Publicamos aquí nuestra traducción al español de uno de los pocos testimonios de primera mano de las embajadas europeas a la corte del Sha Abás el Grande. Su autor es el padre agustino Belchior dos Anjos, involucrado en una misión diplomática portuguesa encabezada por Luis Pereira de Lacerda durante los años 1604-1605.
Escena de la corte del sha Abás (derecha) y el valí Muhammad Khan. Palacio de Chehel Sotún, Isfahán
A fines del verano de 1604 el padre Belchior y su compañero Guilherme de Santo Agostinho anduvieron desde Isfahán hacia Julfa y Najicheván, visitando varios pueblos y conventos de las comunidades armenias católicas. Solo unas semanas más tarde el Sha Abás iba a decidir replegar sus fuerzas sobre la orilla sur del río Aras para dar desde allí la orden de destrucción total de las villas y la deportación de todos sus habitantes. Fray Belchior dos Anjos viajaría después él solo de Qazvin a Tabriz, comprobando las consecuencias terribles de aquella violencia sobre las gentes desarraigadas y trasladadas a la Nueva Julfa de Isfahán.
Estos dos frailes agustinos tienen el mérito de ser los primeros misioneros en describir las iglesias y reliquias de las provincias de Najicheván y Erentchag después del s. XIV y del apostolado de Bartolomeo de Podio (o de Bolonia) y de los Hermanos Unitarios, que convirtieron al catolicismo a gran parte de sus habitantes armenios. Solo habría que descontar anteriormente el interesante relato del recorrido de Miguel Ferreira por Armenia, en 1514, con su visita a Najicheván y, posiblemente, también al convento de Qerná, lugar de veneración del cuerpo de Bartolomeo de Podio.
Como puede leerse en el texto a continuación, los propios armenios que reciben al padre Belchior y al padre Guilherme les hacen saber que desde el s. XIV no han llegado hasta allí otros religiosos europeos. Pero Roberto Gulbenkian subrayó además que, si no los primeros, ciertamente fueron ellos los últimos visitantes en oficiar una misa en Julfa, en la iglesia armenia de San Juan Bautista y en la iglesia madre de San Jorge, antes de que los monjes fueran deportados y la ciudad saqueada y quemada.
Asimismo, aunque no fueron los primeros en fundar una misión católica en Georgia (lo haría el padre Ambrosio dos Anjos, también portugués, en 1628), sí fueron quienes antes, en 1604, hablaron con Alejandro, rey de Kajetia para lograr establecerse allí y construir una iglesia. El embajador Luis Pereira de Lacerda impidió al padre Belchior insistir y volver a Georgia para conseguir la fundación. Sin embargo, el padre Guilherme sí que pudo volver entre 1608 y 1610 y fue pionero en adentrarse en territorio georgiano.
Escena de la decapitación del padre Guilherme de Santo Agostinho en Nagumo, ciudad de Armenia Mayor en 1612. El convento agustino da Graça, en Lisboa, contiene estos extraordinarios y poco conocidos azulejos sobre la historia de las misiones a Persia y Armenia (clic sobre la imagen para apreciar los detalles)
Esta relación no se había traducido hasta ahora al español. El mencionado Roberto Gulbenkian publicó en 1972 una traducción francesa, con un estudio comprensivo de las misiones agustinas portuguesas en la zona. Creemos nosotros que tiene interés revisar este texto de fray Belchior dos Anjos, con sus observaciones a medio camino entre el informe para sus autoridades religiosas en Europa y la observación personal naïf, ejemplo de la larga distancia que separaba –y separa– Armenia y Persia de la Península Ibérica. La redacción del texto, como se verá, es algo descuidada y, aunque él menciona su propio nombre en tercera persona, no hay duda de que es fray Belchior dos Anjos el autor del relato.
Traducimos el texto del manuscrito portugués conservado en el archivo de la Torre do Tombo de Lisboa (ms. 1.113 da Livraria, fls. 120-124, nueva numeración fls. 219-223r) transcrito por Roberto Gulbenkian en L'Ambassade en Perse de Luis Pereira de Lacerda et des Pères Portugais de l'Ordre de Saint Augustin, Belchior dos Anjos et Guilherme de Santo Agostinho, 1604-1605 (Lisboa: Fundação Calouste Gulbenkian, 1972, 143-151).
Para una información puesta al día y muy completa sobre todos estos asuntos, remitimos al reciente libro de John M. Flannery, The Mission of the Portuguese Agustinians to Persia and Beyond (1602-1747), Leiden: Brill, 2013.
