31 enero, 2011
12 enero, 2011
Almas muertas
Hace unos días descubrimos más o menos por casualidad, un sitio escalofriante. Al menos, a nosotros nos hizo reflexionar un buen rato sobre el mundo de información inmediata en que vivimos y el significado ambiguo de la transparencia informativa. Pero, sobre todo, pensamos en cómo puede influir en la elaboración literaria de la información el acceso directo y masivo a aspectos de la realidad antes ignorados, de difícil acceso y, normalmente, dejados a la imaginación. Se trata de las páginas del Departamento de Justicia Criminal de Texas (cierto: el término «justicia criminal» por sí solo ya da mucho qué pensar). Exponen allí un listado exhaustivo con las últimas palabras de todos los ajusticiados momentos antes de morir. Leyéndolas vemos, por ejemplo, que hace justo un año, el doce de enero pasado, ejecutaban a un tal Gary Johnson. Johnson dijo (traduzco):
Despedíos de mi familia. Yo no puedo verlos. Jenny, cumplirás la promesa que me hiciste, ¿vale? Dell, cuida siempre de Gaylene. Dixie, vigila a todos los chicos. Dadles las gracias por venir. Jenny, habla con ellos, ¿vale? Habla con Jenny, ¿de acuerdo, Dell? Dell, di a los demás que lo que hicieron estaba mal, dejarme caer por lo que hicieron ellos. Yo nunca hice nada a nadie en mi vida.
No estamos seguros de que el acceso a este listado de declaraciones ilumine mejor el mundo en que tratamos de vivir. Quizá lo oscurece, pues coloca en un plano espectacular, ante los focos cegadores de Internet, universales, igualadores, aplanadores, las palabras más tensas —y presumiblemente las más sinceras— que puede pronunciar un hombre en su vida. Imaginamos entonces al funcionario de prisiones haciendo la transcripción, mecánicamente, esperando a que acabe su horario de trabajo para irse a tomar una cerveza (esto lo deducimos de las frecuentes erratas). En este listado, en el trabajo de transcripción y elaboración de la tabla con los nombres y las fechas y su proceso de publicación, en la iluminación de estos rincones vemos la oscuridad. La vemos cuando, paradójicamente, todo está tan violentamente iluminado que llegan a nuestros ojos y oídos, de inmediato, en directo, los gestos y los balbuceos de un ajusticiado enfrentado definitivamente a sí mismo en el pasillo de la muerte de un penal de Texas. Pero puede que aún haya más oscuridad en la mirada del que se pasea distraído por Internet, algún enlace le lleva hasta esta página y se entretiene un rato leyendo las declaraciones mientras piensa que quizá está perdiendo el tiempo y debería dedicar sus ratos ante el ordenador a cosas más útiles.
No podemos evitar traducir otra de estas 464 declaraciones, aunque sea eligiéndola al azar. Rogelio Cannady, hispano, ejecutado la primavera pasada, el 19 de mayo de 2010:
No podemos evitar traducir otra de estas 464 declaraciones, aunque sea eligiéndola al azar. Rogelio Cannady, hispano, ejecutado la primavera pasada, el 19 de mayo de 2010:
Sí, quiero hablar [hay muchos que optan por no decir nada]. Victor, Gary. Hola, hermanos. Sé que me podéis oír. Yo no puedo oíros. Estaba ahí, ahora mismo, pensando en cómo crecimos... Ya sabéis, cómo crecimos juntos, en la misma casa. Tenemos que querernos como siempre. Deena, Bob, nos criamos en la misma casa. Tenemos que querernos como siempre. Adela, te quiero. Mi hijita, necesito que cuides de tu madre. Tenemos que querernos como siempre. Juana, todo el cariño que me mostraste... Dedicando tanto tiempo... como hiciste... a mostrarme amistad. Nunca podré devolverlo. Cuídate, ok. Ves que me porto bien. Estoy bien. Gracias por enseñarme que podía ser querido otra vez. Me mostraste un amor que yo a veces no merecía. Te quiero por eso. Tienes que cuidarte. Yo estaré bien. Sé dónde estaré. Te quiero, te quiero, te quiero, te quiero. También te quiero a ti, hermano. Cuidaos todos. Puede que Dios tenga piedad de mi alma. Pensaba que esto sería más duro de lo que es. Estoy preparado para ir. Ahora voy a dormir. Puedo notarlo, ahora me está afectando.
