29 agosto, 2008

Ars poetica

Xu Futong: 月 (Moon), calligraphyXu Futong: 月 (Luna), caligrafía

我爱亨利摩爾的雕塑,尤其沉迷於雕塑中的孔。
Amo las estatuas de Henry Moore, especialmente el vacío que hay en medio de ellas.

(Gu Gan: 現代書法三步 (Los tres grados de la caligrafía moderna), Beijing 1990)

Repasando otra vez la traducción húngara del libro de Lin Yutang dimos con un poema de Xin Qiji que nos gusta mucho y del que no puede decirse que haya sido nunca traducido al húngaro. En todo caso, esta versión suena así (añadimos una traducción española literal):

Ifjú napjaimban
Csak vidámságban volt részem,
De szerettem fölmenni a padlásra,
De szerettem fölmenni a padlásra,
Hogy bánatot színlelő dalt írjak.

Azóta volt részem
A bánat keserű ízében,
És szót nem találok,
És szót nem találok,
Csak ezt: „Mily aranyos őszi óra.”
En los días de mi juventud
Yo solo era partidario de la felicidad.
Cuánto me gustaba subir al ático
Cuánto me gustaba subir al ático
Así escribiría una canción afectando pena.

Desde entonces he participado
Del amargo sabor de la pena
Y no encuentro palabras
Y no encuentro palabras
Solo esto: «Qué hora dorada del otoño»

Esta traducción, con su falta de precisión y errores de lectura, y especialmente con sus injustificadas adherencias sentimentales demuestra claramente por qué toda la tradición de traducciones poéticas del chino al húngaro (y podría añadir algunas a otras lenguas), deudoras del fin-de-siècle, son un completo error.

Gu Gan: 绕 (Coiling)Gu Gan: 绕 (rizo)

El poema chino es como un cuchillo. Preciso y agudo. Sus palabras son simples y encajadas casi a la fuerza. Son como los marcos del vacío en que consiste la esencia del poema y de la imagen chinos.

En consecuencia, en la Casa de la Poesía China optamos por traducir, primero, en una pequeña ventana emergente, una por una, cada palabra del verso para que cualquier lector comprenda claramente estos marcos; a continuación incluimos una transcripción romanizada que permite percibir el ritmo; y luego una traducción explícitamente cruda y literal. Al final, el lector podrá ensamblar el poema por sí mismo.

Invitamos a comprobar nuestro método aquí, con este poema de Xing Qiji traducido carácter a carácter y con su transcripción. Abajo damos solo la precisa versión al español.

De joven no sabía el gusto de la pena,
subía a la torre.
Subía a la torre,
a cantar una pena fingida.
Mas hoy sé bien el gusto de la pena,
y ya no quiero contarlo.
Ya no quiero contarlo,
solo decir qué hermoso, el frío otoño.

Gu Gan: 露 (Dew)Gu Gan: 露 (rocío)

Xing Qiji en este poema utiliza un juego de palabras –más bien un «juego de caracteres»– tan fino que no lo podemos traducir, apenas explicarlo. Sin embargo, este juego es la clave no solo del poema sino de la poesía china en general.

Las dos partes acaban con dos palabras similares, chóu y qiū (chjou y chyou). La final qiū 秋 de la segunda parte, formada con las imágenes de la oreja 禾 y el fuego 火 significa ‘otoño’, la estación en que se quema el rastrojo. En el último 愁 chóu de la primera parte encontramos el mismo 秋 ‘otoño’, pero sobre el signo del corazón y de los sentimientos 心 con lo que significa ‘pena’, «otoño en el corazón».

La poesía clásica de la dinastía Tang se esforzó en evitar esta palabra demasiado «lírica». El gran diccionario de la poesía Tang solo incluye dos apariciones. Sin embargo, el ci, el género poético popular del período Song que imitaba las canciones tradicionales, explotaba con frecuencia el sonido y la similaridad «etimológica» de las dos palabras, como vemos en Li Yu entre los poemas que hemos traducido.