Detalle de los azulejos del Convento da Graça con la conversión de la reina georgiana Keteván en presencia del padre Ambrosio dos Anjos
Relación de las cosas de la Cristiandad que vimos en Persia y Armenia
I. Isfahán
La primera señal del cristianismo que vimos en este reino de Persia fue nuestro pequeño monasterio de San Agustín, en Isfahán, la corte del Sha. Los sacerdotes tenían una pequeña iglesia, muy limpia y ordenada, con sus ventanas de cristal, adonde concurría una gran cantidad de moros y moras, la mayor parte por curiosidad, y algunos enfermos también para pedir a los padres que les hicieran recuperar la salud intercediendo por ellos a Cristo, nuestro Redentor, que ellos conocen como Isaa; insistían mucho en que rezaran el Santo Evangelio por encima de sus cabezas. Fue Dios servido, como nos dijeron los padres, dar salud a algunos de ellos. Vimos una mora, hija de un kan –que es algo así como un duque–, que asistía a la iglesia al menos una vez a la semana con muchos sirvientes y llevaba algunas ofrendas. Esta, por las oraciones de algunos sacerdotes y el poder del Evangelio que muchas veces le rezaban, recuperó la salud de una gran enfermedad que tenía. Y así vimos que todos los que estaban allí tanto por devoción como por curiosidad, todos veneraban nuestras imágenes besándolas con gran reverencia.
La primera señal del cristianismo que vimos en este reino de Persia fue nuestro pequeño monasterio de San Agustín, en Isfahán, la corte del Sha. Los sacerdotes tenían una pequeña iglesia, muy limpia y ordenada, con sus ventanas de cristal, adonde concurría una gran cantidad de moros y moras, la mayor parte por curiosidad, y algunos enfermos también para pedir a los padres que les hicieran recuperar la salud intercediendo por ellos a Cristo, nuestro Redentor, que ellos conocen como Isaa; insistían mucho en que rezaran el Santo Evangelio por encima de sus cabezas. Fue Dios servido, como nos dijeron los padres, dar salud a algunos de ellos. Vimos una mora, hija de un kan –que es algo así como un duque–, que asistía a la iglesia al menos una vez a la semana con muchos sirvientes y llevaba algunas ofrendas. Esta, por las oraciones de algunos sacerdotes y el poder del Evangelio que muchas veces le rezaban, recuperó la salud de una gran enfermedad que tenía. Y así vimos que todos los que estaban allí tanto por devoción como por curiosidad, todos veneraban nuestras imágenes besándolas con gran reverencia.
Durante los días en que estuvimos con los sacerdotes, que casi en su totalidad los pasan en sus rezos, vino a estar con nosotros un joven alemán que había sido secuestrado en Hungría hacía trece años y, como era mozo, se convirtió en moro pero quería volver a nuestra santa fe. Y hablando sobre algunos aspectos de la misma, pidió a los padres que le ayudaran. Los padres le animaron y le dieron cartas para la India, y lo mandaron después de haberle explicado todo bien. Más tarde nos enteramos de que había tenido que partir por las diligencias que sobre esto emprendieron los moros.
Otro también, un francés de nación que el Sha había hecho prisionero en Tabriz y estaba encarcelado con otros presos en unos aposentos del rey, se las arregló para que los sacerdotes obtuvieran permiso para ir a hablar con él porque era cristiano. Con la autorización del capitán que los tenía a su cargo, fuimos a verle y nos dijo que hacía siete años que había sido capturado por los turcos en las guerras del emperador, y que siempre se mantuvo cristiano sin faltar a nuestra santa fe ni dejar de decir sus oraciones y las horas de Nuestra Señora. Y al preguntarle si se había visto obligado a hacerse moro, respondió que no, porque los moros lo tenían por tal, y no porque fingiese ni con ceremonias ni yendo a la mezquita, sino por cómo iba vestido y porque sabía y hablaba bien la lengua turquesa, y también debido a que su primer señor no trataba de religión. Le preguntamos si, ya que sus compañeros sabían que era cristiano, si el Sha lo supiera y le preguntara por ello, si lo disimularía. Respondió que estaba dispuesto a perder la vida antes que hacer algo contrario a nuestra santa fe. Resuelto en esta actitud y en huir a un país cristiano si tuviera la oportunidad, pidió confesión, y el padre prior del monasterio de Isfahán le dijo que se prepararse durante ocho días, pasados los cuales le enviaría un confesor. Y así fueron allí el padre fr. Belchior y el padre fr. Diogo (166), y él se confesó en latín con mucha contrición.
