«Hace tiempo que quería colocar aquí algunas fotos de La línea de la vida (Линия жизни), de Rena Effendi —escribía ulysses85 cuando salió—. Sobre todo porque es uno de los álbumes que más he anhelado este año para mi colección. Se publicó un número muy bajo de copias, 500, así que si lo encontráis compradlo corriendo para no tener que arrepentiros, porque el libro es verdaderamente hermoso (aunque su relato a veces resulte espeluznante)».
Hoy vemos que pueden adquirirse ejemplares de la edición en inglés:Pipe Dreams. A Chronicle of Lives along the Pipeline. Y es especialmente oportuno contemplar la serie ahora, en un momento en que las compañías petrolíferas continúan pugnando por taladrar el fondo marino, esta vez alrededor de las Islas Baleares.
Effendi se inició en la fotografía en 2001 y desde el principio se interesó por la influencia de la industria petrolera en la vida de la gente común. En 2006, por encargo de la British Petroleum viajó a lo largo del tramo azerbaiyano del oleoducto Bakú-Tbilisi-Ceyhan tomando fotos para un calendario de la empresa que debía destacar la responsabilidad y compromiso de los programas sociales de BP. Este viaje convenció a Effendi de que apenas ningún habitante de Azerbaiyán sacaba provecho alguno del chorro de riqueza que fluía a sus pies. El descubrimiento la llevó a emprender un trabajo de periodismo fotográfico independiente donde iba a revelar la otra cara del boom petrolero de Azerbaiyán, bien distinta de la programada exhibición pública. Recorrió así los 1.700 kilómetros del oleoducto, desde Azerbaiyán a través de Georgia hasta Turquía, registrando por el camino multitud de historias imprevistas. Los siguientes textos provienen del libro.
«La inversión petrolera en los años 90 trajo nueva riqueza a una Azerbaiyán castigada por una profunda corrupción, pobreza, desempleo y el desastre humanitario de la posguerra. Y, por descontado, este dinero sólo logró aumentar la brecha entre ricos y pobres, sin crear nuevos puestos de trabajo fuera de las grandes ciudades, como se prometió. Miles de millones de dólares se invirtieron en lucrativas explotaciones mar adentro, mientras la infraestructura petrolera soviética, completamente deshecha, fue abandonada a su ruina, dejando que el medio natural se transformara en un páramo podrido entre pantanos de petróleo y vertederos».
«La afluencia de dinero y medios de comunicación internacionales pronto creó una cultura de bares y restaurantes para servir a los extranjeros y a la pequeña burguesía local generada por el auge petrolero. La prostitución se ha hecho cada vez mayor: las niñas rurales jóvenes, sin esperanza ni oportunidad alguna en sus zonas de origen, se reúnen en Bakú».
«El centro de Bakú alberga su barrio más antiguo, y el más pobre, Mahalla, donde la gente se apiña en pequeñas chozas de techo plano. Este distrito histórico, último reducto de una tradición que se degrada, conserva aún restos una cultura antigua y única. Hace un siglo fue el barrio de los trabajadores del petróleo. Los actuales habitantes de Mahalla —mulás, poetas, criadores de palomas, ex-presidiarios— se ganan la vida haciendo pequeñas chapuzas, trapicheos, una artesanía sencilla elaborada en los zaguanes y portales. Algunos funcionarios del gobierno, sin embargo, temerosos de que se escapen nuevas oportunidades de riqueza fácil, tratan de desalojar a los residentes de Mahalla, expropiar las casas, y vender permisos de construcción a grandes empresas que van erigiendo edificios anónimos sobre los pequeños patios tradicionales».
«La única ruta de petróleo y gas que elude el sistema energético ruso, el oleoducto Bakú-Tbilisi-Ceyhan, afecta profundamente a los intereses políticos, económicos y ambientales de los países vecinos. Pero la región ya abunda en hostilidades sin necesidad de este añadido. A raíz de las sucesivas olas de conflictos un gran número de refugiados ha tenido que dejar sus tierras y ahora vive en condiciones infrahumanas, en hoteles cerrados, urbanizaciones abandonadas, vagones sobre vías muertas, lanchones, antiguos hospitales o escuelas».
