27 septiembre, 2018

Carrer de les maletes amb rodetes


Nos gusta viajar y meternos en ciudades llenas de historias; ver cómo viven allí las gentes, sus casas, sus calles, sus negocios y sus ocios. Pero cuando se habita en un lugar que es destino masivo de estas curiosidades y que recibe cada día decenas de miles de visitantes, muchos de ellos poco considerados con el espacio que los acoge, se empieza a gestar una sensación contradictoria. En Mallorca, que además es una isla y por ello especialmente sensible a las limitaciones, las cosas se han puesto feas. La rendición al dinero que traen los visitantes ha destruido gran parte del territorio y ha provocado todo tipo de desequilibrios económicos, medioambientales, sociales, educativos. Con el desastre algunos, pocos, han podido lucrarse. 

Hoy las calles del barrio antiguo de Palma han aparecido con estos nombres alternativos (Calle de la Ley del Papel Mojado). Hacen evidente así la dolorosa sustitución de un mundo por otro. Nadie sabe cómo volver atrás.
Y hacia adelante nos vemos entrando en un túnel más que oscuro.

Los políticos que nos han gobernado han visto estos problemas, claro está, pero jamás han hecho nada en serio para solucionarlos. Al contrario, hasta aquellos que más prometían acciones de control, las contadas veces que han obtenido alguna cuota de poder han sucumbido a la lógica del rédito inmediato y a las presiones de quienes detentan completamente, más allá del parlamento y la democracia, el control real de la economía insular.

Obras de la autopista Llucmajor - Campos

El último ejemplo es la construcción –promovida por MES, un partido político que cuando estaba en la oposición se manifestó en contra– de una autopista absurdamente desmesurada entre los pueblos de Campos y Llucmajor, separados por apenas 13 km. Son obvias las consecuencias de desestructuración territorial, fomento de polos urbanísticos y especulativos, acceso masivo a zonas aún no explotadas, etc. Es como si la isla se hubiese convertido en una mina donde las excavaciones se suceden sin control y apresuradamente para ver quién saca los últimos restos de metal. Y todo el mundo sabe cómo queda una mina explotada: estéril, precintada y con el aviso de «zona peligrosa». [Aquí se puede firmar el manifiesto contra esta destrucción]

«Calle de las maletas con ruedecitas»

Por esto, es normal que veamos tímidas acciones de protesta, pequeños arañazos que poco pueden cambiar el estado de cosas. Pero ha valido la pena ir hoy al estreno del documental sobre el turismo en Baleares que ha realizado el Colectiu Tot Inclòs, en CineCiutat (clicando en los enlaces podréis ver algunos trailers de la película).

25 septiembre, 2018

La escalera


El monje griego empuja las dos hojas de la puerta. La primera luz del sol acaricia la fachada del Templo del Santo Sepulcro en Jerusalén. El atrio aún está vacío. En pocas horas se va a llenar de grupos de peregrinos, peruanos y africanos con ropas coloridas, uigures de largas túnicas blancas, monjes sirios con gorras bordadas… de todas las naciones bajo el cielo.


La Iglesia del Santo Sepulcro se levanta en el centro de Jerusalén como un olivo milenario podado una y otra vez, como un viejo elefante lleno de costras. La nave de la antigua basílica del siglo IV, que abarcaba la roca del Gólgota y la tumba de Jesús, llegaba hasta la calle principal de la ciudad orientada norte-sur, el cardo, hoy Suq Khan ez-Zeit o Beit Habad, la calle de los paños del bazar. Sin embargo, tras devastaciones de siglos, se ha ido convirtiendo en un robusto edificio de solo la mitad de su primera longitud, pero también expandido en multiples apéndices. Su fachada principal, frente a la plaza, es de hecho la antigua entrada del lado sur, que adquirió su forma actual por mor de las destrucciones de los califas fatimíes en 1009 y las reconstrucciones de los cruzados cien años más tarde (así es como se veía antiguamente, en un grabado de la guía de Tierra Santa de Bernhard von Breidenbach, de 1486, sobre la que ya hemos escrito).