II. Tabriz
Salimos de Isfahán. Al llegar a Tabriz tuvimos la visita de un moro de condición elevada, en compañía de otros. Y mientras comentábamos cosas de religión, nos indicó con un gesto que despidiéramos a sus compañeros, lo cual hicimos diciendo que otro día hablaríamos con cada uno de ellos, que ahora queríamos hablar solo con él. Nos hizo cerrar las puertas de la casa y nos dijo que él en su corazón era cristiano, que le enseñáramos las cosas de nuestra santa fe, y que veía la mano de Dios en nuestra llegada allí, y esto con grandes señales de afecto. Y diciéndole algunas cosas y gastando en esto algún tiempo, fuimos interrumpidos por sus compañeros que llamaban a la puerta, siendo causa de que no pudiéramos seguir adelante. Nos pidió entonces permiso para volver con nosotros a la noche, de lo que nos alegramos mucho y le dimos licencia. Y cuando fue la noche cerrada regresó él solo; y cuando le acogíamos besó nuestros pies con muchas lágrimas. Y oyéndonos hablar de la venida de Cristo y de su muerte por nuestra salvación, renegó de Mahoma varias veces y nos pidió con insistencia que lo bautizáramos. Le preguntamos desde cuándo tenía aquellos deseos. Respondió que su padre fue muy rico, como él también lo era, y que había sido muy dado a la abstinencia y a la vida solitaria. A su muerte, había llamado a su esposa e hijos y les dijo: «Os mando que al morir toméis mi cuerpo y lo pongáis en la carretera. Y cuando veáis quién de los que pasan le da sepultura, entended que en su religión os conviene vivir para salvaros». Así se hizo. Pasaron moros y judíos sin hacer caso del cuerpo. Vinieron luego unos cristianos armenios que viéndolo abandonado lo enterraron. Por ello desde aquel momento su corazón había sido siempre cristiano, y a veces en secreto iba a las iglesias de los armenios a conversar con ellos de nuestra santa fe; y que por esta causa ya había sido castigado y vejado. Y que cuando se enteró de que venía un embajador «franco» y sacerdotes con él, los había estado esperando con gran alborozo para que lo bautizaran, y a su anciana madre, que también lo deseaba. Le dijimos que no lo podíamos bautizar si iba a permanecer en tierra de moros. Que decidiera, si quería salvarse, abandonar su país y ganar el mundo cristiano, donde recibiría la fe de Cristo, nuestro Señor, y se salvaría. Y dado que con dificultad lo persuadíamos a esto por tener aldeas y hacienda allí, le mostramos entonces lo efímeras que eran las cosas de esta vida para la otra. Él nos dio palabra de vender cuanto tenía y pasar a Ormuz como mercader. Pero como no podía llevar consigo a su madre por estar postrada, que la fuésemos nosotros a bautizar. A pesar de nuestro gran deseo de hacerlo así, sin embargo, debido a que la aldea distaba seis leguas de Tabriz, y estábamos rodeados por los kurdos en un momento en que Tabriz se protegía y recelaba de ellos con miedo, estuvimos en estado de alerta, con los caballos ensillados, pero por no estar libres no pudimos ir allá. Sabido esto por él, lamentándolo mucho, nos pidió algunas palabras del sagrado Evangelio que yo le escribí para que las llevara y aprendiera de memoria. Quiera Dios que con el bautismo flaminis se salve y que el hijo, junto con su familia, se acoja a la fe de nuestro Redentor.
Detalle del suplicio de la reina Keteván en Chiraz, 22 de septiembre de 1624. Convento da Graça de Lisboa
III. Julfa
A tres jornadas de Tabriz, antes de entrar en Julfa, una gran ciudad de armenios (donde no vive ningún moro), muchos sacerdotes armenios vinieron a reunirse con nosotros vistiendo todos capas pluviales, con misales en las manos en cuyas tapas estaban estampados crucifijos, con cruces alzadas y con turíbulos y cetros, cantando himnos a su manera. Entonces desmontamos y, de rodillas, respetuosamente besamos la cruz de Cristo nuestro Señor y les acompañamos a una iglesia de San Juan Bautista llena de velas, donde, después de cantar un par de oraciones, nos dieron la bienvenida. Dijimos a los sacerdotes luego que nos gustaría, al día siguiente, oír una de sus misas y que también ellos oyeran una nuestra. Y que, reunidos con los más letrados, queríamos informarnos de su concepción del cristianismo. De todo se mostraron muy contentos porque nunca habían visto antes por aquel país otros sacerdotes francos.
A tres jornadas de Tabriz, antes de entrar en Julfa, una gran ciudad de armenios (donde no vive ningún moro), muchos sacerdotes armenios vinieron a reunirse con nosotros vistiendo todos capas pluviales, con misales en las manos en cuyas tapas estaban estampados crucifijos, con cruces alzadas y con turíbulos y cetros, cantando himnos a su manera. Entonces desmontamos y, de rodillas, respetuosamente besamos la cruz de Cristo nuestro Señor y les acompañamos a una iglesia de San Juan Bautista llena de velas, donde, después de cantar un par de oraciones, nos dieron la bienvenida. Dijimos a los sacerdotes luego que nos gustaría, al día siguiente, oír una de sus misas y que también ellos oyeran una nuestra. Y que, reunidos con los más letrados, queríamos informarnos de su concepción del cristianismo. De todo se mostraron muy contentos porque nunca habían visto antes por aquel país otros sacerdotes francos.
