28 diciembre, 2014

Coordenadas


La Sociedad Española de Emblemática ha convocado su X Congreso Internacional, que organizaremos en Palma dentro de un año redondo. Después de darle muchas vueltas al título, cosa que iba alambicándolo hasta hacerlo casi esotérico, hemos optado por uno que quizá sea algo obvio para este tipo de encuentros: Encrucijada de la Palabra y la Imagen Simbólicas. En cierto modo, esto define básicamente al emblema. Pero esta encrucijada también marca el peculiar núcleo desde donde nosotros analizamos la historia cultural en su conjunto.


Luego tuvimos que idear el cartel. El hecho de que sea ya el X Congreso, nos permitía enlazar la «X» de la numeración romana con el concepto mismo de encrucijada que presenta el título. Rebuscando en la memoria se nos apareció el magnífico manuscrito Mira Calligraphiae Monumenta donde el maestro calígrafo Georg Bocskay diseñó página tras página una obra compleja en la que exhibía todas sus dotes en el arte de dibujar las letras. Lo dejó acabado en 1562 pero luego el cuaderno cayó en manos de Rodolfo II, en Praga, quien, admirado de la precisión de Bocskay, decidió convertirlo en una obra verdaderamente única y digna de sus colecciones.


Para ello, encargó al mejor iluminador de manuscritos que pudo encontrar, Joris Hoefnagel, que lo decorara a su gusto y sin ahorrar esfuerzos. Hoefnagel no solo cumpliría sobradamente el encargo sino que añadió de su mano todo un juego tipográfico donde las ilustraciones copiadas o fantaseadas a partir de elementos naturales se unían al rigor matemático de la tracería y la composición de las letras.

Gabriele Simeoni, Imprese heroiche et morali, Lyon, 1559

Ahí está la «X» que queríamos: la divisa del emperador Augusto, el cangrejo que atrapa entre sus pinzas a una mariposa —imagen habitualmente unida al mote latino Matura, o variante del Festina lente manuziano comentada por Simeoni se metamorfosea en signo gráfico. Encrucijada de palabra e imagen, sí, pero también indicio de haber llegado —madurando— hasta el décimo congreso de la Sociedad. Veinte años ya —X-X— sin faltar a la cita.


Haremos, en todo caso, cuanto esté en nuestra mano para que el cangrejo no nos conduzca hacia atrás, como éste –más bien un bogavante– que arrastra al pobre bufón en el diálogo entre el Noble y el Perdido de I marmi del Doni, (Venecia, 1552, Lib. IV, 19).


Mensaje secreto

El album amicorum –álbum de amigos–, o memoriae causa –receptáculo de buenas memorias–, era pertrecho obligado en el exiguo equipaje de los estudiantes que andaban de acá para allá, de universidad en universidad, por la Europa de los siglos XV a XIX. En sus páginas, familiares y amigos próximos, pero sobre todo profesores, compañeros distinguidos o mecenas encontrados en las diversas ciudades, escribían unas breves palabras cálidas en eruditos aforismos. Estos pocos miles de álbumes que han sobrevivido ofrecen una excepcional oportunidad para la reconstrucción de la red de contactos de la intelligentsia europea a principios de la Edad Moderna y de las rutas habituales de los estudios universitarios.


Los alba amicorum de Hungría, o con contenido relativo al país, los ha digitalizado y puesto al alcance del público el grupo de investigación Inscriptiones Alborum Amicorum de la Universidad de Szeged, dirigido por Miklós Latzkovits. También nosotros colaboramos con ellos, en especial cuando salen a luz notas en idiomas desacostumbrados o con partes difíciles de leer. Este es el caso de ahora


