04 abril, 2011

De Deir el-Bahari a Medinet Habu

«Solo sobrevivirán fábulas»

Templo de Hatshepsut, en Deir el-Bahari


«¿Acaso ignoras, Asclepio, que Egipto es la imagen del cielo, o lo que es más exacto, la proyección y descenso aquí abajo de todo lo que es gobernado y puesto en movimiento en el cielo? De hecho, si hemos de decir la verdad, nuestra tierra es el templo del cosmos entero. Pero, como es conveniente que los hombres prudentes conozcan de antemano el porvenir, no es lícito que ignoréis esto: un tiempo ha de venir en que parecerá que los egipcios han sido fieles en vano a la divinidad, que su piadosa mente, su atenta devoción y toda su santa veneración se revele como ineficaz y estéril. Un tiempo ha de venir en que los dioses regresen con premura de la tierra al cielo y dejen abandonado a Egipto; un país que fue sede de prácticas religiosas se verá despojado de los dioses y ya nunca gozará de su presencia; pues los extranjeros asolarán este país y esta tierra mostrando desprecio por la religión y, lo que es más grave, prohibiendo con presuntas leyes y bajo penas prescritas, toda práctica religiosa, devoción o culto a los dioses, esta sagrada tierra, sede de santuarios y de templos, se cubrirá entonces de tumbas y de cadáveres.


¡Ay Egipto, Egipto!, de tu religión solo sobrevivirán fábulas y éstas increíbles para tus descendientes, las palabras que cuentan tus piadosos hechos solo permanecerán grabadas en las piedras; tu tierra se verá invadida por el escita, el indio o cualquier otro vecino bárbaro. Los dioses volverán al cielo, los hombres, abandonados, morirán en su totalidad y entonces, oh Egipto, privado de dioses y de hombres, te convertirás en un desierto.


A ti me dirijo, santísimo río, a ti te anuncio los hechos futuros. Una avenida de sangre te llenará hasta las orillas y te desbordará, y no solo tus divinas aguas, sino todas se verán profanadas por la sangre y desbordadas. El número de muertos superará en mucho al de vivos, y al superviviente solo por su idioma se le reconocerá como egipcio, porque por sus actos parecerá diferente.


¿Por qué lloras, Asclepio? Egipto ha de verse sometido a algo más grave y mucho peor que estas cosas, peores calamidades han de mancillarlo todavía. Egipto, el en otro tiempo santo y bien amado de la divinidad, la única fundación de los dioses sobre la tierra por su piedad, maestra de santidad y devoción, se convertirá en modelo de la impiedad más extremada. Y entonces, el cosmos, ya no será algo digno de admiración ni de reverencia para unos hombres hastiados de todo. Este cosmos que es bueno, nada mejor que él puede imaginarse que hubo, hay o habrá, correrá un grave peligro y se convertirá en una carga difícil de soportar para los hombres, que despreciarán y llegarán a odiar al cosmos entero —esta obra inimitable de Dios, gloriosa construcción ordenadamente dispuesta por la múltiple diversidad de las formas, instrumento de la voluntad divina que dispensa, sin envidia, todos los dones a su obra, ensamblaje, uno y diverso a la vez, en un solo conjunto, de todo lo que puede ser considerado digno de admiración, alabanza y amor—. Los hombres preferirán las tinieblas a la luz y juzgarán más útil la muerte que la vida.


Nadie alzará sus ojos al cielo. Al hombre piadoso se le considerará demente, al impío sabio, el loco furioso será tenido por valiente y el más malvado por hobre de bien. El alma y su doctrina de que es inmortal por naturaleza o que según se tiene por cierto que ha de alcanzar la inmortalidad, según yo os he enseñado, no solo dará risa sino que será considerada una fantasía de la soberbia. Quien se consagre a la religión de la mente, creedme, será reo de pena capital. Se instituirán unos nuevos derechos y una nueva ley. Ya no volverá a oírse, ni albergará la mente humana, nada santo ni piadoso, ni nada digno del cielo y de los seres celestes.