El complejo de la Iglesia del Santo Sepulcro y, frente a ella, la Cisterna de Ezequías, visto desde la fortaleza otomana llamada Torre de David. El complejo está dominado por la Rotonda (o Anastasis, es decir, el lugar de la Resurrección) que se eleva sobre la tumba de Jesús, y el campanario truncado, de la era de las Cruzadas, a la izquierda de la entrada principal.

La estructura del complejo de la Iglesia del Santo Sepulcro, hoy (arriba) y en el siglo IV (abajo). A la antigua basílica se accede a través del propileo y el atrio oriental, ahora ocupado por el bazar. La entrada del lado sur, a la izquierda de la roca del Gólgota, se expandió posteriormente hacia la actual fachada principal.


El Templo del Santo Sepulcro, en la ed. de Bernhard von Breidenbach, Mainz, 1486

La fachada de la iglessia en un photochrome de la Detroit Publishing Company (ca. 1890-1900)

La fachada principal de la iglesia no cambió mucho durante cinco siglos. La puerta derecha fue amurallada por el sultán Saladino, al igual que la capilla de los francos, a la derecha de la misma, a la cual se accedía por las escaleras y ofrecía la única entrada directa a la roca del Gólgota. Pero la ventana doble de la capilla armenia en el primer piso todavía está abierta, al igual que la ventana más pequeña de la capilla del Gólgota Latino, a la derecha. Sobre la cornisa superior podemos ver la cúpula inferior de la iglesia. El último piso del campanario con su cúpula fue víctima de un terremoto, y desde 1890 también se cubrió con un techo casi plano. Un solo detalle interesante hay que no consta todavía en la xilografía de Breidenbach pero sí en las fotos de 1890 y posteriores: una escalera de madera bajo la ventana de la derecha, de pie sobre la cornisa.

La doble ventana, hacia 1890…

…y en la Navidad de 2017.

La escalera parece estar apoyada casualmente contra la pared, quizás para proceder a alguna reparación, siempre de manera provisional. Pero bien sabemos que las cosas provisionales a menudo son las más duraderas. La escalera aparece en todas las fotos anteriores a 1890. E incluso la vemos antes de la irrupción de la técnica fotográfica, como en la portada del álbum  de 1839, Holy Land, del orientalista David Roberts.

Procesión del Domingo de Ramos, ca. 1900. Biblioteca del Congreso

Foto de la Colonia Americana, entre 1898 y 1914. Washington, Biblioteca del Congreso.



Foto de 1895, de aquí.

En otra versión de la Detroit Publisher Company, entre 1890 y 1900.

Illustrerad verldshistoria, tredje delen, Estocolmo, 1892, 240.

Picturesque Palestine, Sinai and Egypt, New York, 1881-1884


Dibujo de Josiah Wood Whymper, que ilustró libros sobre Palestina, publicado en 1874 y 1878

Félix Bonfils: Mercaderes a la puerta de la Iglesia del Santo Sepulcro, en Jerusalén, ca 1865

Foto de James McDonalds, 1864


6 de abril de 1862. Journey of the Prince of Wales to the Middle East, 1862, Parte 1ª.

Foto de James Robertson, 1857

Foto de Auguste Salzmann, 1854

The Holy Land… from drawings made on the spot by David Roberts, 1839.


Adrien Egron, La Terre-Sainte et les lieux illustrés par les apôtres: Vues pittoresques, Paris 1837. El prólogo está fechado en 1836, el dibujo debe ser de hacia 1832.

En una foto de 1958 perteneciente a la famosa familia de fotógrafos armenios Kahvedjian, es visible incluso detrás del andamio de la fachada que está en restauración, y no desaparece tampoco después de las obras. Así pues, ha sido parte integrante del complejo de este edificio durante al menos ciento ochenta años.



El problema de la escalera «abandonada» lo estudió por primera vezr James E. Lancaster en un trabajo de 1998 luego ampliado varias veces. Desde entonces otros autores han ido aclarando múltiples detalles.

