24 abril, 2014

Otra ciudad




Konstantinos Kavafis: Η Πόλις (La ciudad). Música de K. G. Eklektos

Η Πόλις

Είπες· «Θα πάγω σ' άλλη γή, θα πάγω σ' άλλη θάλασσα,
Μια πόλις άλλη θα βρεθεί καλλίτερη από αυτή.
Κάθε προσπάθεια μου μια καταδίκη είναι γραφτή·
κ' είν' η καρδιά μου – σαν νεκρός – θαμένη.
Ο νους μου ως πότε μες στον μαρασμό αυτόν θα μένει.
Οπου το μάτι μου γυρίσω, όπου κι αν δω
ερείπια μαύρα της ζωής μου βλέπω εδώ,
που τόσα χρόνια πέρασα και ρήμαξα και χάλασα».

Καινούριους τόπους δεν θα βρεις, δεν θάβρεις άλλες θάλασσες.
Η πόλις θα σε ακολουθεί. Στους δρόμους θα γυρνάς
τους ίδιους. Και στες γειτονιές τες ίδιες θα γερνάς·
και μες στα ίδια σπίτια αυτά θ' ασπρίζεις.
Πάντα στην πόλι αυτή θα φθάνεις. Για τα αλλού – μη ελπίζεις –
δεν έχει πλοίο για σε, δεν έχει οδό.
Ετσι που τη ζωή σου ρήμαξες εδώ
στην κώχη τούτη την μικρή, σ' όλην την γή την χάλασες.
La ciudad

Dijiste: «Iré a otra tierra, iré a algún otro mar.
Mejor que ésta habrá alguna otra ciudad.
Una condena escrita es cada intento mío
y está mi corazón, como un muerto, en su nicho.
¿Hasta cuándo mi alma va a continuar tan lánguida?
Donde vuelvo la vista, mire a donde mire,
de mi vida las ruinas negras las veo aquí,
en donde tantos años pasé, arruiné y perdí»

No hallarás nuevas tierras, no hallarás otros mares.
La ciudad te seguirá. Y por las mismas
calles vagarás. Y en los mismos barrios envejecerás
y canas te saldrán en estas mismas casas.
Siempre arribarás a esta ciudad. ¿A otra parte ir?
-no lo esperes-, ya no hay barco ni ruta para ti.
Al arruinar tu vida aquí, en este rincón mínimo,
para toda la tierra tú ya la has destruido.
(Trad. de Ramón Irigoyen)

La ciutat

Has dit: «Me n’aniré en una altra terra,
me n’aniré en una altra mar.
Bé hi haurà una ciutat millor que aquesta.
Cada esforç meu és una sentència que em condemna;
i el meu cor sembla un mort colgat dins una tomba.
¿Fins quan ha de ser que em romangui
l’esperit en aquest marasme?
Cap on sigui que giro l’ull i pertot on miro
veig de la meva vida aquí les negres runes,
aquí on he passat tants anys
i he devastat i he fet destrossa».

Uns nous indrets, no els trobaràs,
no trobaràs, no, unes altres mars.
La ciutat, on tu vagis anirà. Pels mateixos
carrers faràs el tomb. I en els mateixos barris
t’envelliràs, i en aquestes mateixes
cases et sortiran els cabells blancs.
Sempre serà en aquesta ciutat que arribaràs.
Cap a uns altres llocs, no ho esperis,
no hi ha vaixell per’tu, no hi ha camí.
Tal com has devastat aquí la teva vida,
aquí, en aquest racó petit,
és en tota la terra que n'has fet la destrossa.
          (Trad. de Carles Riba)
The City

You said, “To another land I will go, to another sea.
There, another city, better than this, will be found.
My every effort is condemned by fate;
It buries my heart like a corpse.
How long will I abide in this wasteland?
Wherever I turn my eyes, wherever I look,
the black ashes of my life are there.
So many years spent, all ruined and wasted.”

You will find no new lands, you will not find other seas.
The city will follow you. You will roam the same streets,
and grow old in the same neighborhoods.
In these same houses, you will grow gray.
You will always arrive in the same city.
Do not hope. No ship nor road will take you to another land.
If you have ruined your life here, in this small corner,
so, too, have you ruined it everywhere.