Esta obra, muy conocida en su momento, está incorporada en las palabras de Xin Qiji cuando dice que en su juventud quería escribir sobre el «otoño de su corazón» –pero ¡cuán lejos estaba entonces de tener realmente el otoño en su corazón, y ahora sí que lo tenía!– ; ya hemos apuntado la razón en una nota previa – había alcanzado el punto en que ya no quería describir «el otoño del corazón» sino exclusivamente «el otoño» contemplado con toda la claridad de su frío y belleza pero omitiendo cualquier intervención sentimental 心.

Y si el poeta –junto con lo mejor de la poesía china– ha alcanzado y defiende esta restricción, por qué el traductor vuelve atrás y tiene que colarnos de contrabando e impunemente sus propias efusiones.

Wang Xuezhong: 白花齊放 (Let a hundred flowers bloom)Wang Xuezhong: 白花齊放 (que se abran cien flores)

25 agosto, 2008

Insultos, injurias e improperios

En la base de datos del ISBN salen 17 libros con la palabra «insulto(s)» y la mayoría son de alto interés filológico. Conocemos unos cuantos de ellos y su repaso nos ha traído a la memoria aquel año –ya lejano– en que, junto con Enrique Lázaro, diseñamos nuestro propio diccionario de insultos, bien introducido por un sesudo estudio teórico. Seguro que Enrique guarda en su casa las carpetas y cajas con los miles de fichas. Por entonces no existía la abundante bibliografía que hay hoy sobre el asunto, y aquella introducción nos sirvió para sacar una matrícula de honor en la asignatura de Lexicología. La conclusión principal, creo recordar (y su brillantez, bien pensado, no era como para provocar desmayos) consistía en que cualquier palabra, frase y hasta sonido inarticulado sirve para insultar, pues el insulto está en la voluntad de agredir y en la habilidad para conseguirlo.

Pero ninguno de los textos que leímos ni de los que hemos ido leyendo desde entonces llega a la fabulosa, pantagruélica y vitriólica categoría del libro que nos ha mandado Julia D'Onofrio, nuestra enviada especial en Buenos Aires, a quien tanto queremos. Lleva el título de Puto el que lee. Diccionario argentino de insultos, injurias e improperios (Buenos Aires: Gente Grossa, 2007). Habíamos comprobado que los argentinos alcanzan lo mejor de la agresión verbal, tanto sutil como barriobajera, de la lengua española, pero hasta hoy no podíamos decir con qué profundidad y rigor esto era así. Basta ver la cita que abre el libro, una rotunda afirmación de la necesidad del insulto: «Sólo existen dos motivos por los cuales una persona puede no haber proferido un insulto jamás en su vida: que sea un pelotudo de mierda o que sea un hijo de remil putas» (Proverbio chino).
Los ejemplos que ilustran cada voz son morrocotudos, con una tremenda insistencia en la sexualidad desbocada, expresada de manera profusa, explícita, hiriente, explosiva. En ellos vemos, sobre todo, el saludable regocijo nocturno de la panda de autores que han pergeñado este diccionario. No pondremos ejemplos aquí porque uno no sabe bien cómo seleccionarlos adecuadamente. Cómprenlo y léanlo entero, si pueden. Y no olviden estudiar los anexos finales, con sus útiles cuadros para la construcción de insultos simples y compuestos, más la pequeña guía gráfica de gestos insultantes (por cierto, tengo que averiguar qué es exactamente el gesto de «pito catalán», que no se aclara).
Nosotros nos hemos quedado con las ganas de hacernos con toda la biliografía citada al final. De ella sí que pondremos unos cuantos ejemplos. Por no discriminar, copiamos hasta la letra D:

