13 junio, 2011

Clepsidra



«El viaje fue largo. En esa línea de ferrocarril secundaria y casi olvidada por la que circulaba solo un tren a la semana no habría más de dos o tres pasajeros. Jamás había visto vagones tan arcaicos, retirados de otras líneas hace tiempo, amplios como habitaciones, sombríos y repletos de rincones. Aquellos vagones que zigzagueaban con ángulos diversos, aquellos compartimentos vacíos, laberínticos y fríos, daban una impresión casi aterradora de extraño abandono. Me trasladaba de vagón en vagón buscando un sitio más acogedor. El viento soplaba en todas partes, corrientes heladas se abrían camino en el interior y calaban el tren de principio a fin. Por todos los sitios había gente sentada en el suelo, al lado de sus hatillos, sin atreverse a ocupar las banquetas. Además, esos asientos de plástico llenos de bustos tenían una vejez helada y pegajosa. No subía nadie en las desérticas estaciones. El tren reemprendía lentamente su ruta sin silbidos, sin jadeos, sonámbulo...»
Bruno Schulz, Sanatorio bajo la clepsidra (Sanatorium pod klepsydrạ)

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