Las iglesias de Tierra Santa, construidas sobre los puntos principales de la vida de Jesús, son los lugares más sagrados para cada denominación cristiana. El problema es, por tanto, cómo compartirlos entre todos los grupos. Desde la conquista turca de Tierra Santa, esto fue regulado por la Puerta y las autoridades otomanas, cuyo interés fundamental era sembrar división entre las denominaciones cristianas,  fomentar su rivalidad por los lugares sagrados y fortalecer así su dependencia del poder otomano. La Puerta apoyó principalmente las demandas de las iglesias griega y armenia, consideradas súbditas otomanas. El cuidado espiritual de los peregrinos católicos lo proveía la orden franciscana, tolerada por los turcos, y también apoyada por la embajada de Francia en Constantinopla, que se consideraba representante de toda la población católica en el imperio otomano. Y también estaban las denominaciones menores, los siriacos jacobitas y nestorianos, los maronitas, los georgianos, los egipcios coptos y los etíopes ortodoxos, cuyos derechos siempre dependían de la medida en que podían sobornar a las autoridades otomanas.

“Y en mi angustia invoqué a Yahvé... / Él oyó mi voz desde su palacio” (Salmos 18:6-7). Monje copto en la Iglesia del Santo Sepulcro

Desde la década de 1750, el interés de las grandes potencias europeas giró cada vez más ávidamente hacia el debilitado imperio otomano, y el apoyo de las minorías cristianas se convirtió en una de las herramientas para ganar influencia. El Imperio Ruso actuaba como representante de los creyentes ortodoxos, que por lo tanto comenzaron a exigir una mayor participación en los lugares santos. Por esta razón, en 1757 la Puerta proclamará un status quo, es decir, la inmutabilidad de la ratio de propiedad entre las denominaciones en los lugares cristianos más sagrados. Y cien años después, en 1853, cuando el avance ruso se vea contrarrestado por la creciente influencia de los franceses en el Imperio Otomano con el consiguiente fortalecimiento de los católicos, apoyados por ellos —eran las vísperas de la Guerra de Crimea, que fue resultado de este conflicto—, entonces el Sultán reafirmará el status quo con un nuevo decreto. A pesar de los muchos cambios posteriores de poder político en Tierra Santa, este status quo se ha mantenido esencialmente en vigor, con las denominaciones más poderosas como celosos guardianes. Hasta hoy hay frecuentes enfrentamientos verbales, e incluso físicos, debido a abusos presuntos o reales en la atribución de competencias. En 2004, durante la celebración de la Exaltación de la Santa Cruz, los monjes griegos y los frailes franciscanos se enzarzaron por una puerta abierta por error. En 2002, un monje copto empujó su silla del sol a la sombra, hacia territorio etíope y once monjes tuvieron que ser hospitalizados.

Pelea de monjes griegos y frailes franciscanos delante de la Iglesia del Santo Sepulcro. Dibujo de Fortunino Matania en L’Illustrazione Italiana 1901/48, 1 de diciembre. La historia, de la misma revista aquí

Los dos edictos del sultán, de 1757 y 1853, simplemente declaraban que todo debe permanecer como está. Pero cómo está exactamente y cómo ha de conseguir respetarse tal cosa no queda nada claro. Y cada denominación tiene sus ideas al respecto. La historia, el derecho consuetudinario y los problemas del status quo en los nueve lugares sagrados más importantes los resumió por vez primera en 1929  LGA Cust para el gobernador británico de Palestina, en el memorando The Status Quo in the Holy Places. Sigue siendo el mejor compendio de la cuestión. La descripción de la división de la Iglesia del Santo Sepulcro entre las denominaciones y los conflictos resultantes abarca veintitrés páginas, incluidas notas a pie de página. Para ilustrar la naturaleza de estos conflictos, vale la pena citar entera la descripción introductoria de este capítulo mencionado.

Relaciones de propiedad actuales entre las denominaciones en la Iglesia del Santo Sepulcro

“Como en los otros Santos Lugares, se considera que solo los tres Patriarcados de Jerusalén tienen derechos posesorios en la Iglesia, con la excepción de la pequeña Capilla en posesión de los coptos. Solo ellos tienen el derecho de exigir que se abra la puerta de entrada en su nombre, que ingresen a la procesión religiosa y oficien regularmente a su voluntad. Como es el caso en otras partes, de las órdenes latinas solo los franciscanos de la Custodia di Terra Santa tienen derecho a oficiar de manera independiente. Los coptos después de un largo período de penetración lograron establecer un punto de apoyo independiente en el siglo XVI, pero no tienen una residencia formal. No tienen servicios diarios pero tienen el derecho de censar en las capillas: de manera similar, los jacobitas sirios no tienen residencia formal y ofician solo en los días santos. Ni los coptos ni los sirios jacobitas pueden celebrar procesiones a menos que estén en compañía de los armenios, con la excepción de que el Viernes Santo por la tarde cada uno realizará una procesión independiente, después de dar una notificación previa a los ortodoxos y los latinos. Los abisinios no tienen residencia ni alojamiento de ningún tipo y no tienen oficinas dentro de los recintos del Santo Sepulcro, a excepción de sus servicios de Pascua en el techo de la Capilla de Santa Elena, alrededor de la cual residen.