Tres días más tarde, se juntaron todos en su iglesia matriz, dedicada a San Jorge, y cantaron una misa con todas las ceremonias griegas, como lo es también el templo, de cuyas características todas he tomado nota. Acabada la misa, con todos los padres reunidos, la primera cosa que preguntamos fue si obedecían al Sumo Pontífice y lo reconocían por cabeza universal de la Iglesia. Respondieron que sí, y que sabían que ocupaba el lugar de San Pedro y de Nuestro Señor en la tierra. Les preguntamos si, siendo así, estaban dispuestos a obedecer a una decisión sobre la fe que se determinara en concilio. Respondieron que sí, y que si no recurrían a él para ser administrados era porque vivían entre turcos. Y como todos dijeron esto en el transcurso de la conversación, y otras veces que con ellos la tuvimos, entendemos que en la materia de sus ceremonias estaban tan apegados a la Iglesia Griega que en ningún caso cesarían en ellas ni en una sola, porque en algunas ocasiones en que se veían convencidos con razones, respondían «San Gregorio lo ordenó así». Nos dijeron que muchos de ellos iban a Roma a besar los pies de Su Santidad, pero por temor a los turcos obedecían al Patriarca de Constantinopla. Les preguntamos sobre sus artículos de fe, los sacramentos de la iglesia y el fondo de sus creencias. No encontramos ningún error en sus respuestas a través del intérprete. En cuanto a los sacramentos, vimos que tenían los siete pero con un ritual muy diferente al nuestro; los clérigos están casados pero no pueden decir misa, y administran todos los demás sacramentos. Sólo los monjes pueden decir misa, que no están casados. Pero nunca pudimos entender qué forma de religión era la suya. En cuanto al hábito, visten una especie de capucha de camelote sobre la toca. Viven juntos, mas no saben quién fundó la orden. Pienso que tienen el nombre de monjes solo porque no pueden casarse, y solo dicen misa en domingo y días santos. Son muy ceremoniosos todos los armenios; inclínanse todo el tiempo en las iglesias, besan el suelo, se levantan santiguándose, y esto a cada paso; tienen muchos ayunos durante la semana, no comen carne los miércoles pero sí el sábado.
Cuando estábamos en Julfa, entraron por la puerta del embajador cuatro hombres vestidos con cabaias [una especie de kimonos] y tocas, y por encima de sus cabaias unos escapularios blancos y largos y por capas una especie de gabanes de mangas pardas. Venían de una aldea a tres leguas de allí a pedir al embajador que intercediera en su favor ante el Sha, que los aliviara del pesado yugo que Turquía les había impuesto. Eran todos sacerdotes y monjes del glorioso padre Santo Domingo, según dijeron, y obedientes a la iglesia romana, de la cual hace 400 años que vienen sus prelados, y por esta razón, a diferencia de los armenios, son llamados «francos». Ansiosos por conocer sus iglesias y prácticas cristianas, y viendo que el embajador no quería hacer el desvío de 2 leguas necesario, nos levantamos una jornada llevando con nosotros a tres soldados y con uno de los sacerdotes que se había quedado para este propósito. Llegamos allí el mismo día por la tarde. Y llegando a un gran pueblo salieron a la calle los cristianos apresurándose a besarnos las manos, y al acercarnos a la iglesia nos salieron a recibir todos los padres, que serían unos 7, con mucho cariño. Tan pronto como entramos en la iglesia encontramos agua bendita, que los armenios no utilizan, y los altares como los nuestros, y nosotros oramos con respeto, felices de ver la fe de Cristo en toda su perfección en medio de Turquía. Los sacerdotes nos llevaron a la sacristía, donde nos mostraron las mitras y ornamentos de su arzobispo, que hacía 2 o 3 años que había muerto; algunos eran valiosos y engastados con las armas de los papas que se los habían dado.
También nos mostraron una gran cruz de plata hecha en Roma, con muchas reliquias; y otras reliquias de la madera de la Santa Cruz y de santos, todo procedente de Roma. Luego nos ofrecieron una frugal comida. Y el padre Belchior les dijo que dieran pregón en el pueblo anunciando que todo el mundo debía reunirse a la mañana siguiente en la iglesia porque queríamos decir misa y oírles otra suya, y hablar con ellos de algunas cosas. Y así se hizo.
