Nos gusta viajar y meternos en ciudades llenas de historias; ver cómo viven allí las gentes, sus casas, sus calles, sus negocios y sus ocios. Pero cuando se habita en un lugar que es destino masivo de estas curiosidades y que recibe cada día decenas de miles de visitantes, muchos de ellos poco considerados con el espacio que los acoge, se empieza a gestar una sensación contradictoria. En Mallorca, que además es una isla y por ello especialmente sensible a las limitaciones, las cosas se han puesto feas. La rendición al dinero que traen los visitantes ha destruido gran parte del territorio y ha provocado todo tipo de desequilibrios económicos, medioambientales, sociales, educativos. Con el desastre algunos, pocos, han podido lucrarse.
Hoy las calles del barrio antiguo de Palma han aparecido con estos nombres alternativos (Calle de la Ley del Papel Mojado). Hacen evidente así la dolorosa sustitución de un mundo por otro. Nadie sabe cómo volver atrás.
Y hacia adelante nos vemos entrando en un túnel más que oscuro.
Y hacia adelante nos vemos entrando en un túnel más que oscuro.
Los políticos que nos han gobernado han visto estos problemas, claro está, pero jamás han hecho nada en serio para solucionarlos. Al contrario, hasta aquellos que más prometían acciones de control, las contadas veces que han obtenido alguna cuota de poder han sucumbido a la lógica del rédito inmediato y a las presiones de quienes detentan completamente, más allá del parlamento y la democracia, el control real de la economía insular.
El último ejemplo es la construcción –promovida por MES, un partido político que cuando estaba en la oposición se manifestó en contra– de una autopista absurdamente desmesurada entre los pueblos de Campos y Llucmajor, separados por apenas 13 km. Son obvias las consecuencias de desestructuración territorial, fomento de polos urbanísticos y especulativos, acceso masivo a zonas aún no explotadas, etc. Es como si la isla se hubiese convertido en una mina donde las excavaciones se suceden sin control y apresuradamente para ver quién saca los últimos restos de metal. Y todo el mundo sabe cómo queda una mina explotada: estéril, precintada y con el aviso de «zona peligrosa». [Aquí se puede firmar el manifiesto contra esta destrucción]
Obras de la autopista Llucmajor - Campos
El último ejemplo es la construcción –promovida por MES, un partido político que cuando estaba en la oposición se manifestó en contra– de una autopista absurdamente desmesurada entre los pueblos de Campos y Llucmajor, separados por apenas 13 km. Son obvias las consecuencias de desestructuración territorial, fomento de polos urbanísticos y especulativos, acceso masivo a zonas aún no explotadas, etc. Es como si la isla se hubiese convertido en una mina donde las excavaciones se suceden sin control y apresuradamente para ver quién saca los últimos restos de metal. Y todo el mundo sabe cómo queda una mina explotada: estéril, precintada y con el aviso de «zona peligrosa». [Aquí se puede firmar el manifiesto contra esta destrucción]
«Calle de las maletas con ruedecitas»
Por esto, es normal que veamos tímidas acciones de protesta, pequeños arañazos que poco pueden cambiar el estado de cosas. Pero ha valido la pena ir hoy al estreno del documental sobre el turismo en Baleares que ha realizado el Colectiu Tot Inclòs, en CineCiutat (clicando en los enlaces podréis ver algunos trailers de la película).
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