Gitanos de Crimea, en: Christian Geißler, Malerische Darstellungen der Sitten und Gebräuche… unter Russen, Tataren, Mongolen und anderen Völkern des Russischen Reichs, Leipzig 1804
Distinguir los subgrupos étnicos gitanos repartidos por los diversos países, que se relacionan entre ellos siguiendo los ajustados grados de una escala que va desde los que son parientes o amigos hasta los enemigos acérrimos, es tarea casi imposible para un no iniciado. Esto es especialmente cierto en Crimea, donde las divisiones tradicionales por tipos de artesanos, dialectos y linajes se doblan con un criterio ulterior básico: si el gitano en cuestión es tártaro, o no.
Tras la conquista rusa de fines del siglo XVIII, para prácticamente todos los grupos étnicos, ya fueran judíos, armenios o gitanos, había dos clasificaciones: tártaros y no tártaros, los «nuestros», y los «recién llegados». Como consecuencia de quinientos años de dominación tártara, incluso los grupos étnicos que debido a su religión u ocupaciones mantuvieron su identidad, habían adoptado la lengua tártara en detrimento de la materna. Los armenios de Crimea y los judíos karaítas, con el tramo de la Ruta de la Seda desde Crimea a Polonia bajo su control, hablaban tártaro ya en la Lemberg de finales del siglo XVII, y reservaban el armenio o el hebreo tan solo como lengua litúrgica. El pequeño grupo de estos últimos que sobrevive en la Halich galitziana todavía hoy talla sus lápidas funerales utilizando caracteres hebreos pero en idioma tártaro. Y ambos grupos se distinguen de los armenios de habla armenia y de los judíos askenazi de habla yidis que se trasladaron a la península de Crimea después de la conquista rusa.
El primer grupo de gitanos «tártaros» de Crimea, los gurbets (que se autodenominan turcomanos) llegaron a la península de Crimea —según su propia tradición— a la par que los tártaros, ejerciendo de tratantes profesionales de caballos. Conservaron este oficio hasta la revolución de 1917. Llevaban sus caballos a las ferias de los alrededores, no sólo en el interior de la península sino por toda la estepa de Novorossiya (Nueva Rusia), y la fortuna de sus miembros más ricos se estimaba en veinte mil rublos de plata. Los otros dos grupos más o menos nómadas de gitanos «tártaros» se identificaban principalmente por sus oficios o labores artesanas: los demerdzhis eran herreros o caldereros ambulantes, los elekchis fabricaban cedazos y tejían cestas, los dauldzhis eran los músicos de las bodas tártaras y las celebraciones del Ramadán. Aunque todos ellos se declaraban musulmanes sunitas, los tártaros los miraban con recelo ya que a la vez mantenían una serie de costumbres chiítas derivadas de sus orígenes iraníes. Algunos de estos grupos supuestamente utilizaban la jaculatoria «No hay otro dios sino Alá y Mahoma es su profeta» con el añadido de «y Alí es como Dios»; y en el mes sagrado de los mártires chiítas recorrían las aldeas con banderas y tambores, lamentándose por Hassan y Hussein.
Después de la conquista rusa comenzó la afluencia de tártaros no gitanos –conocidos como «lakhins», es decir, polacos– desde otras regiones del imperio, principalmente de Moldavia y Besarabia. Por su profesión, eran principalmente ayudzhi, domadores de osos, titiriteros ambulantes que, además de montar el circo del pueblo, completaban sus escasas ganancias con la cartomancia, la quiromancia y otras prácticas mágicas por el estilo. Hablaban vlach y se declaraban musulmanes, pero no iban a la mezquita; celebraban sus fiestas de acuerdo con costumbres pre-islámicas y en el alistamiento del censo de 1835 dictaron sus nombres de forma doble, musulmana y no musulmana: «Mehmet , es decir, Kili, Osman, es decir, Arnaut, Hassan, quien también es Murtaza…» Su nomadismo se interrumpió con un decreto del zar en 1809 que los obligaba a asentarse. Desde entonces empezaron a aprender los oficios artesanos de los grupos gitanos anteriores, con los cuales, sin embargo, mantuvieron siempre distancias.
En las grandes ciudades los gitanos se establecieron en barrios propios, donde cada subgrupo conservaba su identidad. La colonia más grande era la Tsiganskaya Slobodka de Simferopol, a las afueras de la antigua ciudad tártara. A principios del siglo XX se contaban allí cerca de trescientas familias romaníes –de ocho a diez personas por unidad– que en su mayoría practicaban la herrería, eran carboneros y vendedores ambulantes de carbón, o fabricantes y reparadores de artículos domésticos. Pero por entonces rusos y tártaros también vivían en buen número en el Slobodka, que era considerado el barrio marginal de la ciudad, un nido permanente de enfermedades, y que a pesar de todos los intentos de reforma se mantuvo así hasta la década de 1940.
