¿Alguien habrá estado en El Cairo sin ver las pirámides, al menos las de Gizeh? Miles de veces hemos contemplado estos lugares sobre el papel, y estudiado, leído y curioseado infinitamente sobre ellos, y en nada se ha reducido el impacto que provoca su visión directa, completado ahora con la presencia de la vida, la agitación y el entorno humano que todo lo envuelve, allí donde la felicidad del turista se desarrolla bajo un potente dispositivo de control.
Primer grabado del libro de Athanasius Kircher, Sphinx Mystagoga (Amstelodami: Ex officina Janssonio-Waerbergiana, MDCLXXVI). Recreación bastante fantástica de Gizeh, pero con elementos reales: visitantes curiosos capaces de encaramarse hasta lo más alto de las pirámides y abigarramiento de caballos, camellos, arqueólogos, saqueadores y gente diversa alrededor.
—clic sobre el grabado para verlo completo—
Con todo, si queremos saber hasta qué punto pueden cohabitar estrechamente los vivos y los muertos, tenemos que acercarnos al Cementerio Norte de El Cairo, caminando diez minutos desde Khan al-Khalili por Sharia al-Azhar en dirección al este. Encontraremos allí «La Ciudad de los Muertos». Cuando el cristianismo copto sustituyó oficialmente los ritos y religiones anteriores (s. IV), no eliminó la costumbre de relacionarse especialmente con los muertos. Las tumbas habilitaban salas para comer y descansar o pasar el día e incluso la noche. Tampoco los musulmanes erradicaron estos hábitos. En el siglo XIV, mendigos y gentes sin otro hogar empezaron a residir ahí de manera fija y a construir viviendas entre las tumbas. Una idea bastante exacta de cómo es el lugar puede leerse en este artículo (y las imágenes) de Ángeles Espinosa.
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