Hemos dedicado bastante atención a los extensos libros emblemáticos (o, para otros,
paraemblemáticos) del jesuita catalán Francisco Garau (Gerona 1640 – Barcelona 1701). En breve, todos ellos estarán editados en nuestro CD, junto al corpus completo de libros de
emblemas españoles. Pero no es de esta parte de la obra de Francisco Garau de lo que hablamos ahora, sino de una zona más oscura.
En la etapa final de su vida, Garau fue rector del Colegio de Montesión de Palma (y aún estaría a tiempo de serlo brevemente también de Zaragoza). Su cargo en Mallorca coincidió con los últimos grandes autos de fe públicos de la Inquisición española. Es un hecho terrible que todavía en la fecha tan tardía de 1691 se quemaran en la isla hasta a 36
xuetes (judeoconversos o judaizantes) durante cuatro escalofriantes ceremonias. No entramos aquí en el análisis del papel de los xuetas en la sociedad mallorquina: desde hace relativamente poco tiempo muy buenos historiadores trabajan en todos los detalles. Podemos recomendar este digno resumen para una primera
aproximación.
Francisco Garau fue apasionado cronista de aquellos acontecimientos en un librito publicado el mismo 1691. Y el texto iba a atizar una larga y desagradable polémica tanto por las descarnadas descripciones y la agresividad de su celo, como por su trasfondo político a favor de una nobleza que estaba perdiendo sus privilegios tradicionales a manos de los nuevos poderes económicos y financieros urbanos. Nosotros ahora ponemos al alcance de cualquier interesado el libro completo en su
primera edición (11 mb).
Pero lo que queríamos contar aquí es que revolviendo libros antiguos cayó en nuestras manos la relación de principios del siglo XVIII de unos sambenitos que se renovaron por entonces en la desaparecida Iglesia de Santo Domingo de Palma. Entre sus páginas alguien había colocado una hoja suelta en que se reproduce un artículo de don
Gabriel Alomar (Palma 1873 – El Cairo 1941). En esas líneas, Alomar proponía que en el lugar principal de aquella matanza, donde una vez estuvo lo que llegó a conocerse como
el fogó dels jueus, la ciudad tuviera el gesto de levantar algún tipo de recordatorio, una reparación simbólica. Traducimos del catalán estos párrafos pero damos también
el texto original completo, donde se apreciará mejor el humanismo profundo de Gabriel Alomar.
Quienes conocéis mi Mallorca –hace poco tan graciosamente tarasconizada por el queridísimo Rusiñol– recordaréis aquella fresca costa de poniente de la bahía palmesana, que envía a la ciudad el aroma del bosque de Bellver y tiñe de verde claro, por un reflejo de los pinos, el agua serena del antepuerto.
Por aquel brazo de tierra paseaba yo el otro día, saboreando la amargura previa a mi próximo y forzoso exilio, cuando vi surgir sobre la costa, en mi fantasía, un extraño monumento expiatorio.
¿Expiación de qué? ¿Es que sobre aquellos parajes vaga alguna sombra histórica no aplacada por las penitencias posteriores?
Todos habréis oído hablar, seguramente, de la cuestión de los xuetons o xuetes de Mallorca, descendientes de judíos, casta maldecida aún por un resto de barbarie en las costumbres sociales de la isla. De estos xuetes, a fines del siglo XVII (1691), la Inquisición mallorquina hizo unos ejemplares autos de fe, unas chamusquinas de carne hebrea celebradas (es la palabra) al mismo pie de esa pacífica y sonriente montañita de Bellver.
[…] Ya sé que el servilismo social rebaja y envilece la condición de las castas perseguidas de tal forma que lo que voy a proponer ahora a las víctimas de la ferocidad eclesiástica será reprobado por sus propios desciendentes de hoy. Remover la cuestión de los xuetes, en Mallorca, aunque sea reivindicándolos, les parece añadir oprobio al viejo oprobio. Se cuenta que los mismos xuetes hicieron desparecer ediciones enteras del escrito infame del P. Garau porque creyeron que venía a continuar la ignominia de sus nombres proscritos, expuestos un día a la vergüenza pública en los claustros de Santo Domingo.
Pero no creo que pueda haber en todo el mundo motivo más fuerte para alzar una gran piedra de expiación de las cruentas injusticias. La Iglesia que causó aquellas víctimas está viva y es poderosa en Mallorca; y el odio social que fue la causa y consecuencia, persite aún con toda su fuerza.
Mallorca quiere levantar un monumento al Rey Jaime I, un monumento triunfal... ¿No sería también justo levantar uno a los xuetes de 1691, algunos de los cuales tuvieron la gloria, tan poco judaica, de la noble persitencia en su fe y murieron quemados vivos, mientras los conversos eran agarrotados y quemados después de la muerte? Edificar una piedra de rescate en el lugar de la ejecución es un caso idéntico al que movió a los parisinos a erigir la estatua del caballero De la Barre ante el Sagrado Corazón de Montmartre, o a los romanos la de Giordano Bruno en Campo dei Fiori.
Este monumento estaría coronado por tres figuras: las de Rafael Valls, jabonero, de 51 años, Rafael Benito Tarongí, negociante, de 21 años, y su hermana Catalina Tarongí, de 45 años. Los tres fueron quemados vivos. El nombre del primero aún es popular, en tono de burla, en el léxico familiar de Mallorca. Se dice que el condenado, ya en la hoguera, animaba a un hijo suyo, niño, a que persistiera en la ley mosaica: –Rafalet, no et dons (Rafaelito, no te rindas)– le gritaba. Y desde entonces esta exclamación es sinónimo de la suma obstinación. [Y sigue Alomar reproduciendo algunos de los pasajes más crudos de La fe triunfante, como puede comprobarse en la imagen].
De aquella fiesta macabra se hicieron, naturalmente, coplas, romances y estrofas burlescas, donde reaparecían como en un resto de sambenito los nombres de los condenados. Todavía recuerdo, de niño, haber oído en boca del pueblo alguno de estos versos infamantes:
En Valls duia sa bandera
i en Tarongí es penó,
i els xuetes darrera
que feien sa processó...
[Valls llevaba la bandera
y Tarongí el pendón,
y los xuetes detrás
que hacían la procesión]
¿Podrá un día convertirse en ignominia la descarada gloria de aquellos verdugos, y en irrescatado martirio la deshonra de las víctimas? ¿Podrán un día los descendientes de los quemados alzar ya como una gloria la disimulada ascendencia y exigir de los matadores un rescate y no un olvido y un perdón?
¿El cielo de Mallorca, clásico y luminoso, amparará un día, sobre la ribera del sacrificio, el monumento vengador?
Por supuesto, desde aquellos años de principios del siglo XX ningún alcalde de Palma se ha atrevido a seguir la sugerencia. Y el pinar que se reflejaba en una
ensenada recoleta de la bahía, muy cerca de donde vivía el propio Alomar, en
El Terreno, es ahora víctima de la urbanización feroz, junto a un barrio decaído de la ciudad.