Y al día siguiente todos esos pobres cristianos perseguidos se reunieron en la iglesia y asistieron a nuestras misas con gran devoción. Acabadas, el Padre Belchior les hizo un pequeño discurso consolándolos de sus penas y alentándolos a padecer por Cristo, señor nuestro, y por su santa fe todas las que les viniesen. Entonces todos se le acercaron, algunos le besaban la túnica, otros los pies, otros las manos con gran alborozo porque nunca antes habían visto sacerdotes «francos» por aquellos lares. El prior dijo también su misa cantada, de tres, con todo el ritual de la Iglesia Romana, sin otra diferencia que la lengua, que era armenia. Después de la Epístola, el sacerdote mostró la cruz a la gente cantando un himno, mientras el pueblo la adoraba con gran devoción. Luego pronunció su sermón y nos retiramos. Preguntamos a los padres cuándo la región se había convertido en cristiana, cuántos eran los pueblos «francos» y cuáles eran los ministros de ellas. A lo que el prior respondió que hacía más de 400 años llegó allí un sacerdote llamado Bartolomé que predicó la fe de Cristo, y tras haber convertido algunas de estas aldeas fue a Roma, de donde regresó siendo obispo. Luego continuó predicando, y habiendo convertido ya siete aldeas, en una de ellas donde la mitad de los habitantes seguían siendo infieles le asesinaron con veneno.Y que este bienaventurado les había instruido y enseñado a obedecer a la Iglesia Romana, de donde hasta entonces venían los obispos, los cuales siempre eran de entre los monjes naturales porque desde la muerte del obispo, en sus cartas decían Archiepiscopum Naxivensem etc. Dos monjes marchaban a Roma y uno de ellos regresaba consagrado arzobispo, pero hacía dos años que dos de ellos se habían ido y a causa de estar el camino impedido de guerras todavía no habían vuelto. Su modo de religión no es tan perfecto como en Europa, ni el arzobispo da aquellos escapularios sino en el momento de ordenar a los sacerdotes, y no ordena sino a los que sirven en la iglesia y se crían con los padres, a quienes llaman novicios. Los tres votos, por lo que pudimos comprobar, los observan en lo esencial, y el reclutamiento de sacerdotes para los pueblos es entre los mismos padres, que ahora hay uno o dos de ellos en cada aldea que las atienden. El Arzobispo es siempre su prior, y si se ausenta nombra un prelado a quien todos obedecen como a prior.
IV. Cerca de Julfa. Qerna. Khochgachen. La Santa Lanza
Queríamos ver algunas de las iglesias que estuvieran más cerca. Y llegando a una a media legua de distancia fuimos recibidos por un viejo sacerdote llamado fr. Dominico, que parecía un santo, y creemos que lo será. Después de orar, nos mostró un brazo entero hasta el codo, con su mano, del glorioso apóstol San Judas Tadeo que en esta Persia fue martirizado. Estaba pobremente conservado en una madera para evitar que los turcos lo robaran, y se podían ver en algunas partes los huesos del brazo; también nos mostró una cruz de hierro grande y gruesa que el Apóstol hizo con sus sagradas manos, dando forma al hierro como si fuera cera. Mirabilis est Deus in sanctis suis.
En esta iglesia está sepultado el beato Bartolomé, cuya tumba vimos; los cristianos cogen tierra allí con la que nos afirmaron que curan enfermedades. En un altar encontramos también un retablo de San Juan Bautista hecho en dos partes, y uno de la Virgen nuestra Señora, hecho en dos partes, con su hijo en brazos. Los turcos pretendieron romperlo pero al no poder le dieron muchas cuchilladas y con las puntas de sus dagas le arrancaron los ojos, y al niño. Los padres le tenían mucha devoción y dijeron que hacía milagros. Nosotros le pedimos la imagen y el sacerdote nos la dio muy caritativamente, y la llevamos con nosotros por entender que la Señora se encontrará muy resarcida de los agravios que le hicieron los turcos con los servicios que entre nosotros se harían con su ayuda.
En otra iglesia, a una legua de distancia, los sacerdotes nos dijeron que tenían el hierro de la lanza de Cristo nuestro Redentor, que no fue entonces posible ir a ver porque el embajador ya se nos había adelantado en una jornada, pero dijimos a los padres que de regreso volveríamos por allí. Y de hecho finalmente persuadimos al embajador que viniese y llegamos a un pueblo al pie de una sierra cubierta de nieve. En la iglesia, que era pequeña, encontramos a uno de los sacerdotes, virtuoso al parecer. Todo el pueblo de la aldea nos acompañó. Después de orar, le pedimos al sacerdote, ya advertido por su obispo, que nos mostrara la santa reliquia. Con admirable devoción nos llevó a la sacristía donde, sobre el arca de los ornamentos, estaba ya dispuesta la caja de madera con sus puertas cerradas con un candado, donde estaba el hierro santo de que os he hablado; cuando el sacerdote tocó con la llave la cerradura se puso a derramar muchas lágrimas, y con muchos suspiros y sollozos abrió la puerta de la caja y cayó de rodillas negándose a tocar la santa reliquia. Y como allí estaba el embajador y éramos demasiados para verla bien, dijo el Padre Belchior, «Señor, tú que me hiciste la merced de dejarme tocar tu cuerpo sagrado con mis propias manos, me la harás también para que toque este hierro sagrado», y levantándola comenzó a cantar el Te Deum laudamus, etc., y nosotros continuamos hasta el verso te ergo quesumus etc. con la oración de la cruz. Y todos besaron el hierro con gran devoción. Y sacándolo a la iglesia en su caja, envuelto en seda y bordados de oro, el entusiasmo de la gente fue tan grande, tan abundantes las lágrimas y el golpearse el pecho tan fuerte que no dejó de compungirse el corazón más duro; allí tomamos medidas del hierro en unas hojas de papel. Y de algunas del Padre Gulielmo [?] tiene encargo para consolación, etc.
