14 abril, 2012

Ilustres cacerías reales

Códex Manasse, ca. 1300 El Príncipe Harwart mata un oso, futuro animal heráldico de su dinastía

Un conocido chiste de época comunista cuenta cómo un huésped importante va a Hungría a cazar y manifiesta su deseo vehemente de cazar un oso. En vano se le explica por activa y por pasiva que en Hungría no hay osos, pero a él esta irrelevante circunstancia le importa un bledo. Tras largas deliberaciones dan con la solución. Comprarán el viejo oso del circo y lo soltarán en el bosque cerca del camino que conduce al apostadero de los cazadores. El oso va caminando mansamente hacia su destino, pero resulta que el viejo János acertaba a pasar en ese momento en bicicleta en dirección contraria. Tan pronto como ve al oso se asusta terriblemente, salta de la bici y corre hacia el bosque. Los ojos del oso brillan: «¡Una bicicleta! Por fin algo familiar en este lugar tan extraño». La coge, se sienta en ella tal como había hecho durante toda su vida, y empieza a pedalear hacia donde le aguardan los cazadores con los rifles cargados…

algo así… (de aquí)

o así... (de aquí)

o como esto (de aquí)

o así (de aquí)

puede que así (de aquí)

o así (de aquí)

o tal vez así (de aquí)

o algo como esto (de aquí)

No hay que reírse. Una cosa parecida sucedió realmente, tal como cuenta Radio Erevan. Con alguna mínima diferencia. Y no en Hungría, sino en Rusia. Y el anónimo invitado era nada menos que Juan Carlos I, Rey de España.


La historia la hizo pública el número del 19 de octubre de 2006 de Kommersant. Allí leímos que Sergei Starostin, el supervisor de caza de la región de Vologda, que había sido despedido por su superior Andrei Filatov, envió una carta al gobernador de Vologda relatando en detalle las circunstancias de la cacería de osos que el Rey Juan Carlos celebró el pasado agosto. Afirmó que el oso abatido por el rey era en realidad un manso animal llamado Mitrofán, procedente del zoológico cercano de Novlenskoe. Filatov lo condujo enjaulado hasta el lugar de caza y lo emborrachó hasta las cejas de vodka mezclado con miel poco antes de la partida de caza.

En un par de días la noticia dio la vuelta al mundo. The Guardian recordó otros casos de osos embriagados antes de ser abatidos en épocas de Jruschov y Brezhnev, y 24/7 contó historias similares de Ceausescu. El diario El Mundo entrevistó en exclusiva a Starostin, con una foto de Mitrofán. Y el blog de humor Harpo llegó a revelar que había una profecía del caso inscrita en jeroglíficos desde hacía mucho tiempo en el escudo papal de Benedicto XVI. Tampoco faltaron comentarios visuales. En primer lugar en la prensa española, claro. Uno de los más explícitos fue la portada de El Jueves, denunciado de oficio por el fiscal del estado acusándolo de alta traición ya que decía que el oso estaba borracho «en igualdad de condiciones» con el rey. Sin embargo, el tribunal no quiso imputarlo alegando que la caricatura era «cruel» pero «absolutamente aceptable en una sociedad democrática». Y el rey, que colecciona todas las caricaturas que El Jueves le dedica, manifestó de manera clara que le gustaba.

Portada y montaje de El Jueves.

El rey, como presidente honorario de WWF, propuso un pequeño cambio
en el logo de la organización.


Pero como esta historia tuvo lugar en Rusia, pedía ser inmortalizada en forma de lubok, como solía hacerse allí con los acontecimientos ilustres, con las personalidades históricas y las cacerías reales en los siglos pasados.

«El cazador hiere al oso y los perros lo acosan». Lubok, s. XVIII

Y, en efecto, un informe minucioso apareció en la edición de febrero de 2008 de la revista GQ firmado por Kseniya Sokolova e ilustrado por ocho magníficos luboks de Vladimir Kamaev siguiendo el estilo de Andrei Kuznetsov.


«Iván Karlos, el rey de España dispara contra el oso Mitrofán muy borracho.» El oso, por extraño que resulte, no se rinde, sino que grita «¡Hola!»

Putin (con la inscripción «zar»), despide al rey Iván Karlos que parte de Sochi hacia la cacería.
Según el artículo, en el Gobierno de Vologda estaban esperando
al rey con un doble arco iris alzado en el cielo.

«Así que Mitrofán no mataría al rey, Egor [Jäger, es decir, el guarda] lo emborrachó con hidromiel
[según el texto de la revista GQ, con vodka con miel].»

