Aquí sabemos de la nieve gracias a su presencia imponente en la literatura centroeuropea, en la literatura nórdica, en la literatura rusa. Recordamos vivamente algunas nevadas inacabables, donde la lenta caída de los copos parece elevar la tierra hasta el cielo gris, pero estas nevadas caen en las obras de Tolstói, de Chéjov o de Pasternak; o es aquella nieve que todo lo cubre en el invierno de Nils Holgersson, atravesando Suecia de la mano de Selma Lagerlöf… Hay muchísima nieve en los libros que hemos leído, en Jack London, en Andersen, en Maupassant, en Kawabata, en Danilo Kis, en Adam Bodor… Por eso, cuando nieva en Palma, salimos a la calle intentando entenderla con los cinco sentidos, registrar su forma misteriosa como si fuera un signo de otro mundo que sabemos que desaparecerá muy rápido. No conseguimos nada. Se deshace al tocarla. Visto y no visto. Como un arcoiris, como un fuego fatuo.
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