Leed las otras, si queréis. Pensamos que quizá hoy la literatura, la ficción que da sentido a la realidad, la ficción que subvierte y salva y que tanto miedo provoca a los poderosos (la realidad no se censura, se censura la ficción), es más necesaria que nunca. También es más difícil de articular que nunca en un mundo tan hinchado de silencio como de palabras y palabrería. La realidad por sí sola, por muy extrema y cruda que sea —o justo por eso mismo—, se ha convertido en un anestésico.
Un singular desprecio por la palabra, casi una repugnancia por ella, se ha apoderado de la humanidad. La hermosa confianza en la posibilidad para los hombres de convencerse a través de la palabra, del habla y de la palabra, se ha perdido radicalmente. Jamás, por lo menos en la historia de Europa occidental, ha reconocido el mundo con semejante sinceridad y franqueza que la palabra carece de valor, que ni siquiera vale la pena una comprensión mutua. El mutismo cae sobre el mundo como una losa. [...] Entre el hombre y el hombre, entre el grupo humano y el grupo humano, reina el mutismo, y es el mutismo del asesinato. (Hermann Broch)
Es el cadáver de la ficción que se está pudriendo.
Viendo lo cual el cura, pidió al escribano le diese por testimonio como Alonso Quijano el Bueno, llamado comúnmente «don Quijote de la Mancha», había pasado desta presente vida y muerto naturalmente. (Quijote, II.74)
Cornelis Norbertus Gysbrechts Reverso de un cuadro, 1670. Óleo sobre tela, 66,6 x 86,5 cm.
Statens Museum for Kunst, Copenhague.
Statens Museum for Kunst, Copenhague.
07 enero, 2011
Defensa
Quizá recuerden que hace un año presentamos una carta abierta de Anna Belousovová, vicepresidenta del ala derecha nacionalista gobernante por entonces en coalición en Eslovaquia, donde defendía la lengua eslovaca por verla seriamente amenazada. Entonces también recordarán que aquella breve carta de la antigua maestra de matemáticas y geografía, según los comentarios de lingüistas eslovacos publicados en el diario SME.sk, contenía más de veinte errores ortográficos.
Por increíble que parezca, este récord ha sido batido recientemente por el vicepresidente del partido conservador gobernante en coalición en Hungría, Pál Schmitt, quien, desde agosto de 2010, es además presidente del país. En sus primeras declaraciones reclamó la defensa de la lengua húngara, según él inmersa en un serio problema de corrupción. En Hungría, donde el poder ejecutivo real está en manos del primer ministro, el papel del presidente es meramente representativo y lo elige el parlamento. Ya en agosto quedó claro que este antiguo profesional —y campeón— de esgrima no fue elegido tanto por sus imponentes dotes intelectuales como por su lealtad inquebrantable al partido en el gobierno y, personalmente, a su líder. En consecuencia, no se esperaba que escribiera nada más que su nombre debajo de las nuevas leyes previamente sancionadas por el parlamento, cosa que cumplió con diligencia más de cien veces hasta ahora. Sin embargo, en Año Nuevo se sintió llamado a dirigirse a su pueblo con un discurso escrito por él mismo. El discurso produjo gran sorpresa general no tanto por su contenido, banal y desgarbado como era de esperar, sino por su ortografía. El sucinto escrito, tal como fue publicado en la web personal del presidente, contenía no menos de diecisiete errores graves, dos de ellos hirientes justo en el primer verso del himno nacional húngaro citado al final del texto.
La hilaridad pública que siguió a la difusión del escrito forzó al gabinete del presidente no solo a cerrar de inmediato la página, sino a publicar una declaración afirmando el compromiso del gobierno con la defensa de la lengua húngara y prometiendo corregir en el futuro cualquier texto que saliera de presidencia. Por desgracia, esta breve nota, de unas 120 palabras, también contenía nueve errores graves, contando el nombre de pila del propio presidente.