El álbum de Paul Schirmer de Kronstadt / Brassó / Braşov, compilado entre 1681 y 1685, se conserva en la biblioteca de la universidad de Kolozsvár / Cluj. La nota de dos páginas que veréis a continuación fue escrita por Jeremías Jeckell, también oriundo de Kronstadt, el siete de marzo de 1683 en Leipzig. La primera página muestra un hermoso emblema. Los corazones de los dos amigos, unidos por una cadena, están rodeados por una corona similar a la del escudo de armas de su ciudad natal –Kronstadt–. Al lado izquierdo, un girasol mira siempre hacia un sol que brilla entre nubes. De acuerdo con las convenciones básicas de la época, es símbolo del verdadero creyente, que siempre está mirando a Dios. Así lo confirman los poemas alemanes y versículos bíblicos en latín que lo acompañan:

Wahre Freundschaft, Treu und Glauben
Soll nichts denn der Tod uns rauben.

Ich hab auch noch was bey mir, gleich wie Ihr, zu seinen Ruhme,
Ich für mich verehr ihm hier eine schöne Sonnenblume,
Gleich wie diese Blume sich im/m/er nach der Sonnen neigt,
Neigt er sich stets nach dem, der die Blum und Menschen zeigt.

Meine Seele wündscht dabey,
Dass er stets Gottsfürchtig sey!
Auss reinem teutschen Sinn,
Als ich der deine bin,
Schrieb ich dir dieses hin.

Timor Domini est initium sapientiae (El temor de Dios es el principio de la sabiduría, Salmo 111,10.)

Escudo de armas de Kronstadt/Brassó/Brașov



Sin embargo, hay algo más en la inscripción, que no somos capaces de descifrar. Son dos textos breves, a ambos lados de la pictura, que no logramos atribuir a ningún idioma conocido. Sospechamos que pudiera tratarse de algún tipo de escritura secreta. Así que de nuevo nos dirigimos a nuestros avisados lectores. ¿Sois capaces de averiguar qué clave o idioma utilizan estas breves líneas? ¿Y qué significan?

21 diciembre, 2014

Muros de Roma


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02 diciembre, 2014

Una resurrección malograda


En el barrio de Malá Strana de Praga, en la calle Letenská, donde el tranvía rueda bajo los contrafuertes de la iglesia de los Agustinos, junto a la puerta del antiguo convento carmelita, una señal fantasma de antes de la Guerra fue recientemente restaurada. Es una flecha que apunta en dirección al río nombrándolo en los dos idiomas de una Praga durante un tiempo bilingüe: MOLDAU y VLTAVA.

Mejor dicho, debería nombrarlo, pues la mitad alemana de la inscripción ha sido cuidadosamente cegada con pintura blanca en algún momento posterior al redescubrimiento.


En el transcurso de las grandes desubicaciones de Europa del Este en la década de 1940, a una parte de las inscripciones públicas que revelaban un conflicto racial, nacional o de clase, se les dio la oportunidad de sobrevivir en sus muros bajo una capa de pintura hasta que se extinguieran los viejos odios y las personas que los encarnaban, para resucitar luego en una sociedad más madura, más sabia y comprensiva, donde ya no serían destruidas, sino recuperadas y apreciadas como signos conmemorativos de la historia y de un mundo culturalmente más rico —y tal vez mejor—. Así ha ocurrido en Lemberg, donde las inscripciones en yidis o polaco tienen ahora su propio espacio, con blogs y publicaciones impresas; también en Wroclaw, donde son restauradas y se publica un catálogo académico con las inscripciones alemanas de la antigua Breslau; o en Abbazia, donde el cartel o el letrero multilingüe ya no es un recordatorio de la opresión extranjera sino de la edad de oro del centro turístico más famoso de la monarquía austro-húngara.

En Praga, la sociedad aún no tiene la suficiente madurez para que el nombre del Vltava se pueda leer sobre un muro en la lengua materna de sus tres millones de compatriotas deportados o asesinados, en la lengua materna de Franz Kafka y de Bedrich –nacido Friedrich– Smetana; un letrero que está tan sólo a una esquina de distancia del museo dedicado al primero, y a dos esquinas del río cantado por el segundo.