«A pesar de las fáciles promesas del gobierno de una vida mejor para estos ciudadanos que viven en la miseria, la mayoría de quienes se ven directamente afectados por el gasoducto, se quedan sin nada. Los agricultores de Azerbaiyán han perdido sus tierras. Al lado de una maravilla tecnológica de miles de millones, la Terminal Sangachal, el punto de partida de la tubería, un pueblo empobrecido de 4.500 habitantes respira cada minuto un aire envenenado. En Georgia, el gasoducto pasa por montañas sísmicamente activas, acelerando así la destrucción de un paisaje ya de por sí frágil. En Turquía, el oleoducto ya ha causado enormes daños en los ecosistemas amenazados».
«¡Devuélvannos nuestro mar!» —Exige Benjamin Geregen, un antiguo pescador de Yumurtalik que perdió su sustento debido a la invasión de buques petroleros.
Ha llovido desde que vimos en la ciudad de Azul, en medio de la Pampa argentina, un parque de figuras del Quijote formadas con chatarra, cables y hierros retorcidos. La presencia benefactora en aquel lugar de Bartolomé José Ronco (1881-1952), un coleccionista y bibliófilo que ha conseguido con el tiempo que la ciudad sea un punto de referencia mundial para los cervantistas, justificaba aquellas imponentes apariciones de don Quijote y Sancho en sus cabalgaduras y una Dulcinea férrea (subespecie austral de la donna petrosa petrarquista) de talante amenazador. Pero lo más sorprendente para nosotros es que se diera tanta preponderancia en aquel conjunto a la figura del «galgo corredor» que aparece en el primer párrafo de la novela, entre las pertenencias del hidalgo, para nunca más volverse a ver.
Y hoy, en la otra punta del mundo hemos topado por azar, y sin saber quién la plantó ahí, con la figura de otro don Quijote similar, todo hierros y hojalata desafiante, grande como un pino. Nos lo hemos cruzado en lo más profundo del corazón de Georgia, a medio camino entre Kutaisi y Tbilisi. Y también aquí la curiosa compañía de un perro (si no es galgo, será podenco) que nos mira con cierta desconfianza, impasible al lado de su amo, como si guardara un secreto.
Por un momento estamos tentados de pensar si no será uno de aquellos perros que, según Sancho, son metamorfosis de unos malandrines encantadores: los que transformaron primero a Dulcinea en labradora y que ahora, al final de la obra, ponen a la dama a los pies de don Quijote convertida en liebre —y a don Quijote, que ve todo esto como señales funestas, la broma no le hace ninguna gracia (II, 73)—. Qué lejos queda, en estas escenas últimas de la novela, el aposento de don Alonso Quijano lleno de libros obsesivos que prometían aventuras sin fin y donde, como imaginó Saturnino Calleja, el «galgo corredor» se permitía entrar a recordarle a su amo los placeres de la caza, ya para siempre postergados.
En Roma, detrás de la iglesia de San Clemente, cuando la calle empieza a empinarse por el Monte Celio hacia la abadía medieval de los Santi Quattro Coronati para alcanzar después la Basílica de Letrán al pie de las murallas de la ciudad, una curiosa capillita resiste aferrada a la esquina. Llama la atención porque parece ser varios siglos más antigua que el edificio al que está adosada, pero también por su inscripción. Las capillas de los caminos, los cruceros o columnas con imágenes, al pedir oraciones al transeúnte suelen hacerlo para un fin concreto, prometiendo una específica ayuda sobrenatural. Sin embargo, este poemita grabado en una placa de mármol invita sencillamente a saludar a la Virgen, sin más propósito.
Il sorriso di Maria
A questi luoghi allieterà
Se chi passa per la via
«Ave o Madre» a lei dirà.
La sonrisa de María estos lugares alegrará si quien pasa por la calle «Ave o Madre» le dirá.
El mapa de Giambattista Nolli, de 1748, nuestro compañero a través de la historia de Roma, no señala su existencia, o por lo menos no le otorga un número propio, pero es bien posible que el minúsculo saliente que destaca en la esquina se refiera a ella. No obstante, en el mapa de 1593 de Antonio Tempesta se podía discernir con claridad una capilla de arco de medio punto en el lugar de esta esquina. En aquel momento estaba todavía situada ante un jardín o huerto, mirando a una construcción residencial a medio camino entre San Clemente y los Ss. Quattro Coronati.