Tras separarse, dolorosamente, los dioses de los hombres, solo quedarán sobre la tierra los ángeles malvados, esos que, unidos a los hombres, los empujan con violencia, infelices de ellos, a todo tipo de osadía malvada, a la guerra, al robo, al engaño y a todo lo que es contrario a la naturaleza del alma. Se desestabilizará la tierra, dejará de ser navegable el mar y el cielo se verá privado del curso de los astros y de la ruta de las estrellas. Enmudecerá, forzada al silencio, toda voz divina, se pudrirán los frutos de la tierra, estéril se volverá el suelo y el mismo aire languidecerá en una siniestra inacción.


En esto consistirá la vejez del cosmos: impiedad, desorden y sinrazón de todo lo bueno».
Textos herméticos. Asclepio, Madrid: Gredos, 2008, págs.460-66.
Trad. de Xavier Renau Nebot.


El rostro de la reina Hatshepsut


Epitaph on an Army of Mercenaries - Epitafio para un ejército de mercenarios

These, in the day when heaven was falling,
The hour when earth's foundations fled
Folllowed their mercenary calling
And took their wages and are dead.

Their shoulders held the sky suspended;
They stood, and earth's foundations stay;
What God abandoned, these defended,
And saved the sum of things for pay.
Estos, cuando los cielos se caían
y huían los cimientos de la tierra,
siguieron su destino mercenario,
tomaron su soldada, y ya estan muertos.

Acarrearon con el firmamento;
aguantaron, y aún la tierra aguanta;
cuidaron lo que Dios abandonaba,
y lo salvaron todo por dinero.

A. E. Housman - Versión de José Mª Micó

Medinet Habu


Colosos de Memnón

«Quiero describirte también la maravilla de Memnón, pues su arte era realmente extraordinario y superaba el poder de la mano humana. Había en Etiopía una imagen de Memnón [Calístrato se refiere a la estatua de la derecha de la foto], el hijo de Titono, realizada en mármol. Aun siendo mármol, no permanecía, sin embargo, encerrada en sus límites ni soportaba el silencio de su naturaleza, sino que, sin dejar de ser piedra, tenía la posibilidad de hablar. Saludaba, en efecto, a la Aurora, mostrando con su voz alegría y regocijándose ante la llegada de su madre, y después, al declinar la luz, emitía lastimosos y tristes gemidos ante su partida. No carecía el mármol de lágrimas, sino que las tenía a disposición de su voluntad. Solo en el cuerpo se distinguía, a mi parecer, la imagen de Memnón de un hombre, pues era regida y guiada por una especie de alma y por sentimientos humanos. Se mezclaban en sus ser las penas y las alegrías, adueñándose de él alternativamente unas u otras. Y aunque la naturaleza dispuso que el género de las piedras fuese mudo y sin voz, inmune al sufrimiento e incapaz de gozar, del todo inaccesible a los embates de la fortuna, a esta piedra de Memnón el arte le infundió placer e inyectó dolor en la roca, y solo de esta obra de arte sabemos que tuviese pensamientos y voz. Dédalo fue tan audaz que llegó a comunicar movimiento, y su arte tenía la facultad de trascender los materiales y hacerlos danzar, pero no pudo ni se le pasó jamás por la cabeza, construir obras dotadas de voz. Sin embargo, las manos de los etíopes encontraron el camino hacia lo imposible y vencieron la mudez de la piedra. Cuenta la historia que Eco respondía a Memnón, cuando éste hablaba, contestando con cadencia triste a sus tristes quejas, y devolviéndole, cuando estaba alegre, sus muestras de alegría. Esta estatua calmaba las aflicciones de la Aurora y la interrumpía en la búsqueda de su hijo, como si el arte de los etíopes la compensase de la fatídica pérdida del auténtico Memnón». (Calístrato, Descripciones, Madrid: Siruela, 1993. Trad. de L. A. de Cuenca y M. A. Elvira, p. 187)

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