17 febrero, 2007

Huevos voladores

Las páginas de los libros antiguos están llenas de sorpresas. No solo por lo que ellos mismos dicen, sino también por las cosas que con el tiempo se han ido depositando en su interior. En la entrada anterior de «Mesa revelta» reproducíamos un texto de Gabriel Alomar, de principios del siglo XX, que alguien había pegado en las guardas de una relación de sambenitos del siglo XVIII. Hoy, consultando un ejemplar de la Curiosa y oculta filosofía de Juan Eusebio Nieremberg (Alcalá, María Fernández, 1649) hemos encontrado este recorte en el que un lector –por la letra, seguramente contemporáneo del libro– se vio obligado a añadir esta importante información a las infinitas curiosidades que agavilló de por sí nuestro buen jesuita, y la dejó cuidadosamente dentro del libro como aportación personal al conocimiento humano.
[ Un huevo quitado la clara y la yema por un agujero y después hinchido de rocío de mayo, y puesto al sol al mediodía, se alçará en el ayre fácilmente ]
Pero el sistema de vuelo aquí descrito (que obviamente nos recuerda el de Cyrano de Bergerac para llegar a la luna) ya contaba con una versión mejorada en las propias páginas de Nieremberg. Hablando de los imanes, nos da una excelente descripción de lo que hoy se conoce como «levitación magnética» (pp. 126-130). Por supuesto, quien quiera saber por menudo qué pensaban sobre el magnetismo en el siglo XVII que vaya a los libros de Athanasius Kircher, Magnes, sive de Arte Magnetica (Roma, 1641), y Magneticum naturae regnum (Amsterdam, 1667).

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