La pequeña calle nació hace casi tres mil años con el nombre de Via querquengetulana, o Via dei Querceti por el robledal cuyos restos son aún visibles en el mapa de Nolli. Pero según la monumental obra en ocho volúmenes de Ferdinand Gregorovius sobre la Roma medieval, fue también conocida desde la Alta Edad Media como Vicus Papissae, la Calle de la Papisa, porque la casa de en frente perteneció en su tiempo a la matrona de la familia Papa.
Fue en el siglo XI cuando surgió otra explicación para el nombre de la calle, que acabaría excitando a toda Europa. El dominico Jean de Mailly, de Metz, afirma en una nota marginal de su crónica del mundo escrita en 1099 haber oído una historia —que, confiesa, aún debía verificar— según la cual la explicación de la inscripción PPP grabada en una piedra de Roma (en realidad pecunia propria posuit, «erigido a su propia costa») era que una mujer vestida de hombre fue elegida Papa y cuando, durante una procesión, dio públicamente a luz un niño, el pueblo mató a ambos y grabó en su lápida: Petre Pater Patrum, Papissae Prodito Partum – «Pedro, padre de los padres, desveló el parto de la papisa». Parece ser que los guías de Roma ya trabajaban duro por sus negocios en el siglo XI.
La historia entró en la crónica de los escándalos medievales en la forma que le dio otro hermano dominico, obispo de Gniezno, en el siglo XIII: Martinus de Opava/Troppau. Martinus, obviamente inspirado por el nombre de aquella pequeña calle que había visto en Roma durante su toma de posesión, afirmó conocer la ubicación exacta del fabuloso evento, del cual nadie había oído hablar en cuatrocientos años.
“Post hunc Leonem Iohannes Anglicus nacione Maguntinus sedit annis 2, mensibus 7º, diebus 4, et mortuus est Rome, et cessavit papatus mense 1. Hic, ut asseritur, femina fuit, et in puellari etate Athenis ducta a quodam amasio suo in habitu virili, sic in diversis scienciis profecit, ut nullus sibi par inveniretur, adeo ut post Rome trivium legens magnos magistros discipulos et auditores haberet. Et cum in Urbe vita et sciencia magnis opinionis esset, in papam concorditer eligitur. Sed in papatu per suum familiarem impregnatur. Verum tempus partus ignorans, cum de Sancto Petro in Lateranum tenderet, angustiata inter Coliseum et sancti Clementis ecclesiam peperit, et post mortua ibidem, ut dicitur, sepulta fuit. Et quia domnus papa eandem viam semper obliquat, creditur a plerisque, quod propeter detestationem facti hoc faciat. Nec ponitur in cathalogo sanctorum pontifcum propter mulieris sexus quantum ad hoc deformitatem.”
«Después de León [IV, 847-855], Juan Ánglico, nacido en Maguncia, fue Papa por dos años, siete meses y cuatro días, y murió en Roma, tras lo cual se produjo una vacante en el papado de un mes. Se afirma que este Juan era una mujer que, de niña, había sido llevada a Atenas vestida de hombre por un cierto amante suyo. Allí se hizo experta en una variedad de ramas de conocimiento hasta no tener igual, y después en Roma enseñó artes liberales y grandes maestros salieron de entre sus alumnos y público. Una alta opinión de su vida y su sabiduría se extendió por la ciudad, y fue elegida como Papa. Mientras era Papa, sin embargo, quedó embarazada de un cortesano. Al ignorar la hora exacta en que se esperaba el parto, dio a luz a un niño yendo en procesión desde San Pedro a Letrán, en una calle entre el Coliseo y la iglesia de San Clemente. Después de su muerte, se dice que fue enterrado en este mismo lugar. El Papa siempre se aparta de esta calle, y muchos creen que esto se hace por el bochorno que provocó el evento. Tampoco se la encontrará en la lista de Santos Pontífices, tanto a causa de su pertenencia al sexo femenino como por la repugnancia de la materia».
La papisa dando a luz en una ilustración de Jacob Kallenberg al De claris mulieribus de Boccaccio (1533); y la papisa (Johanna Wokalek) en Die Päpstin (2009) de Sönke Wortmann.