En las diversas partes que componen la Iglesia, la posición en el momento presente se puede resumir de la siguiente manera:

(1) La Entrada y la Fachada, la Piedra de la Unción, la explanada de la Rotonda, el gran Domo y el Edículo son de propiedad común. Los tres ritos permiten dividir los costos de cualquier trabajo de reparación entre ellos en igual proporción. El Patio de entrada es de uso común, pero solo los ortodoxos tienen derecho a limpiarlo.

(2) Los ortodoxos afirman que la Cúpula del Katholikon está bajo su exclusiva jurisdicción. Las otras Comunidades no reconocen esto, sostienen que es parte del tejido general de la Iglesia y exigen una participación en los costos de reparación. Los ortodoxos, sin embargo, se niegan a compartir el pago con cualquier otra comunidad. Las mismas condiciones se aplican mutatis mutandis a la Capilla de Helena, reclamada por los armenios, y la Capilla de la Invención de la Cruz reclamada por los latinos.

(3) La propiedad de los Siete Arcos de la Virgen está en disputa entre los Latinos y los Ortodoxos, de la Capilla de San Nicodemo entre los Armenios y los Jacobitas Sirios, y la del Deir al Sultán entre los coptos y los abisinios. En estos casos, ninguna de las partes aceptará que el otro realice un trabajo de reparación o que divida los costes.

(4) La Capilla de la Aparición, las Capillas del Calvario y los santuarios conmemorativos están en posesión exclusiva de uno u otro de los ritos, pero los otros disfrutan de ciertos derechos de oficina allí. Cualquier innovación proyectada o trabajo de reparación debe ser notificada a los otros ritos.

(5) El Katholikon, las Galerías y las Capillas del Patio (que no sean las Capillas Ortodoxas del Oeste) están bajo jurisdicción exclusiva de uno u otro de los ritos, pero están sujetas a los principios fundamentales del status quo por estar dentro del conjunto del Santo Sepulcro.

Los tres Patriarcados de Jerusalén están representados por un Superior y un clérigo que residen permanentemente dentro de los recintos de la Iglesia, y ningún otro rito tiene derecho a ser representado de esta manera.”


Clero y creyentes del Templo del Santo Sepulcro. Escenas cotidianas en postales de principio del s. XX




El memorándum también especifica en detalle acerca de la propiedad de la fachada. Las ventanas pertenecen a la Capilla Armenia de San Juan, pero el uso de la repisa inferior es controvertido. La cornisa en sí pertenece a los griegos, pero los armenios consideran suya la superficie, sobre la cual pueden descender desde la ventana con la escalera, y la utilizan como mirador en las grandes fiestas. Además de esta práctica, poco frecuente, la escalera sirve principalmente para publicitar visualmente la reclamación que hacen los armenios de algunos metros cuadrados más de lugar sagrado.

Ceremonia greco-ortodoxa del lavatorio de pies en la fachada principal a inicios de los años 1900, con observadores en la repisa bajo las ventanas de la capilla armenia. Dos versiones, probablemente de años distintos.



¿Pero cuándo colocaron la escalera bajo la ventana? Diríamos que fue cuando los monjes armenios descendieron por primera vez a esta cornisa para contemplar una ceremonia en la plaza frente a la iglesia. Pero ¿por qué no fueron entonces repelidos por los griegos, por lo demás tan belicosos, impidiendo así una posterior demanda? O podríamos decir, como supone Lancaster, que fue un albañil que arreglaba la fachada quien olvidó su escalera y con el tiempo se convirtió en parte del status quo, y por lo tanto inamovible. Pero quienquiera que haya trabajado con albañiles, sabe bien que no suelen olvidarse una escalera de cedro en ningún lugar. Por el contrario, es más probable que desaparezca también la del cliente.