«Mientras Karlos acaba con Mitrofán, la princesa Leticia se pierde en el bosque»

Al conocer la historia, dice el artículo, la pérfida prensa española lo cuenta todo: que Juan
Carlos había matado ocho osos en Rumanía, y que había sido compañero de caza
del General Franco. El animalillo de la imagen lleva el rótulo «Bestia».

«El Rey Iván Karlos en su corte»

La noticia desencadena una inspección en Rusia. ¿Ha matado el rey, realmente, a un oso borracho? Versión «A»: No. Los «boyardos» juran ante el gobernador (cuya cabeza está oculta a los ojos de los mortales por el disco brillante del sol), que «Mitrofanushka» no fue muerto por Karlos, sino por ellos mismos.

Versión «B»: No. Cansado del mundo, Mitrofán mismo se voló los sesos. Afortunadamente también dejó
una carta: «Por favor, no culpéis a nadie de mi muerte. Su Mitrofán». Según GQ, esta es, de hecho,
la versión más probable y más satisfactoria. Y la carta de Mitrofán está escrita precisamente
en una corteza de abedul: un lubok.

Obviamente, queremos dedicar esta entrada a la nueva hazaña cinegética de don Juan Carlos que hemos conocido hoy. En esta ocasión ha sido perpetrada en las fragosidades de Botsuana buscando abatir un elefante, y le ha costado una dolorosa fractura de cadera. Esperamos que se recupere pronto y con bien, pero sobre todo esperamos que el inventivo arte africano sea capaz de contar la historia con tanto primor como hicieron estos luboks rusos que hoy hemos recordado.

11 abril, 2012

Amor y balas



Hace unas semanas fotografiamos este grafito en la pared de una céntrica calle de París. Parece una curiosa versión moderna y muy estilizada del tema de este emblema de 1613 que se encuentra en el libro de Daniel Heinsius, Emblemata amatoria (Leiden):


Ferrum est quod amam [amant]

Cedite facundi, locupletes cedite: ferro
Ferrae molitur, atque amat inde virum

L’un vante son sçavoir et l’austre sa noblesse
L’un ses riches tresors, et l’austre son credit,
Mais en vain, car le coeur d’une jeune maistresse
Comme il est tout de fer par le fer s’amolit.
El hierro es lo que aman

Fuera, elocuente; fuera, ricos: el hierro ablandará 
a la que es de hierro y así amará al hombre.

Uno alaba su saber y el otro su nobleza,
uno su gran riqueza y el otro su fama.
Pero en vano, pues el corazón de una joven dama
es de hierro, y solo se ablanda con el hierro.

La ambigüedad del conjunto oscila entre el supuesto atractivo irresistible del impetuoso soldado para la «jeune maîtresse» y el uso de la violencia necesario para su conquista. Nada de eso podría considerarse hoy «políticamente correcto». En el grafito parisino, de hecho, estos contenidos incómodos buscan desactivarse bajo un más trivial juego postmoderno: la imagen ofrece en su superficie un procedimiento de inversión donde un «anti-cupido» se dedicaría a acabar con el amor a base de ráfagas de ametralladora. Pero en este caso también podríamos aducir el emblema de Alciato con el mote In formosam fato praereptam («De la hermosa despojada por el destino», o en otras ediciones De morte et amore) en el que un Cupido que por error ha cargado en su aljaba las flechas de hueso de la muerte mata a un joven enamorado. Alciato nos advierte aquí, simétricamente, por medio de la muerte que lanza una flecha de amor a un anciano, de lo ridículos que son los viejos a los que ataca la pasión amorosa: otra idea cuya exposición cruda hoy nos molestaría. Como decía Camões: «Mudam-se os tempos, mudam-se as vontades...» Pero las imágenes del pasado perviven como zombis, adaptándose y alimentándose, muchas veces sin saberlo, de los nuevos hábitos de la mirada.

Andrea Alciato, Emblematum liber, Rouille, 1614.

Esta imagen de Heinsius que hemos reproducido más arriba, con el poema manuscrito, procede de un precioso álbum de hacia 1620 donde un anónimo coleccionista francés recopiló, iluminó y tradujo diversos emblemas, sobre todo de tema amoroso: Badineriees d'amour dedies a l'auteur et ses comfreres. Lo publicó en 2004 la editorial Taschen.