El recorrido ceremonial que va de Letrán, casa parroquial del Romano Pontífice, a la Basílica de San Pedro, la iglesia de peregrinación más sagrada de Roma, tenía de hecho tres rutas alternativas en este primer tramo. La más espectacular, la calle de San Juan de Letrán, que sería constituida como Via Papalis por Sixto V en 1588, fue intransitable durante toda la Edad Media por las ruinas del Ludus Magnus, el lugar de las barracas de los gladiadores junto al Coliseo. Por ello había otras dos rutas: la pintoresca via Ss. Quattro Coronati que, sin embargo, no es apropiada para procesiones ceremoniales debido a su pendiente excesiva; y la antigua calle principal, la Via labicana, donde ahora un tranvía une Letrán y el Coliseo. Los papas medievales por supuesto elegían la segunda, pero el pueblo de Roma buscó una explicación racional a por qué el Papa no seguía la ruta más corta, como todo el mundo. Y quien busca encuentra.
La abadía de los Ss Quattro Coronati, aún en pie, solitaria en el Monte Celio antes de la especulación inmobiliaria y la urbanización de fines del s. XIX. Sin duda, éste fue el verdadero escándalo del barrio.
La leyenda de la papisa, extrañamente, fue refutada al fin no por los católicos, sino por los protestantes ayudados por el método de la crítica textual humanista. Onofrio Panvinio, el gran historiador romano del s. XVI, todavía la daba por buena y su única aportación consistió en adornar los detalles; pero el hugonote David Blondel dejó claramente subrayada su naturaleza falsa a principios del s. XVII y desde entonces los papas censurarán el relato.
El pueblo de Roma, con todo, sabe lo que sabe. Papas y eruditos vienen y van; el vicus Papissae se extendió hasta el hospital militar erigido después de un proceso de especulación inmobiliaria, un bloque de pisos fue construido en el lugar que ocupaba aquel jardín, pero la capilla sigue ahí. El barrio del Monte Celio, incluido en el sistema nervioso de la ciudad sólo a fines del siglo XIX, mantiene vivas aún muchas tradiciones y edificios que en otras partes van cayendo en el olvido. Debido a la prohibición, el origen de la capilla no se puede mencionar pero todo el mundo lo conoce. Así, los restauradores del siglo XVIII solo pidieron un saludo al viandante para disipar los malos recuerdos del lugar.
Por entre los barrotes de la estropeada cancela de hierro nos asomamos el interior de esta capillita de paredes agrietadas, cubiertas de rojo romano. Se ve el fresco de una Madonna cuya fecha es difícil de fijar pero que podría datarse en el s. XV. Aunque sus rasgos faciales casi se han borrado, su sonrisa luce todavía entre las flores secas, las cintas votivas colocadas en la puerta y la tenaz flora mediterránea que crece entre las tejas y en las grietas de la acera, memoria del robledal desaparecido.
Gitanos de Crimea, en: Christian Geißler, Malerische Darstellungen der Sitten und Gebräuche… unter Russen, Tataren, Mongolen und anderen Völkern des Russischen Reichs, Leipzig 1804
Distinguir los subgrupos étnicos gitanos repartidos por los diversos países, que se relacionan entre ellos siguiendo los ajustados grados de una escala que va desde los que son parientes o amigos hasta los enemigos acérrimos, es tarea casi imposible para un no iniciado. Esto es especialmente cierto en Crimea, donde las divisiones tradicionales por tipos de artesanos, dialectos y linajes se doblan con un criterio ulterior básico: si el gitano en cuestión es tártaro, o no.
Gitanos pudientes de Crimea a principios del siglo XX: Gobierno de Stavropol
Tras la conquista rusa de fines del siglo XVIII, para prácticamente todos los grupos étnicos, ya fueran judíos, armenios o gitanos, había dos clasificaciones: tártaros y no tártaros, los «nuestros», y los «recién llegados». Como consecuencia de quinientos años de dominación tártara, incluso los grupos étnicos que debido a su religión u ocupaciones mantuvieron su identidad, habían adoptado la lengua tártara en detrimento de la materna. Los armenios de Crimea y los judíos karaítas, con el tramo de la Ruta de la Seda desde Crimea a Polonia bajo su control, hablaban tártaro ya en la Lemberg de finales del siglo XVII, y reservaban el armenio o el hebreo tan solo como lengua litúrgica. El pequeño grupo de estos últimos que sobrevive en la Halich galitziana todavía hoy talla sus lápidas funerales utilizando caracteres hebreos pero en idioma tártaro. Y ambos grupos se distinguen de los armenios de habla armenia y de los judíos askenazi de habla yidis que se trasladaron a la península de Crimea después de la conquista rusa.
