Behesht-e Zahra, al sur de Teherán, es seguramente el mayor cementerio de Irán. Toma su nombre —Paraíso de Zahra— de Fátima, cuarta hija de Mahoma y esposa del santo califa de los shiíes, Alí, pues a ella se la conocía por az-Zahra, «la luminosa». Aquí yacen algunos de los principales líderes de la República Islámica, empezando por el Ayatolá Jomeini, quien al volver a Irán después de la Revolución pronunció en este cementerio su histórico discurso del 1 de febrero de 1979. Yacen aquí muchos de los soldados iraníes que —hasta en número de un millón— murieron en la guerra Iraq-Irán, que duró ocho años. Y también descansa en esta tierra Neda, la mujer de veintiséis años asesinada el pasado verano, el 20 de junio, durante las manifestaciones en Teherán. Cada día, mucha gente, de los dieciséis millones de habitantes que tiene la capital, encuentra algún motivo para acercarse hasta el cementerio.
Una autopista de varios carriles lleva de la ciudad al cementerio. En todo su recorrido, sea verano o invierno, puede verse a los pequeños vendedores de flores, a quienes llaman «los niños del paraíso», intentando vender hasta la noche, por 5000 tomans (unos 3 dólares), todas las flores que compraron al amanecer en el mercado por 3000 tomans (unos 2 dólares). Aquí, en los barrios más pobres de Teherán, esta diferencia significa el sustento de familias enteras.
Con todo, Mansure Motamedi en su colección de fotos de estos vendedores de flores no subraya la obvia miseria, sino que observa la belleza y la alegría que empapa la dureza alrededor de los niños. Una visión similar se encuentra en el hermoso film de Majid Majidi sobre la vida de los niños pobres en los barrios al sur de Teherán y cuyo título recuerda a los pequeños vendedores de flores del paraíso de Zahra: The children of heaven.
El nepman Nikolai Vlasov y su esposa, sentados en su coche delante de la tienda de su propiedad
en Sadovaya 28, Leningrado. Principio de los años 20. (La palabra que se repite en los carteles entre las ventanas: ДЕШЕВО – BARATO!)
Hacia 1921, a causa de las guerras y de la guerra civil, el comunismo de guerra y las requisas, la economía de la Unión Soviética llegó al borde del colapso. Como solución momentánea, Lenin promovió la introducción de una Nueva Política Económica –la Новая экономическая политика, NEP – que permitía la iniciativa privada en el nivel inferior de la economía: en los pequeños comercios y los mercados locales. A partir de entonces, los campesinos solo tenían que dar al gobierno una pequeña parte de sus productos en lugar del superávit entero, como venían haciendo en los años del comunismo de guerra. El resto lo podían vender o cambiar por bienes industriales en las ciudades o en tiendas privadas locales. La nueva política se aprobó oficialmente el 21 de marzo de 1921 en el X Congreso del Partido Comunista Ruso, a pesar de la fuerte oposición del ala izquierda ortodoxa del partido.
Miembros de una cooperativa de consumidores el Día de las Cooperativas, 1924
Como resultado de esta coyuntura floreció la figura del NEPman –НЭПНЭПман— que tomaba nombre también de la nueva política. Denominaba a varias clases de empresarios privados, desde el campesino que iba a vender al mercado local, pasando por el pequeño propietario de una tienda, hasta el gran comerciante que organizaba —de manera ilegal— ventas al por mayor. Pero todos ellos se convirtieron en objeto de deseo y envidia. Aquí podemos ver imágenes suyas de los años 20, la breve época de florecimiento de los nepmen.
J. Steinberg: La tienda de la Cooperativa «Goznak», 1925
P. Zhukov: El pabellón de la Cooperativa Рабочее дело en la calle Lassalle (Mikhailovskaya), 1925
La tienda de Glavspirt en una perspectiva de la calle 25 de octubre (Nevsky), 1925
Cola por vodka delante de la tienda Glavspirt, 1925
Puestos de frutas y hortalizas en el patio Apraksin, 1924
V. Bulla: La casa de subastas «Apolo» en el 15 de la calle 25 de octubre (Nevsky), 1920s
V. Bulla: Cola delante de una tienda de ultramarinos, 1920s
El comité de organización del Mercado Aleksandrovsky, en la Esquina Roja, 1926
S. Magaziner: Mercado Predtechensky, 1929
Mercado kolkhoz, 1932
Entrada al mercado kolkhoz, en el mercado Predtechensky, 1932
A. Agich: Bazar kolkhoz en el mercado Predtechensky, el día de su inauguración, 1932.
La inscripción: «Los miembros del kolkhoz a la cabeza de la guerra
para el cumplimiento del 3er Plan de siembra bolchevique.»
