Ha querido el destino —si bien es cierto que con la inestimable ayuda de los alemanes de Air Berlin— que cada día haya un vuelo directo de ida y vuelta entre Palma y Oporto. Otra rareza es que en el plazo de poco más de un mes haya ido dos veces a esta ciudad que no había visitado a pesar de haber estado tantas veces en Portugal. Oporto no es fácil. Es acogedora en la ribera pero luego no se deja entender con sencillez entre sus calles empinadas, enrevesadas. De repente uno encuentra una perspectiva iluminadora y acto seguido se atasca en calles como desfiladeros. Aparte del notorio residuo británico, tanto puede recordarnos a Praga en un escorzo rápido como a un pueblo gallego. Muestra y esconde. Es extensa en sus alrededores y amontonada en su eje fluvial. Y, además, es ciudad doble, con su mirador en Vila Nova de Gaia en la margen izquierda del río, donde están las bodegas de vino.
Estuvimos aquí, como decía en la entrada anterior, primero hablando de Francisco Manuel de Melo los días 23 a 25 de octubre y luego alrededor del tema «Emblemática e religião», del 4 al 5 de diciembre. En octubre hizo sol y hasta calor a ratos. En diciembre, en cambio, no paró de llover. El congreso de Melo, gracias a los organizadores, tuvo todo lo bueno de un congreso, gente que trabaja sobre un mismo tema, inteligencia, buen ambiente de colaboración, ideas interesantes. A Melo siempre se le dedican calificativos superlativos. Todos parecen apreciar mucho su obra. Yo enuncié varias veces una propuesta que me parece de sentido común y no demasiado complicada: empezar el proyecto de una edición crítica de todos sus escritos.
En la próxima entrada hablamos del encuentro sobre emblemática y religión.
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