08 abril, 2012

Janowska



Al principio sólo podíamos señalar vagamente la zona donde quedaba: en algún punto hacia el final de la calle Janowska —de la que tomó nombre durante un tiempo hasta que la calle pasó a llamarse Shevchenko tras el cambio de población—, una larga vía que corre desde el borde del barrio judío de Krákow, cerca del viejo cementerio que los alemanes arrasaron y luego los soviéticos nivelaron para convertirlo en plaza de mercado, hasta la lejana estación de mercancías de Kleparów, de donde partían los vagones hacia el campo de exterminio de Belzec. El ejército alemán montó al lado de los raíles un centro de reparación de material ferroviario pero luego empezó a concentrar aquí a la gente que deportaba a Belzec. Por tanto, las instalaciones de internamiento tenían que estar cerca de Kleparów. Además, la otra estación de ferrocarriles, la central, fue bombardeada al principio de la invasión, en los últimos días de junio de 1941, despreciando a los miles de personas que se agolpaban intentando huir de Lwów. Finalmente, indagando en las webs rusa y ucraniana nos fue quedando claro que el centro de internamiento tuvo que estar en esta pequeña zona industrial al otro lado de la estación de trenes de las afueras, entre el lindero del bosque y el cementerio.


Desde la estación central, el camino más corto parece ser seguir los raíles, pero no es posible. Hay que dar un gran rodeo a la derecha del mapa. El camino de tierra conduce entre las pequeñas y deterioradas propiedades de los trabajadores soviéticos hacia el cementerio de Yanivske, en cuya entrada grandes letras de bronce anuncian que allí reposan los mártires ucranianos de la ocupación soviética de 1939-41. No se habla de los mártires polacos y judíos de la ocupación alemana de 1941-1944.


Anónimo. Lamentación: Mà aidéj? Mà adamélaj (hebreo). Del álbum de Jordi Savall - Montserrat Figueras, Christophorus Columbus.


Donde el mapa de Google muestra un callejón sin salida sobre la calle Yavorivska, el pequeño plano de bolsillo de Lviv que acabamos de comprar dibuja en cambio una calleja con el nombre Morinetska que arranca oblicuamente hacia arriba. Tiene razón Google. El camino conduce al solar de una fábrica. Parece que también lo cruza, pero el grito de la anciana que vigila la puerta nos avisa desde el otro lado. «¿Adónde van? ¡Deténganse! ¿Qué buscan?» «Queremos llegar a la calle Tatarbunarska», señalamos en el mapa. «Ah, pero este camino está cerrado. Vuelvan a la calle grande, y en la próxima esquina verán una pequeña plaza. Tatarbunarska sale de ahí hacia arriba. Багато здоровичка, «que tengáis salud, queridos»,  y nos acaricia un brazo con alivio.




Al doblar la esquina el corazón nos da un vuelco. Una única vía, larga, abandonada, que procede de la estación asciende por la calle empedrada hacia el mencionado centro de reparación de trenes. Un centenar de metros más allá, tras las viviendas casi abandonadas de una colonia de trabajadores del período polaco, se revelan de repente los muros del campo con una torre de vigilancia que domina el cruce.


Hay movimiento en la torre. Al acercarnos nos sorprende comprobar que hasta hoy un guardia con una ametralladora siga velando por la tranquilidad del campo. No nos atrevemos a seguir tomando fotos. En Irán tuvimos que borrar una tarjeta entera por haber fotografiado algo similar y estaremos satisfechos de poder salir con estas pocas imágenes, aunque la parte más interesante acaba de empezar: el camino orilla unos doscientos metros de edificios que no han sido remozados en los últimos setenta años y densas alambradas de púas.


Al pie del muro una mujer de la cercana colonia de trabajadores echa restos de comida a los perros. «Perdone, ¿sabe si el campo de trabajo de los judíos estaba por aquí cerca?» «Sí, justo ahí donde está la cárcel», y apunta  a la alambrada. «Andryusha, tú que sabes más de estas cosas...» —llama al hombre que se acerca sobre una bicicleta. «Sí, estaba aquí. No sólo a este lado de la calle Tatarbunarska, también más adelante; y por aquel otro lado, por la explanada del taller de autobuses. Pero aquí estaba el centro donde vivían los judíos. Luego lo convirtieron en cárcel».