-Aguinis, Marlon: Los negros de mierda también discriminan, Buenos Aires, La Nación, 1998.
--- : Los chinos de los autoservicios apagan las heladeras y otros ejemplos de asiáticos despreciables, Pilar, La Nación, 1999.
-Barrenechea, Pastor: La utilización del dativo en los insultos de invitación en la zona de Cuyo, Nueva York, Broolyn Press, 1976.
-Barthes, Zinedine: Le degré zero de mon cul, Editions du l'Petite La Ruse, 1962.
-Berenguer Carisomo, Lulú: El concepto de autoridad en los insultos descalificadores, Buenos Aires, EUDEBA, 1976.
--- : Una poronga de doce kilos, Buenos Aires, EUDEBA, 1983.
-Bergoglio, Johnny: Esta boca es mía, Santiago, Ediciones Paulistas, 2005.
-Bordelois, Margheritte: Yo de eso no hablo, Buenos Aires, edición de la autora, 2006.
-Brizuela Méndez, Ramón Ismael: Rameras y peteras, una introducción, Santa Cruz, Editorial de la Dirección General de Institutos Penitenciarios, 1936.
-Campolongo, Cedric: A villeros no me van a ganar, Ginebra, Bols Editores, 1985.
--- : Antonio Carrizo y yo, Ginebra, 2005.
-Cusenier, Walterio Maximiliano: La belleza propia de quienes saben cómo descalificar con altura a la vagina de la madre del prójimo, Encarnación, 1967.
--- : La belleza propia de quienes saben cómo descalificar con altura a la vagina de la madre del prójimo (versión aumentada, corregida y con dibujitos para niños), Encarnación, 1969.
-De la Concha, Lorenzo: Mis orígenes, Madrid, Real Academia Paralela Editores, 1947.
--- : Recuerdos de mi madre, Madrid, edición especial de El Corte Inglés, 1985.
-De la Concha, Lorenzo (h): De dónde venimos y hacia dónde nos mandan, Washington, Hispanic House, 1985.
Desábato, Ernesto: A fala dos macacos, Quilmes, El Sol, 2002.
--- : Minha vida nos calabozos brasileiros, Pelotas, 2005.
...
Sospecho que volveremos sobre estos temas porque nuestra otra lengua materna, el húngaro, insulta con una propiedad y eficacia que nada envidia al idioma castellano, y esto deberá defenderse adecuadamente aquí.

21 agosto, 2008

Los molinos de Dios


Ha pasado algún tiempo desde que la edición húngara de GEO Magazine, en aras de una altruista difusión popular de la sabiduría –ya saben: lo que importa no es quién escribe, «basta con que la narración no se aparte un punto de la verdad»– ofreció un ejemplar ejercicio de corta-y-pega en su artículo sobre Aurel Stein, el gran explorador húngaro de la Ruta de la Seda, a partir de las imágenes y textos del web que preparamos en Studiolum sobre el fondo que el propio Stein legó a la Colección Oriental de la Academia Húngara de Ciencias. Omitieron cuidadosamente el nombre de Studiolum y el de la Academia, quizá para evitarnos cargar con los errores de bulto que cometieron en su artículo.

En el transcurso de dos meses, dos cartas del Jefe de la Colección (de tono muy educado) y luego otras dos del Director de la Biblioteca (un poco más encendidas) se enviaron infructuosamente al registro de entrada de la versión húngara de la revista, seguramente algo similar a la imagen de arriba. Las cartas solo pedían al equivalente de la señora de la foto que en el siguiente número de GEO fueran tan amables de publicar el nombre de la Biblioteca donde se guarda el único archivo gráfico relevante de Stein.

Pero todos tenemos un jefe. Y fue desde la sede principal de GEO en Hamburgo donde, tras un breve silencio estupefacto al oír la historia, acabaron tomando cartas en el asunto. A la mañana siguiente, llegó la respuesta del editor jefe de la edición húngara.

La causa de esta incómoda situación no puede explicarse apelando al inminente cierre de la publicación de la revista, por tanto no puedo ni excusarlo.

No, por Dios. La revista ha tenido dos cierres de redacción desde la primera carta. Qué desastre de acto de contrición.

La edición de agosto de la revista acaba de llegar a los quioscos. Una nota al final de las cartas dice:

Para reparar nuestra falta, corregimos ahora esta información: Colección Oriental de la Biblioteca de la Academia Húngara de Ciencias. La web de esta institución es: http://stein.mtak.hu

La página principal de la institución es, en realidad, http://www.mtak.hu, mientras que la dirección de arriba es justamente la de las páginas de Stein. Esto remata definitivamente lo innecesario de leer el artículo de GEO: mucho mejor es ir en su lugar a las páginas originales (en inglés y español), ya que GEO ha sido tan gentil de publicar su dirección de internet. Pronto aparecerá, además, una edición ampliada con el material completo de la exposición fotográfica de Hong-Kong que abarca toda la vida de Aurel Stein.

La fuente de la ilustración que encabeza esta entrada es la edición de agosto de 2008 de la versión húngara de GEO Magazine.