La evidencia que tenemos de la santidad de este hierro es el testimonio de los sacerdotes, que según una tradición que data de 300 años fue robado por uno de sus monjes de una iglesia de armenios donde estaba, cosa que hizo por habérsele revelado que lo hiciera, y con gran industria y la ayuda de Dios lo pudo hacer. Los sacerdotes también afirmaron que cuando había algunas veces epidemia de peste en aquellas aldeas, sacándolo en procesión enseguida cesaba, y muchos enfermos fueron sanados tocándolo. Lo que nosotros experimentamos fue que despedía un olor suavísimo e inspiraba tanta compunción interior que sólo puede ser cosa santa; también vimos que la forma del hierro es semejante a la que pintan en los martirios.
Al hablar en secreto con uno de los notables del pueblo, el Padre Belchior le dijo que el embajador sabía que estaban atormentados por los moros debido a ciertas deudas que teneían con ellos, y que les entregaría el dinero suficiente para pagar estas deudas, y que se darían por satisfechos si ellos les cedieran esta reliquia. Él respondió que aunque le diesen toda aquella sierra llena de oro, no la darían, y que primero cortarían las cabezas a todos ellos, a sus mujeres y a sus hijos, que se la llevasen. También nos dijeron los padres que un Papa la había pedido a uno de sus arzobispos, quien respondió que este santo hierro era causa por sus milagros de la conversión de aquellos infieles y del fortalecimiento de la fe de los creyentes entre tantas persecuciones de los moros, pero que si Su Santidad quería que se le mandase, se haría. Y el Papa tuvo a bien dejarlo ahí. Así que en estas circunstancias, si el hierro de Cristo nuestro Redentor no se encuentra en Roma, sin duda es este que hemos visto, y si está en Roma, este es sagrado por razón de algún otro martirio. Estos sacerdotes son pobres y sus iglesias paupérrimas, pero son gente sencilla y virtuosa. Su prior siguió al embajador hasta el campo para obtener la remisión del Sha de algunas deudas que se le debían del tiempo de los turcos. Pero como el embajador no pudo ayudar al no conseguir hablar con el rey, regresó y vino con nosotros hasta Qasbin, donde estuvo acogido con nosotros. Y no se atrevía a quedarse allí en su iglesia porque los persas estaban decididos a darle tormento por las deudas. Y si el Sha se niega a renunciar a este pago, se decidirá a ir a Goa a pedir limosna para cubrir sus necesidades.
Detalle de la entrega de los huesos de la reina martir Keteván a su hijo Taimouraz I en 1628 por el padre Ambrosio dos Anjos. Convento da Graça, Lisboa
V. Ararat. Las Tres Iglesias. Ejmiadzín
Después de despedir a los sacerdotes «francos», a dos leguas de allí descubrimos desde lo alto de una montaña los dos montes del Arca de Noé, que son altísimos y siempre están cubiertos de nieve, y alabamos al Señor recitando el salmo Laudate Dominum de coelis etc. con la oración Deus qui transtulisti patres nostros etc. Y caminamos ocho días para llegar al pie de estas montañas, donde encontramos las tres iglesias, una de ellas habitada, todas de piedra y excelente construcción. En esta habitada vive el patriarca de los armenios y tiene consigo algunos monjes como los que antes vimos. No lo encontramos allí porque había partido hacía dos días para Julfa, pero estaba uno de sus obispos que con los otros sacerdotes, al igual que en Julfa nos salieron al encuentro y nos llevaron a esta iglesia que tenían con muchas candelas encendidas. En medio de ella había una piedra de casi dos codos de largo y uno de ancho, la cual estaba cubierta de brocado y con un cirio encendido al lado. Después de orar, nos quisimos informar sobre el misterio de la piedra, a lo que el obispo respondió que andando el glorioso San Gregorio por aquella montaña, pidiendo a Dios nuestro Señor con ayuno y oraciones, que le revelase el lugar donde el patriarca Noé después del diluvio había hecho el primer sacrificio ofrecido a su divina majestad, una noche se le apareció Cristo nuestro Señor como cuando se levantó con una lanza en la mano, y golpeando la piedra con la punta de la lanza le dijo: «en este lugar, Gregorio, se hizo lo que querías saber». El santo entonces hizo cortar la piedra y construyo esta iglesia, colocándola en el centro, por cuyo respeto se hicieron las otras dos y vive allí el Patriarca, siendo una aldeíta pequeña y famosa [Ejmiadzín]. Y los moros vienen aquí y besan la piedra. Sobre ella obtuvimos permiso para hacer un altar de tablas donde dijimos misa, no con tanta devoción como merece el recuerdo de haberse sacrificado en aquel lugar el primer cordero, imagen del verdadero que en el altar de la Cruz se sacrificó al Padre Eterno por nuestra salvación, pero con gran consuelo nuestro, y así cuando regresamos del campamento del Sha dijimos otra vez una misa por la conversión de estos infieles.
