Cantores de San Pantaleón: Aslanuri Mravaljmier. Canción de saludo
«A lo largo de la historia, muchos imperios poderosos —árabe, mongol, persa, otomano— enviaron ejércitos arrasando Georgia, la frontera entre Europa y Asia. Pero el hogar de los svanes, una franja de tierra escondida entre los desfiladeros del Cáucaso, permaneció inconquistado hasta que los rusos impusieron su control a mediados del siglo XIX. El aislamiento de Svaneti ha moldeado su identidad —y su valor histórico. En tiempos de peligro, los georgianos de las tierras bajas enviaban iconos, joyas y manuscritos a las iglesias y torres de la montaña para que las protegieran y conservaran, convirtiendo a Svaneti en un depósito de la cultura georgiana antigua.
En su fortaleza montañosa, las gentes de Svaneti han logrado preservar una cultura aún más antigua: la suya propia. Ya en el siglo I a.C., los svanes —a quienes algunos consideran descendientes de esclavos sumerios— tenían reputación de feroces guerreros, como lo documenta el geógrafo griego Estrabón. Para cuando llegó el cristianismo, hacia el siglo VI, la cultura svana estaba ya profundamente arraigada en el territorio —con su propio idioma, su música de rica textura y unos complejos códigos de caballerosidad, venganza y justicia comunal.
Si los únicos vestigios de esta antigua sociedad fueran los cientos de torres de piedra que se alzan sobre los pueblos svanes, ya sería suficientemente impresionante. Pero estas fortalezas, construidas en su mayoría entre los siglos IX y XIII, no son emblemas de una civilización perdida; son los signos más visibles de una cultura que ha perdurado de manera casi milagrosa a través del tiempo. Los svanes que aún viven en la Alta Svaneti —hogar de algunas de las aldeas más elevadas y aisladas del Cáucaso— se aferran con fuerza a sus tradiciones de canto, lamento, celebración y defensa feroz del honor familiar. «Svaneti es un museo etnográfico viviente», dice Richard Bærug, académico noruego y propietario de una posada, quien intenta ayudar a salvar el svan, un idioma en gran parte no escrito que muchos estudiosos creen anterior al georgiano, su pariente más difundido. "En ningún otro lugar se encuentra un sitio que conserve así las costumbres y rituales de la Europa medieval".»
Zedashe Ensemble: Raidio. Canción del sacrificio del toro
«Trabajando arropado en su capa tradicional de lana, Kaldani encarna la persistencia de la cultura de los svanos —y afronta los peligros que ésta encara. Es uno de los escasos hablantes fluidos que quedan del svan. También es uno de los últimos mediadores del pueblo, a quien desde hace años se convoca para resolver disputas que van desde pequeños hurtos hasta enemistades sangrientas de larga duración. La obligación de defender el honor familiar, aunque hoy algo atenuada, condujo a tantas venganzas en la sociedad svana antigua que los estudiosos concluyen que las torres de piedra se construyeron no solo para 0efender a las familias de invasores y avalanchas, sino también de ellas mismas.
En el caos tras la caída de la Unión Soviética, las venganzas de sangre regresaron con fuerza. «Nunca descansaba», dice Kaldani. En algunos casos, después de negociar un precio de sangre (usualmente 20 vacas por un asesinato), llevaba a las familias enfrentadas a una iglesia y les hacía jurar sobre los iconos y bautizarse mutuamente. El ritual, dice, asegura que las familias «no se enfrentarán durante 12 generaciones».» [Quien quiera tener una prueba visual de este tipo de conflictos puede ver სვანი, el film de Badri Jatchvliani, Svani («Los svan»), 2007 en YouTube, con subtítulos ingleses.]
Mzetamze Ensemble: Iavnana. Canto de curación
«La canción de amor y venganza comienza suavemente, con una sola voz trazando la línea de una melodía antigua. Otras voces, en la habitación sin calefacción junto a la plaza principal de Mestia, se suman en seguida construyendo una densa progresión de armonías y contramelodías que crece en urgencia hasta resolverse en una sola nota de claridad resonante.
Esta es una de las músicas polifónicas más antiguas del mundo, una forma compleja que presenta dos o más líneas melódicas simultáneas. Es anterior en siglos a la llegada del cristianismo a Svaneti. Sin embargo, ninguno de los músicos en la sala esta tarde de otoño supera los 25 años. Cuando termina la sesión, los jóvenes hombres y mujeres salen a la plaza, charlando, riendo, besándose en el aire libre —y revisando sus teléfonos móviles. «Todos estamos en Facebook», dice Mariam Arghvliani, una joven de 14 años que toca tres antiguos instrumentos de cuerda (incluida un arpa de madera svana en forma de L) para el grupo folclórico en el que participa, Lagusheda. «pero eso no significa que olvidemos nuestro legado.» Aun así, su talento podría haberse marchitado y perdido, junto con toda la tradición musical svana, de no ser por un programa juvenil lanzado hace 13 años por el carismático cruzado cultural de Svaneti, el padre Giorgi Chartolani.
Sentado en el cementerio de su iglesia, Chartolani recuerda el tumulto postsoviético que puso en peligro una cultura ya debilitada por casi siete décadas de represión comunista. «La vida era brutal entonces», dice, acariciándose la larga barba. El sacerdote se vuelve hacia las lápidas, algunas grabadas con las imágenes de jóvenes muertos en venganzas oscuras. «Los pueblos se estaban vaciando, nuestra cultura desaparecía», añade, señalando que 80 de las 120 canciones svanas conocidas han desaparecido en las últimas dos generaciones. «Había que hacer algo.» Su programa, que ha enseñado música y danza tradicional a cientos de estudiantes como Arghvliani, fue, según él, «una luz en la oscuridad».»
El Ensemble Lagusheda de Stary Sącz, Polonia, el 1 de junio de 2014
En el video realizado por National Geographic, Aaron Huey habla de cómo llegó a Svaneti siendo un estudiante mochilero, cómo se quedó con una familia que lo «adoptó» y cómo se enamoró de esta tierra y de estas personas, hasta poder tomar unas imágenes tan íntimas de ellos.
«La primera vez que fui a Svanetia, no estaba planeando ir a Svanetia. Aún no era fotógrafo, era un mochilero. Pero esta es la historia que me convirtió en fotógrafo. Conocí a un lingüista alemán que me habló de un lugar donde la gente aún hablaba un idioma que nunca había sido escrito, que estaba rodeado por picos de entre 5.000 y 5.500 metros de altura, de manera que este lingüista alemán me dibujó un mapa en una servilleta, lo copié en mi cuaderno, y me fui al día siguiente. Y en el trayecto en autobús hacia las montañas, una mujer se dio vuelta después de unas dos horas y me dijo: “¿A dónde vas?” Le dije que acamparía cuando el autobús se detuviera al final del camino. Y ella simplemente me miró y dijo: “No, chico. Por favor, no hagas eso.” Y me llevó con ella. Y me llevó a una boda.
Estas historias no son solo para hacer encuadres bonitos. Contamos las historias de pueblos enteros. Así que si contamos bien la historia, preservamos esas cosas, ¿sabes? Ese es nuestro trabajo. Preservar esa poesía. Mucha gente nunca ha oído hablar de Svanetia, o de esta región de la República de Georgia, o de este pueblo, los svanes; puede que esto sea lo único que lleguen a leer sobre este pueblo. Y creo que eso es lo que busco ahora en todos mis proyectos.»
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