09 agosto, 2008

The little prince

Ahmad Mirza Persian Crown Prince, a year later Ahmad Qajar Persian Shah on a postcard of 1908
In the Objects found section of the blog A vajszínű árnyalat. we have found this postcard, portraying Crown Prince Ahmad Mirza one year before his ascendence to the throne of Persia on July 16, 1909 as Ahmad Qajar Shah, the last ruler in his dynasty. The date of the postmark is March 1911, but this is only ante quem. In the collection of Darius Kadivar we find the other side of the card as well – happy times when it was enough to write for an address as few as “to Mr. Seid Rahim in Tehran” – bearing, oddly enough, another stamp and postmark with a three months earlier date. But this is just an ante quem as well. The quo is printed with Eastern Arabic numbers immediately under the image: ۱۳۲۶ that is 1326, indicating the period between February 4, 1908 and January 22, 1909 according to the Islamic calendar. During the reign of Ahmad Shah, just like in all times since the acceptance of Islam, this was the official calendar. Only after his overthrow in 1925 was it officially changed by Reza Pahlavi – at odds with the clergy and in favor of the country’s ancient roots – for that Persian calendar of Zoroastrian origin, also polished by Omar Khayyam, which counted in solar instead of lunar years the time that had passed since the hijra, thus setting back by forty years the calendar of the country. By when the number of the years could have made up for the loss, his son Mohammed Reza Shah also translated the starting point of the calendar at the year of the foundation of the ancient Persian Empire, so that the pro-Shah emigration even today writes 2567. After the Islamic Revolution – who knows why – they did not return to the Islamic calendar, only the starting point of the Persian calendar in vigor was set again to the year of the Hijra. It is an odd impression to read in the date of the Islamic newspapers, above the name of Allah, the names of the twelve Zoroastrian archangels with which the Persian calendar marks the twelve months – or, more precisely, the twelve zodiacal signs.

Ahmad Shah Qajar of Persia in 1909The Crown Prince – here to the left already shahinshah, King of the Kings – on these pictures looks with that infinitely melancholic glance into a world accessible only to him, which is the attribute of a nation fatigued under the burden of twenty-five centuries of a highly refined civilization. Of a nation whose very verbal infinitives serve, in an unparalleled way, to express the past time, so that they have to create a separate stem to express the present. This characteristic melancholy is felt everywhere among Persians. And it is not just the consequence of the current political situation, not that “hopelessness that rules the heart of every young Iranian” as The Labyrinth writes, or as the letter quoted by him puts it: “in our 20s and 30s we are already old and will become older still.” For in the non-Persian regions of the country, among the energetic Kurds, in the Armenian quarter of Isfahan, or in Tabriz inhabited by the lively Torkis, Azeri Turks, there is no trace of this melancholy which, on the other hand, was already noted a hundred and fifty years ago by the great Hungarian orientalist Ármin Vámbéry arriving from Turkey to Persia. And this same melancholy radiates from the poems of Khayyam, Rumi or Hafez. And even the predecessor of Ahmad Shah, King Xerxes, while inspecting his army that surpassed any other in number before the great campaign of his life

pronounced himself a happy man, and after that he fell to weeping. Artabanos, having observed that Xerxes wept, asked him: “O king, how far different from one another are the things which thou hast done now and a short while before now! for having pronounced thyself a happy man, thou art now shedding tears.” He said: “Yea, for after I had reckoned up, it came into my mind to feel pity at the thought how brief was the whole life of man, seeing that of these multitudes not one will be alive when a hundred years have gone by.” (Herodotus, Histories, 7.46)

