18 septiembre, 2016

Sense límits no hi ha futur

Especialmente al acabar el verano, cada año, todos los años, llegan a octubre desmoralizadas. Da igual quién gobierne el archipiélago, las Islas Baleares entran en el otoño exhaustas, degradadas física y moralmente, con los recursos naturales sobrepasados y mirando al futuro con miedo y sin ningún indicio de mejora. Es tan largo como nuestra memoria el registro de la destrucción y del embrutecimiento de una tierra que amamos. A este registro los hoteleros, los constructores, los responsables del aeropuerto –y tras ellos todos los políticos– lo aclaman enarbolando el récord, otro récord, un año más, de turistas, de aviones, de cruceros cada vez más gordos. Hace ya tiempo que no puede soportarse pero los pocos que ganan ahondando la herida han sabido siempre maniatar a quienes podrían evitar el desastre.


Hoy queremos sumarnos a esta nueva iniciativa y trasladaros nuestra preocupación. Podríamos escribir mucho sobre el daño producido, sobre lo que es irreversible y lo que todavía queda por destruir. Pero si el desánimo, como el otoño, se nos viene encima, también nos ilusiona comprobar que no nos rendimos. Así, nos parece más necesario que nunca firmar este manifiesto invitando a quien quiera acompañarnos.


Sin límites no hay futuro

La masificación turística y el exceso de construcción están devorando Baleares día a día. El ritmo de destrucción del territorio, del paisaje y de nuestro propio hogar es extraordinario. Muchos de los ecosistemas que han sostenido la vida durante siglos se están transformando en manchas urbanas. Esta expansión convierte paisajes vivos y lugares hermosos con una historia rica y antigua en espacios sin alma. Este proceso urbanizador se hace sin tener en cuenta los recursos naturales, la orografía, la escala local, los núcleos históricos o la cultura preexistente.

Se calcula que en las Islas Baleares se ha urbanizado más de una hectárea de tierra al día en las últimas 6 décadas. El proceso continúa implacable, empujado por una economía de demanda infinita que no prevé límites. De hecho, si las Islas Baleares fueran el planeta, necesitaríamos 7 planetas más para sostener el nivel de consumo actual. Por ello podemos decir que batimos todos los récords negativos: de masificación, de consumo de agua y energía, de producción de residuos, de coches de alquiler, de emisiones contaminantes, etc. En 2016 sufrimos la presión humana más elevada de la historia y se prevé que siga creciendo en los próximos años, amparada por una planificación urbanística que permite superar los 3’7 millones de plazas. Este horizonte es sencillamente no asumible. Los récords turísticos no revierten actualmente en una mejora de las condiciones de vida de la mayoría de la gente. El precio de las viviendas, los alquileres y ciertos productos básicos suben y suben, mientras los sueldos, la renta familiar y los derechos laborales bajan. La juventud no tiene futuro aquí si no es para trabajar en el hotel o en la obra. El negocio se hace aquí, sí, pero nos arruina ecológicamente y nos empobrece. Además, cada día nos vemos más extraños en nuestra propia tierra. ¿Quién de nosotros no ha evitado ir a un lugar de la orilla del mar o de su propio pueblo porque sabe que está masificado y explotado hasta el abuso? Todo ello está generando graves problemas de convivencia entre residentes y turistas, y todos salimos perdiendo.


Este modelo también favorece la corrupción, la dependencia exterior y una escasez de agua nunca vista. La agricultura isleña, productora de alimentos de calidad y que mantiene paisajes singulares, retrocede cada día. Fuera de las poblaciones, las piscinas sustituyen a los árboles, mientras el mar y la orilla del mar se privatizan y ensucian. Por otra parte, los espacios naturales que hemos salvado sufren la masificación y no disponen de recursos suficientes para mantenerse en buen estado.

Miles de isleños nos hemos movilizado durante décadas para reivindicar una manera de vivir digna que no implique destrozar el territorio. Se han conseguido grandes victorias y se han salvado decenas de lugares amenazados. Ahora, sin embargo, lo que está en riesgo es todo, y el tiempo juega contra nosotros: es necesaria una acción decidida en defensa de las islas, de todo el territorio.

Y es por eso que hacemos esta llamada. Reclamamos una respuesta a la altura de la crisis social y ecológica que vivimos. Exigimos que se frene la ocupación exagerada de territorio que pretende únicamente crear más y más plazas, y que se renuncie a construir infraestructuras que alimentan el crecimiento basado en el petróleo. Queremos conservar el paisaje, por eso hay que proteger el litoral y el campo de manera definitiva. Pedimos frenar nuevos puertos y aeropuertos, campos de golf y polo, abandonar los proyectos para hacer autopistas y grandes tendidos eléctricos, y optar por un modelo de movilidad racional.


Queremos democracia y bienestar social, poner las instituciones al servicio de los intereses del 99% de las personas, que se impulsen programas de vivienda digna a precio razonable y que se apoye a las alternativas económicas al margen del turismo. Estamos indignados de oír palabras vacías mientras vamos hacia el colapso ecológico y social. Pedimos planificación, no queremos correr siempre a atender emergencias ambientales y situaciones de sobreexplotación.

Queremos avanzar hacia la sostenibilidad, conscientes de que solamente se conseguirá reduciendo los futuros crecimientos residenciales y turísticos. Reclamamos al Gobierno y a los Consejos medidas de verdad y un cambio de ritmo en las políticas que afectan al territorio. Nosotros, ciudadanos de estas islas, exigimos coraje a nuestros gobernantes, medidas concretas y compromiso con los intereses generales. Queremos tener la esperanza de un futuro mejor, y esto únicamente será posible con decisión. No queremos esperar más, no podemos esperar más. Sabemos que es posible y que ahora es la hora, porque si no hay límites, tampoco hay futuro.

   Randa, 10 de septiembre 2016



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