Gitana de Crimea echadora de cartas
El primer grupo de gitanos «tártaros» de Crimea, los gurbets (que se autodenominan turcomanos) llegaron a la península de Crimea —según su propia tradición— a la par que los tártaros, ejerciendo de tratantes profesionales de caballos. Conservaron este oficio hasta la revolución de 1917. Llevaban sus caballos a las ferias de los alrededores, no sólo en el interior de la península sino por toda la estepa de Novorossiya (Nueva Rusia), y la fortuna de sus miembros más ricos se estimaba en veinte mil rublos de plata. Los otros dos grupos más o menos nómadas de gitanos «tártaros» se identificaban principalmente por sus oficios o labores artesanas: los demerdzhis eran herreros o caldereros ambulantes, los elekchis fabricaban cedazos y tejían cestas, los dauldzhis eran los músicos de las bodas tártaras y las celebraciones del Ramadán. Aunque todos ellos se declaraban musulmanes sunitas, los tártaros los miraban con recelo ya que a la vez mantenían una serie de costumbres chiítas derivadas de sus orígenes iraníes. Algunos de estos grupos supuestamente utilizaban la jaculatoria «No hay otro dios sino Alá y Mahoma es su profeta» con el añadido de «y Alí es como Dios»; y en el mes sagrado de los mártires chiítas recorrían las aldeas con banderas y tambores, lamentándose por Hassan y Hussein.
Gitanos de las montañas de Crimea. Litografía de August Raffe, 1837
Después de la conquista rusa comenzó la afluencia de tártaros no gitanos –conocidos como «lakhins», es decir, polacos– desde otras regiones del imperio, principalmente de Moldavia y Besarabia. Por su profesión, eran principalmente ayudzhi, domadores de osos, titiriteros ambulantes que, además de montar el circo del pueblo, completaban sus escasas ganancias con la cartomancia, la quiromancia y otras prácticas mágicas por el estilo. Hablaban vlach y se declaraban musulmanes, pero no iban a la mezquita; celebraban sus fiestas de acuerdo con costumbres pre-islámicas y en el alistamiento del censo de 1835 dictaron sus nombres de forma doble, musulmana y no musulmana: «Mehmet , es decir, Kili, Osman, es decir, Arnaut, Hassan, quien también es Murtaza…» Su nomadismo se interrumpió con un decreto del zar en 1809 que los obligaba a asentarse. Desde entonces empezaron a aprender los oficios artesanos de los grupos gitanos anteriores, con los cuales, sin embargo, mantuvieron siempre distancias.
Caldereros gitanos de Bajchisarái. Litografía de August Raffe, 1837
En las grandes ciudades los gitanos se establecieron en barrios propios, donde cada subgrupo conservaba su identidad. La colonia más grande era la Tsiganskaya Slobodka de Simferopol, a las afueras de la antigua ciudad tártara. A principios del siglo XX se contaban allí cerca de trescientas familias romaníes –de ocho a diez personas por unidad– que en su mayoría practicaban la herrería, eran carboneros y vendedores ambulantes de carbón, o fabricantes y reparadores de artículos domésticos. Pero por entonces rusos y tártaros también vivían en buen número en el Slobodka, que era considerado el barrio marginal de la ciudad, un nido permanente de enfermedades, y que a pesar de todos los intentos de reforma se mantuvo así hasta la década de 1940.
«Esta zona», escribe N. A. Svyatsky en su Sobre los gitanos de Rusia y de Crimea (Simferopol, 1888), «no es similar a nuestras calles. Con su aspecto primitivo y desordenado más parece un campamento gitano itinerante. Las diminutas casas pobres se amontonan sin ningún orden, donde les place. A veces unas pocas en fila; y luego el área entre ellas y el próximo grupo de casas es un descampado común donde las familias gitanas viven su ruidosa vida cotidiana, despreocupada y bulliciosa. Las casas gitanas son en su mayoría una sola habitación de tres por tres metros sin cocina, despensa ni cualquier otra dependencia. La habitación está prácticamente vacía, a menudo incluso sin una estufa. La estufa común está en el patio, en un lugar que llaman "el carro", protegida del viento por una simple pared de ladrillos».