Ahmad Shah Qajar of Persia on a stampBut Ahmad Shah – described by his contemporaries as “an extremely intelligent young man, highly educated, with a wide knowledge of both Eastern and Western culture, and well read in history, politics, and economic theory” – had even more reasons for melancholy. In Persia the Russian imperialists on the north and the English to the south had been competing with each other for a century in seizing the resources of the country, until in the Anglo-Russian Convention of 1907 they divided Persia in spheres of interest, obstructing any development since the times of the shah’s great-grandfather, inciting to anti-government riots the tribes making up almost a quarter of Persia’s population, and extracting exclusive concession on the Iranian oil discovered in 1908. In this vacuum since the 1870’s the most bewildering adventurers, fools and agents had been appropriating the political and cultural stage, preparing the way to the so-called Constitutional Revolution between 1905 and 1911, during which the father of the shah was forced to abdicate, and Ahmad “ascended weeping to the throne”. In the following three years he put on thirty kilos. During his reign the English, “for safety’s sake”, occupy and in the WWI use as a hinterland the country that had previously declared its neutrality, contributing to the great famine of 1918-19 which killed a tenth of the population, and then, at the sight of the gradual development of parlamentarian democracy, they convinced the illiterate general of the only efficient Persian military force, the Persian Cossacks, to seize the power, taking advantage of the absence of the shah who in 1925 traveled to France to the funerals of his father. The general establishes his dictatorship in the service of the English interests under the self-created name Reza Pahlavi Shah. Ahmad Shah dies five years later, at the age of thirty-two in Paris.

Ahmad Shah Qajar of Persia in 1909
In the best summary of twentieth-century Persian history, in his less than hundred pages long The Shahinshah, Ryszard Kapuściński portrays the reign of Reza Pahlavi and of Mohammed Reza by narrating about a dozen of photos, from the illiterate Cossack sergeant accompanying a prisoner to his son escaping from the revolution at the airport. I have always been fascinated by this narrative, not only because of the sharp eye and precise style of Kapuściński, but also because of the ingenuity of the method. However, since I have made better acquaintance of old Persian photos, although my acknowledgement towards Kapuściński has not decreased, nevertheless I see better how much they offer themselves to such an analysis. In Persia, before the arrival of photography, there was hardly any tradition of the portrait, thus the early photos do not mirror those centuries-old, detailed and inconscious rules of composition and closedness that have been pointed out even in the photos of Hungarian peasants by Ernő Kunt. These photos possess some kind of a magic spontaneity, by which they promise to tell something more, deeper and more personal about their subjects than contemporary Western photographies do.

Mozaffar al-Din Shah QajarThe grandfather of Ahmad Shah, Mozaffar al-Din Shah Qajar (1896-1907)

Photo of Ahmad Shah Qajar in the Niavaran Palace (Tehran)
The children of Ahmad Shah QajarThe children of Ahmad Shah

The figure of Ahmad Shah still represents the end of the real Persian imperial rule for many Persians, and even the monarchist emigration is divided between the Qajar party and the Pahlavi party. Essays, a romantic film (Homayun Shahnavaz’s Shah-e kamoush [The silent shah], 2005), and even a separate blog is dedicated to his memory, several families keep at home one of his official ruler’s portraits, and his image, accompanied by the symbol of the Empire, the shir o khorsid, also pops up in the Persepolis of his distant descendant Marjane Satrapi, the second best summary of twentieth-century Persian history.

Ahmad Shah Qajar of Persia
Ahmad Shah Qajar of Persia
Ahmad Shah Qajar of Persia
Ahmad Shah Qajar of Persia
Ahmad Shah Qajar of PersiaFront-page of the Illustrated London News not much before
the English, in order to save the world peace threatened
by Persia, in 1915 occupied the country
(or: nothing new under the sun)

Ahmad Shah Qajar of Persia
Ahmad Shah Qajar of Persia
Ahmad Shah, with Reza Khan in the backgroundAhmad Shah. Behind him, wearing a cloak, General Reza Khan, shortly before his takeover

Ahmad Shah Qajar of Persia in the Persepolis of Marjane Satrapi

06 agosto, 2008

Verano


Estaba sentada en uno de los escalones que daban al patio. Llevaba una falda larga de color rojo con un estampado floreado. Era verano. El cerezo, pletórico, parecía hinchado. Atila se había sentado en el suelo de la galería, cerrando el paso con sus interminables piernas. Ella dijo:
—Si todos los hombres tuvieran un árbol delante de la ventana, no habría guerras en el mundo.

Atila murmuró:

—Seguro que Hitler tenía un árbol delante de su ventana...

Y Elvira Csáky, de soltera Rádai:
—He dicho: «si todos los hombres...»; que sean solo unos pocos no sirve.
Adan Kovacsics, «El Danubio» (en Guerra y lenguaje, Barcelona: El acantilado, 2007, p. 148).