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Escucho los ruidos nocturnos de mi infancia,
el golpeteo de una ventana mal cerrada,
un escalón que cruje, en la subida
hacia el desván, pisadas y cuchicheos
que imaginabas, y tu corazón ampliaba esos sonidos,
y ahora te aterran, porque
ya no entra mamá con su palmatoria,
y se hacían la luz y la alegría.
Mas la esperas, no obstante.
–José Jiménez Lozano, «La pesadilla», de Los retales del tiempo, 2015–
¿Que después de esta vida tengamos que despertarnos un día aquí
al estruendo terrible de trompetas y clarines?
Perdona, Dios, pero me consuelo
pensando que el principio de nuestra resurrección, la de todos los difuntos,
la anunciará el simple canto de un gallo [...]
Entonces nos quedaremos aún tendidos un momento [...]
la primera en levantarse será mamá [...] la oiremos
encender silenciosamente el fuego,
poner silenciosamente el agua sobre el fogón
y coger con sigilo del armario el molinillo de café.
Estaremos de nuevo en casa.
–Vladimir Holan, «Resurrección», de Dolor, 1965–
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