23 abril, 2014

Palacios fantasma

En Budapest, entre la Plaza de los franciscanos y el Puente Isabel, están los dos Palacios de Clotilde. Tienen similar aspecto, solo separados por la calle Szabad Sajtó. Abren al visitante un elegante corredor desde Pest a Buda. En 1899 la Archiduquesa Clotilde María de Habsburgo organizó un concurso para edificarlos. Vencieron Flóris Korb y Kálmán Giergl. Las vicisitudes las cuenta con todo detenimiento el blog de historia urbana Kép-Tér añadiendo numerosas fotos históricas.


Estos palacios gemelos, que se construyeron entre 1890 y 1902, son imponentes y elegantes; dos joyas indiscutibles de la ciudad.

Si bien el palacio del lado norte ha sido remozado, su compañero presenta un estado de abandono por el que campan la memoria y los fantasmas. Vagando por el laberinto de escaleras uno encuentra historias diferentes en cada piso. El recuerdo de las magníficas ventanas pintadas con dibujos de Miksa Róth y las estufas cubiertas de azulejos esmaltados de Zsolnay todavía nos asalta entre las paredes con paneles de madera; basta desviarse un poco de la ruta marcada y husmear por los pisos para tropezar enseguida con una maleta, una camisa, una caja fuerte Theodor Wise de hermosos cajones... El palacio, como ocurrió con el Gran Hotel modernista de Palma, fue transformado en oficinas, también viviendas, locales de negocios y albergó la Cafetería del Centro. Y aunque el edificio esté ahora completamente vacío, cerrando los ojos no cuesta imaginar el movimiento, el ajetreo, las puertas que se abren y cierran y las estancias recobrando la vida de golpe.


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Un rasgo característico de los Palacios de Clotilde –donde funcionó el primer ascensor de Budapest– son las torres y la vista de la ciudad que se obtiene desde allá arriba. Sin moverse de lo alto se ven a la vez la Estatua de la libertad, el Castillo de Buda y el Parlamento. Un punto único.


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Gracias a la Asociación Orczy Kultúrkert por organizar la visita.

20 abril, 2014

Carrer de Sant Francesc, cap de cantó amb Pare Nadal


A Palma la processó del Divendres Sant –la del Sant Enterrament– dibuixa gairebé un cercle des de la Plaça de Sant Francesc fins l'Esglèsia del Socors passant pel carrer de Sant Francesc, el de Colom, la Plaça Major i un bocí de Sant Miquel abans de tombar cap al carrer de Josep Tous Ferrer i enfilar la Porta de Sant Antoni.


Nosaltres no ens moguérem de la cantonada del carrer del Pare Nadal, el lloc més estret de tot el recorregut, on els carros s’han de mirar molt per no tocar les parets i on els tambors ressonen més fort. La processó començà devers les set i a les onze encara partien les darreres confraries.


La fosca a voltes creix i cal encendre
la llàntia del cor: qui pot entendre
la nua veritat ama el soscaire.
–Llorenç Moyà–


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05 abril, 2014

Día del Juicio en Viena



El catálogo y el volumen con el estudio salieron hace unas semanas, y el cartel está ya colgado en la cafetería Alt Wien, donde el público se informa de la agenda cultural vienesa mirando las paredes. El autor, sentado bajo el póster, hojea su obra satisfecho –con todo motivo–. Ayer tarde, en la inauguración de la magnífica exposición Weltuntergang. Jüdisches Leben und Sterben im ersten Weltkrieg (El Día del Juicio. Vida y muerte judías en la Primera Guerra Mundial), la gran sala del Museo Judío de Viena estaba completamente abarrotada. Además de la directora del museo Danielle Spera, el comisario de exposiciones Marcus G. Patka, y el presidente del Banco Raiffeisen, patrocinador de la exposición, también intervinieron el príncipe Ulrich Habsburg-Lothringen, bisnieto del mismísimo archiduque Federico, Comandante en jefe del ejército de la Monarquía Austro-Húngara –que hace un siglo se reunió con los judíos de Podhajce– y el profesor Oliver Rathke, uno de los mayores expertos en la historia de Austria del siglo XX. Este último, en su recorrido por la historia de los judíos de la Monarquía desde la edad de oro de finales del siglo XIX hasta la década de 1920, recordó que Francisco José también fue llamado «el Emperador Judío» por sus contemporáneos porque rechazó el antisemitismo y contribuyó cuanto pudo a la seguridad jurídica de sus súbditos judíos, más tarde eliminada por los estados sucesores. Así, no es casualidad que los judíos desde Austria a Galizia se encontraran entre los más fieles partidarios de la Monarquía. Su participación en la Primera Guerra Mundial como soldados fue del 10 %, muy por encima de la ratio del 4 % de la población total. Pero además colaboraron en el apoyo a la zona de influencia con la suscripción de préstamos de guerra y auxiliando a los 80.000 judíos de Galizia que huyeron del frente oriental hacia Viena.

