Estos palacios gemelos, que se construyeron entre 1890 y 1902, son imponentes y elegantes; dos joyas indiscutibles de la ciudad.
Si bien el palacio del lado norte ha sido remozado, su compañero presenta un estado de abandono por el que campan la memoria y los fantasmas. Vagando por el laberinto de escaleras uno encuentra historias diferentes en cada piso. El recuerdo de las magníficas ventanas pintadas con dibujos de Miksa Róth y las estufas cubiertas de azulejos esmaltados de Zsolnay todavía nos asalta entre las paredes con paneles de madera; basta desviarse un poco de la ruta marcada y husmear por los pisos para tropezar enseguida con una maleta, una camisa, una caja fuerte Theodor Wise de hermosos cajones... El palacio, como ocurrió con el Gran Hotel modernista de Palma, fue transformado en oficinas, también viviendas, locales de negocios y albergó la Cafetería del Centro. Y aunque el edificio esté ahora completamente vacío, cerrando los ojos no cuesta imaginar el movimiento, el ajetreo, las puertas que se abren y cierran y las estancias recobrando la vida de golpe.
Un rasgo característico de los Palacios de Clotilde –donde funcionó el primer ascensor de Budapest– son las torres y la vista de la ciudad que se obtiene desde allá arriba. Sin moverse de lo alto se ven a la vez la Estatua de la libertad, el Castillo de Buda y el Parlamento. Un punto único.
Gracias a la Asociación Orczy Kultúrkert por organizar la visita.
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