A lo largo de los raíles dejamos la prisión atrás hasta llegar al antiguo taller de reparación de vehículos militares alemanes que —sorpresa— sigue siendo un taller de reparación de vehículos. La pared de marés se yergue todavía al fondo. Allí y en las colinas arenosas de atrás (las colinas Piaski) los alemanes ejecutaban a los ancianos después de los descartes y clasificaciones de costumbre. A medida que el campo se volvía más propiamente un centro de exterminio, este lugar recibía más y más visitas. En una sola semana de mayo de 1943 fueron asesinados aquí seis mil judíos. Esta tarde unas madres jóvenes con sus niños, seguramente de las vecinas viviendas de trabajadores, han subido a aprovechar la tranquilidad de los raíles abandonados.





Ante la entrada del taller permanece en pie una de las jambas de hormigón armado de las barreras exteriores de protección, con la boca de una cisterna en primer plano.


Subiendo por el terraplén a la derecha miramos hacia abajo, al otro lado de la calle Tatarbunarska, donde queda la otra sección del antiguo taller alemán de reparación de vehículos militares convertido en taller de autobuses.


De vuelta, ya se encienden las luces de la prisión. Entre las sombras, un enorme perro suelto hace guardia en una esquina. Nos olisquea, luego nos autoriza a seguir. Muere otro día en Janowska, a las afueras de Lwów: el último campo de concentración alemán cuyos edificios originales aún funcionan para recluir. Pensamos en otros lagern convertidos hoy en lugares de peregrinaje o turismo de masas. Ruinas donde se reconstruye un pasado atroz desde una mirada arqueológica. Lugares de barbarie transformados, afortunadamente, en centros de cultura pero sobre los que también es lícito preguntarse, con los ojos bien abiertos, de qué cultura (como hace Georges Didi-Huberman: Écorces, Les Éditions de Minuit, 2012). Aquí, en Janowska, el tiempo es un viejo lento y muy enfermo. Quizá por eso mismo no provoca efectos anestésicos. Janowska es cualquier cosa menos un «museo de la memoria».


El campo de trabajo de Janowska lo creó el ejército alemán en septiembre de 1941 como «Deutsche Ausrüstungswerke» –taller de armamento alemán– y lo puso bajo la supervisión de las SS. Los trabajadores judíos forzados a vivir allí en condiciones infrahumanas eran elegidos entre la población judía de la ciudad por el Judenrat que se instauró en el gueto en junio de 1941. Su primer líder, el abogado  Josef Parnes, fue ejecutado por la Gestapo en noviembre de ese mismo año precisamente al negarse a entregar judios para el campo. Desde octubre de 1942 también se utilizaron las instalaciones para acoger a los judios de Galizia que deportaban desde la estación de Kleparów al campo de exterminio de Belzec. Finalmente, desde junio de 1943, con Janowska convertido ya en uno de los más brutales campos de muerte, coincidiendo con la retirada del ejército alemán de la Unión Soviética empezó un plan a gran escala de borrado de huellas: un Sonderkommando compuesto de 126 judíos corpulentos exhumaron en toda la ciudad y llegaron a quemar aquí los restos de más de cien mil judíos asesinados durante los dos años anteriores. Fue donde primero se construyó y puso en marcha un «molino de huesos» a fin de acelerar el trabajo, ingenio rápidamente extendido desde Janowska a otros campos.

Prototipo del molino de huesos del campo de Janowska. Sus operarios son miembros del Sonderkommando judío 1005: Heinrich Chamaides, David Manuschewitz y Moische Korn.

La orquesta de los prisioneros del campo compuesta por la Filarmónica de Lwów estaba dirigida por los famosos directores Stricts y Mund. Se la utilizó para encubrir los sonidos de las torturas y las ejecuciones con un «Tango de la Muerte» compuesto ex profeso. Poco antes de abandonar el campo los alemanes fusilaron a todos sus miembros.

Un ensayo de la orquesta de prisioneros

Himmler visita Janowska

El Comandante de Campo Wilhaus ante la puerta del campo de Janowska

El ejército soviético ocupó el campamento el 26 de julio de 1944 e inmediatamente lo convirtió en su prisión número 30. Aquí encerraban a los polacos y ucranianos antisoviéticos antes de deportarlos a campos de trabajo desde la estación de Kleparów. Un monumento de piedra en el destruido cementerio judío de al lado recuerda a las víctimas asesinadas en Janowska o llevadas desde aquí a Belzec; también hay una placa en la pared de la estación: ambas conmemoraciones solo ha sido posible colocarlas hace unos pocos años.


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