La explicación nos la da la continuación del texto de Cust. Durante siglos, no solo las denominaciones cristianas, sino también los musulmanes, precisamente los guardianes musulmanes, eran parte del status quo del Santo Sepulcro. Cuando, en el año 637, el Califa Omar conquistó Jerusalén, generosamente no quiso rezar en la iglesia principal, evitando así que sus seguidores la convirtieran en mezquita, sino frente a ella, donde ahora se encuentra la mezquita de Omar que conmemora estos hechos. Devolvió la iglesia al patriarca Sofronio y la colocó bajo la protección de los guardianes musulmanes. Esta costumbre se ha mantenido durante siglos. Desde la conquista de 1289, la puerta fue custodiada por la familia El Insaibi, y después de la conquista otomana tuvieron que compartir este trabajo con la familia Judeh. Este último mantuvo la llave, y El Insaibi abría la puerta. Por supuesto, todo esto mueve dinero. Abrir una hoja de la puerta eran 80 mils, abrir ambas 180 mils que se repartían en proporción 1: 2 entre las familias de Judeh y El Insaibi. No es poca cosa. La moneda de 50 mils era de plata. Por tanto, tradicionalmente la iglesia no se abría muchas veces, tan solo en las grandes fiestas. De acuerdo con el status quo, por ejemplo, los ortodoxos pagaban por la apertura de la puerta el Jueves Santo, los católicos el Viernes Santo y los armenios el Sábado Santo.

Moneda de plata de cincuenta mils de tiempos del mandato británico. Con ella, una de las hojas de la puerta se abriría dos tercios.

La puerta de la iglesia, hoy, con inscripciones árabes


De lunes a viernes, sin embargo, escribe Aviva Bar-Am en Beyond the Walls: Churches in Jerusalem, 1998, no valía la pena que los monjes abrieran la puerta. No tenían que entrar y salir. Sin embargo, necesitaban comida y bebida. Esta es la razón por la cual los armenios descendían a la repisa bajo su ventana, desde donde subían con una cuerda la comida que les traían de la plaza. Antes del status quo, los griegos no podían protestar contra esto. Y el status quo quedó establecido con la escalera bajo la ventana, por lo que no pudieron decir una palabra en contra.

En las diversas fotos y dibujos también se puede ver que la cornisa, e incluso la escalera, se utilizaba para cultivar hortalizas en macetas. Aunque la escalera era inamovible, las macetas podían ubicarse libremente por allí encima, a ellas no se les aplicaba el status quo.

Una mirada cronológica a las fotografías de la fachada principal hace también evidente que, al menos desde 1854 hasta la década de 1890, la escalera estuvo sujeta con argollas de hierro y clavos a la pared. Por un lado, esto excluye la teoría del obrero olvidadizo. Por otro, sugiere que la escalera debía estar en uso en aquel momento y era importante asegurar el tráfico de subida y bajada, o para evitar que un mal movimiento la lanzara a la cabeza de los peregrinos y mercaderes de la plaza. Desde 1895, sin embargo, vemos aquí una escalera suelta. Y en los últimos diez años, la ventana se cerró con una celosía. De modo que la escalera siguió ahí con un propósito puramente representativo.

Ahora, la puerta de la iglesia se abre cada día. La escalera de pie en la fachada ha perdido cualquier función utilitaria. Solo simboliza unos derechos adquiridos, pero permanecerá allí hasta que no solo el cordero y el león, sino también el griego y el armenio se consideren hermanos.

Hay algo metafórico en este edificio que resulta de una basílica antes espaciosa e indivisa, donde seis denominaciones luchan a vida o muerte por unos metros cuadrados y por unas prioridades simbólicas sobre una tumba vacía y una roca invisible entre muros. Aún así, este enorme edificio, como un viejo y resistente olivo, como un elefante lleno de costras, ha estado elevándose durante dos mil años sobre la ciudad santa, guardando y exhibiendo su esencia, el recuerdo de la resurrección.

Cristo resucitado entre los apóstoles. Icono muy desgastado por los dedos de los creyentes, de la sacristía greco-ortodoxa de la Iglesia del Santo Sepulcro.