Si piensan que estos fuegos artificiales de Año Nuevo en defensa de la lengua húngara no pueden mejorarse, carecen ustedes de imaginación. El punto sobre la i lo puso el anuncio publicado en una de las principales páginas de anuncios que paga la oficina presidencial pocos días después de aquellas declaraciones de purismo linguístico. En él se solicitaba urgentemente un corrector de textos oficiales. Y en no más de ochenta palabras había diecisiete errores, tantos como en el discurso original de Pál Schmitt.
De acuerdo, este anuncio se reveló enseguida como una broma, un hoax, como ya sugería su irónico enunciado. Sin embargo, a la luz de los dos documentos oficiales anteriores sonaba tan convincente que muchos profesores de húngaro sin trabajo confesaron en varios foros a lo largo de Internet habérselo tomado muy en serio y haber mandado su currículum al palacio presidencial.
De esta historia se sacan varias moralejas, pero valga ahora solo una. En cuanto oigan a un alto responsable político oficial decir que su lengua corre serio peligro, créanle. Sabe muy bien de qué habla.
O aún podemos expresarlo más sucintamente con aquella exclamación que se atribuye a uno de los políticos más destacados de la Transición, Pío Cabanillas: «¡Cuerpo a tierra, que vienen los nuestros!»
Por increíble que parezca, este récord ha sido batido recientemente por el vicepresidente del partido conservador gobernante en coalición en Hungría, Pál Schmitt, quien, desde agosto de 2010, es además presidente del país. En sus primeras declaraciones reclamó la defensa de la lengua húngara, según él inmersa en un serio problema de corrupción. En Hungría, donde el poder ejecutivo real está en manos del primer ministro, el papel del presidente es meramente representativo y lo elige el parlamento. Ya en agosto quedó claro que este antiguo profesional —y campeón— de esgrima no fue elegido tanto por sus imponentes dotes intelectuales como por su lealtad inquebrantable al partido en el gobierno y, personalmente, a su líder. En consecuencia, no se esperaba que escribiera nada más que su nombre debajo de las nuevas leyes previamente sancionadas por el parlamento, cosa que cumplió con diligencia más de cien veces hasta ahora. Sin embargo, en Año Nuevo se sintió llamado a dirigirse a su pueblo con un discurso escrito por él mismo. El discurso produjo gran sorpresa general no tanto por su contenido, banal y desgarbado como era de esperar, sino por su ortografía. El sucinto escrito, tal como fue publicado en la web personal del presidente, contenía no menos de diecisiete errores graves, dos de ellos hirientes justo en el primer verso del himno nacional húngaro citado al final del texto.
La hilaridad pública que siguió a la difusión del escrito forzó al gabinete del presidente no solo a cerrar de inmediato la página, sino a publicar una declaración afirmando el compromiso del gobierno con la defensa de la lengua húngara y prometiendo corregir en el futuro cualquier texto que saliera de presidencia. Por desgracia, esta breve nota, de unas 120 palabras, también contenía nueve errores graves, contando el nombre de pila del propio presidente.
Si piensan que estos fuegos artificiales de Año Nuevo en defensa de la lengua húngara no pueden mejorarse, carecen ustedes de imaginación. El punto sobre la i lo puso el anuncio publicado en una de las principales páginas de anuncios que paga la oficina presidencial pocos días después de aquellas declaraciones de purismo linguístico. En él se solicitaba urgentemente un corrector de textos oficiales. Y en no más de ochenta palabras había diecisiete errores, tantos como en el discurso original de Pál Schmitt.
De acuerdo, este anuncio se reveló enseguida como una broma, un hoax, como ya sugería su irónico enunciado. Sin embargo, a la luz de los dos documentos oficiales anteriores sonaba tan convincente que muchos profesores de húngaro sin trabajo confesaron en varios foros a lo largo de Internet habérselo tomado muy en serio y haber mandado su currículum al palacio presidencial.
De esta historia se sacan varias moralejas, pero valga ahora solo una. En cuanto oigan a un alto responsable político oficial decir que su lengua corre serio peligro, créanle. Sabe muy bien de qué habla.
O aún podemos expresarlo más sucintamente con aquella exclamación que se atribuye a uno de los políticos más destacados de la Transición, Pío Cabanillas: «¡Cuerpo a tierra, que vienen los nuestros!»