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La exposición comienza también recordando la memoria de su lealtad al gobernante y a Austria. Desde las imágenes familiares de la celebración de la Pascua bajo la efigie del Emperador y con el rabino dando la bendición de Año Nuevo a los reclutas judíos, llegamos poco a poco hasta el estallido de la guerra y la masiva leva de judíos, mientras que un mapa digital grande al fondo muestra, segundo a segundo, los cambios sucesivos en los frentes de la guerra.

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Aunque no relacionado directamente con los judíos, tiene dedicada también una pequeña habitación uno de los más fascinantes temas de la Primera Guerra Mundial, ahora redescubierto: el cartelismo. La exposición ha escogido casi al azar entre los miles de obras producidas durante la guerra, con una amplia selección, asimismo, de carteles de la Entente que representan a las potencias centrales como hunos sedientos de sangre y émulos del diablo. Un pequeño rincón, bastante más deprimente, observa los anuncios de los comerciantes de prótesis y de los cirujanos plásticos de guerra.

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El segundo mayor frente de la guerra, el de Galizia, casi olvidado después de la década de 1920 pero que en los últimos tiempos ha recibido nuevos enfoques, afectó fundamentalmente a los judíos de la Monarquía, muchos de los cuales vivían en aquella zona. Así, la exposición dedica una sala aparte a Galizia y a los judios galicianos afectados por la guerra. Presenta su vida antes de desencadenarse el conflicto, las imágenes del teatro de la guerra, los refugiados, los afiches y edictos de las autoridades, e ilustra con muchas imágenes nuevas aquel evento sobre el que hemos escrito ya un par de veces: los comandantes en jefe de los Habsburgo visitando el frente oriental y encontrando allí a los judíos de Galizia.

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Sin embargo, lo más destacado de la exposición tiene que ver con Jerusalén. No se trata de afirmar que fuera entonces, durante la guerra, el centro de gravedad de los judíos de la Monarquía, pero las investigaciones de los últimos años han descubierto aspectos muy interesantes gracias, entre otras personas, a los co-autores de los capítulos sobre Tierra Santa del catálogo y el estudio: Robert-Tarek Fischer y György Sajó –nuestro Két Sheng del Río Wang–. La presencia de las tropas austro-húngara y alemana en el frente de Gaza, en alianza con el imperio otomano, dio un sentido más profundo al título de «Rey de Jerusalén» que ostentaba Francisco José por herencia de los Habsburgo desde la cruzada del rey húngaro Andreas II. El gran número de judíos de origen galiciano –ciudadanos austríacos– que por entonces vivía en Palestina dio la bienvenida a aquellos ejércitos como auténticos compatriotas. La sala central de la exposición enriquece esta parte poco explorada de la historia con muchas contribuciones nuevas y toda una serie de objetos expuestos por primera vez para iluminar un entresijo fascinante de la Primera Guerra Mundial en sus vínculos con los judíos de la Monarquía .

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Al fondo de la sala se proyecta un cortometraje donde nuestro amigo el médico Norbert Schwake, cuidador del cementerio militar alemán de Nazaret de la Primera Guerra Mundial y principal conocedor de las tumbas de los soldados alemanes y austro-húngaros en Israel, presenta los cementerios militares de la Primera Guerra Mundial en Tierra Santa. Aquí está enterrado el comandante en jefe de la división de artillería austro-húngara en Palestina, el Capitán Truszkowski, sobre cuyo ajetreado destino después de morir, con sus otras cuatro tumbas, ya hemos escrito.

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El tiempo vuela mientras nos sumimos entre estos objetos de Jerusalén reviviendo las anécdotas que esconden. A las 10 de la noche los conserjes, pidiendo disculpas, comienzan a instar a los numerosos asistentes a que vayan saliendo. Apenas tenemos tiempo de echar un vistazo a las últimas tres salas donde se expone el papel de los soldados judíos en el servicio británico en Palestina, el trabajo de las mujeres judías en el interior del país y la aparición de organizaciones judías en la Viena de la posguerra, con el fortalecimiento del sionismo. Lo contaremos pronto, después de haber estudiado el catálogo y el volumen de ensayos.



