13 mayo, 2010

Pirámides. Los muertos, los vivos.

¿Alguien habrá estado en El Cairo sin ver las pirámides, al menos las de Gizeh? Miles de veces hemos contemplado estos lugares sobre el papel, y estudiado, leído y curioseado infinitamente sobre ellos, y en nada se ha reducido el impacto que provoca su visión directa, completado ahora con la presencia de la vida, la agitación y el entorno humano que todo lo envuelve, allí donde la felicidad del turista se desarrolla bajo un potente dispositivo de control.



Primer grabado del libro de  Athanasius Kircher, Sphinx Mystagoga (Amstelodami: Ex officina Janssonio-Waerbergiana, MDCLXXVI). Recreación bastante fantástica de Gizeh, pero con elementos reales: visitantes curiosos capaces de encaramarse hasta lo más alto de las pirámides y abigarramiento de caballos, camellos, arqueólogos, saqueadores y gente diversa alrededor.
—clic sobre el grabado para verlo completo—



Con todo, si queremos saber hasta qué punto pueden cohabitar estrechamente los vivos y los muertos, tenemos que acercarnos al Cementerio Norte de El Cairo, caminando diez minutos desde Khan al-Khalili por Sharia al-Azhar en dirección al este. Encontraremos allí «La Ciudad de los Muertos». Cuando el cristianismo copto sustituyó oficialmente los ritos y religiones anteriores (s. IV), no eliminó la costumbre de relacionarse especialmente con los muertos. Las tumbas habilitaban salas para comer y descansar o pasar el día e incluso la noche. Tampoco los musulmanes erradicaron estos hábitos. En el siglo XIV, mendigos y gentes sin otro hogar empezaron a residir ahí de manera fija y a construir viviendas entre las tumbas. Una idea bastante exacta de cómo es el lugar puede leerse en este artículo (y las imágenes) de Ángeles Espinosa.

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