02 enero, 2017

La ventana


El monasterio de Chrysorogiatissa en Chipre alberga uno de los iconos más sagrados del cristianismo, el de la Virgen María pintado por el propio san Lucas Evangelista. Hay más monasterios que se jactan de poseer este mismo icono: solo en Chipre hay otros tres, y siete en Etiopía y muchos más en Rusia, en Roma, en el Monte Athos, en India y por todo el mundo. Pero no hay por qué elegir solo uno y rechazar la autenticidad de los restantes, ni tampoco necesidad de racionalizar, como trata de hacer el monasterio Kykkos —en aras de la paz— explicando que san Lucas realmente pintó tres iconos y cada uno de ellos se guarda en tres monasterios de Chipre. No, san Lucas pintó sólo un icono, el más sagrado, el que es modelo de todas las imágenes posteriores de la Virgen, y éste se conserva en cada monasterio, siempre allí donde uno peregrine para verlo.


El icono de la Virgen de san Lucas, conservado en el monasterio de Chrysorogiatissa, debe ser del siglo XII según sus rasgos estilísticos, pero éstos no se pueden apreciar en la iconostasis del monasterio, cubierta de ex-votos de plata y de cera en acción de gracias por curaciones milagrosas. El icono, de hecho, está bajo un kleimo de plata o, en griego, skafto, la cubierta del icono sobre la cual se ve en relieve la figura original: María con el niño. Pero también esta cubierta de plata va oculta en su mayor parte por un tejido negro en el que está bordada una versión colorida de la figura original. Parece muy justo que lo sagrado, al entrar en este mundo, no quede expuesto a la multitud de miradas escépticas, no iniciadas, o meramente indiferentes, pero sí lo podrá ver en esencia, como a través de una serie múltiple de lentes, solo el creyente.


Pero para que incluso el simple peregrino pueda beneficiarse de la santidad que emana el icono, se abre una pequeña grieta en esas lentes. La imagen bordada deja visible la parte inferior de la cubierta de plata. Y en esta franja expuesta a la vista se abre, a su vez, una diminuta puerta de plata a través de la cual se revela una mínima superficie del icono original. Cualquier resto de pintura hace mucho que desapareció del pequeño rectángulo, y hasta la madera del panel está desgastada por el roce de los dedos de miles de peregrinos. Pero aún así, la pequeña ventana se abre al icono, como la víspera de Año Nuevo a la inminencia de un nuevo año, dotado de esperanza para quienes decidan asomarse.


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