Después de despedir a los sacerdotes «francos», a dos leguas de allí descubrimos desde lo alto de una montaña los dos montes del Arca de Noé, que son altísimos y siempre están cubiertos de nieve, y alabamos al Señor recitando el salmo Laudate Dominum de coelis etc. con la oración Deus qui transtulisti patres nostros etc. Y caminamos ocho días para llegar al pie de estas montañas, donde encontramos las tres iglesias, una de ellas habitada, todas de piedra y excelente construcción. En esta habitada vive el patriarca de los armenios y tiene consigo algunos monjes como los que antes vimos. No lo encontramos allí porque había partido hacía dos días para Julfa, pero estaba uno de sus obispos que con los otros sacerdotes, al igual que en Julfa nos salieron al encuentro y nos llevaron a esta iglesia que tenían con muchas candelas encendidas. En medio de ella había una piedra de casi dos codos de largo y uno de ancho, la cual estaba cubierta de brocado y con un cirio encendido al lado. Después de orar, nos quisimos informar sobre el misterio de la piedra, a lo que el obispo respondió que andando el glorioso San Gregorio por aquella montaña, pidiendo a Dios nuestro Señor con ayuno y oraciones, que le revelase el lugar donde el patriarca Noé después del diluvio había hecho el primer sacrificio ofrecido a su divina majestad, una noche se le apareció Cristo nuestro Señor como cuando se levantó con una lanza en la mano, y golpeando la piedra con la punta de la lanza le dijo: «en este lugar, Gregorio, se hizo lo que querías saber». El santo entonces hizo cortar la piedra y construyo esta iglesia, colocándola en el centro, por cuyo respeto se hicieron las otras dos y vive allí el Patriarca, siendo una aldeíta pequeña y famosa [Ejmiadzín]. Y los moros vienen aquí y besan la piedra. Sobre ella obtuvimos permiso para hacer un altar de tablas donde dijimos misa, no con tanta devoción como merece el recuerdo de haberse sacrificado en aquel lugar el primer cordero, imagen del verdadero que en el altar de la Cruz se sacrificó al Padre Eterno por nuestra salvación, pero con gran consuelo nuestro, y así cuando regresamos del campamento del Sha dijimos otra vez una misa por la conversión de estos infieles.
Esta iglesia también tiene una puerta de una piedra toda gruesísima y muy bien construida que siempre está cerrada. Dicen los monjes que San Gregorio dejó dicho que cuando los cristianos «francos» tomasen aquella tierras, entonces se abriría. Y nos dijeron que los turcos trabajaron mucho para abrirla, y aún se ven los golpes de los arietes, pero no pudieron.
VI. Ereván. Zvartnots. El kan Alejandro II, rey de Kajetia
A menos de una legua de distancia, en el camino a Ereván, se encuentra una maravilla grande por un caso que ocurrió. Y fue así, según un arzobispo armenio nos contó y todos generalmente asienten: había allí en un pueblo dos hombres mozos que tenían entre sí relaciones abominables, y creció en ellos tanto el mal que se quisieron casar. Y así uno dijo al otro: «Vístete con traje de mujer y vamos a ir al sacerdote de esta iglesia a que nos reciba.» Así se hizo, y el sacerdote fue tan imprudente que actuó sin otra información que la falsa de los mozos. Y acabando de casarlos, se le apareció Cristo nuestro Redentor y le dijo: «¿Sabes lo que has hecho, que has casado a dos hombres?» Respondió el padre que él no lo sabía. «Pues si tú no lo sabías, sépalo esta iglesia que en testimonio de pecado tan abominable se volverá de arriba a abajo». Y nosotros hemos visto con nuestros propios ojos la iglesia volteada, y considerando los que allí estábamos muchas particularidades, vimos que no podía estar como estaba sino por milagro; y no es mucho que el Señor que ha destruido ciudades por este pecado subvierta las iglesias donde lo querían santificar.
