirá en graves perjuicios. El demonio es capaz de «revelar secretos y cosas notables que acontecieron en tierras extrañas» (19), pero miente, malmete, enreda, inventa, es tan persuasivo como engañador y aprovechará para sembrar cizaña entre los vecinos divulgando insidias y pecados que se mantenían ocultos.

Debe ser muy cauteloso el exorcista y solo indagar, guiado por las justas instrucciones y conjuros de la Iglesia, aquellas cosas que conciernan a su expulsión del cuerpo del «energúmeno» o poseso. Cualquier actitud meramente curiosa es mortal para el exorcista: «Peca mortalmente cuando le pregunta con fin de aprender algo de él, porque es honrarle y quererle tener por maestro, y sería como pedirle y esperar de él algún beneficio». (38) Y añade Noydens de manera imperativa: «No se traben pláticas con el diablo, ni le pregunten nada, nada, nada, ni le respondan nada, nada, nada, sino hagan su oficio cristiana y humildemente». (61) Y guárdese mucho, además, de convertir el exorcismo en un espectáculo público: «Tampoco conviene que asistan personas curiosas, mundanas y vanas», pues el demonio sabrá aprovecharse de la concurrencia:
Y por la experiencia se ha conocido que el demonio tal vez los suele afrentar, manifestando pecados ocultos de unos y otros. Sabiendo esto cierta persona que quería en una ocasión asistir a los exorcismos, quiso confesarse antes de entrar en presencia del demonio, y reconciliándose sacramentalmente, aunque en lugar oculto y distante, dijo el  endemoniado (o el demonio por boca de él): –Ya se confiesa allá uno que ha de venir por acá para que yo no le afrente delante de todos, que por ahí muchos se escapan de mí, porque es cierto que de pecados confesados, ocultados con el sello secreto de la confesión, no puedo yo manifestar ni publicar cosa alguna. (67)
Con todo, alguna vez, aunque sea excepcionalmente, la curiosidad redunda en cierto buen fruto:
Así aconteció en Amberes en el año de 1628, en el Convento de San Francisco, adonde un religioso, exorcizando a una endemoniada en presencia de mucha gente, le preguntó al demonio cuál era la verdadera religión, la de los católicos o la de los calvinistas. Y habiendo mucho tiempo callado, sin querer responder a la pregunta, le obligó con los conjuros y en el nombre de Dios todopoderoso a quien se debe rendimiento y toda reverencia, a que dijese la verdad. En fin respondió el demonio que la religión de los católicos era la verdadera. –Pues si esto es así, replicó el padre, ¿cómo Lutero y Calvino y los demás herejes se desvían de la Iglesia Católica e introducen tantos errores? Respondió: Doormijn ingeven, que quiere decir en nuestro idioma: por mi inspiración y consejo; con que muchos herejes que estaban presentes quedaron confusos y los buenos cristianos más confirmados en la fe. Y viendo el demonio que semejantes preguntas redundaban en el bien de las almas, dijo al sacerdote, queriendo pasar adelante, que le dejase, y si no, que le había de morder. Oyendo esto, el sacerdote le dijo, metiendo los dedos primeros de la mano derecha en la boca de la mujer: –¡Eya, muerda, perro! Y ella quedó con la boca abierta. Y preguntando por qué no le mordía, dijo que que no podía. Y la razón que daba era porque había dicho misa en aquel día y con aquellos dedos había tratado y levantado en sacrificio al Hijo de Dios. Pero que le metiese en la boca los otros dedos y que entonces vería cómo le mordía. –Eso no haré yo, dijo el sacerdote. (22-24)
En un solo caso el buen fray Benito Remigio Noydens (1630-1685)* se desliza a contar una perdonable –y honesta– diversión con el demonio:
También es señal conocida el saber o ejercitar algún arte que nunca aprendieron. Así se vio en cierta ocasión que sacando los espíritus a una labradora un sacerdote, por curiosidad (que siempre se ha de huir en estas ocasiones) preguntó al Demonio qué sabía, y él respondió que era músico: y trayendo una vihuela, de tal manera meneaba los dedos de la villana que parecía el hombre más diestro del mundo; y diciéndole que cantase, había poco que se había inventado uno de los cantares profanos que andaba entonces, como dicen los cortesanos, muy valido. El cantar era Esclavo soy, pero cúyo, eso no lo diré yo, etc. y trocando la letra de aquel cantarcillo, dijo: 
Esclavo soy, pero cúyo,
eso no lo niego yo,
que cúyo soy, me envió
al infierno, donde estoy,
porque dije no era suyo.
La causa de trocar la letra, como dije en otra parte fue, a mi parecer porque el exorcismo se hacía en la iglesia, y por ser el soneto algo profano quiso cantarlo a lo divino para dar a entender el respeto y veneración que se debe tener a los lugares sagrados. (14-15)

Pero, en definitiva, ilustra y deja asentado claramente con otra anécdota que jamás hay que caer en la tentación de tratar a los diablos con ligereza:
Refiere Juan Nider que algunos exorcistas no han salido muy bien librados con decir chanzas al demonio y entre ellos un religioso muy afamado en la ciudad de Colonia, pues habiendo apretado con sus conjuros al demonio, le dijo que quería salir y que le señalase lugar adonde había de ir. Respondiole: In cloacam meam vadas. Y luego salió el demonio muy para su daño, porque queriendo ir de noche a los lugares comunes del convento, le atormentó tan grandemente el demonio en aquellos lugares que harto tuvo que hacer para defenderse y escapar con vida. (36)

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