En la estación, una pareja de gitanos con tres niños espera a mi lado. Tienen unos veinticinco o treinta años. Los rasgos del hombre, delgado, menudo, son tensos con un aspecto, incluso en pantalones cortos, como de mafioso de película neorrealista italiana. La mujer tiene un punto descuidado y algo de peso, pero también un aire juvenil. Están callados, serios. Llega el bus. El hombre acerca los niños a la mujer y van a despedirse. Los niños aprietan en sus manos los pequeños juguetes que les acaban de regalar. La mujer, todavía aferrada a la presencia del hombre, les advierte que si no se portan bien se los quitará y no podrán jugar. Los niños se juntan un poco y uno de ellos pregunta —¿Cuánto tiempo tenemos que portarnos bien? —Mucho— responde la mujer sin dudarlo. El más pequeño la mira fijamente, como queriendo saber cuánto tiempo exactamente. La mujer piensa un momento. —Toda la vida.
24 junio, 2011
Juego
En la estación, una pareja de gitanos con tres niños espera a mi lado. Tienen unos veinticinco o treinta años. Los rasgos del hombre, delgado, menudo, son tensos con un aspecto, incluso en pantalones cortos, como de mafioso de película neorrealista italiana. La mujer tiene un punto descuidado y algo de peso, pero también un aire juvenil. Están callados, serios. Llega el bus. El hombre acerca los niños a la mujer y van a despedirse. Los niños aprietan en sus manos los pequeños juguetes que les acaban de regalar. La mujer, todavía aferrada a la presencia del hombre, les advierte que si no se portan bien se los quitará y no podrán jugar. Los niños se juntan un poco y uno de ellos pregunta —¿Cuánto tiempo tenemos que portarnos bien? —Mucho— responde la mujer sin dudarlo. El más pequeño la mira fijamente, como queriendo saber cuánto tiempo exactamente. La mujer piensa un momento. —Toda la vida.
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