03 abril, 2014

El palacio del Murza



«Bien que se lo advirtió el Gran Visir Köprülü al príncipe George Rákóczi: "No vayas a Polonia en busca de un reino porque acabarás como aquel camello que fue a Alá exigiéndole que le dotara de cuernos y Alá hasta le cortó las orejas". Así le ocurrió al príncipe Rákóczi. No se contentaba con ser el gran príncipe de aquella hermosa Transilvania, querido por igual de alemanes y otomanos: su pecado, su ambición lo llevó a Polonia en busca de una corona; y no sólo no sacó de allí ningún cuerno de oro sino que además perdió a la flor y nata de su pueblo, el ejército de Transilvania. Todos fueron capturados por el khan de los tártaros de Crimea, enviado a atacar la retaguardia de las tropas transilvanas.»
Mór Jókai: Los Damokos, 1883

Geor[gius] Ra[koczi] D[ei] G[loriae] P[rinceps] T[ransylvaniae] / Par[tium] Reg[ni]
Hun[gariae] Dom[inus] et Sic[ulorum] Com[es] 1660 – George Rákóczi [II.],
por la Gracia de Dios Príncipe de Transilvania / Señor de parte
de Hungría y Conde de los Székelys, 1660

En 1657 George Rákóczi II, príncipe de Transilvania, aliado con el rey de Suecia y con el hetman cosaco Bogdan Khmelnitsky, partió contra los polacos para coronarse rey de Polonia. Ya estaba bien adentro del país, cuando los suecos lo abandonaron. A su retaguardia, la starosta polaca de Zip invadió Transilvania, y el sultán envió contra él al khan tártaro de Crimea, que arrastró como esclavos a la península a los cuarenta mil hombres del ejército transilvano. A continuación, las tropas turcas y tártaras saquearon Transilvania, llevándose a otras cien mil personas cautivas. Así comenzó la destrucción del principado independiente de Transilvania. Así comienza una de las novelas cortas menos conocidas de Mór Jókai, prolífico autor de novelas históricas, extraordinariamente popular a finales del siglo XIX. Se trata de A Damokosok (Los Damokos), una de nuestras lecturas infantiles favoritas, que teníamos en esta colección, Biblioteca Económica


En la rocambolesca historia, Boldizsár Czirjék, el astuto székely, hábil para cualquier empresa (y que aquí en esta portada aparece huyendo de los tártaros) logra salvar las dos mil monedas de oro que han de servir para rescatar al capitán székely Tamás Damokos, capturado con el ejército de Transilvania, y que le permitirán también llegar a su destino contra todos los inesperados giros y revueltas del argumento. Tamás Damokos, mientras, espera su rescate en el palacio del tártaro de Crimea Murza Buzdurgan, trabajando primero en el jardín y luego en la tenería, y resistiendo, además, el asedio amoroso de Kalme Kadina, una hermosa circasiana esposa de Murza.

Hasta donde sabemos, es el único libro de la literatura húngara –aparte del de Kassil La calle de Volodia y el de Ulitskaya Medea y sus hijos– que ofrece alguna imagen de Crimea. Y en español sólo hemos podido leer la novelesca historia, de tema muy posterior, de un tal E. Armingual: Recuerdos de mis viajes a la Crimea durante el memorable sitio de Sebastopol, Barcelona, 1859 (agradeceremos mucho a quien tenga otras referencias literarias que nos las quiera pasar). Por eso decidimos comprobar ahora, después de tantos años, la realidad de aquellas lecturas.

Las escenas de Crimea en la novela de Jókai transcurren en un espacio cerrado, el jardín del palacio del Murza (del persa Mirza, ‘príncipe', jefe principal del khan de Bajchisarái) Buzdurgan, en algún punto de la costa peninsular. Jókai, como siempre, nos regala una elaborada descripción del palacio.

«Allí estaba el famoso lugar de Murza Buzdurgan, donde los ríos Karasu y Salgir se unen y forman una península montañosa. El asentamiento era una entera ciudad toda fortificada pues los dos ríos bajan de las montañas formando rápidos imposibles de cruzar en barco, y quienes se han atrevido a atravesarlos a nado lo han pagado con su vida. En la parte del continente una fuerte muralla de piedra corre de un río al otro cerrando el triángulo.