05 enero, 2011
Papiroflexia espiritual
Esta Navidad, ya Año Nuevo y casi Epifanía, el «Aguinaldo» de Víctor que recordábamos en la entrada anterior ha llegado más sorprendente que nunca. Recibimos un pequeño y misterioso sobre con la efigie de un monje. Las siete estrellas del retrato, una de ellas en el pecho, y la mitra despreciada a un lado apuntaban a san Bruno. Al abrir el sobre, una hoja DIN A3 doblada cinco veces nos amonestaba imperativamente a que la desplegáramos: «Despierta y abre los ojos». Obedientes, fuimos leyendo una sucesión de treinta y una redondillas, cinco cuartetas y dos décimas espinelas, que iban indicándonos un camino de desengaño y despojamiento de las cosas mundanas mientras se abrían ante los ojos unas xilografías que también revelaban la vanidad de la vida en la tierra. El curioso ejemplar es la Navegación para el Cielo (Barcelona, Joseph Llopis, 1688). Su impresión ocupa una cara de la hoja. La otra cara contiene dos notas o «billetes» explicativos firmados por José A. Ortiz García y Néstor Costa, respectivamente. Los reproducimos junto con el despliegue sucesivo de esta curiosa carta de marear rumbo a la vida eterna.
***
Navegando hacia el final de nuestros días
Una carta de navegación hacia el cielo como quien usa un mapa para orientarse entre los mares y océanos. Ir desplegando el papel que nos va mostrando las sentencias del cartujo que nos guía en este camino. Nos desengañamos de la vanidad y aceptamos la muerte igualadora. Imágenes que de lo más prosaico pasan a lo último, el final de nuestros días. Imágenes y textos que nos permiten reflexionar sobre nuestra muerte. Imágenes de muerte y destrucción que nos recuerdan el tempus fugit y el inexorable paso de Cronos. Las Parcas pueden hilar nuestro destino, pero el grabado barroco acentúa la decisión humana de ser un buen cristiano que muera como tal.
La sociedad tiene miedo a la muerte. El camino de la vida nos conduce a la muerte y en él, el camino al cielo, carta de navegación para el cielo o laberinto, intenta ser una guía para el cristiano. Esta tipología de grabado que combina texto e imagen, consta de una hoja impresa con una serie de grabados y textos en recuadros que se doblaba siguiendo una pauta marcada por la propia numeración de los recuadros. De esta forma, tal como se iba desplegando la hoja, las imágenes y los versos nos invitaban a una vida devota y a prepararnos para la muerte. EL punto final eran la dama y el rey que al igual que todos los mortales no pueden librarse de la muerte. El autor de las sentencias es un monje cartujo que nos invita al juego o entretenimiento de ir descubriendo las verdades últimas de todo ser humano condenado a la muerte:
· Joan Amades, Costumari català [1956], Barcelona: Salvat, 1983.
· Jean-François Botrel, «Sur les usages de l'imprimé. La Navegación para el cielo ou le jeu du Chartreux», en Michel Moner y Jean Pierre Clément, eds., Hommage des hispanistes français à Henry Bonneville, Tours, Societé des Hispanistes Français de l'Enseignement Supérieur, 1966, pp. 59-74.
· Jean François Botrel, «Les aleluyas ou le degré zéro de la lecture», en Regards sur le XXe siècle espagnol / 2. Nanterre: Centre de Recherches Ibériques et Ibéro-americaines, 1995, pp. 9-29.
· José Luis Bouza Álvarez, «Símbolos de la securitas cristiana en la concepción barroca del mundo: la muerte como sueño y traslación a puerto tranquilo», en Religiosidad contrarreformista y cultura simbólica del Barroco, Madrid: CSIC, 1990, pp. 443-474.
· Esther Galindo Blasco, «Esfuerzo y desapego en la navegación para el cielo. Un "pasatiempo religioso" del siglo XVIII», Scripta nova. Revista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales, VI.119 (2002).
· Víctor Infantes, «La meditatio mortis en la literatura áurea española», en Os «últimos fins» na cultura ibérica dos sécs. XV a XVIII, Porto: Instituto de Cultura Portuguesa, 1997, pp. 43-50.