08 abril, 2012

Janowska



Al principio sólo podíamos señalar vagamente la zona donde quedaba: en algún punto hacia el final de la calle Janowska —de la que tomó nombre durante un tiempo hasta que la calle pasó a llamarse Shevchenko tras el cambio de población—, una larga vía que corre desde el borde del barrio judío de Krákow, cerca del viejo cementerio que los alemanes arrasaron y luego los soviéticos nivelaron para convertirlo en plaza de mercado, hasta la lejana estación de mercancías de Kleparów, de donde partían los vagones hacia el campo de exterminio de Belzec. El ejército alemán montó al lado de los raíles un centro de reparación de material ferroviario pero luego empezó a concentrar aquí a la gente que deportaba a Belzec. Por tanto, las instalaciones de internamiento tenían que estar cerca de Kleparów. Además, la otra estación de ferrocarriles, la central, fue bombardeada al principio de la invasión, en los últimos días de junio de 1941, despreciando a los miles de personas que se agolpaban intentando huir de Lwów. Finalmente, indagando en las webs rusa y ucraniana nos fue quedando claro que el centro de internamiento tuvo que estar en esta pequeña zona industrial al otro lado de la estación de trenes de las afueras, entre el lindero del bosque y el cementerio.


Desde la estación central, el camino más corto parece ser seguir los raíles, pero no es posible. Hay que dar un gran rodeo a la derecha del mapa. El camino de tierra conduce entre las pequeñas y deterioradas propiedades de los trabajadores soviéticos hacia el cementerio de Yanivske, en cuya entrada grandes letras de bronce anuncian que allí reposan los mártires ucranianos de la ocupación soviética de 1939-41. No se habla de los mártires polacos y judíos de la ocupación alemana de 1941-1944.


Anónimo. Lamentación: Mà aidéj? Mà adamélaj (hebreo). Del álbum de Jordi Savall - Montserrat Figueras, Christophorus Columbus.


Donde el mapa de Google muestra un callejón sin salida sobre la calle Yavorivska, el pequeño plano de bolsillo de Lviv que acabamos de comprar dibuja en cambio una calleja con el nombre Morinetska que arranca oblicuamente hacia arriba. Tiene razón Google. El camino conduce al solar de una fábrica. Parece que también lo cruza, pero el grito de la anciana que vigila la puerta nos avisa desde el otro lado. «¿Adónde van? ¡Deténganse! ¿Qué buscan?» «Queremos llegar a la calle Tatarbunarska», señalamos en el mapa. «Ah, pero este camino está cerrado. Vuelvan a la calle grande, y en la próxima esquina verán una pequeña plaza. Tatarbunarska sale de ahí hacia arriba. Багато здоровичка, «que tengáis salud, queridos»,  y nos acaricia un brazo con alivio.




Al doblar la esquina el corazón nos da un vuelco. Una única vía, larga, abandonada, que procede de la estación asciende por la calle empedrada hacia el mencionado centro de reparación de trenes. Un centenar de metros más allá, tras las viviendas casi abandonadas de una colonia de trabajadores del período polaco, se revelan de repente los muros del campo con una torre de vigilancia que domina el cruce.


Hay movimiento en la torre. Al acercarnos nos sorprende comprobar que hasta hoy un guardia con una ametralladora siga velando por la tranquilidad del campo. No nos atrevemos a seguir tomando fotos. En Irán tuvimos que borrar una tarjeta entera por haber fotografiado algo similar y estaremos satisfechos de poder salir con estas pocas imágenes, aunque la parte más interesante acaba de empezar: el camino orilla unos doscientos metros de edificios que no han sido remozados en los últimos setenta años y densas alambradas de púas.


Al pie del muro una mujer de la cercana colonia de trabajadores echa restos de comida a los perros. «Perdone, ¿sabe si el campo de trabajo de los judíos estaba por aquí cerca?» «Sí, justo ahí donde está la cárcel», y apunta  a la alambrada. «Andryusha, tú que sabes más de estas cosas...» —llama al hombre que se acerca sobre una bicicleta. «Sí, estaba aquí. No sólo a este lado de la calle Tatarbunarska, también más adelante; y por aquel otro lado, por la explanada del taller de autobuses. Pero aquí estaba el centro donde vivían los judíos. Luego lo convirtieron en cárcel».



A lo largo de los raíles dejamos la prisión atrás hasta llegar al antiguo taller de reparación de vehículos militares alemanes que —sorpresa— sigue siendo un taller de reparación de vehículos. La pared de marés se yergue todavía al fondo. Allí y en las colinas arenosas de atrás (las colinas Piaski) los alemanes ejecutaban a los ancianos después de los descartes y clasificaciones de costumbre. A medida que el campo se volvía más propiamente un centro de exterminio, este lugar recibía más y más visitas. En una sola semana de mayo de 1943 fueron asesinados aquí seis mil judíos. Esta tarde unas madres jóvenes con sus niños, seguramente de las vecinas viviendas de trabajadores, han subido a aprovechar la tranquilidad de los raíles abandonados.