La península era la última parte de una suave cadena de montañas plantadas de viñedos y árboles frutales entre los que se podía ver a lo lejos la fachada de mármol blanco del palacio del Murza, con sus amplias terrazas donde el harén se solazaba en las horas del crepúsculo ... Allá arriba, en torno al palacio, hay un verdadero paraíso ... creado por la propia naturaleza al desviar una gruesa corriente de agua de la montaña hacia el interior de la península para dejarla luego caer en forma de alta cascada en el Karasu»


Pero ¿dónde estaba este palacio?

Donde los ríos Karasu y Salgir se unen, al noreste de la península de Crimea mirando hacia el Arabat Spit y las lagunas de Sivash hay de hecho un lienzo de tierra, una península o más bien una isla rodeada por los ríos y el mar. En esta zona, donde el mapa ruso de Crimea de 1922 muestra una multitud de asentamientos tártaros, los atlas modernos de la península ofrecen tan solo un puñado de nombres rusos de acuñación reciente.



Pero tal como puede verse en el atlas, y mejor aún en el mapa de Google de abajo, en esta tierra no hay suaves cadenas montañosas, ni cascadas, viñedos o terrazas, solo llanura y pantanos. Así lo confirman las pocas fotos de la región disponibles en Panoramio o en la web rusa.


Parece como si Jókai solo hubiera visto el mapa político de Crimea, sin consultar ningún mapa topográfico, y no tuviera claro que toda la península está dividida en dos partes claramente diferenciadas: la parte sur se adentra en el mar desde unos altos macizos montañosos, mientras que al norte la tierra es una llanura sumamente plana: una continuación de la estepa que se adentra en la península. Es posible que la imaginación de Jókai proyectara en el papel los grabados de los palacios enclavados en las románticas montañas del sur, o aquellas otras edificaciones retrepadas en los acantilados costeros de la zona noreste, aparentemente protegidos por el abrazo de los dos ríos, y lo adornó todo con los populares motivos orientalistas de la época –al igual que en otra obra suya, Un famoso aventurero del siglo XVII, imaginó en el piadoso barrio judío de Lemberg unos laberintos que ya quisiera haber soñado Piranesi.


Pero hay aún otra rareza en la descripción. Al hablar del maravilloso jardín del palacio, lleno de fuentes que corren y plantas exóticas, Jókai dice:

«La parte de la península de Crimea en la montaña florece con la bendición del clima italiano. Bosques enteros de laurel, granados y naranjos crecen como en los alrededores de Roma, y las frutas de origen asiático, peras, manzanas, melocotones, están como en su casa entre el perenne follaje gris plateado de los olivos ... A finales de febrero, cuando el viento antiguo de Nemere sopla con furia sobre la tierra székely y se sacude la nieve de la barba, en Crimea los frutales están en toda la pompa de sus flores, y los prados coloridos ríen con los jacintos y tulipanes completamente abiertos. Los vientos fríos del norte se quiebran en las altas montañas de Chatir Dag, y una suave brisa del Mar Negro anima a la primavera a que se apresure.»

Esto es cierto, Jókai sacó la imagen de alguna fuente auténtica. Sin embargo, solo es aplicable al sur de Crimea. El Chatir Dag que haciendo honor a su nombre surge como una carpa protectora sobre la costa sur, está a solo unos diez kilómetros del mar. Jókai coloca el palacio del Murza mucho más al norte, en las llanuras expuestas a los vientos fríos del norte.

El Chatir Dag visto desde la costa de Alushta

¿Cómo surgió tal imagen en la mente de Jókai? ¿Se imaginaba el parapeto protector de la montaña mucho más al norte? ¿O trasladó al sur la porción de tierra que abrazan el Karasu y el Salgir? Él, que solía dar descripciones tan precisas y atinadas de las tierras que conocía, ¿usó aquí libremente la imaginación pensando que no muchos lectores podrían llegar a esta lejana parte del imperio ruso, tan cerrado por entonces, para comprobarlo? Seguramente tenía razón al pensar así.

Con todo, aunque el lector de Jókai no encuentre el palacio del Murza entre los ríos Karasu y Salgir, puede todavía encontrar en Crimea las piezas del mosaico que reunió aquel gran narrador de historias. Aún hoy se ven allí espléndidos jardines y palacios, solemnes montañas y cascadas, plantas exóticas y abundantes fuentes. E incluso tártaros, al menos de momento.