· José A. Ortiz García, «Entre novísimos y cartujos. La cultura gráfica catalana en torno a la muerte», en Actas del VII Congreso Internacional de la Sociedad Española de Emblemática, Pamplona: Universidad de Navarra, 2010 (en prensa).
Homo ludens
—José A. Ortiz García—
Una carta de navegación hacia el cielo como quien usa un mapa para orientarse entre los mares y océanos. Ir desplegando el papel que nos va mostrando las sentencias del cartujo que nos guía en este camino. Nos desengañamos de la vanidad y aceptamos la muerte igualadora. Imágenes que de lo más prosaico pasan a lo último, el final de nuestros días. Imágenes y textos que nos permiten reflexionar sobre nuestra muerte. Imágenes de muerte y destrucción que nos recuerdan el tempus fugit y el inexorable paso de Cronos. Las Parcas pueden hilar nuestro destino, pero el grabado barroco acentúa la decisión humana de ser un buen cristiano que muera como tal.
La sociedad tiene miedo a la muerte. El camino de la vida nos conduce a la muerte y en él, el camino al cielo, carta de navegación para el cielo o laberinto, intenta ser una guía para el cristiano. Esta tipología de grabado que combina texto e imagen, consta de una hoja impresa con una serie de grabados y textos en recuadros que se doblaba siguiendo una pauta marcada por la propia numeración de los recuadros. De esta forma, tal como se iba desplegando la hoja, las imágenes y los versos nos invitaban a una vida devota y a prepararnos para la muerte. EL punto final eran la dama y el rey que al igual que todos los mortales no pueden librarse de la muerte. El autor de las sentencias es un monje cartujo que nos invita al juego o entretenimiento de ir descubriendo las verdades últimas de todo ser humano condenado a la muerte:
Texto e imágenes se relacionan en las sucesivas fases de despliegue para concluir con el engaño de nuestros ojos ante las vanidades de esta vida. El rey y la dama que bajo ostentación y riqueza no se escapan de la muerte, del despojo, de las pústulas de la lepra o la carne perdida quedando tan solo el esqueleto...Abre Hombre, este Papel,
Despierta, y abre los ojos,
Hallarás ricos despojos,
Que un Cartujo te dà en èl.
Bibliografía.A luz este desengaño
Despierta ya soñoliento,
Si tienes entendimiento,
Para que dexes tu engaño.
· Joan Amades, Costumari català [1956], Barcelona: Salvat, 1983.
· Jean-François Botrel, «Sur les usages de l'imprimé. La Navegación para el cielo ou le jeu du Chartreux», en Michel Moner y Jean Pierre Clément, eds., Hommage des hispanistes français à Henry Bonneville, Tours, Societé des Hispanistes Français de l'Enseignement Supérieur, 1966, pp. 59-74.
· Jean François Botrel, «Les aleluyas ou le degré zéro de la lecture», en Regards sur le XXe siècle espagnol / 2. Nanterre: Centre de Recherches Ibériques et Ibéro-americaines, 1995, pp. 9-29.
· José Luis Bouza Álvarez, «Símbolos de la securitas cristiana en la concepción barroca del mundo: la muerte como sueño y traslación a puerto tranquilo», en Religiosidad contrarreformista y cultura simbólica del Barroco, Madrid: CSIC, 1990, pp. 443-474.
· Esther Galindo Blasco, «Esfuerzo y desapego en la navegación para el cielo. Un "pasatiempo religioso" del siglo XVIII», Scripta nova. Revista Electrónica de Geografía y Ciencias Sociales, VI.119 (2002).
· Víctor Infantes, «La meditatio mortis en la literatura áurea española», en Os «últimos fins» na cultura ibérica dos sécs. XV a XVIII, Porto: Instituto de Cultura Portuguesa, 1997, pp. 43-50.
· José A. Ortiz García, «Entre novísimos y cartujos. La cultura gráfica catalana en torno a la muerte», en Actas del VII Congreso Internacional de la Sociedad Española de Emblemática, Pamplona: Universidad de Navarra, 2010 (en prensa).