La cuestión de quién era tártaro y quién no se volvió importante de verdad en la década de 1940. El ejército alemán de ocupación, que en Crimea contó con el apoyo de los tártaros, distinguía a los judíos (caraítas y krimchaks) y gitanos considerados de nacionalidad tártara, de los «otros» judíos y gitanos destinados al exterminio. Por tanto, estos gitanos –ayudados por los tártaros, afortunadamente– se dejaron alistar como tártaros. Cuando el 9 de diciembre de 1941, los hombres del Einsatzgruppe «D» rodearon la Tsiganskaya Slobodka y comenzaron a hacer subir a los camiones y a llevarse para su ejecución a quienes vivían allí, la acción fue detenida por la protesta del gobierno tártaro. Y en Bajchisarai, donde ya se había juntado a los gitanos locales para eliminarlos, el jefe del gobierno local tártaro se presentó en persona ante el comandante de la unidad alemana y le pidió que seleccionara al azar a tres hombres de entre aquellos gitanos. Entonces, bajándoles los pantalones en presencia del comandante y señalando su miembro circuncidado, anunció que renunciaba a su cargo porque no podía asumir la responsabilidad de la cooperación de la población si los alemanes eliminaban a los musulmanes. La acción también fue detenida en este caso..
Usul-usul. Canción tradicional tártara de Crimea
El 18 de mayo de 1944, cuando regresaron las autoridades soviéticas a Crimea formaron los convoyes con la población que debía ser deportada siguiendo las listas alemanas, incluyendo también a los gitanos que constaban como tártaros. A la protesta de los gitanos, respondieron: «Los alemanes sabían exactamente quién era judío y quién era gitano. Si no os llevaron, es porque sin duda sois tártaros.» Entre los sobrevivientes de los gitanos deportados solo unos pocos padecieron la terrible experiencia que los tártaros, vueltos ilegalmente a Crimea desde la década de 1960, tuvieron que afrontar. La mayoría de ellos vive en la región de Krasnodar, donde todavía mantienen sus caldererías itinerantes y sus oficios artesanos.
En Tsiganskaya Slobodka ya no hay gitanos tártaros, pero el lugar –como si fuera un molde social– aún reproduce la miseria, vertiéndola luego hacia todo el casco antiguo tártaro. La entrada al distrito está junto a la Mezquita Blanca, donde terminamos nuestro paseo anterior por Simferopol. Aquí se encuentra la antigua mezquita gitana, desde 1945 residencia de oficiales soviéticos, que la comunidad tártara ha intentado sin éxito recuperar para el culto. A su lado se alza el palacio de la Madre del Mundo, la Reina del Trono de las Hadas, la Gobernante de la Tierra, Faraona, Esfinge y Mesías. La reina nos recibe al entrar en el barrio, y por un pequeño donativo como súbditos nos entrega su benevolencia y protección. Que definitivamente vamos a necesitar.
La pobreza es la misma pero aquella «ruidosa vida cotidiana, despreocupada y bulliciosa» ha desaparecido. Las casas están en ruinas, las puertas cerradas –como si hubiera algo que robar en esos patios desolados de un solo piso–. Un niño pequeño y una vieja se asoman detrás de una puerta. En las calles merodean los perros solitarios rebuscando comida en los contenedores abiertos, y de vez e cuando un transeúnte mira con sospecha a los desconocidos, sin aceptar el saludo. Cualquier tienda o pub, si existe, está cerrado. Desde el portón trasero de un camión aparcado ante un puesto de reciclaje de basuras se venden tres sacos de patatas y unos trozos de sandía.