Los fantasmas, obviamente, no existen.

El letrero antes de ser tachado. Foto de Wikipedia fechada en 17 de noviembre de 2011

13 octubre, 2014

Aliens

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11 octubre, 2014

30 agosto, 2014

Lejos de la vista del mundo



Habíamos dejado el coche bajo los árboles, justo pasada la señal que dirige a la iglesia. Unos árboles grandes. Una reja. Piedras.
A la izquierda, una casa desde donde avanza un hombre joven.
You want to visit the church, maybe. I can open it for you.
Anda algo encorvado, el rostro enrojecido por el calor. Nos da la mano. Un joven en camiseta de un azul desvaído, calzón corto de flores y zapatillas de plástico azul.
I’m the priest, even if I don’t look like one.

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El pueblo de abajo está desierto, ni una cara en las ventanas, ni una sombra, ni una voz, ni un perro que ladre o venga a hacernos zalamerías. Un gato huye al acercarnos. Trenzas de ajos y cebollas oreándose en los porches, cántaras de leche vacías. Varias esquelas pegadas en un poste. Y, como por un repentino sortilegio, dos tractores se cruzan a toda velocidad ante nosotros antes de desaparecer, más allá.

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Caminamos detrás del sacerdote. Tenemos que subir unas escaleras, franquear la cancela en el muro de piedra seca, dejar atrás los pinos y los tilos que doblan sus ramas para encubrir lo que debe permanecer oculto. Durante siglos la iglesia de Borač se ha ocultado así al mundo, camuflada por el risco que se alza tras ella, piedra entre otras rocas.


¿Lo cree? Sí, dice, está seguro; había un pueblo allí arriba, una ciudad enorme, y esta iglesia era su catedral. Era una ciudad próspera, una ciudad pujante, como atestiguan los frescos que contiene — arcángeles con armadura, santos de cara adusta, Constantino y Elena mostrando la veracruz, un viejo del Apocalipsis y el Arca de Noé frente a frente, un Cristo Pantocrátor y un Cristo Emanuel a ambos lados de la puerta que separa el pequeño atrio de la capillita, y al final, el iconostasio con unas pinturas naïves.

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Pero ¿la ciudad dónde estaba?
— Up there, you see, all these rocks — the city was there.

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¿Que si hay ruinas ahí arriba? Duda.
Claro, ruinas, no hay más que ruinas, no se ve nada más. Sí; una vez subió a verlo, cuando llegó aquí.


Nos muestra una pila de rocas, cómo los acantilados recortan en el cielo la silueta de una fortaleza encantada, el deslizamiento de tierras que ha borrado el camino hacia la ciudad muerta; y pienso en todas esas ciudades engullidas por las aguas — la de Ys bajo el mar frente a la costa de Bretaña, Kitezh bajo el lago de Svetloyar, ciudades donde sólo las almas puras pueden oír aún sonar las campanas. Borač, en la Serbia central, una ciudad disuelta en el aire, convertida en roca a fines del siglo XIV, en medio del tumultuoso avance del ejército otomano, mientras toda la zona aledaña era abandonada por la población en fuga.
¿Lo cree así nuestro joven sacerdote, perdido en su desierto?
— The city was up there, see.

Teníamos que partir.
Al sentarnos de nuevo en el coche, una última mirada a nuestro alrededor, y allí, a nuestras espaldas, surge otra ciudad oculta por la hierba crecida. Ni una sola piedra de este cementerio que no se remonte a siglos pasados​​, ni una tumba que espere a los habitantes del pueblo de abajo, ni una cruz que no esté convirtiéndose ya en acantilado.