***
Homo ludens
—Néstor Costa—
Me enseñó este divertimento papirofléxico Jean-François Botrel hace ya algunos años y me quedé prendado irremediablemente de él; era una edición valenciana de finales del siglo XVIII y poseía un encanto tipográfico irresistible. Además, contenía una reflexión ética sobre la existencia desarrollada en unos versos de no mala factura, que solo pretendían que el lector meditara sobre la banalidad de la vida y el artificio de las apariencias mundanas. No me extrañó que, tal vez en su origen, lo hubiese escrito un Cartujo, o quien fuera se lo hubiera atribuido a un monje de esta orden. Daba lo mismo, ahí estaban las redondillas y tiranas, de fácil rima, apelando a la memoria del lector desprevenido. Pero su gracia no consistía, desde luego, en su mensaje moral, sino en el ludus editorial que lo sustentaba: un desplegable que va descubriendo la interconexión de la poesía y de las ilustraciones a través de una gramática gráfica y tipográfica que se desenvuelve tácticamente entre la plegadura de una hoja de impresión dispuesta como una estauroteca icónica y textual. La plana entera, distribuida en calles horizontales con diferentes direcciones de composición, se va frunciendo estratégicamente sobre sí misma y condensa todos los formatos de su composición hasta la concentración cerrada de su propia extensión, proponiendo una lectura manual que se va desenmascarando progresivamente en la planimetría impresa de la hoja.
Hurgando en sus antecedentes bibliográficos, escasos y nada asequibles, solo aparecía alguna referencia de parecidas cronologías; una edición sin datos del «siglo XVIII» y otra de Córdoba, Rafael Rodríguez s.a. (como siempre en Antonio Palau, Manual del librero hispano-americano, Barcelona: Librería Palau, 1956, IX, nº 188840 y nº 188841), pero deberían haber existido algunas más. No es difícil, gracias a José A. Ortiz García, relacionar más de media docena: S.l., s.i., s.a., reproducida parcialmente por Manuel Sánchez Camargo, La muerte y la pintura española (Madrid: Editora Nacional, 1954, pp. 299-302), ejemplar de su propiedad, sin cronología precisa [y no olvidamos su Carta de aviso de la muerte, ¿siglo XVII?, entre pp. 287-291]; Barcelona: Juan Piferrer, 1735, estudiada por E. Galindo Blasco, cit. supra; dos, al menos, de Gerona, Narciso Oliva, mediados del siglo XVIII; Barcelona, Juan Centené, segunda mitad del siglo XVIII; Valencia, Francisco Burguete, s.a., pero 1768-1773, la publicada por J.-F- Botrel cit supra, pp. 61-64; Gerona, Rafael Figaró, siglo XVIII/XIX; Madrid, Pablo Minguet, s.a.; etc. Los editores han querido apelar a la cronología y ofrecen ahora la primera conocida, la de Barcelona, Joseph Llopis, 1688, conservada en el Archivo Histórico de la Ciudad de Barcelona, sgnt. F-34-C1/48 (320x425 mm). Pensamos que en su origen en el último tercio del siglo XVII, en el tardío Barroco catalán, compartió un espacio editorial común con las estampas, las aucas y las aleluyas, testigos de unos modos de lectura gráfica y literaria, donde la imagen y el texto se integran en la distribución icónica de un thema, generalmente de contenido espiritual, pero sin renunciar a representarlo lúdicamente en una topografía impresa, numerados los escaques como en un tablero, donde el lector/espectador tiene que desentrañar su significado.
El lector tiene ante sus manos en esta Navegación para el Cielo una aleluya deconstruida e interactiva, «ou le degré zéro de la lecture», como las definía acertadamente J.-F. Botrel, que le propone un juego poético e iconográfico, plegado (y plegándose) sobre su misma superficie, que se ha desarrollado secuencial y ordenadamente ante sus ojos. Sic transit, opera mundi.
03 enero, 2011
Debajo de la piel
Hace un año recibíamos el aguinaldo, precioso, de un Juego de la Oca, el de la imprenta Guasp, enviado por Víctor Infantes. Hoy ponemos aquí un Juego del Coyote (en inglés se conoce como «the fox and the geese»).