A menos de una legua de distancia, en el camino a Ereván, se encuentra una maravilla grande por un caso que ocurrió. Y fue así, según un arzobispo armenio nos contó y todos generalmente asienten: había allí en un pueblo dos hombres mozos que tenían entre sí relaciones abominables, y creció en ellos tanto el mal que se quisieron casar. Y así uno dijo al otro: «Vístete con traje de mujer y vamos a ir al sacerdote de esta iglesia a que nos reciba.» Así se hizo, y el sacerdote fue tan imprudente que actuó sin otra información que la falsa de los mozos. Y acabando de casarlos, se le apareció Cristo nuestro Redentor y le dijo: «¿Sabes lo que has hecho, que has casado a dos hombres?» Respondió el padre que él no lo sabía. «Pues si tú no lo sabías, sépalo esta iglesia que en testimonio de pecado tan abominable se volverá de arriba a abajo». Y nosotros hemos visto con nuestros propios ojos la iglesia volteada, y considerando los que allí estábamos muchas particularidades, vimos que no podía estar como estaba sino por milagro; y no es mucho que el Señor que ha destruido ciudades por este pecado subvierta las iglesias donde lo querían santificar.
Al llegar al campamento del Sha, encontramos al kan Alejandro, duque de Georgia, que llevaba consigo a dos arzobispos y dos monjes; querían vernos, pero como íbamos con mucha prisa no quisimos esperar; pero llevamos con nosotros un intérprete y les fuimos a visitar nosotros. Y hablando con el superior que nos recibió muy afectuosamente, después de darnos una comida (como es costumbre en este país con los visitantes) le fuimos preguntando cosas acerca de su cristianismo.
Y como el padre Francisco da Costa, que había venido por Moscovia nos había comunicado que niegan el Purgatorio y que cometen un error en la precedencia natural de las personas, les preguntamos sobre lo primero. Y si al principio nos parecía que lo negaron, de hecho, con una mejor comprensión vimos que piensan como nosotros, y en el orden de las personas divinas; no pudimos averiguar el error porque el intérprete no sabía las palabras con que entender eso, pero comprendimos que consideran las tres personas y la igualdad entre ellas como nosotros. Les preguntamos si reconocían al Papa como cabeza universal de la Iglesia. Respondieron que sí y que estaba en el lugar de Cristo en la tierra. Después les dijimos: «si la iglesia tiene una única cabeza, que es Cristo, y su vicario en la tierra, ¿por qué tenéis otra en Constantinopla?» Respondieron que era porque no podían apelar a la de Roma. Que los cristianos tomasen Constantinopla y así todo sería uno. Les dijimos que mientras no fuera así, el Sumo Pontífice encontraría una manera, si lo deseaban, de enviarles ministros de la fe y que daría a los naturales todos los privilegios y honores que quisieran, que por la salvación de sus almas solo quería de ellos obediencia; respondieron que ellos solos no podían cambiar eso. Les preguntamos si, en caso de que quisiéramos ir con ellos a Georgia, nos dejarían tener allí un pequeño templo al modo romano. Nos preguntó por qué motivo y le dijimos que era para que ellos vieran nuestras costumbres y ceremonias y conversar, de manera que pareciéndoles bien las cosas de la Iglesia Católica se aficionasen a ella. Contestó que si pretendíamos obligarlos e introducir la obediencia al Papa, que primero teníamos que empezar por la cabeza, pero que si solo queríamos hacer lo que decíamos, que nos harían muchas honras y se alegrarían mucho de que tuviéramos nuestra iglesia al modo romano; y que él mismo, el más rico de los obispos de la región, haría cuanto quisiéramos, y si decidíamos ir a hablar con el kan, que era dueño de aquellas tierras, él sabía las condiciones y nos ayudaría.
Escena de la obediencia al Sumo Pontífice dada por el Patriarca armenio David con seis obispos y ciento seis sacerdotes. En Isfahán, mayo de 1607, en presencia del padre Diogo de Santa Anna. Convento da Graça, Lisboa
Con esto nos despedimos, no sin mostrarnos antes un relicario de oro en forma de libro cubierto de piedras preciosas donde guardaba muchas y muy grandes reliquias de la Santa Cruz. El kan Alejandro nos mostró otro, más pequeño, donde tenía un diente de San Juan Bautista tan fresco y sano como si lo tuviera en la boca vivo, y un trozo de hueso del mismo santo.
Estas son las cosas que en este viaje vimos tocantes al cristianismo. Espero en Nuestro Señor Jesucristo que pues fue servido que en toda esta Persia pudiéramos decir misa y celebrar su santísimo cuerpo, también lo será para apiadarse de estos infieles y abrirles los ojos del entendimiento para que adoren su santísimo nombre y se salven.
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