Los soldados que volvían del frente llevaban consigo discos, películas, ropa. Así, los rusos, que durante décadas habían vivido en el aislamiento, se topaban de pronto con la estética animada y emocionante de Occidente. Y les encantaba. Sin embargo, con el inicio de la Guerra Fría el estilo de vida «americano» volvió a ser nocivo e indeseable, y quienes, a pesar de las prohibiciones –formales que no oficiales– escuchaban la música «mala», bailaban las «malas» danzas y vestían «inapropiadamente» se arriesgaban a duras represalias.
Sin embargo, hubo algunos jóvenes valientes (?), locos (?) o simplemente insensatos que, a pesar de toda prohibición, querían seguir aquel estilo de vida. Desde luego, la american way of life tuvo un significado especial en el Moscú de los años cincuenta. Creció una subcultura increíble, y los stilyagi se extendieron pronto desde Moscú a Leningrado y, en seguida, a casi todas las ciudades importantes. Desde finales de los años cuarenta hasta los sesenta, disfrutaron de su existencia en grupos mayores o menores. Al principio no sonaba peligroso, pero todo ocurría en el período más negro del terror estalinista y en un territorio, la Unión Soviética, notable por su no precisamente amplia oferta de bienes.
Como no se podía salir al extranjero y no se tenía acceso a nuevos materiales visuales, ni de ningún tipo, construyeron sus Estados Unidos a partir de lo que guardaban desde tiempos de la guerra. Transformaban la ropa traída a casa por los soldados y veían una y otra vez las pocas películas americanas que tenían a mano. La película clave –principalmente debido a su música– fue Sun Valley Serenade (en español: Tú serás mi marido, 1941). Y con ella elaboraron la imagen del atuendo que debían vestir. De ahí, por ejemplo el fetichismo de las sudaderas con ciervo. El tren que ilustra la canción Chattanooga Choo Choo ganó un significado mágico-simbólico. Todo esto les permitía volar desde la pedestre realidad soviética a una Súper-América imaginaria. Y, por supuesto, todo el mundo escuchaba jazz. Dado que no había grabaciones decentes disponibles, recurrieron a un procedimiento también conocido por los jóvenes húngaros de los años cincuenta (al menos así lo hemos visto en la película Nap utcai fiúk, «Los chicos de la calle del sol»): copiar la música sobre placas usadas de rayos X. Por tal razón llamaron a estos discos jazz en los huesos (джаз на костях), o también el esqueleto de la abuelita. Esta historia algo macabra la contó hace apenas unos meses el libro ilustrado de Stephen Coates, X-Ray Audio: The Strange Story of Soviet Music on the Bone.
La melodía que abre el breve documental no es jazz, sino la famosa canción de los gangsters de Odesa,
Murka, de la que ya hablamos en otra entrada
Murka, de la que ya hablamos en otra entrada
También se desarrolló una jerga peculiar, cuyo léxico básico mezclaba inglés y ruso. Se llamaban entre sí chuvak, un acrónimo que viene a significar «adorador de la alta cultura americana» (Человек Уважающий Высокую Американскую Культуру). Por la noche paseaban por su Main Street, a la que llamaban Broadway, en realidad la calle Gorky de Moscú, iban al apartamento o «hata» de alguno de ellos y allí bailaban según creían haber visto en las películas. Desarrollaron tres tipos de boogie-woogie: «atómico», «canadiense» y «triple hamburger». Lamentablemente no sabemos con exactitud cómo eran, sólo que hamburger era el modo lento.
No hay ninguna subcultura sin distribuidores que la abastezcan, y en Moscú aparecieron los fartsovshchiks que iban a proveer esta peculiar demanda. Tenían buenos contactos, habilidades lingüísticas y una pericia innata para sortear las trampas policiales. Traficaban con lazos (silyotki de colores), sombreros, ropa, zapatos, discos, instrumentos musicales. A finales de los sesenta, los stilyagi fueron reemplazados por hippies y otras subculturas. Sin embargo, los fartsovshchiki permanecieron, sólo cambió su perfil. En aquella economía soviética de subsistencia no era difícil vender productos importados de Occidente, como cualquiera con una beca, trabajo temporal, o una simple visita a la Unión Soviética podía comprobar.
Entrevistas con antiguos stilyagi y fartsovshchiki
Aparte de las fiestas y las compras secretas, a los stilyagi les preocupaba sobre todo la guerra contra los komsomolki, especializados en enfrentarse a ellos. De hecho, el término stilyaga fue acuñado por un humorista a sueldo del estado, un tal Belyaev, en el número de marzo de 1949 del semanario satírico Krokodil, desde el cual se difundió rápidamente. Por supuesto, trataba despectivamente a estas figuras divertidas, como ridículas, desaliñadas, ignorantes de las reglas básicas de la vida social, y por lo tanto no es de extrañar que el joven pueblo soviético se burlara de ellos. En cuanto a los propios stilyagi, se llamaban a sí mismos statniki, pertenecientes a los Estados Unidos. Con el tiempo, como suele ocurrir, el término que había comenzado su carrera como palabra risible, se convirtió en el nombre oficial de la subcultura y aceptado por todos. La severa mujer komsomolka, por ejemplo, podía echar en cara al stilyaga: Я не лягу под стилягу! (en traducción libre: ¡yo no me acuesto con un muñeco de peluche!)
Buena parte de esto habría quedado en el olvido de no ser por Aleksey Kozlov, quien en su autobiografía de 2001 contó cómo se había convertido en saxofonista, cómo fundó su legendaria banda de jazz-rock, Arsenal, y cómo todo aquello estaba vinculado a la historia de los stilyagi moscovitas. Más tarde, en 2008, basándose parcialmente en las historias de Kozlov y añadiendo de su propia cosecha, Valery Todorovsky dirigió una película titulada Stilyagi (Hipsters, en la versión inglesa). Todos los detalles de la película se basan en hechos reales pero, debido a un desenfoque básico, el conjunto no puede considerarse como un documento auténtico: el mundo musical de la película se centra en la era dorada del rock ruso de los ochenta. En definitiva, puede que no fuera auténtico pero sí muy atractivo, y con él comenzó el frenesí del revival stilyaga / teddy boy hoy todavía apreciable en Rusia.
El 29 de noviembre inauguramos el Cineclub del Río Wang con la película Stilyagi. Vadim Kemény presentará cada mes una gran película rusa producida en los últimos años y prácticamente desconocida en Occidente. Más detalles e inscripción en nuestro Facebook.
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