Nos ha llamado la atención ese coyote que corre mirando atrás en la disposición iconográfica que estudiamos en el artículo «Canis reversus. Para la iconología del perro que corre» y que luego extendimos a otros animales en las notas «Vulpecula reversa» y «El poder de las imágenes: notas para una rinocerontología». Ahora añadimos el coyote a aquella serie. Pero no debería extrañarnos la aparición de una precisa iconografía histórica en este juego popular, pues es obra del gran maestro ilustrador mexicano José Guadalupe Posada (que, por cierto, también dibujó algún excelente juego de la oca).
En realidad, el tablero de juego anterior lo hemos encontrado mientras repasábamos la obra de Posada admirando el estrecho contacto que establece, en gran parte de ella, con las fotografías del archivo de los Casasola del que hablamos hace poco. En ambos casos se nos pone ante los ojos un mundo complicado, plagado de contradicciones, el México que pasa del gobierno de Porfirio Díaz a la Revolución.
Es cierto que, en una primera lectura, allí donde las fotos de los Casasola testimoniaban una sociedad turbulenta, sin voluntad de intervenir en ella sino solo de representarla (si ello es posible), José Guadalupe Posada parece desafiarnos con una visión crítica, en ocasiones sarcástica o (nunca mejor dicho) descarnada. Pero lo cierto es que en estas crónicas dibujadas hay a la vez una fidelidad a los hechos directa como un espejo, o al menos tanta como en cualquiera de aquellas fotos. Quizá solo cambie el público al que se dirigen uno y otros. De «periodismo del pobre» ha calificado un crítico a esta obra.
En efecto, José Guadalupe Posada fue también un ilustrador de acontecimientos cotidianos y muchos de sus trabajos traslucen los detalles de la vida diaria mexicana: «en las cocinas, las mujeres vestidas con delantal, se afanaban en preparar los alimentos; sobre un hogar de ladrillo el carbón ardiente hacía que olla y cazuela de barro desprendieran aromas agradables; una joven mujer molía en metate los ingredientes para el mole, mientras que la cocinera sostenía un guajolote y al fondo se apreciaba un barril y una jarra de rico pulque...» («Posada, profesional de la imagen», en Posada. El grabador mexicano, Sevilla: RM, 2006, p. 89). Estas escenas aparecen al fondo de muchos de sus trabajos, en las ilustraciones de los cuentos para niños (que recuerdan algo los cuentos de Saturnino Calleja, exactamente coetáneo de Posada, en España).
José Guadalupe Posada fue un trabajador de prensa que empezó a ganarse la vida en los años de la precaria estabilidad y pujanza alcanzada en el México del Porfiriato. Pero fue mucho más que eso. Acabó siendo el gran artista gráfico de finales del XIX, el maestro de los grandes artistas mexicanos del primer tercio del siglo XX y el definidor de una estética tan poderosa que podría decirse que México entero aún no la ha superado. Trabajó hasta morir, pobre, a los sesenta años, el 20 de enero de 1913.
Los artistas gráficos de entonces miraban ante todo a Francia en busca de modelos. Posada buceó en toda la tradición gráfica mexicana y la utilizó en masa, desde la referencias precolombinas hasta los carteles publicitarios de las tabernas y pulquerías. Con estos mimbres, los artistas de fines del XIX nunca pensaron que se pudiera diseñar el futuro. El México revolucionario, sin embargo, se vio de pronto necesitado de una autodefinición fuerte, reivindicativa y, en cierto modo, justificadora del cierre de fronteras y el fin del cosmopolitismo que había marcado a los creadores del gusto de años anteriores. Y allí estaba la obra inmensa de José Guadalupe Posada para fundar sobre ella una estética que hoy nos resulta inconfundible y que parece formar parte del alma y la esencia de los mexicanos desde siempre.
Todas estas imágenes acompañan relatos de sucesos truculentos explicados de un modo sensacionalista y valdría la pena que alguien hiciera una antología de ellos. Por supuesto, los asesinatos de mujeres están a la orden del día. Es muy llamativo el subtítulo, toda una declaración de principios, de la Gaceta callejera: «Esta hoja volante se publicará cuando los acontecimientos de sensación lo requieran».
En cierto modo, la fotografía de prensa de los Casasola acabó con el trabajo de Posada, y con él también acabó una tradición centenaria. Pero mientras esto ocurría, el propio Posada fue suficientemente hábil como para aprovecharse de las fotografías para sus propias representaciones.
