08 noviembre, 2018

Mensaje en una botella


La provincia de Yunnán es tierra de ignorados milagros. Entre sus montañas del noroeste, cerca de la frontera con Birmania, se halla Nuodeng, la milenaria ciudad de las minas de sal donde, como estamos a punto de ver, el tiempo se detuvo en el siglo XV. Y a solo ocho kilómetros de Nuodeng se encuentra una maravilla natural, allí donde el río Bijiang vuelve sobre sí mismo para dibujar en una hondonada un insólto taijitu, el símbolo del yin y el yang. Sería de esperar que masas de taoístas chinos peregrinaran hasta aquí, como hacen, por un similar accidente morfológico, en Český Krumlov, pero no es así. Si las guías europeas escritas para el público chino destacan la maravillosa forma de yin-yang de Český Krumlov, esta excentricidad del río Bijiang es prácticamente desconocida. En la oficina de Yunnán donde alquilamos la furgoneta para el viaje, al ver nuestro itinerario vacilaron: «Bueno, pero tendrá que explicarle la ruta al conductor». Le muestro al chófer el pin que insertamos en Maps.me durante nuestras exploraciones de Yunnán. Duda. A pesar de ser de esta zona, nunca estuvo por allí. Nos ponemos en marcha, pero antes de subir quiere comprobar la información con el dueño de un restaurante cercano. Y hace muy bien, porque de este modo disfrutamos un extraordinario almuerzo antes de alcanzar nuestro objetivo.


Mientras estamos sentados, un hombre solitario se para frente a la puerta de vidrio del restaurante. Viste una camisa azul y una cazadora militar, nos mira con un rostro atemporal, enjuto, entre cuarenta y tantos y setenta. Por un momento también él está viendo algo prodigioso, una improbable epifanía: ocho personas blancas aquí, en la frontera de China, a la salida de un pequeño pueblo, en una casa de comidas junto a la carretera.


Trata de comunicarse con nosotros, agita la mano, sonríe, hace una mueca. Abro la puerta, le hablo en chino, pero él no responde. Esto ya va, probablemente, más allá de su umbral de credibilidad. Levanto la cámara. Inmediatamente se coloca en posición militar, saluda, muestra su pistola inexistente.



Durante un rato, trato yo de hablar con él, pero a partir de ahora ya solo alternará estos dos gestos. Me siento a comer. Desaparece. Acabamos un plato y vuelve. Me llama desde la puerta. Me entrega una hoja de papel arrancada de un folleto, con una hermosa escritura caligráfica. Me siento de nuevo y empiezo a descifrarlo.

«Soy de Chengdu, fui soldado, luché en la guerra de Vietnam. Mi número del ejército: ...248. Atentamente, Yang Zhi Cheng, residente local. A 17 de noviembre de 2017»

¿Soldados chinos en la guerra de Vietnam? Recuerdo a aquel ucraniano Zenon, de Bolekhiv, un ex oficial militar soviético que me contó en detalle todas sus sus misiones en Etiopía y Oriente Medio, lugares donde oficialmente nunca hubo ni un solo soldado soviético. Busco en internet. El estado chino filtró a medias oficialmente lo que antes había negado rotundamente, es decir, que trescientos veinte mil soldados chinos lucharon en la guerra de Vietnam contra los estadounidenses. ¿Puede ser realmente que este ex soldado que ahora ve hombres blancos por segunda vez en su vida, quiera confesarles el secreto, quién es él y qué lo une a ellos?

¿O quizá haga alusión a la guerra chino-vietnamita...?

Cuando estoy leyendo, el cocinero se inclina sobre mí. Echa un vistazo a la carta y rápidamente vocifera algo al hombre haciendo a la vez un gesto con la mano para que se marche de allí. Termino de leer la carta y levanto la cabeza, ya no está en ninguna parte.


No hay comentarios: