Hemos recorrido todos los grabados impresionantes del Civitates orbis terrarum de Georg Braun y Franz Hogenberg —que se fue publicando progresivamente desde 1572 hasta 1617 en seis volúmenes— buscando las representaciones de los faros que en aquella época pudieran lucir en puertos o cabos. Curiosamente, el resultado ha sido muy pobre. De hecho, solo hemos podido aislar con claridad los que vemos aquí.
Ni siquiera el faro de Alejandría merece un comentario o una atención especial en la obra de Braun. Puede que el hecho de que Georg Braun (1541-1622) pasara toda su vida en Colonia, lejos del mar, no le permitiera calibrar la importancia que tienen los faros en muchas ciudades costeras.
Uno de los pocos comentarios en toda la obra de Braun sobre la función de las torres de señales para guiar a los barcos está en el cartucho de este grabado: «ADEN, famoso centro comercial de Arabia, donde se encuentran mercaderes de India, Etiopía y Persia. Aden es una magnífica ciudad, bien fortificada tanto por su ubicación como construcción, afamada por la belleza y número de sus edificios, protegida por riscos y altas montañas, en cuyas cimas, antorchas encendidas guían a los marinos hacia la bahía. Antiguamente fue una península pero como resultado de la industria humana está ahora completamente rodeada de agua».
En una isla, desde el momento en que empieza a habitarse, los faros, atalayas y torres de señales forman enseguida parte del paisaje costero. Algunas de estas construcciones sirven para guiar a las embarcaciones propias y otras para defenderse de la llegada subrepticia de las naves enemigas. La historia de Mallorca, como no podía ser de otra forma en una isla, es una historia de invasiones y saqueos.
Puente romano de Pollensa
Y la principal defensa de Mallorca no han sido las atalayas sino la cordillera arisca que cae abruptamente sobre el mar a lo largo de toda la vertiente norte, como si fuera el espinazo que aguanta la isla. La Serra de Tramuntana defiende también las tierras llanas del interior del viento del norte que llega con fuerza desde el Golfo de León y que en invierno castiga a la desprotegida Menorca. Esta bendita cordillera, refugio de contrabadistas y bandoleros, sembrada de viejos olivos de tronco atormentado, trabajada con dureza, piedra a piedra, en bancales que intentan contener la erosión, tachonada de ermitas, hornos de cal, casas de nieve, carboneras, encinares, leyendas de gigantes y tesoros ocultos acaba de entrar a formar parte del Patrimonio Mundial de la Unesco.
En cada extremo de la Serra de Tramuntana hay un faro. Al norte, el de Formentor. Al sur, el de Sa Mola, en Andratx.
El faro de Formentor es el que está a mayor altura de Baleares y su construcción no fue sencilla. Había que llegar partiendo de Cala Murta y subir luego por un camino escarpado durante veinte kilómetros. Hoy, al llegar por una carretera mucho más cómoda, aún puede tenerse una imagen bastante exacta de la naturaleza y la vida tradicional en esta parte de la sierra. Cuando empezaba el primer boom turístico, a mediados de los 60, el Hotel Formentor, abierto en 1929, se convertía en uno de los establecimientos más prestigiosos. Y aún es, hasta cierto punto, un ejemplo de cómo Mallorca podría albergar una industria turística de alta calidad.
El caso es que, gracias a la presencia de este hotel, hasta el libro de visitas del faro de Formentor guarda registro de visitantes tan ilustres como el mismísimo Rey de Reyes, Haile Selassie, descendiente del rey Salomón y la reina de Saba, que pasó por allí en el invierno de 1967.
En un enclave no menos sobrecogedor, en la punta sur, está el faro de Sa Mola, pero aquí lo que contemplamos es la destrucción feroz provocada por la especulación urbanística que arruina esta tierra y que no se detiene ante ninguna ley ni entiende nada de protección de patrimonio alguno. Quizá la declaración de la Unesco ayude a que no se repita tanta devastación pero nuestra esperanza es mínima. Basta ver que las primeras manifestaciones, unánimes, de los gobernantes y de la oposición, desde todo el espectro político, han consistido en felicitarse porque así —dicen— vendrán a Mallorca aún más turistas. Alguno ya debe estar imaginando una autopista de lado a lado de la cordillera para poder pisar en media hora los dos faros y volver a cenar al hotel, o meterse en la discoteca, o coger el avión y llegar casa antes de que el sol se ponga. A este tipo de enemigos no los detectan las atalayas.