Ante la entrada del taller permanece en pie una de las jambas de hormigón armado de las barreras exteriores de protección, con la boca de una cisterna en primer plano.


Subiendo por el terraplén a la derecha miramos hacia abajo, al otro lado de la calle Tatarbunarska, donde queda la otra sección del antiguo taller alemán de reparación de vehículos militares convertido en taller de autobuses.


De vuelta, ya se encienden las luces de la prisión. Entre las sombras, un enorme perro suelto hace guardia en una esquina. Nos olisquea, luego nos autoriza a seguir. Muere otro día en Janowska, a las afueras de Lwów: el último campo de concentración alemán cuyos edificios originales aún funcionan para recluir. Pensamos en otros lagern convertidos hoy en lugares de peregrinaje o turismo de masas. Ruinas donde se reconstruye un pasado atroz desde una mirada arqueológica. Lugares de barbarie transformados, afortunadamente, en centros de cultura pero sobre los que también es lícito preguntarse, con los ojos bien abiertos, de qué cultura (como hace Georges Didi-Huberman: Écorces, Les Éditions de Minuit, 2012). Aquí, en Janowska, el tiempo es un viejo lento y muy enfermo. Quizá por eso mismo no provoca efectos anestésicos. Janowska es cualquier cosa menos un «museo de la memoria».


El campo de trabajo de Janowska lo creó el ejército alemán en septiembre de 1941 como «Deutsche Ausrüstungswerke» –taller de armamento alemán– y lo puso bajo la supervisión de las SS. Los trabajadores judíos forzados a vivir allí en condiciones infrahumanas eran elegidos entre la población judía de la ciudad por el Judenrat que se instauró en el gueto en junio de 1941. Su primer líder, el abogado  Josef Parnes, fue ejecutado por la Gestapo en noviembre de ese mismo año precisamente al negarse a entregar judios para el campo. Desde octubre de 1942 también se utilizaron las instalaciones para acoger a los judios de Galizia que deportaban desde la estación de Kleparów al campo de exterminio de Belzec. Finalmente, desde junio de 1943, con Janowska convertido ya en uno de los más brutales campos de muerte, coincidiendo con la retirada del ejército alemán de la Unión Soviética empezó un plan a gran escala de borrado de huellas: un Sonderkommando compuesto de 126 judíos corpulentos exhumaron en toda la ciudad y llegaron a quemar aquí los restos de más de cien mil judíos asesinados durante los dos años anteriores. Fue donde primero se construyó y puso en marcha un «molino de huesos» a fin de acelerar el trabajo, ingenio rápidamente extendido desde Janowska a otros campos.

Prototipo del molino de huesos del campo de Janowska. Sus operarios son miembros del Sonderkommando judío 1005: Heinrich Chamaides, David Manuschewitz y Moische Korn.

La orquesta de los prisioneros del campo compuesta por la Filarmónica de Lwów estaba dirigida por los famosos directores Stricts y Mund. Se la utilizó para encubrir los sonidos de las torturas y las ejecuciones con un «Tango de la Muerte» compuesto ex profeso. Poco antes de abandonar el campo los alemanes fusilaron a todos sus miembros.

Un ensayo de la orquesta de prisioneros

Himmler visita Janowska

El Comandante de Campo Wilhaus ante la puerta del campo de Janowska

El ejército soviético ocupó el campamento el 26 de julio de 1944 e inmediatamente lo convirtió en su prisión número 30. Aquí encerraban a los polacos y ucranianos antisoviéticos antes de deportarlos a campos de trabajo desde la estación de Kleparów. Un monumento de piedra en el destruido cementerio judío de al lado recuerda a las víctimas asesinadas en Janowska o llevadas desde aquí a Belzec; también hay una placa en la pared de la estación: ambas conmemoraciones solo ha sido posible colocarlas hace unos pocos años.


05 abril, 2012

Cortile della Madonna



Calle Fedor 8, Lwów. Los pasos de alguien que baja retumban por la escalera de madera mientras ajusto la cámara. Un hombre se retira detrás de la columna —ahí, ¿veis?— y se queda quieto hasta que disparo. «Kommen, Madonna!», me dice enseguida con entusiasmo. «Hablo ruso», le digo, pero ya me está arrastrando al patio para mostrarme un relieve con cierto aire a Luca della Robbia. «¿Cómo ha llegado hasta aquí?» «Esta casa nuestra es muy vieja. Muy, muy vieja».