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06 agosto, 2014

Las cuatro letras de Dios


El nombre de Dios en vano… Frehling Santino, 1700

Un instructivo artículo apareció el último día de julio pasado en el portal de Nyelv és Tudomany (Ciencia y Lenguaje), salido del teclado de László Fejes. El artículo titulado «Honnan jött az isten?» –¿De dónde vino Dios?–. Trata de averiguar el origen de la palabra húngara Isten, ‘dios’, y la conclusión es que sólo Dios lo sabe. El TESz, es decir, el diccionario etimológico de la lengua húngara, como ya hemos señalado en otras ocasiones, marra también aquí lejos del blanco al relacionar el primer elemento is- con la palabra ős, ‘antiguo, antepasado’, cosa que suena poco probable fonéticamente. El historiador András Róna-Tas sugiere que podría provenir del nombre del dios solar hitita Ištanu, pero la brecha de 1800 años entre el origen hitita y su presunta recepción excluye la hipótesis. Y Károly Rédei en su artículo «Isten szavunk eredete» –El origen de nuestra palabra Isten, ‘Dios’– (Magyar Nyelv, XCV.1 (1999), 40-45) considera que es un préstamo iraní y lo deriva del iraní medio *ištān, ‘honrado’ (en plural).

Queremos contribuir a este pequeño zoco etimológico con una ligera pero atractiva mercancía que si bien puede no ser la más convincente, es sin duda la más antigua. Viene del diccionario de once lenguas de Calepino, publicado en 1590 en Basilea, que tenemos en nuestra estantería ;) Encontramos el voluminoso in-folio hará casi treinta años en un taller de papel reciclado, y lo compramos a peso por algo así como 1€ al cambio actual.

El monje agustino Ambrosius Calepinus (1440-1510) publicó en Reggio en 1502 su gran diccionario de latín donde junto a la definición de las palabras citaba ejemplos de su uso en autores clásicos. El diccionario de inmediato se hizo muy popular, con decenas de ediciones en los siglos siguientes que fueron incorporando cada vez más equivalentes de las palabras latinas en otras lenguas antiguas y modernas. La edición de 1590 de Basilea fue la que por primera vez incluyó traducciones húngaras e inglesas, por lo que puede ser considerada como el primer diccionario húngaro. Las palabras húngaras, como Kálmán Szily señaló («Ki volt Calepinus magyar tolmácsa?» –¿Quién fue el intérprete húngaro de Calepinus?– Értekezések a Nyelv- és Széptudományok köréből, XIII.8 (1886)), fueron añadidas por el jesuita transilvano Stephanus Arator, es decir, István Szántó en Roma. Y fue este mismo erudito quien amplió las consideraciones sobre las cuatro letras del nombre de Dios con un suplemento húngaro, con lo que también dio una etimología del Isten húngaro.


Dĕŭs, singular, masculino [en hebreo אלוח eloah, griego Θεός, francés Dieu, italiano Dio, Idio, alemán Gott, flamenco Godt, español Dios, polaco Bood, húngaro Isten o Ιςε * , inglés God].

Su origen se explica de varias maneras. Según algunos se trata de ἀπὸ τοῦ δέους, de 'miedo', porque consideraban (si se nos permite citar una frase tan impía) que los primeros dioses fueron inventados por el miedo. Papinius parece ser de esta opinión cuando dice: «Los primeros dioses fueron creados por el miedo en el mundo». Cicerón, Sobre las respuestas de los arúspices: «¿Quién es tan loco, que por lo menos cuando mira hacia el cielo, no sienta la existencia de los dioses?» Ídem, en el libro 1 de Las leyes: «Ninguna nación es tan zafia o salvaje, que incluso si no saben qué dios tienen, al menos saben que tienen uno».

Otros lo derivan de a dando, de ‘dar', porque todo viene de Dios, fuente de todos los bienes, y Él da a todo su existencia y subsistencia. Otros del griego δαίω, ‘saber’, porque Dios lo sabe todo y todo está desnudo ante sus ojos. Aún otros del nombre Θεός, sustituyendo el sonido sordo con uno sonoro y la o por u, y es por eso que decimos Deus en latín. Y todavía otros del nombre hebreo די Dai, ‘poderoso, suficiente’, de donde también viene el término Saddai, es decir, el Dios omnipotente o autosuficiente, ya que es bien sabido que Él es suficiente por Sí mismo, no necesita a nadie sino que el solo derrama abundancia para todos.

