14 julio, 2024

En «Es carnatge»

Es una ensenada de la maltrecha bahía de Palma, donde hoy ocurre este pequeño milagro.

Una azucena –o lirio– de mar (Pancratium marinum) a punto de abrir muchas más flores. Debe llevar resistiendo aquí varios veranos porque sus bulbos crecen despacio y ya luce un tamaño considerable. Prolifera poco y siempre con dificultad al tener de polinizadora una polilla que solo cumple su trabajo en condiciones exigentes de viento y temperatura. En Mallorca apenas quedan huecos de tierra o arena donde pueda crecer, pero las veíamos con frecuencia hace muchos años en los arenales de la isla.

Por encima, a pocos metros sobre nuestra cabeza y a máxima potencia, pasan rugiendo los reactores de los aviones que despegan del aeropuerto de Son Sant Joan, justo detrás de estas rocas. Y en julio esto significa un avión por minuto. Quienes recorren por primera vez el camino que bordea la costa se detienen asombrados, un poco sobrecogidos, y toman fotos de la panza pesada de las aeronaves en el momento de esconder sus ruedas y elevarse sobre el mar.


Todo el terreno frente al área de despegue, Es carnatge (mapa), era durante mi infancia un lugar de aventura. A mediados de los años 70, desde el vecino Coll den Rabassa tenía cierto misterio  adentrarse en esa franja vallada que separa la autopista de Levante del mar. Era entonces una zona militar casi abandonada, con algunos pabellones en ruinas, búnkers, refugios destartalados, túneles y restos de chatarra del ejército entre los pinos y los matorrales. Hoy, lo que queda, resulta ser el único espacio relativamente protegido de la bahía. Poco antes de su control final por el ejército era el lugar donde eliminaban los animales muertos. Aquí los despellejaban, si el cuero valía la pena, los descuartizaban, se hervían las carcasas para sacar el sebo y se quemaban o tiraban los restos al mar, que todo lo engulle. Se dejaban despojos de carnicero pero también los caballos y los mulos desahuciados, los perros viejos. De ahí viene su nombre (carnatge: muladar, desolladero). Contaré alguna historia más adelante, la de mi amigo que criaba halcones en un molino en ruinas, los recorridos por los túneles excavados en la piedra, huyendo de los vigilantes y las charlas con un tipo solitario que vivía en una especie de chabola. Aventuras que nada tienen que ver, por cierto, con las actividades y crímenes que en los últimos tiempos se han denunciado. Hoy solo quería dejar constancia del prodigio de esta azucena marina.


Durante un buen rato la he estado observando. Nadie parece haber reparado en ella, ni para preservarla aunque fuera con un humilde cerco de piedras alrededor, ni para arrancarle inconscientemente una vara. Y como está en un punto bien visible desde el camino, es de esperar que la segunda posibilidad se le ocurra pronto a uno de los turistas embadurnados de crema solar, de esos que están aquí como podrían estar en Bangkok o en Marbella. Ahí la he dejado a su suerte, mecida por la brisa, rodeada de las viejas canteras de marés abandonadas –algunas de tiempos de Jaime I– y de las ya inútiles trincheras y zanjas de artillería, oteando temblorosa, por un lado, la calita del viejo desolladero y por el otro, algo más lejos, el islote de La Galera, con su viejo templo púnico y el pozo funerario del 250 a.C. Al marcharme, casi la oía susurrar el poema de Yorgos Seferis...




ΑΝΑΜΕΣΑ ΣΤΑ ΚΟΚΑΛΑ ΕΔΩ


Ανάμεσα στα κόκαλα
μια μουσική:
περνάει την άμμο,
περνάει τη θάλασσα.
Ανάμεσα στα κόκαλα,
ήχος φλογέρας
ήχος τυμπάνου απόμακρος
κι ένα ψιλό κουδούνισμα,
περνάει τους κάμπους τους στεγνούς
περνάει τη θάλασσα με τα δελφίνια.
Ψηλά βουνά, δε μας ακούτε!
Βοήθεια! Βοήθεια!
Ψηλά βουνά θα λιώσουμε, νεκροί με
τους νεκρούς!


AQUÍ ENTRE LOS HUESOS


Entre los huesos,
una música:
cruza la arena,
cruza el mar.
Entre los huesos
el sonido de una flauta,
el sonido lejano de un tambor,
un leve tintineo
cruza los campos secos
cruza el mar de los delfines.
¡Altas montañas! ¿Nos oís?
¡Auxilio! ¡Auxilio!
¡Altas montañas, nos disolveremos,
muertos entre los muertos!

Yorgos Seferis, de Bitácora II (1944).
Trad. de Selma Ancira y Francisco Segovia
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