«Esta zona», escribe N. A. Svyatsky en su Sobre los gitanos de Rusia y de Crimea (Simferopol, 1888), «no es similar a nuestras calles. Con su aspecto primitivo y desordenado más parece un campamento gitano itinerante. Las diminutas casas pobres se amontonan sin ningún orden, donde les place. A veces unas pocas en fila; y luego el área entre ellas y el próximo grupo de casas es un descampado común donde las familias gitanas viven su ruidosa vida cotidiana, despreocupada y bulliciosa. Las casas gitanas son en su mayoría una sola habitación de tres por tres metros sin cocina, despensa ni cualquier otra dependencia. La habitación está prácticamente vacía, a menudo incluso sin una estufa. La estufa común está en el patio, en un lugar que llaman "el carro", protegida del viento por una simple pared de ladrillos».
La cuestión de quién era tártaro y quién no se volvió importante de verdad en la década de 1940. El ejército alemán de ocupación, que en Crimea contó con el apoyo de los tártaros, distinguía a los judíos (caraítas y krimchaks) y gitanos considerados de nacionalidad tártara, de los «otros» judíos y gitanos destinados al exterminio. Por tanto, estos gitanos –ayudados por los tártaros, afortunadamente– se dejaron alistar como tártaros. Cuando el 9 de diciembre de 1941, los hombres del Einsatzgruppe «D» rodearon la Tsiganskaya Slobodka y comenzaron a hacer subir a los camiones y a llevarse para su ejecución a quienes vivían allí, la acción fue detenida por la protesta del gobierno tártaro. Y en Bajchisarai, donde ya se había juntado a los gitanos locales para eliminarlos, el jefe del gobierno local tártaro se presentó en persona ante el comandante de la unidad alemana y le pidió que seleccionara al azar a tres hombres de entre aquellos gitanos. Entonces, bajándoles los pantalones en presencia del comandante y señalando su miembro circuncidado, anunció que renunciaba a su cargo porque no podía asumir la responsabilidad de la cooperación de la población si los alemanes eliminaban a los musulmanes. La acción también fue detenida en este caso..
Usul-usul. Canción tradicional tártara de Crimea
El 18 de mayo de 1944, cuando regresaron las autoridades soviéticas a Crimea formaron los convoyes con la población que debía ser deportada siguiendo las listas alemanas, incluyendo también a los gitanos que constaban como tártaros. A la protesta de los gitanos, respondieron: «Los alemanes sabían exactamente quién era judío y quién era gitano. Si no os llevaron, es porque sin duda sois tártaros.» Entre los sobrevivientes de los gitanos deportados solo unos pocos padecieron la terrible experiencia que los tártaros, vueltos ilegalmente a Crimea desde la década de 1960, tuvieron que afrontar. La mayoría de ellos vive en la región de Krasnodar, donde todavía mantienen sus caldererías itinerantes y sus oficios artesanos.
En Tsiganskaya Slobodka ya no hay gitanos tártaros, pero el lugar –como si fuera un molde social– aún reproduce la miseria, vertiéndola luego hacia todo el casco antiguo tártaro. La entrada al distrito está junto a la Mezquita Blanca, donde terminamos nuestro paseo anterior por Simferopol. Aquí se encuentra la antigua mezquita gitana, desde 1945 residencia de oficiales soviéticos, que la comunidad tártara ha intentado sin éxito recuperar para el culto. A su lado se alza el palacio de la Madre del Mundo, la Reina del Trono de las Hadas, la Gobernante de la Tierra, Faraona, Esfinge y Mesías. La reina nos recibe al entrar en el barrio, y por un pequeño donativo como súbditos nos entrega su benevolencia y protección. Que definitivamente vamos a necesitar.
La pobreza es la misma pero aquella «ruidosa vida cotidiana, despreocupada y bulliciosa» ha desaparecido. Las casas están en ruinas, las puertas cerradas –como si hubiera algo que robar en esos patios desolados de un solo piso–. Un niño pequeño y una vieja se asoman detrás de una puerta. En las calles merodean los perros solitarios rebuscando comida en los contenedores abiertos, y de vez e cuando un transeúnte mira con sospecha a los desconocidos, sin aceptar el saludo. Cualquier tienda o pub, si existe, está cerrado. Desde el portón trasero de un camión aparcado ante un puesto de reciclaje de basuras se venden tres sacos de patatas y unos trozos de sandía.
Las calles cada vez más pobres, estrechas y empinadas se diluyen en un grande y vacío altiplano pedregoso. Una meseta dominada por una bandada perezosa de cuervos desvergonzados que permiten a la gente acercarse hasta que echan a volar con graznidos de enfado en el último instante. Un coche vacío en la cima de la colina, sin que aparezcan sus pasajeros por parte alguna. En la ladera, las ruinas de la Neapolis Scythica, un bastión de la antigua fortaleza escita. Desde aquí se divisa el barrio industrial de Simferopol. Dos personas mayores procedentes de las fábricas acortan campo a través, mientras un hombre con aspecto de ex-funcionario soviético pasea con un musculoso perro. Se detienen sin dejar de mirar a los desconocidos hasta que, después de rodear la colina, desaparecemos de nuevo en el laberinto de la antigua ciudad vieja.
Una vieja gitana se sienta delante de un patio amplio contemplando la calle. «¿A qué estáis sacando fotos?» «A cómo es la vida aquí, cómo se vive.» «No hay nada interesante en eso. Todo puede desaparecer sin que nadie se acuerde. En vez de esto, tomad una foto mía, así os llevaréis algún buen recuerdo.»
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