Mercado kolkhoz, 1932
Vendedores de leche en el mercado Kuznetsky, 1934
Ventas en el mercado Kuznetsky, 1934
V. Fedoseiev: Entrada al mercado del distrito de Moscú y Frunze desde el mercado de Klinskoi,
octubre de 1936
Stalin, en 1928, consideró finalmente que había llegado el momento de liquidar este nuevo sistema económico. Durante los diez años siguientes inició la colectivización agraria, que barrió el superávit de la producción que había sido la base del nuevo sistema. Enseguida la represión alcanzó a los nepmen, que fueron declarados enemigos del pueblo. Quien había ganado suficiente dinero abandonó el país en cuanto pudo, pero la mayoría de los nepmen acabaron en gulags. Su forma de vida la reproducirían mucho más tarde, en los 80, los semilegales comerciantes privados, los цеховники. Y su memoria se ha mantenido, aparte de en estas fotos de la época, en joyas de la literatura anti-nepman contemporánea como El becerro de oro, de Ilf-Petrof, o La chinche de Mayakovsky —así como en las «canciones del nepman» de los años 20, Murka, Bublichki o la melodía esencial del primer jazz soviético, Jozef. Escribiremos más sobre ello en nuestra serie «Historia cantada».
A. Shaihet: Nepman ante un inspector de impuestos (1930)
Escenario de La chinche, de Mayakovsky (1928). El letrero del puesto del nepman, a la izquierda, dice «Sukin e hijo». Sukin es el nombre de una casa de comerciantes de antes de la Revolución, en Petersburgo. Pero la «y» está escrita en letra tan pequeña que casi no se ve, y sin ello la inscripción dice: «Hijo de Puta».
Murka, arreglos de Konstantin Sokolski. Una de las más famosas «canciones del nepman», que se difundió en una docena de versiones desde las baladas de los gángsters judíos de Odesa, a través de los bajos fondos de Rostov, hasta esta canción canalla del nepman abandonado por su amante.
Знаете ль вы Мурку,
Мурку дорогую?
Помнишь ли ты, Мурка, наш роман?
Как с тобой любили,
Время проводили,
И совсем не знали про обман.
Как-то было дело,
Выпить захотел я
И зашел в шикарный ресторан.
Вижу – в зале бара,
Там танцует пара:
Мурка и какой-то юный франт!
Я к ней подбегаю,
За руку хватаю:
«Мне с тобою надо говорить!»
А она смеется,
Только к парню жмется,
«Нечего, - сказала, - говорить»…
Мурка, в чем же дело?
Что ты не имела?
Разве я тебя не одевал?
Шляпки и жакеты,
Кольца и браслеты,
Разве я тебе не покупал?
Здравствуй, моя Мурка,
Здравствуй, дорогая,
Здравствуй, моя Мурка, и прощай…
Ты меня любила,
А теперь забыла,
И за это пулю получай!
¿Conoces a Murka,
la querida Murka?
Murka, ¿recuerdas nuestra historia?
Cuánto nos amamos los dos
pasando nuestro tiempo juntos
sin saber qué es la traición.
¿Cómo fue que pasó todo esto?
Yo quería tomar un trago
y entré en un restaurante de postín.
Y allí en el salón lo veo,
una pareja que baila:
¡Murka con un dandy!
Corro hacia ella
y agarro sus manos:
«¡Tengo que hablar contigo!»
Pero ella solo se ríe
y se abraza a ese tipo.
«¡No hay nada de qué hablar!»
Murka, ¿qué pasó?
¿No lo tenías todo?
¿No te compré vestidos?
¿No te he comprado
Sombreros, chaquetas,
anillos y pulseras?
Adiós, mi Murka,
Adiós, querida mía,
Adiós, mi Murka, me despido de ti...
Tú me quisiste
pero ya me has olvidado:
así que ahora acepta esta bala!
Las fotos de Ryszard Kapuściński son mucho menos famosas que sus textos. Apenas ninguna de las que hemos visto manifiesta un especial impulso artístico ni grandes preocupaciones formales. Se limitan a captar el instante con un propósito claro: «Ved. Esto es lo que ahora hay ante mis ojos». Se revela en ellas el azar del camino, pero, a la vez, están dotadas de una obvia densidad histórica. El tiempo se mueve dentro de ellas, incluyen un antes y un después e intentan borrar el ojo en favor del objeto. Los retratos, por su parte, buscan la epifanía del personaje, enmarcarlo en su contexto básico. Obviamente, la densidad de cualquier fotografía está, a partes iguales, en la mirada y en el objeto. En los retratos africanos de Kapuściński hay una constante que nos llama la atención. Los rostros de la gente que retrata dibujan normalmente una sonrisa. A veces es una risa franca, pero siempre aparece, al menos, un gesto de abierta connivencia con el fotógrafo. En esa sonrisa, más que en su pericia técnica o sus manipulaciones formales, vemos reflejado al fotógrafo. Alguien que dialoga.
La pregunta es: ¿sonreirían igual si fueran, como él, hombres blancos, y el paisaje al fondo fuera, digamos, Varsovia, Berlín, París?
Los tipos con gorra de plato, guerrera y tahalí cruzado siempre sonríen de otro modo.