Como estamos dedicados gran parte de nuestro tiempo al mundo inmenso de los libros de emblemas, es natural que nos fijemos, ya casi instintivamente, en cualquier relación de texto e imagen que nos salte a los ojos. Ya no podemos ver un cuadro en que haya un libro representado sin sentir la acuciante necesidad de saber qué libro es, en qué año y dónde fue editado, y qué dicen esos renglones que el pintor dibuja en la página abierta.
Cuadros con libros en su interior hay muchos. Sólo en la pintura barroca española son legión. En especial cuando aparece aquel género específico de vanitas donde el pintor expone su desprecio hacia la sabiduría mundana, configurándose así un tipo de vanitas litterarum.
Hace pocos meses, el Museu Nacional d’Art de Catalunya dedicó una exposición al tema del texto dentro del cuadro: La paraula figurada. La presència del llibre a les col·leccions del MNAC, un recorrido histórico del tema hasta nuestros días al que podría sumarse esta pintura que empezamos a comentar el pasado 21 de febrero.
El libro abierto en la esquina inferior derecha es el punto de partida de la diagonal básica del cuadro, y lo conecta, en el otro extremo, a la ciudad de Roma. Roma, capital de peregrinos, recibe, así, este comentario verbal. Recordemos que estamos ante un cuadro donde el tema de la peregrinación no tendría por qué aparecer, pues se trata de describir las características de Europa como continente en comparación con los otros conocidos hasta entonces. Es un cuadro, además, que ofrece la descripción estática de un interior presentado como gran gabinete de curiosidades o de maravillas. Por tanto, como dijimos en la entrada anterior, la importancia atribuida a estos versos es grande.
Obviamente, el texto es ambiguo: «Pelegrins sont / Qui dans ces villes / Pour leur bourdons / Chercent coquilles» Una primera lectura, literal, coincide bastante bien con la que nosotros hemos hecho de la wunderkammer como mundo abreviado o, mejor, concentrado entre cuatro paredes. Los peregrinos (intelectuales, mentales) de estos versos lo son por buscar caracolas, conchas, veneras (elementos naturales) para adornar su bordón, como insignias de su oficio –de las que el cuadro está, por cierto, completamente lleno–. Sin necesidad de moverse apenas, se puede ser peregrino por la mera acción de la búsqueda, que en este caso lo sería de mirabilia naturalia. Es decir, una búsqueda «científica», hasta donde se pueda llamar así en la época. Y Gracián aporta otro matiz definitorio del peregrino interior: el hombre perfecto –dice– es un «gustoso peregrino»; no quien viaja mucho, sino quien «atiende y sabe reparar, examinándolo todo o con admiración o con desengaño» (El Discreto Huesca, 1646, p. 474). Queda así claro, como hemos apuntado en anteriores entradas, que el peregrinaje puede ser mental; y aún véase el libro de Juergen Hahn, The origins of the Baroque Concept of Peregrinatio (Chapel Hill, 1973) para acabar de rastrear el tema en el período que nos ocupa. Este enfoque, pues, resolvería la paradoja que define en estos versos a unos peregrinos estáticos, «dans ces villes».
Pero también nos parece muy claro el doble sentido maliciosamente erótico de la redondilla, con las ambigüedades obvias de «bourdon» y «coquille». De igual modo, el emblema anteriormente citado de Visscher agrupaba en una especie de concha o venera los símbolos de la disipación humana. Creemos que esta segunda lectura casa a la perfección con el tono del cuadro, un poco grotesco: véase, por ejemplo, cómo el pintor lo ha firmado casi en el centro de la composición por medio de unos gusanos que se retuercen formando las letras de su nombre. De este modo, en definitiva, van Kessel ha reducido Europa a Roma, y a Roma la ha criticado profundamente con todos los elementos de vanidad, corrupción del poder papal y alusiones a los pecados, especialmente el de lujuria. Todo ello inmerso en un abigarramiento que camufla la crítica y que parece indicar, por medio del preocupado gesto del hombre que señala la tabla con insectos al lado del enorme cuadro con el ramo de flores, que la vía de salvación está en la ciencia y el arte.