Las calles cada vez más pobres, estrechas y empinadas se diluyen en un grande y vacío altiplano pedregoso. Una meseta dominada por una bandada perezosa de cuervos desvergonzados que permiten a la gente acercarse hasta que echan a volar con graznidos de enfado en el último instante. Un coche vacío en la cima de la colina, sin que aparezcan sus pasajeros por parte alguna. En la ladera, las ruinas de la Neapolis Scythica, un bastión de la antigua fortaleza escita. Desde aquí se divisa el barrio industrial de Simferopol. Dos personas mayores procedentes de las fábricas acortan campo a través, mientras un hombre con aspecto de ex-funcionario soviético pasea con un musculoso perro. Se detienen sin dejar de mirar a los desconocidos hasta que, después de rodear la colina, desaparecemos de nuevo en el laberinto de la antigua ciudad vieja.
Una vieja gitana se sienta delante de un patio amplio contemplando la calle. «¿A qué estáis sacando fotos?» «A cómo es la vida aquí, cómo se vive.» «No hay nada interesante en eso. Todo puede desaparecer sin que nadie se acuerde. En vez de esto, tomad una foto mía, así os llevaréis algún buen recuerdo.»
Composición de Aleš Veselý (1935-) en el Centro de Arte Egon Schiele de Český Krumlov
Napoleon
Děti, kdy se narodil Napoleon Bonaparte, ptá se učitel.
Před tisíci lety, říkají děti. Před sto lety, říkají děti. Loni, říkají děti. Nikdo neví.
Děti, co udělal Napoleon Bonaparte, ptá se učitel.
Vyhrál válku, říkají děti. Prohrál válku, říkají děti. Nikdo neví.
U nás měl řezník psa, říká František, jmenoval se Napoleon.
Řezník ho bil a pes umřel hlady před rokem.
A všem dětem je ted líto Napoleona.
Napoleón
Chicos, cuándo
nació Napoleón Bonaparte,
pregunta el maestro.
Hace mil años, dicen los chicos.
Hace cien años, dicen los chicos.
El año pasado, dicen los chicos.
Nadie lo sabe.
Chicos, qué
hizo Napoleón Bonaparte,
pregunta el maestro.
Ganó una batalla, dicen los chicos.
Perdió una batalla, dicen los chicos.
Nadie lo sabe.
El carnicero tenía un perro
dice František,
se llamaba Napoleón.
El carnicero le pegaba y el perro murió
de hambre
el año pasado.
Y ahora todos los chicos sienten lástima
por Napoleón.
(1960)
Jdi a otevři dveře
Jdi a otevři dveře. Třeba je tam venku Strom nebo les, Nebo zahrada, Nebo magické město. Jdi a otevři dveře. I kdyby tam byla jen tikající tma, i kdyby tam bylo jen duté vanutí i kdyby tam nic nebylo, jdi a otevři dveře.
Jdi a otevři dveře. Třeba tam pes zaškrabe. Třeba je tam tvář, Nebo oko, Nebo obraz obrazu. Jdi a otevři dveře, Když je tam mlha, Spadne.
Aspoň Průvan Bude.
Ve y abre la puerta
Ve y abre la puerta.
Quizá afuera haya
un árbol o un bosque
o un jardín
o una ciudad encantada.
Ve y abre la puerta.
Si solo hubiera
el tic-tac de la oscuridad
si solo hubiera
el viento vacío
o si no hubiera
absolutamente
nada,
ve y abre la puerta.
Ve y abre la puerta.
Quizá un perro esté rascando.
Quizá haya un rostro,
o un ojo,
o la imagen
de una imagen.
Ve y abre la puerta.
Si hubiera niebla,
escampará.
Al menos
habrá
un proyecto.
(1962)
Hace casi quince años que murió Miroslav Holub. Nació en 1923. «De profesión inmunólogo, de vocación poeta», diría de él Kapuściński. Desde 1956, miembro fundador del círculo de vanguardia y la revista Květen (Mayo). Encontramos por primera vez sus delicados poemas a principios de los 90 en la pequeña librería y casa de té próxima a la Capilla Husita de Belén, en Praga, donde se mezclaban textos vanguardistas impresos, ciclostilados y manuscritos con pañuelos baratos de seda india y un loro chillón. Holub se habría alegrado mucho de ver algo así. De hecho, quizá lo vio. Sí que vio, en todo caso, cómo sus lectores del observatorio de České Budějovice daban oficialmente su nombre al asteroide nº 7496 descubierto en 1997.