Es interesante comparar estas imágenes con las fotos que en estos mismos años vendrán a ocupar por completo el espacio de los ilustradores en la prensa. Por ejemplo, las de escenas militares, con retratos de los protagonistas de la Revolución, o esta soldadera y sus acompañantes, ya dibujados como tipos de características fijas.
Sin duda podemos trazar también una continuidad hacia fenómenos más modernos: los romances o cancioneros de corridos que empezaron a tener un gran favor del público en los años de la Revolución —por ejemplo estos sobre el Tigre de Santa Julia o Valentín Mancera ilustrados por Posada, con todos sus detalles de creación de héroes o antihéroes populares, etc.— son antecedentes claros de los actuales narcocorridos, de los que hablaremos próximamente.
Posada abandonó pronto la comodidad de la prensa burguesa para aliarse con el editor Antonio Vanegas Arroyo, dedicado a la literatura callejera y más popular, o hasta populachera. Pero vale la pena fijarse en la tradición culta que impregna estas imágenes.
Pueden compararse los dragones con los siete pecados capitales que atormentan al «rico
envidioso» con las espadas que cumplen el mismo fin en el purgatorio
del jesuita del siglo XVII, Sebastián Izquierdo.
envidioso» con las espadas que cumplen el mismo fin en el purgatorio
del jesuita del siglo XVII, Sebastián Izquierdo.
Esto no quiere decir que podamos ver en Posada una adscripción inequívoca a los principios revolucionarios. Posada es una personalidad oscura y enigmática en cuanto a su verdadera ideología o sus creencias religiosas (de hecho, los temas de devoción son muy abundantes, y da cauce a esa religiosidad mexicana anticlerical profundamente mezclada con creencias ancestrales). Los lugares en que Posada publicaba, por más que se declararan «a favor de la clase obrera» eran en muchos aspectos conservadores, sin apenas análisis políticos serios e inclinados sobre todo al sensacionalismo y la caricatura. Pero ahí fue donde desarrolló su estilo conciso, acerado y muy rico en expresividad directa, que desborda un fondo amargo más allá de la referencia al tiempo y lugar concretos. Posada es capaz de utilizar temas y motivos procedentes del México tradicional, de la estampa popular novohispana, heredera de la literatura de cordel española (de la que en 2005 se hizo una gran exposición en ciudad de México: La estampa popular novohispana, Museo Nacional de la Estampa) y también del nuevo México decimonónico.
«Los 41 maricones encontrados en un baile». Zincografía. Vemos cómo empieza aquí la metamorfosis de la sociedad mexicana en calaveras mal disimuladas.
Pero lo peculiar son estas calaveras. Calaveras, esqueletos y más calaveras y esqueletos dan la imagen más extendida de José Guadalupe Posada, cuando en realidad esta parte de su producción no llega al dos por ciento del total. También en esta faceta José Guadalupe Posada es el último gran representante de una tradición literaria y gráfica de más de quinientos años. «El grabado de Posada se transforma en un desfile de personajes, desde los más grotescos hasta los más entrañables: los fenómenos de la naturaleza, los borrachos, los aguadores y demás vendedores callejeros, las soldaderas, las vendedoras en los tianguis, las indígenas en las trajineras de Xochimilco y Santa Anita, políticos, bandidos, cirqueros y maromeros, charros a caballo, policías y federales; éstos a su vez los transforma en calaveras, y entonces el desfile de la vida se convierte en la Danza Macabra» (Montserrat Galí Boadella, «José Guadalupe Posada. Tradición y modernidad en imágenes», en Posada. El grabador mexicano, Sevilla: RM, 2006, p. 55). No podemos dejar de recordar aquí, además de las Danzas de la Muerte, los grabados de aquel extraño libro mexicano de Fray Joaquín Bolaños, La portentosa vida de la muerte, publicado en la imprenta del Licenciado Don Joseph de Jáuregui, en 1792. Con sus calaveras, Posada recogía otra vez unos elementos mostrencos, y hasta despreciados, de la tradición y los ponía en primer plano creando de golpe la estética que hoy nos parece el colmo de lo mexicano.
Los Narcos de Tijuana: «La Muertera». Del disco Levantando el vuelo
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