Retrato de Sebastián de Covarrubias Horozco, cuya gran obra, el Tesoro de la lengua castellana o española (1611) hemos editado en este DVD de Studiolum
“Todo lo daré por bien empleado, con que V. M. reciba este mi pequeño servicio con grato ánimo, dándome licencia le ponga nombre de Tesoro, por conformarme con las demás naciones que han hecho diccionarios copiosos de sus lenguas, y de este no solo gozará la española, pero también todas las demás, que con tanta codicia procuran deprender nuestra lengua, pudiéndola ahora saber de raíz, desengañados de que no se debe contar entre las bárbaras, sino igualarla con la latina y la griega, y confesar ser muy parecida a la hebrea en sus frasis y modos de hablar.”
Se están cumpliendo cuatrocientos años justos desde que Sebastián de Covarrubias Horozco escribiera estas palabras en la primera gran enciclopedia o diccionario monolingüe del español, firmado por él: el Tesoro de la lengua castellana o española (1611). Que relacionara con tan pasmosa seguridad las lenguas española y la hebrea no debe sorprender demasiado al lector que esté un poco familiarizado con la historia de las ideas renacentistas. Es algo que llega hasta el Renacimiento repitiéndose desde los textos, aún medievales, de San Agustín y San Isidoro de Sevilla: todas las lenguas derivan de una Ursprache hebrea hablada en el Paraíso que se fragmentó en setenta y dos lenguas diferentes después del episodio de Babel. Los primeros lingüistas del Renacimiento trataron por todos los medios a su alcance de hacer aflorar en sus propias lenguas los restos de esta herencia hebrea, sentando, de paso, los cimientos de la moderna ciencia etimológica. El Tesoro de Covarrubias cae dentro de esta línea. No pierde ocasión de extraer como sea de las palabras españolas sus supuestas raíces hebreas. Lo que es original de Covarrubias, con todo, es su generosa afirmación de que la lengua española está muy próxima al hebreo «en sus frasis y modos de hablar», esto es, en su macroestructura y e su estilo. Cualquier búsqueda de una explicación extensa y razonada de esta afirmación de Covarrubias en las páginas de su Tesoro dará, no obstante, un resultado negativo.
Tampoco hay que extrañarse. Un vistazo revela que Covarrubias no llega a estas afirmaciones basándose en sus propias investigaciones, sino que utiliza —y de manera casi literal— a fray Luis de León. El agustino sí que estaba familiarizado a fondo con la lengua hebrea, y sus traducciones bíblicas y comentarios se difundieron ampliamente en manuscritos durante la segunda mitad del siglo XVI. Entre ellas se cuentan dos traducciones del Cantar de los cantares (en prosa y verso), así como un comentario sobre el mismo texto, la Exposición del Cantar de los Cantares. En la introducción de esta obra fray Luis nos indica:
«…y pretendí que respondiese esta interpretación con el original, no sólo en las sentencias y palabras, sino aun en el concierto y aire de ellas, imitando sus figuras y maneras de hablar cuanto es posible a nuestra lengua, que, a la verdad, responde con la hebrea en muchas cosas».
Al compartir este comentario con el amigo Pei Di, nos recordó de inmediato que esta misma idea está presente en uno de los primeros traductores húngaros de la Biblia, János Sylvester. Esto es lo que escribió en el epílogo como traductor de su versión del Nuevo Testamento (Sárvár, 1541) sobre «las palabras que no se toman en su significado directo», es decir, sobre las metáforas::
“Az ilľen besziduel tele az szent iras, melľhez hozzá kell szokni annak az ki azt oluassa. Köńü kediglen hozzá szokni az mü nipünknek, mert nem ideghen ennek ez ilľen beszidnek neme. Il ilľen besziduel naponkid valo szolásában. Il inekekben, kiuáltkippen az virág inekekben, melľekben czudálhatťa minden nip az Maģar nipnek elmijenek éles voltát az lelisben, melľ nem eģéb hanem Maģar poësis. … Sok ez féle beszidnek nemiuel egģ kippen ilünk az Sido ńelwel, és Göröguel… az melľuel velek egģ kippen ilünk annak kedue vaģon mü nálunk is azonkippen mint ü náluk.”
«La Sagrada Escritura está llena de este modo de hablar, y quienquiera que la lea debe acostumbrarse a ello. Y es fácil para nuestra nación acostumbrarse, pues esta manera de hablar no les es ajena. Ellos usan esta habla en su comunicación cotidiana, así como en sus canciones, en especial en los cantarcillos de amor, en los que todas las naciones pueden admirar las agudas invenciones del pueblo húngaro, que no es otra cosa que poesía húngara ... Varias expresiones las usamos nosotros justo como en la lengua judía o griega ... y son igual de populares para ellos como entre nosotros.»
Pei Di piensa que el descubrimiento de que el lenguaje propio del traductor es el más cercano en estilo y metáforas al hebreo debe haber sido algo muy general durante este período. «Si se lee sistemáticamente la literatura vernácula del siglo XVI en varios idiomas, se aprecia con claridad que en los registros tradicionales se utilizan abundantes metáforas. Los hablantes contemporáneos, sin embargo, por lo general solo conocían su propia versión vernacular, mientras que el latín escolar común era, de hecho, pobre en metáforas. Por esta razón, cuando descubrieron la riqueza del lenguaje figurado hebreo, debieron sentir que habían hallado al pariente más próximo de su propia lengua materna, ciertamente en el estilo, y quizás también en cuanto a sus orígenes.»
¿Fue esta idea, la de la proximidad estilística del hebreo a las diferentes lenguas vernáculas, realmente tan difundida en el Renacimiento? Dejamos la pregunta abierta a nuestros lectores más políglotas. Si alguien encuentra testimonios, declaraciones o citas que insistan en la similitud del hebreo y las lenguas vernáculas durante el Renacimiento y el Barroco europeos, por favor, que las compartan con nosotros.
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