No es ocioso tener en cuenta que casi todos los pueblos y lenguas escriben el nombre de Dios con cuatro letras. De hecho, los hebreos Le llaman יחוח Yehova, con cuatro letras, los caldeos también con cuatro letras, אלוח Eloha, los sirios también אלוח Eloha; para los etíopes es אמלו Amlau, para los asirios אדעד Adad, para los griegos Θεός, para los egipcios Θωύθ, para los persas Σύρη, para los latinos Deus, para los italianos Idio, para los españoles Dios, para los franceses Dieu, para alemanes, flamencos e Ingleses Gott o Godt, para los [persas] magos Orsi, para los polacos Boog, de bog que significa ‘miedo’, para los dálmatas e ilirios Boga o Boog, para los los musulmanes más antiguos, a los que también llamamos sarracenos, Abgd, para los turcos que siguen a Mahoma, Alla, para los pueblos descubiertos en el mundo que llaman «nuevo», Zimi, para los valacos Zeul, para los gitanos Odel.

Para los húngaros, si nos fijamos en su origen, el nombre de Dios tiene también cuatro letras. Ellos le llaman con gran respeto Isten, que aunque parece tener cinco letras, si tenemos en cuenta su origen tiene sólo cuatro. De hecho, el término húngaro proviene del segundo aoristo del verbo griego «ser» ἴστημι, que suena ἐςὶν [ἐστὶν]: ‘Existo, soy por mí mismo', cuyo segundo aoristo se escribe con cuatro letras. La s y la t, escritas con dos letras en la palabra húngara, se engloban ambas en la única letra griega ς sigmatau. Por tanto, en virtud de su origen, el nombre húngaro también tiene que escribirse con cuatro letras, así: Ἴςεν [Ἴστεν]. De esta manera, el nombre de Dios es un τετραγράμματον [nombre de cuatro letras] para todos los pueblos, y creemos que Él es llamado así porque su esencia es una, pero dentro de su única esencia Él es tres personas realmente existentes y distintas».

[En otra ocasión hablaremos de la utilización peculiar que hace nuestro Sebastián de Covarrubias en su Tesoro de la lengua castellana o española (1611) del Calepino y cómo en el caso de esta palabra remite al interesante repertorio del padre jesuita Juan Fernández, Divinarum Scripturarum iuxta sanctorum Patrum Sententias Locupletissimus Thesaurus (1594). Sobre el hebreo de Covarrubias es ya obligatorio consultar los artículos de György Sajó en los núms 307 y 308 (2013) del BRAE.]

László Fejes es probablemente de la misma opinión, pues en su artículo —sólo como ejemplo chusco– transcribe la palabra húngara Isten con cuatro letras hebreas. ;)


En definitiva, esto no es muy diferente de la solución de István Szántó, quien habiendo transcrito la palabra en letras griegas, descubrió en ella el sentido del otro tetragrámaton (o tetragrama) hebreo, יחוח YHWH, 'el existente, el que es'. Pero por qué íbamos a maravillarnos de tal cosa. En aquel siglo era un lugar común ampliamente aceptado que todas las lenguas, pero sobre todo la húngara, venían del hebreo.

El tetragrama (aquí transcrito como IEVE en lugar de YHWH) como fundamento de la Santísima Trinidad. Ilustración del Diálogo contra los Hebreos (1109) por Pedro Alfonso (antes de su conversión, Moisés Sefaradí), Colegio de San Juan MS E. 4, f. 153v

03 agosto, 2014

Cracovia




Sayat Nova: Dun en glkhen (La súplica del rey antes de su exilio), Gaguik Mouradian, kamanche, 3’40”

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